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Authors: Mathew Stone

Tags: #Juvenil, Ciencia ficción

Fuego mental (13 page)

BOOK: Fuego mental
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Les mostró algunos de los detalles topográficos que se incluían en el plano. A pesar de que habían transcurrido cientos de años desde que el convento estuvo en aquel lugar, todavía podían reconocerse algunas características del terreno: un bosquecillo de tejos aquí, un estanque Allá…

—¿Qué es eso? —preguntó Rebecca mientras señalaba en el mapa una fina línea azul que serpenteaba desde el estanque hasta los claustros que se encontraban en el centro del convento.

—Será un riachuelo —sugirió Colette.

—Bueno, eso demuestra que el plano está equivocado —dijo Rebecca—. En ese lugar no hay ningún riachuelo.

—Bec, el original era antiquísimo —aclaró Marc—. El riachuelo probablemente siga fluyendo en algún lugar bajo tierra.

—¿Tienes alguna prueba que lo demuestre?

—¿Desde cuándo necesito pruebas? —contestó Marc haciendo una mueca—. Bueno…, en realidad no tengo ninguna… todavía —y volviéndose hacia Colette le preguntó—: ¿Tienes el programa PhotoShop
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y un escáner?

—El programa ¿qué…? —preguntó Colette, perpleja—. Papá tiene un ordenador en su estudio, si te sirve de algo. Lo utiliza para todos sus asuntos relacionados con CompuDisk.

Marc disimuló una sonrisa. Había olvidado que Colette no estaba muy al día en lo que a tecnologías modernas se refiere.

—No importa —dijo—. Seguro que Liv Farrar tiene el PhotoShop y un escáner en la residencia de las chicas. Lo utiliza para editar el periódico del colegio.

—¿Y para qué los quieres?

—Son prácticamente indispensables… —contestó Marc—, ¡sobre todo cuando uno va a la caza de fantasmas!

Ya sólo faltaban unas horas para que la hermana Uriel hiciese su aparición. Hasta Rebecca, que era más bien escéptica, tuvo que reconocer que el espíritu de la monja había escogido el mejor momento para manifestarse. El tiempo primaveral estaba empeorando y se acercaba una tormenta.

Subieron al cuarto de Marc, en el tercer piso. Para entonces, el cielo ya estaba lleno de nubarrones.

Colette miró por la ventana y vio un relámpago que fue a dar justo en la aguja de la iglesia de Saint Michael.

—Espero que el padre Kimber se encuentre bien… —dijo—. Si está en el campanario con su telescopio, quién sabe lo que le puede ocurrir.

—Es el principio de la venganza de Uriel —dijo Marc medio en broma mientras tecleaba en su Macintosh—. Seguro que la tiene tomada con el viejo Kimber. ¡Probablemente querrá asegurarse de que no va a practicar ningún exorcismo!

—¿Tú crees? —preguntó Colette, no muy segura de si Marc le estaba tomando el pelo o no.

—No le hagas ni caso, Colette —se rió Rebecca—. Lo que ocurre es que el relámpago se ve atraído por el pararrayos de la aguja de la iglesia. De esa forma es conducido a la tierra sin causar daño alguno.

—¡Contigo no hay quien se divierta, Bec! —dijo Marc mientras les hacía señas para que se acercaran al ordenador. Una imagen había aparecido en pantalla.

—Es el plano del Instituto —dijo Rebecca.

—Exactamente —confirmó Marc—. He utilizado el ordenador de Liv para escanear y copiar el mapa que nos dieron en el folleto del colegio.

—Te has pasado mucho tiempo en su cuarto —observó Colette ingenuamente—. No entiendo por qué Rebecca y yo tuvimos que esperar fuera.

—Eh…, es que su ordenador se quedó colgado y tuvimos problemas para arrancarlo —respondió Marc apresuradamente.

—¡Ya! —dijo Rebecca.

