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Authors: Mathew Stone

Tags: #Juvenil, Ciencia ficción

Fuego mental (12 page)

BOOK: Fuego mental
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Cuando Axford y Eva desaparecieron por el pasillo, Rebecca se volvió hacia Marc y Colette.

—No puedo creer que la doctora Molloy se haya marchado así como así —dijo—. Cuando hablé con ella el otro día, no me comentó nada al respecto.

—La voy a echar de menos —dijo Marc mientras avanzaban por el pasillo—. Me parecía una mujer agradable. Era parte del Instituto, al menos tanto como el viejo Axford…, y me resultaba cien veces más simpática que él.

—Exactamente —dijo Rebecca—. A ella le encantaba el Instituto, y llevaba muchísimo tiempo enseñando aquí. ¿Por qué iba a decidir marcharse sin decírselo a nadie?

—¿Qué insinúas, Rebecca? —preguntó Colette—. ¿Tú crees que la han obligado a marcharse?

—Cuando le pregunté sobre Joey Williams parecía asustada, de eso estoy segura. Quizá sea ésa la razón por la que se ha marchado. Si no, ¿por qué iba a actuar de una forma tan extraña?

—Pues no es la única que está actuando de forma extraña… —observó Marc.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Rebecca.

—¿Habéis visto cómo cambió Axford tras recibir la llamada telefónica de la policía? Cuando dije que alguien se la estaba jugando al Instituto, parecía muy interesado.

Y después de la llamada lo vi realmente asustado.

—¿Por qué iba a asustarse el general Axford de la policía? —preguntó Colette.

—Si es que era la policía la que estaba al otro lado de la línea…

—¡Claro que lo era! —dijo Rebecca, confiada—. ¿Quién podía ser si no?

—¡Bec, para ser una quinceañera razonablemente inteligente tienes la naturaleza más crédula con la que me he topado nunca!

—Eso es porque siempre busco lo mejor en cada uno, no como los cínicos sabelotodo como tú. ¿Por qué no iba a ser la policía? —repitió Rebecca.

—La llamada entró por la línea privada de Axford.

—¿Cómo sabes qué línea era? —preguntó Colette. A ella le parecía que todos los teléfonos del despacho del general eran iguales.

—Sé que Axford habló por el único teléfono que no está conectado a la centralita como los demás.

—¿Y qué te hace pensar eso? —Rebecca era consciente de que aquélla no era la respuesta completa.' Conocía a Marc desde hacía suficiente tiempo como para saber que estaba ocultando algo.

—Hace un par de semestres, Axford utilizó ese mismo teléfono para llamar a mis padres cuando mis notas bajaron —reconoció Marc un poco avergonzado—. Lo hizo directamente, sin pasar por centralita. Yo estaba en el despacho en ese momento, recibiendo un buen rapapolvo…

—Eso sí me lo creo —dijo Rebecca—. ¿Por qué yo no me habré dado cuenta de ello?

—¿No será porque Marc es el «cínico sabelotodo» que tiene una naturaleza desconfiada y tú no? —sugirió irónicamente Colette.

—¿Por qué iba a darle a la policía su línea directa, y no el número de la centralita? —preguntó Marc.

—A mí que me registren —dijo Rebecca.

—¡Pues yo lo voy a averiguar!

Entre tanto habían llegado a la entrada principal del edificio. Desde allí vieron a la policía y a los bomberos trabajando todavía en la estructura quemada del laboratorio de química. Liv Farrar estaba allí otra vez, haciendo fotos con su Canon para el periódico del colegio. Al ver a Marc le saludó desde lejos y luego siguió con su trabajo.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Colette.

Marc empezó a andar hacia el lateral del edificio administrativo.

—¡Créeme, más vale que no lo sepas! —contestó él mientras metía la mano en el bolsillo de su chaqueta de cuero y sacaba una llave para entregársela a Rebecca—. Nos veremos los tres en mi habitación dentro de quince minutos, ¿vale?

—Vale —suspiró resignadamente Rebecca cuantío él se hubo alejado y ya no podía oírla. Probablemente, Marc tenía razón. Más valía que ni ella ni Colette supiesen qué idea descabellada se le había metido en la cabeza,

Por el camino hacia la residencia de los chicos, Colette y Rebecca pasaron frente al lugar del incendio y se acercaron a la barrera que la policía había levantado alrededor de lo que quedaba de los laboratorios.

—No se puede pasar —les informó un policía.

—No se preocupe, oficial, no hemos venido a molestar —dijo Rebecca—. Sigan ustedes con su trabajo Sólo queríamos saber qué ha pasado, eso es todo.

—No sois las únicas en querer saberlo —comentó el policía—. Ni nosotros ni los bomberos hemos conseguido averiguar todavía qué es lo qué ha provocado este pequeño desastre.

—Yo creí que había sido un cortocircuito —dijo Colette.

—¿Un incendio de esta envergadura por un simple cortocircuito? —dijo el policía negando con la cabeza—. Ni hablar. Aunque dudo que el equipo forense pueda comprobarlo. El lugar ha quedado totalmente arrasado.

