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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (36 page)

BOOK: Hablaré cuando esté muerto
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—Soy una persona adulta. ¿Qué podemos hacer para ayudarle? —preguntó Maria dejándose caer en la silla situada frente a Rebecka. No pensaba dejarlo en la estacada antes de asegurarse de que se estaba haciendo todo lo posible por él.

—Lo han tratado con electroshock.

—¿Electroshock? —repitió Maria, atónita—. ¿Por qué?

—Los fármacos no servían de nada. La terapia por electroshock es lo único que le ayuda. Ahora se siente mejor. Veo que no me crees, pero en los últimos meses no ha salido de la cama. Ni siquiera hablaba conmigo. No quería vivir —dijo Rebecka; su voz se redujo a un susurro—. Salió vivo del tiroteo casi de milagro. Debería estar exultante por seguir vivo, pero lo único que quiere es morirse. Es realmente una paradoja.

—¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué podemos hacer?

—Como comprenderás, lo hemos intentado todo. Bueno, casi todo. Hay un fantástico médico y terapeuta experto en depresiones graves. Practica la estimulación profunda mediante electrodos, un método bastante efectivo pero costoso. Demasiado caro para la sanidad pública.

—¿Puede ser algo demasiado caro cuando se trata de salvar la vida de alguien? ¿Cómo es posible siquiera hablar de dinero en esas circunstancias? —se indignó Maria; una sensación de impotencia y cólera le corría por las venas.

—Solo hay una caja. Cuando se rebajaban los impuestos, hay menos dinero para aquellos que realmente lo necesitan. Han abierto un nuevo centro de spa y rehabilitación, Björkóbrunn, en la localidad de Björkó, en el lago Málaren. Ese terapeuta, Philip Murman, trabaja allí a tiempo completo. El centro está atendido por médicos las veinticuatro horas del día. Es el mejor entorno para relajarse. La única pega es que cuesta treinta mil coronas a la semana.

—¡Me tomas el pelo!

—Per necesitaría pasar dos meses allí, pero no podría pagarlo ni aunque vendiéramos la casa. El precio de la vivienda ha bajado, así que si vendiéramos ahora solo podríamos liquidar la hipoteca.

—¿Crees de verdad que Philip Murman podría ayudarle?

Maria estaba dispuesta a sacrificarlo todo con tal de que Per se recuperara, o al menos que se sintiera mejor, aunque conseguir ayuda implicara un esfuerzo sobrehumano. La necesidad carece de ley.

—No puedo garantizar nada, claro, pero no sé de nadie más competente. Per ha probado todo lo que conocemos y nada le ayuda.

—Puedo hipotecar mi casa. Cooperemos a partes iguales —dijo Maña sin dudarlo un instante.

—Por desgracia, yo no dispongo de ese dinero. Antes de que dispararan a Per, había decidido divorciarme. No quiero sacrificar todo lo que tengo en esto. Perdóname, pero acabo de invertir en una nueva vida, con otro hombre.

—¿Cómo puedes ser tan mezquinamente materialista? ¿Y si es su única posibilidad de sobrevivir? ¡Es el padre de tus hijos!

—Las probabilidades son pocas. Además, ya he sacrificado bastante. ¿Cuánto crees que he trabajado estos meses que ha estado ingresado en el hospital?

—Yo podía haber colaborado.

Le costaba aceptar la fría determinación de Rebecka. Era imposible que hablara en serio. Dejarlo en el estado en que se hallaba cuando había una posibilidad de curación… Además, si sufría una depresión profunda existía el riesgo de que intentara quitarse la vida.

—Per no quería que nadie se inmiscuyera en esto. Se avergüenza de que le hayan diagnosticado un cuadro psiquiátrico. Mañana lo trasladarán a la unidad de psiquiatría. He intentado hacerle entender que eso puede ocurrirle a cualquiera, pero no ha servido de nada. Como ya te he dicho, él quería evitarte todo esto. Tampoco aceptaría que sacrificaras todo lo que tienes. Ahora bien, yo deseaba darte la oportunidad de que lo decidieras por ti misma después de que vieras cómo están las cosas.

