Harry Potter. La colección completa (33 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Quirrell chasqueó los dedos. Unas sogas cayeron del aire y se enroscaron en el cuerpo de Harry, sujetándolo con fuerza.

—Eres demasiado molesto para vivir, Potter. Deslizándote por el colegio, como en Halloween, porque me descubriste cuando iba a ver qué era lo que vigilaba la Piedra.

—¿Usted fue el que dejó entrar al trol?

—Claro. Yo tengo un don especial con esos monstruos. ¿No viste lo que le hice al que estaba en la otra habitación? Desgraciadamente, cuando todos andaban corriendo por ahí para buscarte, Snape, que ya sospechaba de mí, fue directamente al tercer piso para ganarme de mano, y no sólo hizo que mi monstruo no pudiera matarte, sino que ese perro de tres cabezas no mordió la pierna de Snape de la manera en que debería haberlo hecho...

Hizo una pausa:

—Ahora, espera tranquilo, Potter. Necesito examinar este interesante espejo.

De pronto, Harry vio lo que estaba detrás de Quirrell. Era el espejo de Oesed.

—Este espejo es la llave para poder encontrar la Piedra —murmuró Quirrell, dando golpecitos alrededor del marco—. Era de esperar que Dumbledore hiciera algo así... pero él está en Londres... Cuando pueda volver, yo ya estaré muy lejos.

Lo único que se le ocurrió a Harry fue tratar de que Quirrell siguiera hablando y dejara de concentrarse en el espejo.

—Lo vi a usted y a Snape en el bosque... —dijo de golpe.

—Sí —dijo Quirrell, sin darle importancia, paseando alrededor del espejo para ver la parte posterior—. Me estaba siguiendo, tratando de averiguar hasta dónde había llegado. Siempre había sospechado de mí. Trató de asustarme... Como si pudiera, cuando yo tengo a lord Voldemort de mi lado...

Quirrell salió de detrás del espejo y se miró en él con enfado.

—Veo la Piedra... se la presento a mi maestro... pero ¿dónde está?

Harry luchó con las sogas qué lo ataban, pero no se aflojaron. Tenía que evitar que Quirrell centrara toda su atención en el espejo.

—Pero Snape siempre pareció odiarme mucho.

—Oh, sí—dijo Quirrell, con aire casual— claro que sí. Estaba en Hogwarts con tu padre, ¿no lo sabías? Se detestaban. Pero nunca quiso que estuvieras muerto.

—Pero hace unos días yo lo oí a usted, llorando... Pensé que Snape lo estaba amenazando...

Por primera vez, un espasmo de miedo cruzó el rostro de Quirrell.

—Algunas veces —dijo— me resulta difícil seguir las instrucciones de mi maestro... Él es un gran mago y yo soy débil...

—¿Quiere decir que él estaba en el aula con usted? —preguntó Harry

—Él está conmigo dondequiera que vaya —dijo con calma Quirrell—. Lo conocí cuando viajaba por el mundo. Yo era un joven tonto, lleno de ridículas ideas sobre el mal y el bien. Lord Voldemort me demostró lo equivocado que estaba. No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo... Desde entonces le he servido fielmente, aunque muchas veces le he fallado. Tuvo que ser muy severo conmigo. —Quirrell se estremeció súbitamente—. No perdona fácilmente los errores. Cuando fracasé en robar esa Piedra de Gringotts, se disgustó mucho. Me castigó... decidió que tenía que vigilarme muy de cerca...

La voz de Quirrell se apagó. Harry recordó su viaje al callejón Diagon... ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había visto a Quirrell aquel mismo día y se habían estrechado las manos en el Caldero Chorreante.

Quirrell maldijo entre dientes.

—No comprendo... ¿La Piedra está dentro del espejo? ¿Tengo que romperlo?

La mente de Harry funcionaba a toda máquina.

«Lo que más deseo en el mundo en este momento —pensó— es encontrar la Piedra antes de que lo haga Quirrell. Entonces, si miro en el espejo, podría verme encontrándola... ¡Lo que quiere decir que veré dónde está escondida! Pero ¿cómo puedo mirar sin que Quirrell se dé cuenta de lo que quiero hacer?

Trató de torcerse hacia la izquierda, para ponerse frente al espejo sin que Quirrell lo notara, pero las sogas que tenía alrededor de los tobillos estaban tan tensas que lo hicieron caer. Quirrell no le prestó atención. Seguía hablando para sí mismo.

—¿Qué hace este espejo? ¿Cómo funciona? ¡Ayúdame, Maestro!

Y para el horror de Harry, una voz le respondió, una voz que parecía salir del mismo Quirrell.

—Utiliza al muchacho... Utiliza al muchacho...

Quirrell se volvió hacia Harry.

—Sí... Potter... ven aquí.

Hizo sonar las manos una vez y las sogas cayeron. Harry se puso lentamente de pie.

