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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (65 page)

BOOK: Festín de cuervos
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Al entrar en sus habitaciones, Cersei se encontró a Lord Qyburn sentado junto a la ventana, leyendo.

—Si a Vuestra Alteza no le molesta, traigo unos informes.

—¿Más conjuras y traiciones? He tenido un día largo y agotador. Daos prisa.

—Como queráis. —El hombre le dedicó una sonrisa comprensiva—. Se dice que el arconte de Tyrosh ha propuesto una serie de condiciones a Lys para poner fin a la actual guerra de comercio. Hay rumores de que Myr estaba a punto de entrar en la guerra aliándose a los tyroshis, pero sin la Compañía Dorada, los myrienses no creen qué...

—Me da igual lo que crean los myrienses. Las Ciudades Libres siempre están luchando entre ellas; sus traiciones y alianzas no tienen relevancia para Poniente. ¿Traéis alguna noticia más importante?

—Al parecer, la revuelta de esclavos de Astapor se ha extendido a Meereen. Los marineros de una docena de barcos hablan de dragones...

—Arpías. Lo de Meereen son arpías. —Aquello le sonaba de algo. Meereen estaba al otro lado del mundo, al este, más allá de Valyria—. Que los esclavos se rebelen, ¿a nosotros qué nos importa? En Poniente no tenemos esclavos. ¿Eso es todo lo que me traéis?

—Hay una noticia de Dorne que tal vez le parezca más interesante a Vuestra Alteza. El príncipe Doran ha encerrado a Ser Daemon Arena, el bastardo que fue escudero de la Víbora Roja.

—Lo recuerdo. —Ser Daemon había sido uno de los caballeros dornienses que acompañaron al príncipe Oberyn a Desembarco del Rey—. ¿Por qué motivo?

—Exigió que liberase a las hijas del príncipe Oberyn.

—Qué imbécil.

—Otra cosa —continuó Lord Qyburn—: Nuestros amigos de Dorne nos informan de que la hija del Caballero de Bosquepinto se prometió de manera inesperada con Lord Estermont. La misma noche del compromiso la enviaron a Piedraverde, y se dice que ya se han casado.

—Tal vez tenga un bastardo en la barriga; eso lo explicaría todo. —Cersei se puso a juguetear con un mechón de cabello—. ¿Cuántos años tiene la cándida novia?

—Veintitrés, Alteza. Mientras que Lord Estermont...

—Debe de andar por los setenta. Ya lo sé.

Los Estermont eran sus parientes políticos; el padre de Robert se había casado con una de ellos en lo que sin duda fue un ataque de lujuria o de locura. Cuando Cersei se casó con el Rey, la señora madre de Robert llevaba años muerta, y aun así, sus dos hermanos se presentaron en la boda y se quedaron medio año. Más adelante, Robert se empecinó en devolverles el detalle con una visita a Estermont, una islita montañosa cercana al cabo de la Ira. Las dos espantosas semanas de humedad que pasó Cersei en Piedraverde, asentamiento de la Casa Estermont, fueron las más largas de su hasta entonces breve vida. Nada más verlo, Jaime cambió el nombre del castillo por Mierdaverde, y ella no tardó en imitarlo. Se pasó los días viendo como su regio esposo cazaba, practicaba la cetrería y bebía con sus tíos, y dejaba inconscientes con la maza a unos cuantos de sus primos en el patio de Mierdaverde.

También tenía una prima, una viuda menuda y regordeta con las tetas como sandías, que había perdido a su padre y a su marido durante el asedio de Bastión de Tormentas.

—Su padre se portó bien conmigo —le dijo Robert—, y ella y yo jugábamos juntos de pequeños.

No tardó mucho en volver a jugar con ella. En cuanto Cersei cerraba los ojos, el Rey se escabullía para consolar a la pobre mujer solitaria. Una noche le pidió a Jaime que lo siguiera para confirmar sus sospechas. Cuando regresó, su hermano le preguntó si quería ver muerto a Robert.

