Harry Potter. La colección completa (458 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Si existiera un mago del que pueda creer que no busca un beneficio personal —dijo Griphook al fin—, serías tú, Harry Potter. Los duendes y elfos no están acostumbrados a recibir la protección ni el respeto que tú has mostrado esta noche. Al menos, no a recibirlos de los portadores de varita.

—Portadores de varita… —repitió Harry. Semejante expresión le sonó extraña, pero la cicatriz no cesaba de darle punzadas mientras Voldemort dirigía sus pensamientos hacia el norte, y él ansiaba interrogar a Ollivander, que esperaba en la habitación contigua.

—Hace mucho tiempo que los magos y los duendes se disputan el derecho a utilizar varitas —musitó el duende.

—Bueno, vosotros podéis hacer magia sin necesidad de ellas —observó Ron.

—¡Eso es irrelevante! Los magos se niegan a compartir los secretos de las varitas con los restantes seres mágicos, y de ese modo nos impiden ampliar nuestros poderes.

—Pero los duendes tampoco comparten su magia con nadie —replicó Ron—. No quieren decirnos, por ejemplo, cómo fabrican sus espadas ni sus armaduras. Los duendes saben trabajar el metal de un modo que los magos nunca…

—Bueno, da igual —cortó Harry al ver que Griphook se enfurecía—. Esto no es un combate de magos contra duendes ni contra ninguna otra criatura mágica…

—¡Pues sí, se trata precisamente de eso! —exclamó Griphook soltando una desagradable risotada—. ¡A medida que el Señor Tenebroso adquiere mayor poder, vuestra raza se afirma cada vez más sobre la mía! De tal manera que Gringotts cae bajo el dominio de los magos, los elfos domésticos mueren asesinados, ¿y quién protesta entre los portadores de varita ante estos acontecimientos?

—¡Nosotros! —intervino Hermione. Se había incorporado y los ojos le echaban chispas—. ¡Nosotros protestamos! ¡Y a mí me persiguen tanto como a cualquier duende o elfo, Griphook! ¡Soy una sangre sucia!

—No te llames… —masculló Ron.

—¿Por qué no? —replicó ella—. ¡Soy una sangre sucia y a mucha honra! ¡Yo no estoy en mejor posición que tú en este nuevo orden, Griphook! En casa de los Malfoy fue a mí a quien decidieron torturar, ¿sabes? —Se separó el cuello de la bata para mostrar el delgado corte, todavía enrojecido, que le había hecho Bellatrix en el cuello—. ¿Sabías que fue Harry quien liberó a Dobby y que desde hace años intentamos que liberen a los elfos domésticos? —Ron se rebulló, incómodo, en el brazo de la butaca—. ¡Nadie desea más que nosotros que Quien-tú-sabes sea vencido!

El duende la miró con la misma curiosidad con que había observado antes a Harry.

—¿Qué queréis de la cámara de los Lestrange? —preguntó—. La espada que hay dentro es una falsificación; la auténtica es ésta. —Los miró de uno en uno—. Me parece que eso ya lo sabíais. Por ese motivo me pedisteis que mintiera, ¿no es así?

—Pero la espada falsa no es lo único que hay en la cámara —replicó Harry—. ¿Tú has visto las otras cosas que hay allí? —El corazón le palpitaba más que antes, y redobló sus esfuerzos por ignorar el dolor pulsante de la cicatriz.

El duende volvió a retorcerse la barba con el dedo y le dijo:

—Hablar de los secretos de Gringotts va contra nuestro código de honor. Somos los guardianes de tesoros fabulosos; los responsables de los objetos puestos a nuestro cuidado, muchas veces forjados con nuestras propias manos. —Acarició la espada mientras miraba a los tres chicos de hito en hito, primero a Harry, luego a los otros dos, y de nuevo a Harry. Al fin murmuró—: Sois muy jóvenes para pelear contra tantos.

—¿Nos ayudarás? —lo urgió Harry—. No podemos entrar en Gringotts sin la ayuda de un duende. Eres nuestra única oportunidad.

—Me… lo… pensaré —dijo Griphook con una lentitud exasperante.

—Pero… —musitó Ron, enojado; Hermione le dio un codazo en las costillas.

—Gracias —dijo Harry.

El duende inclinó su enorme y abombada cabeza, y luego flexionó las cortas piernas.

