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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (29 page)

BOOK: Festín de cuervos
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—Sí, padre. —La voz le sonó aguda y tensa.

«Voz de mentirosa —pensó mientras bajaba por las escaleras y cruzaba la galería hacia la Torre de la Luna—. Voz de culpable.»

Gretchel y Maddy estaban ayudando a Robert Arryn a ponerse los calzones cuando Sansa entró en su dormitorio. El señor del Nido de Águilas había estado llorando otra vez. Tenía los ojos enrojecidos e irritados, las pestañas, tupidas de legañas; la nariz, hinchada y llena de mocos que le brillaban sobre el labio superior, y el inferior lo tenía ensangrentado de tanto mordérselo.

«Lord Nestor no puede verlo así», pensó Sansa, desesperada.

—Acércame la palangana, Gretchel. —Cogió al niño de la mano y lo llevó hacia la cama—. ¿Ha dormido bien mi Robalito esta noche?

—No. —Sorbió por la nariz—. No he podido dormir nada de nada, Alayne. Ha estado cantando otra vez, y me habían cerrado la puerta. Grité para que me dejaran salir, pero no vino nadie. Me habían encerrado en mi cuarto.

—Qué malos.

Mojó un paño suave en el agua templada y empezó a limpiarle la cara, con suavidad, con mucha suavidad. Si frotaba a Robert con demasiada energía, podía tener un ataque de temblores. Era un niño frágil, terriblemente menudo para su edad. Tenía ocho años, pero Sansa había visto niños de cinco más corpulentos.

A Robert le temblaba el labio superior.

—Quería ir a dormir contigo.

«Ya lo sé.»

Robalito tenía por costumbre meterse en la cama de su madre, hasta que se casó con Lord Petyr. Tras la muerte de Lysa, el niño se había pasado las noches recorriendo el Nido de Águilas en busca de otras camas en las que meterse. La que más le gustaba era la de Sansa, motivo por el que ella le había pedido a Ser Lothor Brune que le cerrara la puerta con llave la noche anterior. No le habría importado si se limitara a dormir, pero siempre estaba tratando de frotarle la nariz contra el pecho, y cuando le daban ataques de temblores solía mojar la cama.

—Lord Nestor Royce ha subido de las Puertas para venir a verte —le dijo Sansa mientras le limpiaba la nariz.

—Pues yo no quiero verlo —replicó el niño—. Quiero que me cuentes un cuento. El cuento del Caballero Alado.

—Luego. Antes tienes que ver a Lord Nestor.

—Lord Nestor tiene una verruga —replicó el niño retorciéndose. A Robert le daban miedo los hombres con verrugas—. Mami decía que era horrible.

—Mi pobre Robalito... —Sansa le retiró el pelo de la cara—. La echas de menos, ya lo sé. Lord Petyr también la echa de menos. La quería tanto como tú.

Era mentira, pero lo decía con buena intención. La única mujer a la que Petyr había amado en su vida era a la madre asesinada de Sansa. Eso le había confesado a Lady Lysa justo antes de empujarla por la Puerta de la Luna.

«Estaba loca y era peligrosa. Asesinó a su propio esposo, y me habría asesinado a mí si Petyr no hubiera acudido a salvarme.»

Pero no eran cosas que Robert tuviera necesidad de saber. No era nada más que un niñito enfermizo que había querido mucho a su madre.

—Ya está —dijo Sansa—. Ahora sí que pareces un señor. Maddy, tráele la capa.

Era de lana de cordero, suave y cálida, de un hermoso azul celeste que resaltaba el color crema de la túnica. Se la sujetó en torno a los hombros con un broche de plata en forma de media luna, y lo cogió de la mano. Por una vez, Robert la siguió sin resistencia.