—No —había contestado ella—, quiero verlo con cuernos.

Le gustaba pensar que aquella fue la noche en que concibió a Joffrey.

—Eldon Estermont se ha casado con una mujer cincuenta años menor que él —le dijo a Qyburn—. ¿Y eso por qué tiene que preocuparme?

Él se encogió de hombros.

—No digo que os preocupéis... Pero tanto Daemon Arena como esa Santagar estaban muy unidos a Arianne, la hija del príncipe Doran, o eso nos dicen los dornienses. Puede que no tenga ninguna importancia, pero pensé que Vuestra Alteza debía saberlo.

—Pues ya lo sé. —Empezaba a perder la paciencia—. ¿Algo más?

—Sólo una cosa. Un asunto insignificante.

Le dedicó una sonrisa de disculpa y le habló de un espectáculo de marionetas que se había hecho muy famoso entre los habitantes de la ciudad: una representación en la que el reino de las bestias estaba gobernado por leones arrogantes y orgullosos.

—A medida que avanza esta ultrajante historia —continuó—, los cachorros de león se hacen más vanidosos y codiciosos, hasta que empiezan a devorar a sus súbditos. Cuando el noble venado protesta, los leones lo devoran también, y rugen que están en su derecho porque son las bestias más poderosas.

—¿Y así termina? —preguntó Cersei, divertida. Bien mirado, hasta podía ser una buena lección.

—No, Alteza. Al final sale un dragón de un huevo y devora a todos los leones.

Aquel remate hacía que el espectáculo de marionetas pasara de ser una simple insolencia a un acto de traición.

—Imbéciles descerebrados. Hay que ser cretino para arriesgar la cabeza por un dragón de madera. —Meditó un instante—. Que vuestros informantes vayan a esos espectáculos y se fijen en los asistentes. Si alguno de ellos es una persona de importancia, quiero su nombre.

—¿Puedo preguntaros qué haréis con ellos?

—A los adinerados los multaremos. La mitad de sus riquezas bastará para enseñarles una buena lección y volver a llenar nuestras arcas sin llegar a arruinarlos. Los pobres pueden perder un ojo por presenciar esa traición. Para los titiriteros, el hacha.

—Son cuatro. Tal vez Vuestra Alteza me permita quedarme con dos para mis asuntos. A ser posible una mujer...

—Ya os entregué a Senelle —replicó la Reina en tono brusco.

—Por desgracia la pobre chiquilla está casi... agotada.

A Cersei no le gustaba pensar en aquel tema. La muchacha había acudido a ella desprevenida, pensando que iba a servirle el vino. Ni siquiera pareció comprender la situación cuando Qyburn le puso la cadena en torno a la muñeca. El recuerdo aún le daba nauseas.

«Las celdas eran muy frías; hasta las antorchas temblaban. Y esa cosa horrible gritando en la oscuridad...»

—Sí, quedaos con una mujer. Con dos, si queréis. Pero antes, los nombres.

—Como ordenéis. —Qyburn se retiró.

En el exterior, el sol empezaba a ponerse. Dorcas le había preparado la bañera. La Reina estaba relajándose en el agua caliente, pensando qué les diría a sus invitados durante la cena, cuando Jaime irrumpió en la estancia y les ordenó a Jocelyn y a Dorcas que salieran. Su hermano distaba mucho de ir inmaculado y apestaba a caballo. Tommen iba con él.

—Querida hermana —dijo—, el Rey quiere hablar contigo.

Los bucles dorados de Cersei flotaban en el agua de la bañera. La estancia estaba llena de vapor. Una gota de sudor le corrió por la mejilla.

—¿Tommen? —dijo con voz peligrosamente dulce—. ¿Qué pasa ahora?

El niño conocía aquel tono, y se encogió.

—Su Alteza quiere su corcel blanco mañana —dijo Jaime—. Para la lección de justas.

Cersei se sentó en la bañera.

—No habrá justas.