—Ven aquí —repitió Quirrell—. Mira en el espejo y dime lo que ves.

Harry se aproximó.

«Tengo que mentir —pensó, desesperado—, tengo que mirar y mentir sobre lo que veo, eso es todo.»

Quirrell se le acercó por detrás. Harry respiró el extraño olor que parecía salir del turbante de Quirrell. Cerró los ojos, se detuvo frente al espejo y los volvió a abrir.

Se vio reflejado, muy pálido y con cara de asustado. Pero un momento más tarde, su reflejo le sonrió. Puso la mano en el bolsillo y sacó una piedra de color sangre. Le guiñó un ojo y volvió a guardar la Piedra en el bolsillo y, cuando lo hacía, Harry sintió que algo pesado caía en su bolsillo real. De alguna manera (era algo increíble) había conseguido la Piedra.

—¿Bien? —dijo Quirrell con impaciencia—. ¿Qué es lo que ves?

Harry, haciendo de tripas corazón, contestó:

—Me veo con Dumbledore, estrechándonos las manos —inventó—. Yo... he ganado la copa de la casa para Gryffindor.

Quirrell maldijo otra vez.

—Quítate de ahí —dijo. Cuando Harry se hizo a un lado, sintió la Piedra Filosofal contra su pierna. ¿Se atrevería a escapar?

Pero no había dado cinco pasos cuando una voz aguda habló, aunque Quirrell no movía los labios.

—Él miente... él miente...

—¡Potter, vuelve aquí! —gritó Quirrell—. ¡Dime la verdad! ¿Qué es lo que has visto?

La voz aguda se oyó otra vez.

—Déjame hablar con él... cara a cara...

—¡Maestro, no está lo bastante fuerte todavía!

—Tengo fuerza suficiente... para esto.

Harry sintió como si el Lazo del Diablo lo hubiera clavado en el suelo. No podía mover ni un músculo. Petrificado, observó a Quirrell, que empezaba a desenvolver su turbante. ¿Qué iba a suceder? El turbante cayó. La cabeza de Quirrell parecía extrañamente pequeña sin él. Entonces, Quirrell se dio la vuelta lentamente.

Harry hubiera querido gritar, pero no podía dejar salir ningún sonido. Donde tendría que haber estado la nuca de Quirrell, había un rostro, la cara más terrible que Harry hubiera visto en su vida. Era de color blanco tiza, con brillantes ojos rojos y ranuras en vez de fosas nasales, como las serpientes.

—Harry Potter... —susurró.

Harry trató de retroceder, pero sus piernas no le respondían.

—¿Ves en lo que me he convertido? —dijo la cara—. No más que en sombra y quimera... Tengo forma sólo cuando puedo compartir el cuerpo de otro... Pero siempre ha habido seres deseosos de dejarme entrar en sus corazones y en sus mentes... La sangre de unicornio me ha dado fuerza en estas semanas pasadas... tú viste al leal Quirrell bebiéndola para mí en el bosque... y una vez que tenga el Elixir de la Vida seré capaz de crear un cuerpo para mí... Ahora... ¿por qué no me entregas la Piedra que tienes en el bolsillo?

Entonces él lo sabía. La idea hizo que de pronto las piernas de Harry se tambalearan.

—No seas tonto —se burló el rostro—. Mejor que salves tu propia vida y te unas a mí... o tendrás el mismo final que tus padres... Murieron pidiéndome misericordia...


¡MENTIRA!
—gritó de pronto Harry.

Quirrell andaba hacia atrás, para que Voldemort pudiera mirarlo. La cara maligna sonreía.

—Qué conmovedor —dijo—. Siempre consideré la valentía... Sí, muchacho, tus padres eran valientes... Maté primero a tu padre y luchó con valor... Pero tu madre no tenía que morir... ella trataba de protegerte... Ahora, dame esa Piedra, a menos que quieras que tu madre haya muerto en vano.


¡NUNCA!

Harry se movió hacia la puerta en llamas, pero Voldemort gritó:
¡ATRÁPALO!
y, al momento siguiente, Harry sintió la mano de Quirrell sujetando su muñeca. De inmediato, un dolor agudo atravesó su cicatriz y sintió como si la cabeza fuera a partírsele en dos. Gritó, luchando con todas sus fuerzas y, para su sorpresa, Quirrell lo soltó. El dolor en la cabeza amainó...

Miró alrededor para ver dónde estaba Quirrell y lo vio doblado de dolor, mirándose los dedos, que se ampollaban ante sus ojos.


¡ATRÁPALO!
¡Atrápalo! —rugía otra vez Voldemort, y Quirrell arremetió contra Harry, haciéndolo caer al suelo y apretándole el cuello con las dos manos... La cicatriz de Harry casi lo enceguecía de dolor y, sin embargo, pudo ver a Quirrell chillando desesperado.

—Maestro, no puedo sujetarlo... ¡Mis manos... mis manos!