Marc indicó en el mapa los edificios principales, el de administración y los lugares donde se encontraban el laboratorio de química y la cocina antes de los incendios.

—Ahora mirad esto.

Abrió otro fichero y recuperó la copia que había hecho del viejo plano del convento. Entonces superpuso los dos mapas y señaló con el dedo en la pantalla:

—¿Veis?, ése es el curso del riachuelo. Va derecho a los claustros de la antigua abadía.

—¿Y qué?

—Usa los ojos, Bec —dijo Marc—. El patio está construido exactamente encima de los claustros, el lugar en el que rezaba Uriel ¡y probablemente en el que fue emparedada y abandonada a su suerte!

A pesar de su escepticismo, Rebecca sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—Eso no prueba nada —replicó—. Y, desde luego, tampoco prueba que una parte del viejo convento esté bajo tierra.

—No, pero podemos averiguarlo —dijo Marc mientras indicaba un pequeño círculo en el mapa del Instituto.

—¿Qué es eso?

—Es el viejo pozo —contestó él.

Rebecca recordó entonces haberle oído decir a alguien que ese pozo había sido cegado con tablas hacía años porque los niños del pueblo solían utilizarlo como escondite, y miró a Marc con ojos como platos al darse cuenta de lo que estaba pensando hacer. ¡De todos sus planes descabellados, ése se llevaba la palma!

—¿No estarás hablando en serio? —preguntó.

—Claro que sí —contestó él con la misma tranquilidad que si estuviese planeando pasar el día en la playa—. Si consigo meterme en el pozo, entonces podré comprobar si lleva a los túneles que, según Colette, existen allá abajo.

—Yo sólo he dicho que
algunos piensan
que había túneles —le corrigió Colette.

—Es demasiado peligroso, Marc —protestó Rebecca—. Si de verdad hay túneles allá abajo, podrían derrumbarse en cualquier momento. Si…

—Si, si, si… —se burló Marc—. Si no bajo al pozo, nunca sabremos si todo esto se debe a algún tipo de fuerza extraña o no. Si no bajo al pozo, quizá nunca sepamos qué le ha ocurrido a Joey Williams —y por fin añadió—: Anda, Bec, siempre me estás repitiendo que no hago más que decir tonterías. ¡Dame la oportunidad de demostrarte que tienes razón!

—No puedes hacerlo, Marc —dijo Colette—. Es muy arriesgado.

—No te estoy pidiendo que vengas conmigo.

—Pero…

—Eres demasiado joven —dijo Marc.

Aquella afirmación hizo que Colette se pusiera hecha una furia, pero antes de que pudiese decir nada, Rebecca preguntó:

—¿No te olvidas de algo, Marc?

—¿De qué?

—Como casi siempre, estás actuando de forma impulsiva y no has sopesado bien las cosas. ¿Cómo vamos a… ?


¿Vamos?

—Alguien tiene que cuidar de ti, ¿no? —dijo Rebecca—. ¿Cómo vamos a burlar las cámaras de seguridad?

—¿Qué cámaras? —preguntó Colette—. Yo no he visto ninguna.

—Eva mandó colocarlas alrededor de la parte principal del Instituto hace unos meses —explicó Marc—. Tú deberías saberlo, Colette, porque fue la empresa de tu padre la que instaló el sistema.

—Papá nunca me cuenta nada —dijo Colette con tristeza—. Además, ¿para qué querría Eva colocar un sistema de seguridad sólo en una parte del Instituto?

—Cualquiera sabe por qué Eva hace las cosas que hace —comentó a su vez Marc—. Tiene sus propias prioridades… Lo que sí sabemos es que el sistema de seguridad se activa todas las noches.

—Entonces, ¿por qué no bajas al pozo durante el día? —preguntó Colette, que seguía sin entender cuál era el problema.

—¿Y que nos pille Eva? —dijo Marc—. No, tenemos que hacerlo de noche. Pero ¿cómo desactivamos el sistema de seguridad?

