Harry Potter. La colección completa (298 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Lo bueno de crecer con Fred y George es que acabas pensando que cualquier cosa es posible si tienes suficiente coraje —dijo Ginny con aire pensativo.

Harry la miró. Quizá fuera el efecto del chocolate (Lupin siempre le había aconsejado que comiera un poco tras un encuentro con
dementores
), o sencillamente porque, por fin, había expresado en voz alta el deseo que llevaba una semana entera ardiendo en su interior, pero de pronto se sintió más animado.


PERO ¿QUÉ ESTÁIS HACIENDO?

—¡Vaya! —susurró Ginny, y se puso en pie de un brinco—. Se me había olvidado…

La señora Pince se abalanzó sobre ellos con su arrugado rostro desfigurado por la ira.

—¡Chocolate en la biblioteca! —gritó—. ¡Fuera! ¡Fuera!
¡FUERA!

Y, agitando la varita, hizo que los libros, la mochila y el tintero de Harry los siguieran a él y a Ginny hasta la puerta de la biblioteca, y que por el camino los golpearan varias veces en la cabeza.

···

Para subrayar la importancia de los próximos exámenes, una serie de folletos, prospectos y anuncios relacionados con varias carreras mágicas aparecieron encima de las mesas de la torre de Gryffindor poco después de que las vacaciones finalizasen, y en el tablón de anuncios colgaron un letrero que decía:

ORIENTACIÓN ACADÉMICA

Todos los alumnos de quinto curso tendrán, durante la primera semana del trimestre de verano, una breve entrevista con el jefe de su casa para hablar de las futuras carreras. Las fechas y las horas de las entrevistas individuales se indican a continuación.

Harry revisó la lista y vio que la profesora McGonagall lo esperaba en su despacho el lunes a las dos y media, lo cual significaba que se saltaría casi toda la clase de Adivinación. Harry y los otros alumnos de quinto habían pasado una parte considerable del último fin de semana de las vacaciones de Pascua leyendo la información sobre diferentes carreras que habían dejado en la torre para que los alumnos la examinaran.

—Bueno, la Sanación no me atrae —comentó Ron la última noche de las vacaciones. Estaba enfrascado en la lectura de un folleto en cuya portada se veía el emblema del hueso y la varita cruzados de San Mungo—. Aquí pone que necesitas como mínimo una «S» en los
TIMOS
de Pociones, Herbología, Transformaciones, Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras. No son exigentes ni nada, ¿eh?

—Bueno, ten en cuenta que es una profesión de mucha responsabilidad —observó Hermione, que estudiaba minuciosamente un folleto de color naranja titulado:
«¿CREES QUE TE GUSTARÍA TRABAJAR EN RELACIONES CON LOS MUGGLES?»
—. Para especializarte en relaciones con los
muggles
no es necesario estar muy bien cualificado; sólo te piden un
TIMO
de Estudios
Muggles
. Mira lo que dice aquí: «¡Son mucho más importantes tu entusiasmo, tu paciencia y tu sentido del humor!»

—Te aseguro que para relacionarse con mi tío hay que tener algo más que sentido del humor —intervino Harry con desánimo—. Un buen sentido del escondite, por ejemplo. —Estaba leyendo un folleto sobre la banca mágica—. Escuchad esto: «¿Buscas una carrera interesante que implique viajes, aventuras y sustanciosas bonificaciones en metálico relacionadas con experiencias peligrosas? Pues plantéate si quieres trabajar para Gringotts, el Banco Mágico, que recluta a rompedores de maldiciones y les ofrece emocionantes oportunidades en el extranjero.» Pero piden Aritmancia; ¡tú podrías hacerlo, Hermione!

—No me interesa mucho la banca —repuso ella con vaguedad, pues estaba leyendo otro folleto titulado:
«¿TIENES LO QUE HAY QUE TENER PARA ENTRENAR A TROLS DE SEGURIDAD?»