La Sala Alta había estado cerrada desde la caída de Lysa, y Sansa sintió un escalofrío al volver a entrar. Era una estancia alargada, imponente, hermosa, sí... Pero no le gustaba aquel lugar. Todo era demasiado claro, demasiado frío. Las esbeltas columnas parecían dedos huesudos, y las vetas azules del mármol blanco le recordaban las venas de las piernas de una vieja. En las paredes había cincuenta candelabros de plata, pero las antorchas encendidas no llegaban a la docena, de manera que las sombras danzaban por el suelo e invadían los rincones. Sus pisadas resonaron contra el mármol. Sansa oía como el viento sacudía la Puerta de la Luna.

«No debo mirarla —se dijo—, si la miro, me entrarán unos temblores peores que los de Robert.»

Con ayuda de Maddy consiguió que Robert se sentara en el trono de arciano, encima de un montón de cojines, y mandó recado de que Su Señoría recibiría a sus invitados. Dos guardias con capa azul celeste abrieron las puertas del extremo más bajo de la sala, y Petyr los hizo pasar para recorrer la larga alfombra azul situada entre las hileras de columnas blancas como huesos.

El niño recibió a Lord Nestor con un saludo en tono chillón, y no mencionó su verruga. Cuando el Mayordomo Supremo le preguntó por su señora madre, a Robert empezaron a temblarle las manos.

—Marillion le hizo daño a mi madre. La tiró por la Puerta de la Luna.

—¿Lo presenció Su Señoría? —preguntó Ser Marwyn Belmore, un caballero rubio, alto y delgado que había sido capitán de la guardia de Lysa hasta que llegó Petyr y puso a Ser Lothor Brune en su lugar.

—Lo vio Alayne —respondió el niño—. Y mi señor padrastro también.

Lord Nestor la miró. Ser Albar, Ser Marwyn, el maestre Colemon... Todos la miraban.

«Era mi tía, pero me quería matar —pensó Sansa—. Me arrastró hasta la Puerta de la Luna y trató de empujarme. Yo no quería un beso; sólo estaba haciendo un castillo de nieve.»

Se estrechó los brazos contra el pecho para controlar el temblor.

—Debéis disculparla, mis señores —dijo Petyr Baelish con tono gentil—. Todavía tiene pesadillas desde aquel día. No me extraña que no soporte hablar del tema. —Se situó detrás de ella y le puso las manos en los hombros, con cariño—. Ya sé lo difícil que es para ti, Alayne, pero nuestros amigos tienen que oír la verdad.

—Sí. —Tenía la garganta tan seca y tensa que casi le dolía hablar—. Lo que vi... Estaba con Lady Lysa cuando... —Una lágrima le rodó por la mejilla. «Muy bien, llorar está bien»—. Cuando Marillion... la empujó.

Y empezó a relatar la historia de nuevo, casi sin oír las palabras a medida que las pronunciaba.

No iba ni por la mitad de la narración cuando Robert se echó a llorar; los cojines se movían y amenazaban con derrumbarse.

—Mató a mi madre. ¡Quiero que vuele! —El temblor de las manos había ido a peor; los brazos también se le agitaban, la cabeza le daba sacudidas y los dientes le entrechocaban—. ¡Que vuele! —chilló—. ¡Que vuele, que vuele!

Agitaba como loco los brazos y las piernas. Lothor Brune subió al estrado justo a tiempo para coger al chico cuando se caía del trono. El maestre Colemon lo seguía de cerca, pero no había nada que pudiera hacer.

Sansa, tan impotente como los demás, tuvo que limitarse a mirar mientras el ataque de temblores seguía su curso. Una pierna de Robert le asestó una patada en la cara a Ser Lothor. Brune soltó una maldición, pero siguió sujetando al chico que se retorcía, se agitaba y se orinaba encima. Los visitantes no dijeron ni una palabra; al menos, Lord Nestor ya había presenciado antes aquellos ataques. Los momentos se hicieron muy largos antes de que los espasmos de Robert empezaran a amainar. Cuando terminaron, el pequeño señor estaba tan débil que no podía ni tenerse en pie.

—Será mejor que llevéis a Su Señoría al dormitorio, y que lo sangren —ordenó Lord Petyr.

Brune cogió al niño en brazos y salió de la estancia. El maestre Colemon lo siguió con el rostro sombrío.