—Sería fácil si supiéramos el código de acceso —dijo Rebecca mientras miraba fijamente hacia el módem que se encontraba junto al ordenador de Marc. Y, volviéndose hacia Colette, añadió—: Colette, tienes que irte a casa.

—Ya no soy una niña, ¿sabes? Si vais a ir en busca de Uriel y Joey, quiero ayudaros.

—Y nos ayudarás yéndote a casa —le dijo Rebecca—. Éste es mi plan.

El Instituto
Jueves 11 de mayo, 22:25 b

—Gracias de todas formas, Colette —dijo Rebecca, decepcionada, antes de colgar el auricular para volver al cuarto de Marc, quien la miró expectante.

—¿Ha habido suerte? —preguntó.

—Éste es el número del módem del padre de Colette. Pero dice que no conoce la contraseña —respondió Rebecca mientras le tendía un trozo de papel.

—Entonces ese número no nos sirve para nada. Necesitamos saber la contraseña para poder entrar en su ordenador y encontrar los códigos de acceso del sistema de seguridad del Instituto —dijo Marc.

No obstante, introdujo el número en su propio ordenador. El módem soltó un pitido antes de establecer la conexión con el ordenador del señor Russell, que Colette había puesto en marcha como le había pedido Rebecca.

La frase «POR FAVOR, INTRODUZCA LA CONTRASEÑA» apareció en la pantalla.

—Tiene que ser una palabra importante para él y que sea fácil de recordar —dijo Rebecca, y le sugirió a

Marc varias posibilidades: el nombre de la casa de los Russell, la marca de algunos de los productos de CompuDisk…

Todas y cada una de las tentativas fueron seguidas de las palabras «ACCESO DENEGADO».

—Tu idea es buena, Bec —dijo Marc recostándose la silla mientras lanzaba un suspiren—. Lo malo es que hay millones de posibilidades.

En un arranque de desesperación, tecleó la palabra «URIEL». El acceso fue denegado otra vez.

—Te sorprendería cuántas personas usan el nombre de un ser querido como contraseña —dijo Rebecca a la vez que se inclinaba para teclear una palabra.

«ACCESO CONCEDIDO.»

—¡Bien hecho, Bec! —vitoreó Marc—. ¿Qué nombre era?

Rebecca sonrió y apuntó hacia la pantalla:

«COLETTE.»

—Bueno, bueno, bueno… —sonrió Marc—¡Al parecer, papá sí que quiere a su hijita después de todo!

Fiveways
Jueves 11 de mayo, 22:33 h

Colette miró por la ventana de su dormitorio hacia La iglesia de Saint Michael. Los relámpagos iluminaban el firmamento al descender sobre el pararrayos del tejado.

Colette se estremeció. No conseguía olvidar a Joey. Sentía cómo un intenso latido palpitaba en su cabeza, como si él estuviera intentando comunicarse de nuevo.

Había una especie de vínculo paranormal entre ellos, de eso estaba segura. Pero ¿por qué no conseguía comunicarse con él como Joey lo hacía con ella? Contrariada, se dio un puñetazo en la palma de la mano.

No sólo estaba preocupada por Joey, sino también por Marc y Rebecca. Si encontraban los túneles ocultos, quizá se encontraran con Uriel… El padre Kimber les había advertido de que la venganza de aquella legendaria monja sería terrible si persistían en inmiscuirse en cosas de las que no sabían nada. ¿Estarían Marc y Rebecca en peligro?

Por fin, Colette tomó una decisión. Tenía que ir en busca de ayuda.

Pero ¿a quién podía dirigirse? Su padre estaba otra vez de viaje de negocios en Estados Unidos, su madre estaba en otra de sus reuniones benéficas y, desde luego, la señorita Kerr no iba a creer sus historias de espíritus vengadores.

Sólo había una persona en todo Brentmouth que la tomaría en serio.

