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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (64 page)

BOOK: Festín de cuervos
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—Muy bien —dijo Cersei—. Mandad un pájaro a Manderly e informadlo de que, ahora que ha demostrado su lealtad, le enviaremos a su hijo de inmediato.

Puerto Blanco volvería pronto a la paz del rey, y Roose Bolton y su hijo bastardo se aproximaban a Foso Cailin desde el norte y el sur. Una vez tuvieran el Foso en su poder, unirían sus fuerzas y expulsarían a los hombres del hierro de la Ciudadela de Torrhen y de Bosquespeso. Con eso conseguirían la alianza del resto de los vasallos de Ned Stark cuando llegara la hora de marchar contra Lord Stannis.

Entretanto, en el sur, Mace Tyrell había erigido una ciudad de carpas alrededor de Bastión de Tormentas y tenía dos docenas de maganeles lanzando piedras contra las gruesas murallas del castillo, aunque sin grandes resultados hasta el momento.

«Lord Tyrell,
el Guerrero
—meditó la reina—. Su blasón debería ser un gordo con el culo bien apoltronado.»

Aquella tarde, el adusto enviado braavosi se presentó a su audiencia. Cersei llevaba quince días aplazando su visita, y con gusto la habría aplazado un año entero, pero Lord Gyles le juraba que ya no era capaz de tratar con aquel hombre... Aunque la reina empezaba a dudar de que Gyles fuera capaz de hacer nada aparte de toser.

El braavosi decía llamarse Noho Dimittis.

«Un hombre irritante con un nombre irritante.» Encima, también tenía la voz irritante. Cersei se acomodó como pudo en el asiento mientras hablaba, preguntándose cuánto tiempo tendría que soportar aquel tormento. A su espalda se alzaba el Trono de Hierro, con las púas y filos que proyectaban sombras retorcidas por el suelo. Los únicos que podían sentarse en el trono eran el Rey y su Mano. Cersei ocupaba un asiento a sus pies, en un sillón de madera dorada con cojines carmesí.

Cuando el braavosi se detuvo para tomar aliento, Cersei pensó que era su oportunidad.

—Eso es asunto de nuestro lord tesorero.

Por lo visto, la respuesta no le pareció satisfactoria al noble Noho.

—He hablado seis veces con Lord Gyles. Tose y me da excusas, Alteza, pero el oro no llega.

—Hablad con él por séptima vez —sugirió Cersei en tono amable—. El número siete es sagrado a ojos de nuestros dioses.

—Ya veo que a Vuestra Alteza le complace bromear.

—Cuando bromeo, sonrío. ¿Me veis sonreír? ¿Oís carcajadas? Os aseguro que cuando bromeo, los que me rodean ríen a carcajadas.

—El rey Robert...

—... está muerto —le replicó con brusquedad—. El Banco de Hierro tendrá su oro cuando pongamos fin a esta rebelión.

—Alteza... —El hombre tuvo la insolencia de fruncirle el ceño.

—La audiencia ha terminado. —Cersei ya había soportado suficiente por un día—. Ser Meryn, acompañad a la puerta al noble Noho Dimittis. Ser Osmund, podéis escoltarme a mis aposentos.

Sus invitados no tardarían en llegar, y antes tenía que bañarse y cambiarse de ropa. Todo hacía presagiar que la cena también sería tediosa. Gobernar un reino ya era difícil; gobernar siete lo era mucho más.

Ser Osmund Kettleblack la acompañó por las escaleras, alto y esbelto con su atuendo blanco de la Guardia Real. Cersei esperó hasta asegurarse de que se encontraban a solas antes de cogerse de su brazo.

—Decidme, ¿cómo le va a vuestro hermano?

Ser Osmund parecía incómodo.

—Eh... Bastante bien, pero...

—¿Pero? —La Reina permitió que un atisbo de cólera asomara entre sus palabras—. He de confesaros que se me está acabando la paciencia con nuestro querido Osney. Ya va siendo hora de que doblegue a esa potrilla. Lo nombré escudo juramentado de Tommen para que pudiera pasar algún tiempo en compañía de Margaery todos los días. A estas alturas ya tendría que haber arrancado la rosa. ¿Acaso la pequeña reina es inmune a sus encantos?