—¡Eh! —le susurró alguien al oído a Harry. Giró la cabeza y vio que Fred y George se les habían unido—. Ginny ha venido a hablarnos de ti —dijo Fred, y estiró las piernas sobre la mesa que tenían delante provocando que varios folletos sobre carreras relacionadas con el Ministerio de Magia cayeran al suelo—. Dice que necesitas comunicarte con Sirius.

—¿Qué? —saltó Hermione, y dejó quieta en el aire la mano con que se disponía a coger el folleto titulado:
«TRIUNFA EN EL DEPARTAMENTO DE ACCIDENTES Y CATÁSTROFES EN EL MUNDO DE LA MAGIA.»

—Sí —confirmó Harry con tono desenfadado—, sí, me gustaría…

—No seas ridículo —terció Hermione, que se enderezó y lo miró como si no pudiera creer lo que estaba oyendo—. ¿Cómo vas a hacerlo si la profesora Umbridge hurga en las chimeneas y registra a todas las lechuzas?

—Verás, es que hemos pensado que podríamos encontrar la forma de burlar su vigilancia —explicó George, desperezándose, con una sonrisa en los labios—. Se trata simplemente de organizar una maniobra de distracción. Mira, no sé si te habrás fijado en que hemos estado muy tranquilos durante las vacaciones de Pascua…

—¿Qué sentido tenía alterar el tiempo de ocio? —continuó Fred—. Ninguno, nos dijimos. Y por supuesto, habríamos molestado a los estudiantes que estaban repasando, y por nada del mundo querríamos hacer eso. —Miró a Hermione con cara de mojigato. A ella le sorprendió que los gemelos hubieran tenido tanta consideración—. Pero a partir de mañana empieza otra vez la fiesta —prosiguió enérgicamente—. Y ya que tenemos pensado causar un poco de alboroto, ¿por qué no hacerlo de modo que Harry pueda aprovechar la ocasión para charlar con Sirius?

—Sí, pero de todos modos —dijo Hermione como si le estuviera contando algo muy simple a una persona muy obtusa—, aunque consigáis distraer a la profesora Umbridge, ¿cómo se supone que va a hablar Harry con Sirius?

—En el despacho de la profesora Umbridge —contestó él en voz baja.

Llevaba dos semanas pensándolo y no se le había ocurrido ninguna alternativa. La propia profesora Umbridge le había dicho que la única chimenea que no estaba vigilada era la de su despacho.

—¿Te has vuelto loco? —replicó Hermione con voz queda.

Ron había dejado de leer un folleto en el que ofrecían puestos de trabajo en la industria del cultivo de hongos y escuchaba la conversación con recelo.

—Creo que no —contestó Harry, y se encogió de hombros.

—¿Y cómo piensas entrar allí, para empezar?

Harry estaba preparado para contestar a aquella pregunta.

—Con la navaja de Sirius —dijo.

—¿Con qué?

—Hace dos Navidades, Sirius me regaló una navaja que abre cualquier cerradura. Así que, aunque la profesora Umbridge haya encantado la puerta para que no funcione el
Alohomora,
como imagino que habrá hecho…

—¿Qué opinas tú de esto? —le preguntó Hermione a Ron, y de inmediato Harry recordó cómo la señora Weasley había apelado a su marido durante la primera cena en Grimmauld Place.

—No lo sé —contestó Ron. Al parecer, Hermione lo había pillado desprevenido al pedirle su opinión—. Si Harry quiere hacerlo, es asunto suyo, ¿no?

—Así hablan los buenos amigos y los Weasley —afirmó Fred, y dio unas fuertes palmadas a Ron en la espalda—. Muy bien. Hemos pensado hacerlo mañana, después de las clases, porque provocaríamos un impacto máximo si todo el mundo estuviera en los pasillos. Harry, lo soltaremos en el ala este, no sé exactamente dónde, y la obligaremos a salir de su despacho. Calculo que podemos garantizarte… unos veinte minutos, ¿verdad? —añadió mirando a George.