—Sí que habrá. —Tommen proyectó hacia delante el labio inferior—. Quiero montar todos los días.

—Y así será —replicó la Reina—. En cuanto tengamos un maestro de armas como es debido para supervisar tu entrenamiento.

—No quiero un maestro de armas como es debido. ¡Quiero a Ser Loras!

—Tienes un concepto demasiado elevado de ese chico. Tu pequeña esposa te ha llenado la cabeza de tonterías relativas a él, ya lo sé, pero Osmund Kettleblack es tres veces mejor caballero que Loras.

Jaime se echó a reír.

—No será el Osmund Kettleblack que yo conozco.

De buena gana lo habría estrangulado.

«Puede que tenga que ordenar a Ser Loras que se deje derribar del caballo por Ser Osmund. Eso le quitaría la venda de los ojos a Tommen. Échale sal a una babosa y humilla a un héroe, los dos se encogen igual.»

—Voy a traer a un dorniense para que te entrene —le dijo—. Los dornienses son los mejores justadores del reino.

—No es verdad —replicó Tommen—. Y me da igual, no quiero a ningún dorniense, ¡quiero a Ser Loras! ¡Lo ordeno!

Jaime se echó a reír.

«No me ayuda en nada. ¿Es que le hace gracia?» La Reina golpeó el agua, airada.

—¿Tengo que hacer venir a Pate? A mí no me das órdenes, ¡soy tu madre!

—Sí, pero yo soy el rey. Margaery dice que todo el mundo tiene que hacer lo que el rey mande. Quiero mi corcel blanco ensillado mañana, para que Ser Loras me enseñe a justar. También quiero un gatito, y no quiero comer remolachas. —Se cruzó de brazos.

Jaime no paraba de reír. La Reina no le hizo caso.

—Ven aquí, Tommen. —El niño no se movió. Cersei suspiró—. ¿Tienes miedo? Un rey no debe mostrar temor. —Se acercó a la bañera sin atreverse a levantar la vista. Ella sacó la mano del agua y le acarició los rizos dorados—. Rey o no, sólo eres un niño. Yo gobernaré hasta que seas mayor de edad. Aprenderás a justar, te lo prometo, pero no de Loras. Los caballeros de la Guardia Real tienen obligaciones más importantes que jugar con un niño. Pregúntale al Lord Comandante. ¿No es verdad, ser?

—Obligaciones de lo más importante. —Jaime sonrió con los labios apretados—. Cabalgar por las murallas de la ciudad, por ejemplo.

Tommen parecía al borde de las lágrimas.

—Pero ¿puedo tener un gatito?

—Tal vez —concedió la Reina—. Pero no quiero oír ni una tontería más sobre las justas. ¿Me lo prometes?

El niño arrastró los pies por el suelo.

—Sí.

—Bien. Venga, márchate. Mis invitados no tardarán en llegar.

Tommen salió a toda prisa, pero en el último momento se volvió.

—Cuando sea rey del todo prohibiré las remolachas.

Su hermano cerró la puerta con el muñón.

—Tengo una duda, Alteza —dijo cuando estuvo a solas con Cersei—. ¿Estás borracha o es que eres idiota?

Cersei volvió a golpear el agua, y las salpicaduras llegaron hasta los pies de su hermano.

—Cuidado con lo que dices, ser, o...

—¿O qué? ¿O me enviarás a inspeccionar otra vez las murallas de la ciudad? —Jaime se sentó y cruzó las piernas—. Tus putas murallas están perfectamente. Las he recorrido palmo a palmo y he examinado las siete puertas. Las bisagras de la Puerta de Hierro están oxidadas, y hay que cambiar la Puerta del Rey y la Puerta del Lodazal: los arietes de Stannis las dejaron en muy mal estado. Las murallas son tan resistentes como siempre... Pero tal vez Vuestra Alteza haya olvidado que nuestros amigos de Altojardín están en la parte de dentro.