—Entonces, contabas con que vendría y estaría dispuesta a pagar…

—Para serte sincera, sí. Tú le amas —repuso Rebecka al tiempo que cogía una carpeta del escritorio y sacaba un prospecto gris y verde de sobrio diseño—. Léelo y luego llámame para que te ayude con los contactos y demás.

—Hablaré con el banco esta misma tarde para ver cuánto me pueden prestar —dijo Maria, temblorosa, imaginando la suma que eso podía suponer—. ¿No puede recibir ninguna ayuda de la sanidad pública? ¿Algún tipo de subvención?

—No para adquirir un servicio externo de este tipo. Per está en lista de espera para el psicólogo del servicio municipal de salud, pero la lista es larga. También he estudiado todas las opciones de indemnización. El problema es que no puede cobrar hasta que no se determine el grado de invalidez. Además, resulta más difícil sacar algo por daños psíquicos que por lesiones físicas, que pueden certificarse mediante radiografías. Lo que él necesita ahora es dinero.

—¿Cuántas personas mueren en lista de espera? —preguntó Maria sin poder contenerse—. ¿Cuántos fallecimientos se calculan a la hora de elaborar el presupuesto?

Me estoy convirtiendo en una bruja, pensó para sus adentros. Y esto solo es el comienzo.

42

Tras su encuentro con Rebecka, Maria fue a la unidad de cuidados intensivos, donde se hallaba Lennart Björk. Adivinó su cara y se detuvo; tenía un vendaje alrededor de la cabeza y ambas piernas alzadas. Una enfermera le ayudaba a beber agua con una pajita. El vaso de plástico le temblaba en las manos y le costaba levantar la cabeza. Maria se dirigió a la sala de enfermeras para informarse sobre su estado. Resultaba esencial interrogarlo lo antes posible. La enfermera se mostró dubitativa. Precisaba el consentimiento del jefe de servicio. Debía aguardar a que este finalizara su ronda, así que fue a sentarse a la sala de esper… Sobre la mesa había varias revistas, cogió una revista mensual en papel satinado y la hojeó distraídamente. En la doble página central encontró un rostro conocido: una bellísima y sonriente Mirja Fredlund posaba bajo un frondoso árbol con el lago Malaren al fondo. En sus manos sostenía, orgullosa, unos planos. «Björkóbrunn, una visión hecha realidad», rezaba el titular. El centro terminó de construirse en enero de ese año. La Dirección del Patrimonio Nacional había sacado a contrata Birka, en Björkó, y Hovgard, en Adelsó, en el lago Malaren. La contrata, durante treinta años, abarcaba tanto la parte pública como la gestión y el mantenimiento de las ruinas y los edificios. El contratista debía contar con los recursos y la preparación técnica necesarios para desarrollar el centro turístico.

Maria siguió leyendo: «“Yo apuesto por la calidad”, afirma Mirja Fredlund, directora gerente y copropietaria de Bjorkóbrunn. “Birka recibe actualmente unos cuarenta y cinco mil visitantes al año. En lugar de ampliar la afluencia, lo que pretendemos es brindar a cada visitante una experiencia única. El fantástico entorno natural y los elementos históricos serán ingredientes fundamentales en la terapia destinada a proporcionar la curación y el bienestar dentro del Centro de Spa de Bjorkóbrunn y Hovgárd. Todos, enfermos y sanos, deben sentirse bien recibidos y tener la seguridad de que están en manos de profesionales. Podemos ofrecer innumerables restaurantes, un deslumbrante centro comercial con productos de calidad, objetos artesanales y de lujo, con vendedores ataviados al estilo del siglo X, aunque con precios algo diferentes”, añade riendo. “Aparte de bañarte en el Malaren, podrás disfrutar de piscinas interiores y al aire libre, con hierbas aromáticas y masajes vigorizantes.”»

«¿Significa eso que se cerrarán las islas al ciudadano de a pie?», preguntaba el periodista a continuación. «Tratándose de un centro de lujo, difícilmente podrá permitírselo el ciudadano medio…» Maria pasó ávidamente la página para leer la continuación.