—Sí, seguro —confirmó éste.

—¿En qué consiste la maniobra de distracción? —preguntó Ron.

—Ya lo verás, hermanito —dijo Fred mientras él y su gemelo se levantaban—. Sólo tienes que estar en el pasillo de Gregory el Pelota mañana a eso de las cinco.

Al día siguiente Harry se despertó temprano, casi tan nervioso como el día de su vista disciplinaria en el Ministerio de Magia. Lo que lo angustiaba no era únicamente la perspectiva de entrar en el despacho de la profesora Umbridge y utilizar su chimenea para hablar con Sirius, aunque desde luego ese hecho habría sido suficiente, sino que, además, aquel día Harry estaría cerca de Snape por primera vez desde que el profesor lo había echado de su despacho. Tras permanecer un rato tumbado en la cama, pensando en el día que tenía por delante, Harry se levantó sin hacer ruido y fue hasta la ventana que había junto a la cama de Neville. Miró por ella y vio que hacía una mañana francamente espléndida. El cielo estaba de un azul claro, neblinoso y opalino. Justo delante de la ventana por la que miraba Harry, se encontraba la altísima haya bajo la que su padre había atormentado a Snape. No estaba seguro de qué podría decirle Sirius para explicar la escena que había visto en el
pensadero
, pero estaba impaciente por escuchar la versión de su padrino sobre lo ocurrido, conocer cualquier factor atenuante que pudiera haber habido, cualquier excusa, por pequeña que fuera, para justificar el comportamiento de su padre…

De pronto Harry vio que algo se movía en los límites del Bosque Prohibido. Aguzó la vista y distinguió a Hagrid, que salía de entre los árboles. Le pareció que cojeaba. Mientras Harry lo observaba, el guardabosques fue haciendo eses hasta la puerta de su cabaña y se metió dentro. El chico se quedó varios minutos contemplando la cabaña. Hagrid no volvió a aparecer, pero empezó a salir humo por la chimenea; no podía estar muy malherido si todavía era capaz de echarle leña al fuego.

Harry se apartó de la ventana, regresó junto a su baúl y empezó a vestirse.

Con la perspectiva de entrar por la fuerza en el despacho de la profesora Umbridge, Harry no esperaba que aquél fuera a ser un día tranquilo, pero no había contado con que Hermione lo acosara constantemente para disuadirlo de lo que planeaba hacer a las cinco. Por primera vez, Hermione estuvo tan distraída como Harry y Ron en la clase de Historia de la Magia del profesor Binns, y susurraba sin parar advertencias que Harry hacía todo lo posible por ignorar.

—… y si te encuentra allí dentro, aparte de expulsarte, se imaginará que has estado hablando con
Hocicos
, y esta vez seguro que te obliga a beberte el
Veritaserum
y a contestar a sus preguntas…

—Hermione —dijo Ron con voz contenida e indignada—, ¿quieres hacer el favor de dejar de regañar a Harry y escuchar a Binns, o voy a tener que tomar yo mismo apuntes?

—¡Pues podrías tomar apuntes, para variar, no te morirías!

Cuando llegaron a las mazmorras, Harry y Ron ya no le dirigían la palabra a Hermione. Ella, sin dejarse amilanar, aprovechó el silencio de sus amigos para soltarles un torrente continuo de graves advertencias, pronunciadas con ímpetu en un susurro ininterrumpido que hizo que Seamus se pasara cinco minutos revisando su caldero, pues creía que tenía alguna fuga.

Snape, por su parte, había decidido actuar como si Harry fuera invisible. Como es lógico, éste ya estaba acostumbrado a esa táctica, pues era una de las favoritas de tío Vernon, y en el fondo se alegraba de no tener que soportar nada peor. De hecho, comparado con los insultos y las burlas de Snape que normalmente debía aguantar, le parecía que el nuevo enfoque suponía una pequeña mejora; además, se llevó una grata sorpresa al comprobar que si lo dejaban tranquilo era capaz de preparar un filtro vigorizante sin grandes problemas. Al finalizar la clase, metió un poco de su poción en una botella, la tapó con un tapón de corcho y la llevó a la mesa de Snape para que el profesor le pusiera nota. Había calculado que como mínimo conseguiría una «S».