—Sus encantos no fallan; por algo es un Kettleblack. Con vuestro permiso. —Ser Osmund se pasó los dedos por la aceitada barba negra—. El problema es ella.

—¿Y eso por qué? —La Reina había empezado a albergar dudas en cuanto a Ser Osney. Tal vez los gustos de Margaery se decantaran más por otro hombre. «Aurane Mares, con su cabellera de plata, o un hombretón robusto como Ser Tallad»—. ¿Es posible que la doncella prefiera a otro? ¿No le gusta el rostro de vuestro hermano?

—Su rostro le gusta. Osney me comentó que hace dos días le acarició las cicatrices y le preguntó qué mujer se las había hecho. No le había dicho que hubiera sido una mujer, pero ella lo sabía. Puede que alguien se lo dijera. Al parecer, no para de tocarlo cuando hablan. Le endereza el broche de la capa, le echa el pelo hacia atrás... Cosas así. Una vez, en las dianas de los arqueros, le pidió que la enseñara a tensar el arco para que tuviera que rodearla con los brazos. Osney le gasta bromas subidas de tono; ella se ríe y responde con bromas más subidas de tono todavía. Sí que le gusta, es evidente, pero...

—¿Pero? —inquirió Cersei.

—Nunca están a solas. La mayor parte del tiempo los acompaña el Rey, y si no está él es otra persona. Sus damas comparten el lecho con ella, dos diferentes cada noche. Otras dos le llevan el desayuno y la ayudan a vestirse. Reza con su septa, lee con su prima Elinor, canta con su prima Alla y cose con su prima Megga. Cuando no está practicando la cetrería con Janna Fossoway y Merry Crane, está jugando al ven a mi castillo con la pequeña Bulwer. Nunca sale a montar sin escolta: cuatro o cinco acompañantes y al menos una docena de guardias. Y siempre está rodeada de hombres, hasta en la Bóveda de las Doncellas.

—Hombres. —Algo era algo. Allí había posibilidades—. Decidme, ¿qué hombres?

Ser Osmund se encogió de hombros.

—Bardos. La enloquecen los bardos, los malabaristas y esa clase de gente. Siempre hay algún caballero rondando a sus primas. Osney dice que Ser Tallad es el peor. El muy zoquete no sabe si le gusta Elinor o Alla; lo único que sabe es que le gusta mucho. Los gemelos Redwyne también andan por allí. Baboso les lleva flores y fruta, y Horror ha empezado a tocar el laúd. Por lo que cuenta Osney, se obtendrían sonidos más dulces estrangulando a un gato. Otro que no falla es el isleño del verano.

—¿Jalabhar Xho? —Cersei soltó un bufido despectivo—. Seguro que se pasa todo el tiempo suplicándole oro y espadas para recuperar sus tierras.

Bajo las joyas y las plumas, Xho era poco más que un mendigo de noble cuna. Robert podría haber puesto fin a sus fastidiosas peticiones con una negativa firme, pero al imbécil borracho de su marido lo había atraído la idea de conquistar las Islas del Verano. Sin duda soñaba con mozas de piel oscura, desnudas bajo las capas de plumas y con los pezones negros como el carbón. Así que, en vez de «no», Robert siempre le decía a Xho «el año que viene», aunque el año siguiente no llegaba jamás.

—No sabría deciros si suplica, Alteza —respondió Ser Osmund—. Osney dice que les está enseñando la lengua del verano. A Osney no, a la Rei... a la potrilla y a sus primas.

—Un caballo que hablara la lengua del verano causaría sensación —replicó la Reina en tono seco—. Decidle a vuestro hermano que tenga siempre las espuelas a punto. Pronto encontraré la manera de que monte a la potrilla, podéis estar seguro.

—Se lo diré, Alteza. Está deseándolo, no creáis que no. La potrilla es muy hermosa.