Cuando sus pisadas se perdieron en la distancia, no se produjo sonido alguno en la Sala Alta del Nido de Águilas. Sansa oía el gemido del viento que arañaba la Puerta de la Luna. Tenía mucho frío y estaba muy cansada. Se preguntó si tendría que contar la historia de nuevo.

Pero la debía de haber narrado bastante bien, porque Lord Nestor tuvo que aclararse la garganta.

—Ese bardo me dio mala espina desde el principio —gruñó—. Le dije a Lady Lysa que lo echara. Se lo dije, y más de una vez.

—Siempre le disteis buenos consejos, mi señor —dijo Petyr.

—Pero no me hizo caso —se quejó Royce—. Me escuchó de mala gana y no me hizo caso.

—Mi señora era demasiado confiada para este mundo. —Petyr hablaba con tanta ternura que Sansa habría creído que amaba a su esposa—. Lysa no sabía ver la maldad de nadie; sólo veía lo bueno. Marillion cantaba canciones dulces, y ella confundió su voz con su naturaleza.

—Nos llamaba cerdos —intervino Ser Albar Royce. Era un caballero robusto, ancho de hombros, que se afeitaba la barbilla pero tenía unas patillas largas, negras, que rodeaban como setos su rostro poco agraciado; parecía una versión en joven de su padre—. Compuso una canción sobre dos cerdos que hozaban por la montaña y comían excrementos de halcón. Éramos nosotros, pero cuando se lo dije se rió de mí. Me respondió que era sólo una canción sobre cerdos.

—De mí también se burlaba —aportó Ser Marwyn Belmore—. Me puso el apodo de Ding-Dong. Cuando juré que le cortaría la lengua, corrió a escudarse tras las faldas de Lady Lysa.

—Como hacía siempre —corroboró Lord Nestor—. No era más que un cobarde, pero el favor que le mostraba Lady Lysa lo hacía insolente. Lo vistió como a un señor, y le regaló anillos de oro y un cinturón de adularias.

—Y el halcón favorito de Lord Jon. —En el jubón del caballero se podían ver las seis velas blancas de los Waxley—. Su Señoría adoraba a ese pájaro. Había sido un regalo del rey Robert.

—Fue muy poco apropiado —reconoció Petyr Baelish con un suspiro—, así que tuve que zanjar esa situación. Lysa accedió a echarlo; por eso lo hizo llamar aquí aquel día. Tendría que haberla acompañado, pero no se me ocurrió... Si yo no le hubiera dicho que... Fui yo quien la mató.

«No —pensó Sansa—, no digáis eso, no digáis eso, no digáis eso.» Pero Albar Royce estaba negando con la cabeza.

—No, mi señor, no os culpéis —le dijo.

—Fue obra del bardo —convino su padre—. Hacedlo subir, Lord Petyr. Pongamos fin a este lamentable asunto.

Petyr Baelish se recompuso.

—Como deseéis, mi señor.

Se volvió hacia los guardias, dio una orden, y subieron al bardo de las mazmorras. Con él llegó Mord, un carcelero monstruoso de ojillos negros, con el rostro asimétrico lleno de cicatrices. Había perdido una oreja y parte de la mejilla en alguna batalla, pero le quedaba una docena de arrobas de carne blanquecina. La ropa le quedaba mal, y desprendía un hedor rancio.

En contraste, Marillion parecía casi elegante. Lo habían bañado y vestido con unos calzones azul celeste y una túnica blanca de mangas anchas, que se ceñía con un fajín plateado que le había regalado Lady Lysa. Llevaba las manos cubiertas con guantes de seda blanca, y una venda de seda también blanca evitaba que los señores tuvieran que verle los ojos.

Mord se situó tras él con un látigo. Cuando el carcelero le dio un golpecito en las costillas, el bardo se dejó caer en una rodilla.

—Bondadosos señores, suplico vuestro perdón.

Lord Nestor frunció el ceño.

—¿Confiesas tu crimen?