Colette se puso el abrigo y se dirigió a la iglesia de Saint Michael. El padre Kimber sabría qué hacer, estaba segura de ello.

Iglesia de Saint Michael
Jueves 11 de mayo, 23:14 h

—¡Creí que os había dicho que no provocaseis a las fuerzas ocultas!

El padre Kimber había explotado de furia cuando Colette le informó de la expedición de Marc y Rebecca a la caza de fantasmas. Lo encontró en una pequeña habitación pegada a la nave principal de la iglesia. Estaba enfrascado en unos viejos mapas, estudiando un diagrama dibujado sobre un gran trozo de papel. Cuando ella entró en la habitación, el párroco había ocultado precipitadamente su trabajo.

—Pero es que ya no están interesados sólo en Uriel —dijo Colette—. También les preocupa Joey.

—¿Joey?

—Es un chico que debía haber llegado al Instituto, pero fue secuestrado.

—Un chico joven… —dijo el padre Kimber hablando casi para sí mismo mientras se acariciaba la barbilla, pensativo—. Sí… Después de todo, les hará falta un niño… La mente de un adulto no podría ser tan sensible a las fuerzas de la Tierra….

—¿Padre, de qué está hablando?

—No debéis interferir en los poderes del mal —el padre Kimber miró fijamente a Colette con ojos de acero—. Dejad en paz a Uriel.

—¿Entonces Marc y Rebecca corren peligro allá abajo, en los túneles?

—¿Qué túneles? —exigió Kimber mientras agarraba a Colette fuertemente por un brazo.

—Los túneles del antiguo convento —respondió ella, asustada—. Marc dijo que tal vez pudiera acceder a ellos bajando por un pozo del jardín del Instituto.

—¿Todavía existen?

—No estamos seguros —dijo Colette—. Por favor, suélteme el brazo… Me está haciendo daño.

El padre Kimber se disculpó por su brusquedad.

—La antigua abadía… —murmuró para sí mismo—. Sí, podrían estar allí.

Descubrió los mapas y diagramas sobre los que había estado trabajando y empezó a estudiarlos con detenimiento, sin importarle ya la presencia de Colette.

—¿Qué está usted estudiando, padre? —preguntó ella.

—Nada que deba preocuparte, hija mía —respondió, y siguió examinándolos. De pronto, empezó a reír entre dientes—. ¿Cómo he podido ser tan tonto? ¡Y tan cerca del Instituto!

—No entiendo nada —dijo Colette al ver cómo el padre Kimber doblaba aquellos papeles y se levantaba resueltamente.

—Ven conmigo, hija mía —dijo—. Tienes que mostrarme dónde está ese pozo que lleva a los túneles. Ha llegado el momento de enfrentarse a las fuerzas del mal.

—¿Se refiere usted a la hermana Uriel?

—En cierto modo… —contestó él mientras emprendía el camino hacia la nave principal de la iglesia—. Colette, espérame aquí fuera —dijo—. Para poder superar esta prueba debo prepararme antes.

—Lo comprendo, padre —dijo Colette, y dejó que el párroco se retirara supuestamente a rezar en soledad.

Pero el padre Kimber no se arrodilló frente al altar para orar como ella había supuesto. Lo que hizo fue sacar una llave de su bolsillo para abrir el tabernáculo de la parte trasera del altar, donde escondía un revólver cargado. Lo sacó rápidamente y procedió a ocultarlo en el bolsillo de su abrigo antes de salir a encontrarse con Colette.

Capítulo duodécimo

Uriel

El Instituto
Jueves 11 de mayo, 23:15 h

—DEBO de estar loca para estar aquí ayudándote, Marc Price —dijo Rebecca mientras contemplaba el viejo pozo cegado con tablas y medio oculto en un bosquecillo pegado al muro del Instituto.

La tormenta estalló por fin y empezó a llover a cántaros.

—No, no estás loca. Tú quieres saber lo que está detrás de todo esto tanto como yo. Por eso estás aquí.

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