Cuando acababa de darse la vuelta, oyó el ruido de algo que se rompía. Malfoy soltó una fuerte carcajada, Harry giró sobre los talones y vio que su botella estaba hecha añicos en el suelo, y que Snape lo miraba a él regodeándose.

—¡Vaya! —dijo el profesor en voz baja—. Otro cero, Potter.

Harry estaba tan indignado que no podía hablar. Volvió junto a su caldero dando grandes zancadas con la intención de llenar otra botella con poción y obligar a Snape a ponerle nota, pero vio con horror que el resto del contenido había desaparecido.

—¡Lo siento! —exclamó Hermione, tapándose la boca con las manos—. Lo siento muchísimo, Harry. ¡Creía que habías terminado y lo he limpiado!

Harry ni siquiera pudo contestar. Cuando sonó la campana, salió corriendo de la mazmorra, sin mirar atrás, y se aseguró de encontrar sitio entre Neville y Seamus a la hora de comer, para que Hermione no empezara a darle la lata otra vez sobre su intención de utilizar el despacho de la profesora Umbridge.

Cuando llegó a la clase de Adivinación estaba tan malhumorado que había olvidado que tenía una entrevista de orientación académica con la profesora McGonagall, y no lo recordó hasta que Ron le preguntó por qué no había ido al despacho de la profesora. Harry subió a toda prisa y sólo llegó unos minutos tarde.

—Lo siento, profesora —se excusó mientras cerraba la puerta—. Se me había olvidado.

—No importa, Potter —repuso la bruja con brusquedad, pero, mientras ella hablaba, alguien hizo un ruido con la nariz en un rincón. Harry miró hacia allí.

La profesora Umbridge estaba sentada con un sujetapapeles sobre las rodillas, una recargada blonda alrededor del cuello y una sonrisita petulante en los labios.

—Siéntate, Potter —le indicó lacónicamente la profesora McGonagall, a quien le temblaron un poco las manos cuando barajó los folletos que había esparcidos por su mesa.

Harry se sentó de espaldas a la profesora Umbridge e hizo cuanto pudo para fingir que no oía el rasgueo de la pluma sobre el pergamino.

—Bueno, Potter, esta reunión es para hablar sobre las posibles carreras que hayas pensado que te gustaría estudiar, y para ayudarte a decidir qué asignaturas deberías cursar en sexto y en séptimo —le explicó la profesora McGonagall—. ¿Has pensado ya qué te apetecería hacer cuando salgas de Hogwarts?

—Pues… —empezó Harry.

El rasgueo de la pluma que oía detrás no le dejaba concentrarse.

—¿Qué? —le preguntó la profesora McGonagall.

—Pues… he pensado que a lo mejor podría ser
auror
—masculló Harry.

—Para eso necesitarías muy buenas notas —replicó la profesora McGonagall; a continuación sacó un pequeño folleto de color oscuro de debajo del montón que cubría su mesa y lo abrió—. Piden cinco
ÉXTASIS
como mínimo, y por lo que veo no aceptan notas inferiores a «Supera las expectativas». Además, te obligan a someterte a una serie de rigurosas pruebas de personalidad y aptitudes en la Oficina de
aurores
. Es una carrera difícil, Potter, sólo aceptan a los mejores. Es más, creo que hace tres años que no aceptan a nadie. —En ese momento la profesora Umbridge emitió una débil tosecilla, como si quisiera comprobar lo discretamente que era capaz de toser. La profesora McGonagall no le hizo caso—. Supongo que querrás saber qué asignaturas tendrías que estudiar, ¿verdad? —prosiguió elevando un poco la voz.

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