—Si tuviera ojos, lloraría. —La voz del bardo, tan fuerte y segura por las noches, estaba quebrada en aquel momento; era apenas un susurro—. La amaba tanto que no soportaba verla en brazos de otro hombre, saber que compartía con él su cama. No quería hacerle ningún daño a mi dulce señora, lo juro. Atranqué la puerta para que nadie nos molestara mientras le declaraba mi pasión, pero Lady Lysa fue tan fría... Cuando me dijo que llevaba en sus entrañas al hijo de Lord Petyr, la... La locura se apoderó de mí...

Sansa se miraba las manos mientras lo oía hablar. Maddy la Gorda contaba que Mord le había cortado tres dedos: los dos meñiques y un anular. Los meñiques parecían más rígidos que los otros dedos, pero con aquellos guantes nadie sabría decirlo a ciencia cierta.

«Puede que sea sólo un rumor. ¿Cómo lo va a saber Maddy?»

—Lord Petyr tuvo la amabilidad de permitir que conservara la lira —dijo el bardo ciego—. La lira y... la lengua..., para poder seguir cantando. A Lady Lysa le gustaba tanto oírme cantar...

—Llevaos de aquí a este monstruo o lo mato ahora mismo —gruñó Lord Nestor Royce—. Se me revuelve el estómago tan sólo con mirarlo.

—Llévalo de vuelta a su celda del cielo, Mord —ordenó Petyr.

—Sí, mi señor. —Mord agarró a Marillion con brusquedad por el cuello de la túnica—. Se acabó darle a la lengua.

Cuando habló, Sansa advirtió con asombro que los dientes del carcelero eran de oro. Observaron cómo llevaba al bardo hacia las puertas, mitad a rastras mitad a empujones.

—Ese hombre debe morir —declaró Ser Marwyn Belmore cuando hubieron salido—. Tendría que haber seguido a Lady Lysa por la Puerta de la Luna.

—Y sin lengua —añadió Ser Albar Royce—. Sin esa lengua mentirosa y burlona.

—Ya lo sé, he sido demasiado blando con él —suspiró Petyr Baelish en tono de disculpa—. A decir verdad, me inspira compasión. Mató por amor.

—Por amor o por odio, da igual —replicó Belmore—. Tiene que morir.

—No tardará —comentó Lord Nestor con brusquedad—. Nadie dura mucho en las celdas del cielo. El azul lo llamará.

—Puede —dijo Petyr Baelish—, pero sólo Marillion sabe si responderá o no. —Hizo una seña, y sus guardias abrieron las puertas al final de la sala—. Debéis de estar agotados tras el ascenso, señores. He ordenado que os preparen habitaciones para esta noche, y os servirán vino y comida en la Sala Baja. Oswell, mostradles el camino y encargaos de que tengan todo lo que necesiten. —Se volvió hacia Nestor Royce—. Mi señor, ¿me acompañáis a tomar una copa de vino? Alayne, cariño, ven a servírnoslo.

Un pequeño fuego ardía en la chimenea de la estancia donde los aguardaba una frasca de vino. «Dorado del Rejo», pensó Sansa mientras llenaba la copa de Lord Nestor y Petyr removía los troncos con un atizador.

Lord Nestor se sentó junto al fuego.

—Esto no acaba aquí —le dijo a Petyr como si Sansa no existiera—. Mi primo quiere interrogar al bardo en persona.

—Yohn Bronce desconfía de mí. —Lord Petyr empujó un tronco a un lado.

—Piensa venir con un ejército. Sin duda, Symond Templeton se le unirá, y mucho me temo que Lady Waynwood también.

—Y Lord Belmore; y Lord Hunter,
el Joven
, y Horton Redfort. Vendrán con Sam Piedra,
el Fuerte
; los Tollett; los Shett; los Coldwater, y unos cuantos Corbray.

—Estáis bien informado. ¿Quiénes de los Corbray? ¡No será Lord Lyonel!

—No, su hermano. No sé por qué, pero Ser Lyn no me tiene demasiado aprecio.

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