—Pero ¿no llamó hace un momento su equipo forense al general Axford? —preguntó Rebecca,

—Que yo sepa, no, señorita —respondió el policía, sorprendido—. Nuestra gente todavía está intentando averiguar qué fue lo que provocó el incendio. ¿Le pasa algo? Parece usted algo pálida.

—No. No pasa nada, oficial… —contestó Rebecca, y volvió la mirada hacia el edificio de administración. El presentimiento de Marc había resultado ser cierto.

Quienquiera que fuese el que había telefoneado al general Axford, desde luego no había sido la policía.

El Instituto
Jueves 11 de mayo, 15:10 h

Mientras Rebecca y Colette hablaban con el policía, Marc se había acercado a hurtadillas a la parte trasera del edificio de administración y, tras haberse asegurado de que no le veía nadie, se había metido en el despacho de Axford trepando por la ventana. 

Fue derecho a la mesa del general, levantó el auricular de su línea privada y después marcó un número de cuatro cifras. Cuando respondió la voz grabada, anotó el número y colgó.

Con los ojos fijos en la puerta del despacho, por si Axford o Eva volvían de repente, Marc marcó el número que había anotado. La conexión se estableció casi inmediatamente.

Frunció el ceño y después colgó el auricular.

Entonces reparó en que había un disco óptico flexible sobre la mesa de Eva, el mismo que les había confiscado el otro día. Lo cogió, lo metió en el lector del ordenador y abrió un fichero nuevo en la pantalla. Hizo avanzar el texto rápidamente mientras buscaba un disquete virgen en los cajones de la mesa.

Cuando acabó, apagó el ordenador, se aseguró de que todo quedaba en su sitio en el despacho y volvió a salir por la ventana.

Rebecca y Colette estaban esperando a Marc en su habitación, como habían convenido.

—Tenías razón, Marc —dijo Rebecca en cuanto le vio entrar—. Todavía no se sabe qué provocó el incendio. El general Axford nos mintió. No fue la policía la que le llamó.

—Ya lo sé —contestó Marc—. Llamé desde el teléfono de su despacho…

—¿Y?

—Y conseguí el número de la última llamada que había recibido.

—¿Y quién fue el que llamó al general? —preguntó Colette.

—Nadie.

—¿Qué quieres decir con nadie? —preguntó Rebecca—. Vimos a Axford hablando con alguien.

—Cuando establecí la comunicación, lo único que se oía desde el otro lado de la línea era un sonido parecido a un pitido.

—¿Un sonido parecido a un pitido?

—Sí, como el que hace el módem al conectarse con otro ordenador.

—¿Quieres decir que al general Axford le llamó un ordenador? —preguntó Colette, que apenas podía creer lo que estaba oyendo.

—No lo sé —reconoció Marc—. Pero algo le tras tornó e hizo que nos mintiera —añadió mientras sacaba de su bolsillo un disquete y se lo tendía a Rebecca.

—¿Qué es esto?

—Una copia de la lista de alumnos del Instituto.

—¿Y qué? —preguntó Rebecca frunciendo el entrecejo—. ¿Para qué nos sirve esto? —preguntó. No obstante, se acercó a la mesa de Marc, puso en marcha su ordeñador y metió el disquete en el lector.

—Conseguí echarle una rápida ojeada al fichero mientras estaba en el despacho de Axford —dijo Marc—. Busca los nombres que empiezan por «W».

Rebecca siguió sus instrucciones. No entendía muy bien qué era lo que Marc tenía en mente. Entonces vio la entrada que faltaba:

—Williams, Joseph. ¡Su nombre ha sido eliminado de la lista!    

—Sospechoso, ¿verdad? —dijo Marc—. La doctora Molloy se va del Instituto al preguntarle tú por ese chico. Y ahora han eliminado su nombre de la lista de alumnos como si nunca hubiese existido.

—Podría ser otra coincidencia —sugirió Rebecca, a pesar de que ya no estaba segura de nada.

—Claro que podría serlo —añadió Marc—. Igual que es una coincidencia que la fiesta de Beltane se celebre esta misma noche. Igual que es una coincidencia que cada vez que aparece una bola de fuego tus experimentos electromagnéticos se vayan al traste en el laboratorio de física. Eva parecía muy interesada en que no accediéramos al registro de alumnos. Quizá sabe algo de este asunto y no quiere que nos enteremos de que Joey Williams existe.

—Pero seguimos sin resolver el misterio de las bolita de fuego y del paradero de Joey —dijo Colette.

—Y tampoco sabemos quién quiere perjudicar al Instituto —añadió Rebecca.

—Lo que sí es cierto es que el patio parece ser el centro de una gran actividad paranormal —les recordó Marc.

—¿Y qué? —preguntó Rebecca—. La policía y los bomberos lo han examinado, y también los edificios cercanos, y no han encontrado nada. Ni siquiera una caja de cerillas usada.

—¡Ajá! Quizá no estuviesen buscando en el lugar adecuado.

—¿De qué estás hablando, Marc?

—El Instituto fue construido sobre el solar del antiguo convento de monjas.