Y Quirrell, aunque mantenía sujeto a Harry aplastándolo con las rodillas, le soltó el cuello y contempló, aterrorizado, sus manos. Harry vio que estaban quemadas, en carne viva, con ampollas rojas y brillantes.

—¡Entonces mátalo, idiota, y termina de una vez! —exclamó Voldemort.

Quirrell levantó la mano para lanzar un maleficio mortal, pero Harry, instintivamente, se incorporó y se aferró a la cara de Quirrell.


¡AAAAAAH!

Quirrell se apartó, con el rostro también quemado, y entonces Harry se dio cuenta: Quirrell no podía tocar su piel sin sufrir un dolor terrible. Su única oportunidad era sujetar a Quirrell, que sintiera tanto dolor como para impedir que hiciera el maleficio...

Harry se puso de pie de un salto, cogió a Quirrell de un brazo y lo apretó con fuerza. Quirrell gritó y trató de empujar a Harry. El dolor de cabeza de éste aumentaba y el muchacho no podía ver, solamente podía oír los terribles gemidos de Quirrell y los aullidos de Voldemort:
¡MÁTALO! ¡MÁTALO!
, y otras voces, tal vez sólo en su cabeza, gritando: «¡Harry! ¡Harry!».

Sintió que el brazo de Quirrell se iba soltando, supo que estaba perdido, sintió que todo se oscurecía y que caía... caía... caía...

Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La
snitch
! Trató de atraparla, pero sus brazos eran muy pesados.

Pestañeó. No era la
snitch
. Eran un par de gafas. Qué raro.

Pestañeó otra vez. El rostro sonriente de Albus Dumbledore se agitaba ante él.

—Buenas tardes, Harry —dijo Dumbledore.

Harry lo miró asombrado. Entonces recordó.

—¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la Piedra! Señor, rápido...

—Cálmate, qúerido muchacho, estás un poco atrasado —dijo Dumbledore—. Quirrell no tiene la Piedra.

—¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...

—Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey me echará de aquí.

Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que parecían la mitad de la tienda de golosinas

—Regalos de tus amigos y admiradores —dijo Dumbledore, radiante—. Lo que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente secreto, así que, naturalmente, todo el colegio lo sabe. Creo que tus amigos, los señores Fred y George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que pensaron que eso te divertiría. Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo confiscó.

—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

—Tres días. El señor Ronald Weasley y la señorita Granger estarán muy aliviados al saber que has recuperado el conocimiento. Han estado sumamente preocupados.

—Pero señor, la Piedra...

—Veo que no quieres que te distraiga. Muy bien, la Piedra. El profesor Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para evitarlo, aunque debo decir que lo estabas haciendo muy bien.

—¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Hermione?

—Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Londres, me di cuenta de que el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte a Quirrell de encima...

—Fue usted.

—Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.

—Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara la Piedra...

—No por la Piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. Durante un terrible momento tuve miedo de que fuera así. En lo que se refiere a la Piedra, fue destruida.

—¿Destruida? —dijo Harry sin entender—. Pero su amigo... Nicolás Flamel...

—¡Oh, sabes lo de Nicolás! —dijo contento Dumbledore—. Hiciste bien los deberes, ¿no es cierto? Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.

—Pero eso significa que él y su mujer van a morir, ¿no?

—Tienen suficiente Elixir guardado para poner sus asuntos en orden y luego, sí, van a morir.

Dumbledore sonrió ante la expresión de desconcierto que se veía en el rostro de Harry.

—Para alguien tan joven como tú, estoy seguro de que parecerá increíble, pero para Nicolás y Perenela será realmente como irse a la cama, después de un día muy, muy largo. Después de todo, para una mente bien organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura. Sabes, la Piedra no era realmente algo tan maravilloso. ¡Todo el dinero y la vida que uno pueda desear! Las dos cosas que la mayor parte de los seres humanos elegirían... El problema es que los humanos tienen el don de elegir precisamente las cosas que son peores para ellos.

Harry yacía allí, sin saber qué decir. Dumbledore canturreó durante un minuto y después sonrió hacia el techo.

—¿Señor? —dijo Harry—. Estuve pensando... Señor, aunque la Piedra ya no esté, Vol... quiero decir Quien-usted-sabe...

—Llámalo Voldemort, Harry. Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.

—Sí, señor. Bien, Voldemort intentará volver de nuevo, ¿no? Quiero decir... No se ha ido, ¿verdad?

—No, Harry, no se ha ido. Está por ahí, en algún lugar, tal vez buscando otro cuerpo para compartir... Como no está realmente vivo, no se le puede matar. Él dejó morir a Quirrell, muestra tan poca misericordia con sus seguidores como con sus enemigos. De todos modos, Harry, tú tal vez has retrasado su regreso al poder. La próxima vez hará falta algún otro preparado para luchar y, si lo detienen otra vez y otra vez, bueno, puede ser que nunca vuelva al poder.

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