—Creo que el crecehuesos ya ha hecho su trabajo —afirmó mientras se acomodaba con petulancia en la cama de Bill y Fleur—. Quizá pueda dormir por fin. Si me disculpáis…

—Sí, desde luego —dijo Harry, pero antes de salir de la habitación cogió la espada que el duende conservaba a su lado. Éste no protestó, pero al cerrar la puerta a Harry le pareció detectar resentimiento en sus ojos.

—¡Qué imbécil! —susurró Ron—. Disfruta manteniéndonos en suspenso.

—Harry —susurró Hermione apartando a sus dos amigos de la puerta hacia el centro del rellano, todavía oscuro—, me ha parecido que insinuabas que en la cámara de los Lestrange hay otro
Horrocrux
. ¿Es así?

—Sí, eso supongo, porque Bellatrix se puso histérica cuando creyó que habíamos estado allí. Estaba aterrorizada. Pero ¿por qué? ¿Qué imaginó que habíamos visto o nos habíamos llevado? Debe de tratarse de algo muy importante, pues la aterraba pensar que Quien-vosotros-sabéis se enterara.

—Pero, a ver, ¿no buscamos sitios donde haya estado Quien-vosotros-sabéis, o donde haya hecho algo importante? —preguntó Ron, perplejo—. ¿Acaso ha estado alguna vez en la cámara de los Lestrange?

—No sé si ha entrado alguna vez en Gringotts —respondió Harry—. De joven nunca tuvo dinero, porque no recibió nada en herencia. Pero debió de ver la banca mágica por fuera la primera vez que fue al callejón Diagon.

El dolor de la cicatriz no remitía, pero Harry lo desdeñó una vez más; quería que sus amigos entendieran sus intenciones respecto a Gringotts antes de hablar con Ollivander.

—Supongo que Quien-vosotros-sabéis debía de envidiar a cualquiera que tuviera la llave de una cámara de Gringotts, pues lo consideraría un símbolo real de pertenencia al mundo de los magos. Y no olvidéis que él confiaba en Bellatrix y su esposo. Estos fueron sus más leales siervos antes de que cayera, y quienes se dedicaron a buscarlo cuando desapareció. Le oí decirlo la noche que regresó. —Se frotó la cicatriz—. Aunque no creo que le revelara a Bellatrix que se trataba de un
Horrocrux
. Al fin y al cabo, a Lucius Malfoy nunca le contó toda la verdad sobre el diario. Seguramente le dijo que era un bien muy preciado y le pidió que lo guardara en su cámara. Según Hagrid, es el lugar más seguro del mundo para guardar algo que quieres esconder… después de Hogwarts, claro.

Cuando Harry les hubo explicado sus razonamientos, Ron le dijo admirado:

—Qué bien lo entiendes.

—Sólo algunas cosas —repuso Harry—. Cosas sueltas… Ojalá entendiera igual de bien a Dumbledore. Pero ya veremos. Vamos, es el turno de Ollivander.

Ron y Hermione estaban confusos pero impresionados cuando cruzaron el rellano con su amigo y llamaron a la puerta enfrente del dormitorio de Bill y Fleur. Ollivander contestó con un débil «¡Adelante!».

El fabricante de varitas yacía en la cama más alejada de la ventana; había pasado más de un año en el sótano de la Mansión Malfoy, y Harry sabía que lo habían torturado al menos en una ocasión. Estaba escuálido y le sobresalían los huesos del rostro bajo la amarillenta tez; los ojos gris plata parecían enormes en las hundidas cuencas, y las manos, posadas sobre la manta, se asemejaban a las de un esqueleto. Los tres amigos se sentaron en la otra cama; desde allí no se veía el sol naciente. La habitación daba al jardín que bordeaba la parte superior del acantilado, donde se hallaba la tumba recién cavada.

—Perdone que lo moleste, señor Ollivander —dijo Harry.

—Hijo mío —repuso Ollivander con un hilo de voz—, nos has rescatado. Creí que moriríamos en aquel sótano. Nunca podré agradecértelo… nunca… lo suficiente.

—Lo hicimos de buen grado.

Le dolía cada vez más la cicatriz. Tenía la certeza de que apenas les quedaba tiempo para llegar antes que Voldemort a aquello que perseguía, y para intentar frustrar sus planes. Sintió una pizca de pánico… Sin embargo, había tomado una decisión al optar por hablar primero con Griphook. Fingiendo una calma que no sentía, rebuscó en el monedero de piel de
moke
y sacó las dos mitades de su rota varita.