—¡Ya estamos con la hermana Uriel otra vez! —protestó Rebecca, aunque Marc ignoró su sarcástico comentario.

—Creo que sé a qué se refiere Marc —dijo Colette—. ¿Recuerdas que os dije que supuestamente hay kilómetros de túneles secretos bajo el Instituto?

—¿Y creéis que vuestra maldita monja está ahí abajo, en los túneles embrujados, preparándose para su reaparición? —se burló Rebecca.

—Tanto si se trata de ella como si hay alguna otra cosa ahí abajo, merece la pena comprobarlo, ¿no crees?

—Te olvidas de algo —dijo Rebecca—. Incluso si existen esos túneles y no se han desmoronado después de tantos siglos, no tenemos ni idea de cómo entrar en ellos.

Colette les miró a ambos con superioridad.

—¡Sí que lo sabemos!

El proyecto
Jueves 11 de mayo, 15:39

—¡No sea estúpido! ¿Es que quiere matarnos a todos?

El tono ronco del Director Adjunto del Proyecto se podía oír incluso en el laboratorio del subterráneo donde Joey se encontraba todavía atado al banquillo. Hizo un esfuerzo por escuchar la conversación que se desarrollaba en el pasillo.

—El chico estaba trastornado y no pudo controlar el Fuego Mental —dijo la voz de Mascarilla Blanca, y por primera vez, Joey descubrió que había miedo en ella.

—¿Y eso le sorprende? ¡Su mente es un revoltijo de emociones adolescentes!

—Hay que tener en cuenta que ha perdido a su hermana y a su madre recientemente —replicó Mascarilla Blanca.

Joey se preguntó cómo es que en el Proyecto sabían tanto sobre él.

—Sí, y sabiendo el efecto que esos traumas han producido en el chico —continuó el Director Adjunto—, ¿por qué le contó usted lo de la muerte de…, cómo se llamaba aquella maldita enfermera?

—María —respondió Mascarilla Blanca.

—Enterarse de la muerte de María sólo podía trastornarle aún más. ¿Y todavía se pregunta usted por qué el Fuego Mental que crea es inestable? ¡Hoy casi mueren dos personas por su culpa!

—No creí que eso importara…

—Esas vidas no tienen valor alguno —declaró el Director Adjunto—. Pero se ha quemado totalmente otro edificio más. Estamos llamando demasiado la atención. Hasta el general es cada vez más difícil de controlar.

—¿Axford está dando problemas de nuevo? —preguntó Mascarilla Blanca, preocupado—. Creí que eso se había solucionado hace meses. Se supone que el accidente debía ponerle fuera de combate mientras creábamos nuestra base aquí.

—Ya me he ocupado de él. Un simple código subliminal enviado a través del teléfono, y dejó de hacer preguntas. Ya está bajo control otra vez.

—Entonces no hay por qué preocuparse.

—Se equivoca, profesor. El Proyecto le ha pagado una fortuna para que desarrollara el Fuego Mental. Queremos un arma tan potente como para destruir mil Hiroshimas de una sola vez y tan precisa como para arrancarle las patas a una mosca una por una. Y si usted no puede suministrar al Proyecto lo que éste le exige, entonces el Proyecto no dudará en eliminarle…

Capítulo undécimo

Cazando fantasmas

Fiveways
Jueves 11 de mayo, 19:13 h

—PAPÁ no ha mirado estos papeles desde hace años —dijo Colette mientras bajaba del desván una caja de cartón llena de polvo y empezaba a sacar cosas de ella—. Éstas son las viejas escrituras del terreno en el que estaba la abadía —añadió—. El padre Kimber estuvo preguntándole a mi madre sobre ellas hace unos días. Dijo que el mes que viene podía exponerlas en los festejos de la iglesia para inculcar a la comunidad un poco de historia local.

—¡Qué raro! —dijo Rebecca—. El padre Kimber sólo lleva aquí un par de meses, y nunca pensé que la historia le interesara tanto…

—Supongo que será una de sus aficiones —dijo Marc—. Parecía muy interesado en la disposición de las viejas iglesias y los lugares sagrados de la zona cuando estuvimos con él en el campanario de Saint Michael.

—Pero no sabía nada de la Disolución de los Monasterios —observó Colette mientras revolvía entre los papeles—. Para mí que un párroco debería saber que Enrique VIII fue el responsable de ello.

Por fin encontró lo que estaba buscando y le entregó unos pergaminos a Rebecca, quien, tras estudiarlos brevemente, se disculpó diciendo que no sabía latín.

Entonces Colette le pasó a Marc un pergamino con aspecto frágil que había sido doblado varias veces.

—¿Es esto lo que buscabas? —preguntó.

Marc desdobló el papel con sumo cuidado y lo colocó sobre la mesa.

—¡El plano del antiguo convento! —exclamó—. Debe de llevar siglos en poder de tu familia.

—Eso es imposible —se burló Rebecca—. Sin la protección adecuada, un manuscrito tan antiguo se habría deshecho totalmente.

—Lo más probable es que se trate de la copia de una copia… —señaló Colette.

BOOK: Fuego mental
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