—No he olvidado nada —replicó, pensando en cierta moneda de oro con el busto de un rey olvidado en la cara y una mano en la cruz.

«¿Cómo es posible que un miserable carcelero tuviera una moneda como esa escondida bajo el orinal? ¿Cómo pudo llegar oro de Altojardín a manos de alguien como Rugen?»

—Es la primera noticia que tengo de que vaya a haber un nuevo maestro de armas. Vas a tener que buscar mucho para dar con un justador mejor que Loras Tyrell. Ser Loras es...

—Ya sé qué es, y no quiero verlo cerca de mi hijo. Más vale que le recuerdes cuáles son sus obligaciones. —El agua de la bañera se le estaba enfriando.

—Sabe cuáles son sus obligaciones, maneja la lanza mejor que...

—Tú la manejabas mejor que él antes de perder la mano. Y Ser Barristan, cuando era joven. Arthur Dayne era mejor, y el príncipe Rhaegar estaba a su altura. No me vengas con tonterías de lo fiera que es la flor. No es más que un niño.

Estaba harta de que Jaime le llevara la contraria. Nadie le había llevado la contraria a su señor padre. Cuando Tywin Lannister hablaba, todos obedecían. En cambio, cuando Cersei hablaba, se creían con derecho a darle consejos, contradecirla e incluso negarse.

«Todo porque soy una mujer, porque no puedo derrotarlos con una espada. Le tenían más respeto a Robert que a mí, y Robert era un imbécil descerebrado.» No se lo pensaba tolerar, y a Jaime menos que a nadie. «Tengo que librarme de él cuanto antes.» Hubo un tiempo en que soñó con que los dos gobernarían juntos los Siete Reinos, pero su hermano se había convertido en un estorbo más que en una ayuda.

Cersei se levantó de la bañera. El agua le chorreaba del pelo y le corría por los muslos.

—Cuando quiera tu consejo te lo pediré. Vete, ser. He de vestirme.

—Tienes invitados, ya. ¿De qué conspiración se trata esta vez? Hay tantas que les pierdo la pista.

Su mirada se demoró en las perlas de agua que le brillaban en el vello dorado, entre las piernas.

«Aún me desea.»

—¿Añoras lo que has perdido, hermano?

Jaime alzó la vista.

—Yo también te quiero, hermana, pero eres estúpida. Una preciosa estúpida dorada.

Aquello la hirió.

«En Piedraverde, la noche en que pusiste a Joff en mi interior, me decías cosas más bonitas», pensó.

—Fuera de aquí. —Le dio la espalda y lo oyó forcejear con el muñón para abrir la puerta.

Jocelyn se aseguró de que todo estaba dispuesto para la cena, mientras Dorcas ayudaba a la Reina a ponerse una túnica nueva. Era de tiras de seda verde brillante alternadas con tiras de terciopelo negro, y un intrincado encaje negro de Myr en la parte superior del corpiño. El encaje de Myr era caro, pero la reina tenía que estar radiante en todas las ocasiones, y las condenadas lavanderas le habían encogido varias túnicas, con lo que ya no le quedaban bien. Las habría mandado azotar por su descuido, pero Taena le sugirió que fuera compasiva.

—El pueblo os apreciará más si sois bondadosa —le dijo, de modo que Cersei ordenó que les descontaran del salario el valor de las túnicas, una solución mucho más elegante.

Dorcas le puso un espejo de plata en la mano.

«Muy bien —pensó la Reina, sonriendo a su reflejo. Era delicioso prescindir del luto. El negro la hacía demasiado pálida—. Lástima que Lady Merryweather no venga a la cena». Había sido un día duro, y el ingenio de Taena siempre la animaba. Cersei no había tenido una amiga con la que disfrutara tanto desde los tiempos de Melara Hetherspoon, y Melara había resultado ser una intrigante codiciosa con aspiraciones muy superiores a sus posibilidades. «No debo pensar mal de ella. Está muerta y ahogada, y me enseñó que no debía confiar en nadie excepto en Jaime.»

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