«A la que desea es a mí, imbécil —pensó la Reina—. Lo único que quiere de Margaery es el título de señor que le espera entre sus piernas. —Sentía afecto por Osmund, pero a veces le parecía tan estúpido como Robert—. Espero que tenga la espada más aguda que el ingenio. Puede que llegue un día en que Tommen la necesite.»

Pasaban bajo la sombra de los restos de la Torre de la Mano cuando les llegó a los oídos un sonido de vítores y aplausos. En el otro extremo del patio, algún escudero había embestido contra el estafermo y lo había hecho girar. Las que más aplaudían eran Margaery Tyrell y sus gallinas.

«Cuánto escándalo por tan poca cosa. Ni que el crío hubiera ganado un torneo.» Entonces se sobresaltó al descubrir que el jinete del corcel era Tommen, vestido con una armadura dorada.

A la Reina no le quedó más remedio que exhibir una sonrisa e ir a ver a su hijo. Llegó junto a él mientras el Caballero de las Flores lo ayudaba a desmontar. El niño estaba jadeante de emoción.

—¿Habéis visto? —le preguntaba a todo el mundo—. Lo he hecho como me ha dicho Ser Loras. ¿Habéis visto, Ser Osney?

—Por supuesto —le aseguró Osney Kettleblack—. Todo un espectáculo.

—Montáis mejor que yo, señor —aportó Ser Dermot.

—Hasta he roto la lanza. ¿Habéis oído, Ser Loras?

—Un crujido retumbante como un trueno. —Ser Loras se sujetaba la capa blanca por el hombro con un broche en forma de rosa de jade y oro, y el viento le agitaba los rizos castaños—. Vuestro corcel es espléndido, pero con una vez no es suficiente. Tenéis que repetirlo mañana. Tenéis que montar todos los días hasta que todos los golpes que lancéis den en el blanco; hasta que la lanza forme parte de vuestro brazo.

—Eso haré.

—Habéis estado glorioso. —Margaery se dejó caer sobre una rodilla, besó al Rey en la mejilla y lo rodeó con un brazo—. Ten cuidado, hermano —le advirtió a Loras—. Me parece que dentro de unos pocos años, mi galante esposo te derribará del caballo.

Sus tres primas se mostraron de acuerdo, y la estúpida mocosa Bulwer empezó a dar saltitos y a canturrear.

—Tommen será el campeón, el campeón, el campeón...

—Cuando sea mayor —dijo Cersei.

Sus sonrisas se marchitaron como rosas acariciadas por la escarcha. La vieja septa, con su cara picada de viruelas, fue la primera en arrodillarse. Los demás la imitaron, con excepción de la pequeña reina y su hermano.

Tommen no pareció darse cuenta de que el ambiente se había tornado gélido.

—¿Me has visto, madre? —barboteó, feliz—. He roto la lanza contra el escudo, ¡y el saco no me ha dado!

—Te estaba mirando desde el otro lado del patio. Lo has hecho muy bien, Tommen. No esperaba menos de ti: llevas las justas en la sangre. Algún día ganarás todas las lizas, como hacía tu padre.

—No habrá hombre capaz de enfrentarse a él. —Margaery Tyrell le dedicó una sonrisa tímida a la Reina—. Pero no tenía idea de que el rey Robert fuera tan hábil en las justas. Decidnos, Alteza, ¿qué torneos ganó? ¿A qué grandes caballeros descabalgó? Seguro que al Rey le gustaría oír hablar de las victorias de su padre.

Cersei notó que le ascendía el rubor. La muchacha la había atrapado. En realidad, Robert Baratheon había sido un justador mediocre. En los torneos prefería con mucho los combates cuerpo a cuerpo, en los que podía golpear a diestro y siniestro con una maza o con un hacha roma. Ella estaba pensando en Jaime.

«No es propio de mí distraerme de esa manera.»

—Robert ganó el torneo del Tridente —tuvo que decir—. Derribó al príncipe Rhaegar y me eligió reina del amor y la belleza. Me sorprende que no conocieras esa historia, nuera. —No le dio tiempo a Margaery para replicar—. Ser Osmund, tened la amabilidad de ayudar a mi hijo a quitarse la armadura. Ser Loras, acompañadme; quiero hablar con vos.