«En absoluto, si bien es cierto que hemos incrementado ligeramente el precio. El servicio se corresponde con la contraprestación económica, y nosotros solo nos conformamos con lo mejor para nuestros clientes. Este lugar es Patrimonio de la Humanidad y pretendemos gestionarlo de la mejor manera posible. Birka ha sido desde tiempos inmemoriales un puesto comercial donde la gente ha intercambiado productos y servicios. Y queremos mantener viva esa tradición. Deseamos que acudan muchos clientes extranjeros con valiosas divisas. El hecho de ser Patrimonio de la Humanidad constituye el argumento principal de nuestra campaña de marketing. Seguirá habiendo visitas guiadas, como en el pasado, pero con una concepción ligeramente más exclusiva, donde el visitante podrá sentirse parte de la historia. Mirja Fredlund sonríe de forma críptica, pero por el momento no está dispuesta a desvelarnos más».

Maria cerró la revista y sintió una mano en su hombro.

—Creo que me andaba buscando. —El jefe de servicio le estrechó la mano y la saludó—. Vayamos a ver a Lennart Björk.

—¿Qué puede decirme de sus lesiones? —preguntó Mana; guardó disimuladamente la revista en su bolso mientras el facultativo saludaba a un colega.

—No se puede atribuir todo a la caída por las escaleras. El fotógrafo del hospital le ha tomado unas cuantas fotografías. Podemos enviar copias a la policía.

—¿Qué ha dicho? ¿Ha podido contarles qué pasó?

El jefe de servicio negó con la cabeza. Entraron en la sala y Maria se acomodó en una silla junto al cabecero de la cama. Lennart Björk abrió los ojos. Para alivio de Maria, Lennart parecía lúcido y la reconoció de inmediato.

—La policía —constató Lennart.

—Efectivamente. ¿Cómo se encuentra? —preguntó Maria observando el paisaje de cables, tubos y aparatos que no tenía ni idea de lo que medían.

—He estado mejor en otras ocasiones. Me dieron una paliza, perdí el conocimiento y luego, por lo visto, me tiraron por la escalera a patadas. De eso no me acuerdo. Tuve suerte, podía haberme partido el cuello; aunque, evidentemente, algo magullado sí que estoy. No a todo el mundo lo mandan a la UCI: las dos piernas rotas y una conmoción cerebral de muy señor mío. Con solo mover la cabeza me mareo.

—¿Reconoció al que se lo hizo?

—Frida Norrby. Seguro que usted piensa que estoy delirando, pero Frida estaba fuera de sí.

—Desde luego, parece extraño. —Maria trató de visualizar la escena. Frida, una anciana bajita y frágil, aunque nervuda, ataca a un tipo fuerte de cincuenta y cinco años y consigue tirarlo a patadas por una escalera…—. ¿Está seguro de que se hallaba sola?

—Se me acercó amenazante, yo extendí los brazos para apartarla de mí. Es bajita y creo que la agarré por el cuello. Entonces se puso a gritar.

—¿Recuerda qué gritaba? —preguntó Maria conteniendo la respiración a la espera de la respuesta.

—«Ayúdame, Jakob» o algo por el estilo. Luego no recuerdo más que el dolor y que me desplomé, creo que protegiéndome la cabeza.

—¿Es posible que dijera «Joakim»?

—Sí, es posible —repuso Lennart, pensativo, mientras trataba de cambiar de posición sin poder evitar una mueca.

—¿Qué tal se encuentra ahora? ¿Todavía le duele mucho?

—Me inyectan calmantes. Si no, no lo soportaría.

Maria lo comprendía perfectamente.

—Encontramos un papel en su casa, en la mesa del vestíbulo de la planta de arriba. Se trata de la copia de una inscripción: «VNI EPS». ¿Le dice algo?

—Lo llevó Frida. No son más que locuras. Fantasías. Revuelve las cosas y llega a sus propias conclusiones, que no se sustentan con evidencia histórica alguna. Helge, su marido, era igual. Perdió el juicio con todas esas disquisiciones. Estoy seguro de que ese dibujo al carboncillo lo realizó él mismo durante una noche en vela y luego lo dejó en su caja de seguridad del banco.

—¿Por qué piensa que lo guardaba en una caja de seguridad? ¿Se lo dijo él? ¿Sabía usted que existía esa caja?

—Lo he dicho por decir.

—Ingrid cuidaba de Frida, debió de oírle hablar con frecuencia sobre el tema; Camilla Ekstróm era su vecina más próxima, también pudo haber visto y oído bastantes cosas. Ahora ambas están muertas. ¿Qué piensa al respecto?