Al Caballero de las Flores no le quedó más remedio que seguirla como el perrito que era. Cersei esperó a llegar a los peldaños antes de hablarle.

—Decidme, ¿de quién ha sido la idea?

—De mi hermana —reconoció—. Ser Tallad, Ser Dermot y Ser Portifer se estaban entrenando, y la Reina le sugirió a Su Alteza que probara suerte.

«La llama así para irritarme.»

—Y vos, ¿qué habéis hecho?

—He ayudado a Su Alteza a ponerse la armadura y lo he enseñado a sostener la lanza —respondió.

—Ese caballo era demasiado grande para él. ¿Y si se hubiera caído? ¿Y si el saco de arena le hubiera abierto la cabeza?

—Las magulladuras y los labios partidos forman parte del proceso de convertirse en caballero.

—Ahora empiezo a entender por qué está tullido vuestro hermano. —El muchacho le dio la satisfacción de ver como se le borraba la bonita sonrisa de la cara al oír aquello—. Tal vez mi hermano no os haya explicado bien cuáles son vuestros deberes, ser. Estáis aquí para proteger a mi hijo de sus enemigos. Entrenarlo es asunto de su maestro de armas.

—La Fortaleza Roja no tiene maestro de armas desde que asesinaron a Aron Santagar —le dijo Ser Loras con un atisbo de reproche en su voz—. Su Alteza tiene casi nueve años y está deseoso de aprender. A su edad ya debería ser escudero; alguien lo tiene que instruir.

«Alguien lo instruirá, pero no serás tú.»

—Decidme, ser, ¿a quién servisteis como escudero? —le preguntó con dulzura—. A Lord Renly, ¿verdad?

—Tuve ese honor, sí.

—Ya, lo que pensaba. —Cersei había visto cómo se estrechaban los lazos entre los escuderos y los caballeros a los que servían. No quería que Tommen se sintiera próximo a Loras Tyrell. El Caballero de las Flores no era el tipo de hombre al que un niño debía imitar—. He sido negligente. Entre gobernar un reino, luchar en una guerra y llorar a mi padre, he pasado por alto el crucial asunto de nombrar a un nuevo maestro de armas. Enseguida rectificaré ese error.

Ser Loras se apartó de la frente un mechón de pelo rizado.

—Su Alteza no encontrará a nadie ni la mitad de hábil que yo con la espada y la lanza.

«Somos modestos, ¿eh?»

—Tommen es vuestro rey, no vuestro escudero. Tenéis el deber de luchar por él y, si es necesario, morir por él. Nada más.

Lo dejó en el puente levadizo que cruzaba el foso seco con su lecho de púas de hierro, y entró a solas en el Torreón de Maegor.

«¿De dónde voy a sacar un maestro de armas? —se preguntó mientras subía a sus habitaciones. Tras rechazar a Ser Loras no se atrevía a elegir a ningún caballero de la Guardia Real. Sería como hurgar en la herida; sólo serviría para enfurecer a Altojardín. «¿Ser Tallad? ¿Ser Dermot? Tiene que haber alguien apto—. Tommen le había cogido cariño a su nuevo escudo juramentado, pero Osney estaba resultando menos eficaz de lo que ella había esperado en el asunto de la doncella Margaery, y tenía otros planes para su hermano Osfryd. Era una lástima que el Perro hubiera cogido la rabia. Tommen siempre había tenido miedo de la voz destemplada y el rostro quemado de Sandor Clegane, y su desdén habría sido el antídoto ideal contra la caballerosidad bobalicona de Loras Tyrell.

«Aron Santagar era dorniense —recordó Cersei—. Podría buscar a alguien en Dorne. —Entre Lanza del Sol y Altojardín se interponían siglos de sangre y guerras—. Sí, un dorniense se adecuaría de maravilla a mis necesidades. Tiene que haber buenas espadas en Dorne.»

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