—Creo que Frida es la loca que ha acabado con ellas, sola o con la ayuda de ese tal Joakim. Hace tiempo que deberían haberla internado. Resulta peligroso que personas tan enfermas vivan en las mismas zonas que la gente normal. Puede parecer humano, pero ¿es así verdaderamente… cuando los dejas solos con sus propios demonios?

—¿Qué pasaría si Helge realmente hubiera encontrado la tumba de Unni aquí en Gocia?

—No lo hizo, y no eran más que chifladuras. Levantaba bastante el codo y, cuando le daba por ahí, Frida no permitía que se quedara en casa. Entonces se iba a pasar la noche en mi caseta o en el granero de Signe en Móllebos. Ahí fue probablemente donde pilló la neumonía que acabó con su vida.

Maria asentía con la cabeza, pensativa, a la espera de que Lennart prosiguiera su digresión. Recordaba vagamente que Helge había fallecido a causa de una micosis por aspergülusjlavus, conocida también como «enfermedad de las momias». Erika había mencionado que se trataba de una dolencia sumamente rara. Quien la contrae, o tiene las defensas muy bajas o se ha expuesto sobremanera, aspirando, por ejemplo, polvo procedente de cadáveres dentro de una sala mortuoria. Maria repitió entonces su pregunta.

—Pero pongámonos en ese caso. Si Helge hubiera encontrado la tumba del obispo, ¿cuáles serían las implicaciones?

—Creo que carezco de los conocimientos suficientes para pronunciarme sobre este tema. Soy un simple sacristán que hace horas extra como taxista. En las universidades hay expertos que podrán darle una respuesta. —Cerró los ojos para darle a entender que no podía hablar más—. Me duele, necesito una inyección ahora mismo. Por favor, avise a la enfermera.

Maria hizo lo que le había pedido y un minuto más tarde Lennart dormía profundamente. Decidió ir directamente a Roma para hablar con Gunnar Fredlund, pero antes avisó de ello al oficial de guardia.

Una intensa lluvia caía sobre el asfalto cuando Maria abandonó la ciudad en su coche. El cielo, grisáceo y plomizo, se abatía como la lona de una carpa sobre la antena de Follingbo. A través del parabrisas podía oír los graznidos de las gaviotas en su vuelo bajo y circular sobre tierra firme en busca de comida. Pensaba en Per. Le afligía terriblemente que no se hubiera abierto a ella, pero si había una posibilidad de ayudarle, ni que fuera solo una, no lo dejaría solo en el infierno en que se hallaba. Rebecka le había mostrado una alternativa, una oportunidad para sacarle tal vez del reino de los muertos y recuperar al hombre que era antes de que le dispararan.

Björkóbrunn, una lujosa clínica privada para aquellos que pudieran permitírselo. Maria intentó recordar todo lo que había leído en el artículo de la revista y en el folleto. Brindaba la posibilidad de vivir allí si necesitabas que te cuidaran al llegar a la vejez. Una modalidad de residencia asistida altamente exclusiva que congregaba a los principales expertos del país. En el folleto se especificaba su oferta de recuperación mental y tratamiento contra las depresiones por agotamiento y estrés postraumático. Mirja Fredlund podía ser la clave para la nueva vida de Per. La idea resultaba apabullante. Eran amigas, o por lo menos conocidas. Maria podría suplicarle que le concediera prioridad y hacerle entender la importancia de que Per recibiera ayuda, que la vida de él dependía de eso. «Cuanto antes lo ayuden, más posibilidades tendrá», había dicho Rebecka. La oportunidad se había presentado como caída del cielo. Puesto que de todos modos tenía que conversar con Gunnar Fredlund sobre el obispo Unni, podía aprovechar para hablar con Mirja acerca de una oportunidad para Per lo más pronto posible. Sin embargo, no podía evitar sentir remordimientos. ¿No era eso aprovecharse de su condición de policía para obtener ventajas? Apartó esa idea de su cabeza. De hecho, Mirja no era sospechosa de nada, incluso le habían atacado delante de sus narices. De Gunnar tampoco se sospechaba, simplemente iba a consultarle como experto en historia. Así que si mencionaba de pasada el asunto, su necesidad más acuciante, no pasaría nada. De ello dependía la vida de Per.

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