—Necesito ayuda, señor Ollivander.

—Pídeme lo que quieras, lo que quieras, hijo.

—¿Puede reparar esta varita? ¿Tiene arreglo?

Ollivander tendió una temblorosa mano y Harry le puso las dos mitades, unidas sólo por un hilillo, en la palma.

—Acebo y pluma de fénix —musitó Ollivander—; veintiocho centímetros; bonita y flexible.

—Sí, sí —dijo Harry—. ¿Puede…?

—No puedo —susurró Ollivander—. Lo siento, lo siento mucho, pero una varita que ha sufrido semejante daño no puede repararse por ningún medio que yo conozca.

Harry se había preparado para oír esa respuesta, pero aun así le afectó mucho. Cogió las dos mitades y volvió a guardarlas en el monedero colgado del cuello. Ollivander no le quitó la vista al bolsito en que había desaparecido la varita rota hasta que Harry, sacándolas del bolsillo, le mostró las dos varitas que se había llevado de casa de los Malfoy.

—¿Puede identificar éstas? —preguntó.

El fabricante cogió la primera, se la acercó a los descoloridos ojos, la hizo rodar entre los nudosos dedos y la dobló un poco.

—Nogal y fibras de corazón de dragón —sentenció—; treinta y dos centímetros; rígida. Pertenecía a Bellatrix Lestrange.

—¿Y qué me dice de esta otra?

Ollivander repitió el examen y recitó:

—Espino y pelo de unicornio; veinticinco centímetros; bastante elástica. Era de Draco Malfoy.

—¿Era? —repitió Harry—. ¿Ya no lo es?

—Es posible que no. Si tú se la quitaste…

—Sí, se la quité.

—… entonces es posible que sea tuya. La forma de cogerla es importante, por supuesto, pero también depende mucho de la propia varita. En general, cuando alguien gana una varita, la lealtad de ésta cambia.

Todos guardaron silencio y sólo se oía el lejano murmullo del mar.

—Habla usted como si las varitas tuvieran sentimientos —observó Harry—, como si pensaran por ellas mismas.

—Verás, la varita elige al mago —explicó Ollivander—. Los que hemos estudiado el arte de estos instrumentos siempre lo hemos tenido claro.

—Pero, aun así, una persona puede utilizar una varita que no la haya elegido a ella, ¿no? —preguntó Harry.

—Sí, claro. Si eres un buen mago, puedes canalizar tu magia a través de casi cualquier instrumento. No obstante, los mejores resultados se obtienen cuando existe la máxima afinidad entre el mago y la varita, pero esas conexiones son complejas. Puede darse una atracción inicial y después una búsqueda mutua de experiencia; la varita aprende del mago, y viceversa.

Las olas del mar acariciaban la orilla y producían un sonido lastimero.

—Yo se la quité a Draco Malfoy por la fuerza —especificó Harry—. ¿Puedo utilizarla sin peligro?

—Creo que sí. La propiedad de las varitas se rige por leyes sutiles, pero normalmente una varita conquistada se somete a su nuevo amo.

—Entonces ¿puedo usar ésta? —preguntó Ron sacando la varita de Colagusano del bolsillo y mostrándosela a Ollivander.

—Castaño y fibras de corazón de dragón; veintitrés centímetros y medio; quebradiza —la describió Ollivander—. Me obligaron a fabricarla para Peter Pettigrew poco después de que me secuestraran. Creo que, si la ganaste, lo más probable es que te obedezca y lo haga mejor que cualquier otra varita.

—Y eso vale para todas, ¿no? —preguntó Harry.

—Eso creo —contestó Ollivander dirigiendo sus saltones ojos hacia el muchacho—. Haces preguntas muy profundas, Potter. El arte de las varitas es una complicada y misteriosa rama de la magia.

—Así pues, ¿no es necesario matar al propietario anterior para tomar plena posesión de una varita?

—¿Necesario? No, yo no diría que lo sea.

—Pero según algunas leyendas… —repuso Harry; se le aceleró el corazón y el dolor de la cicatriz aumentó de nuevo. Estaba seguro de que Voldemort había decidido llevar su idea a la práctica—. Existen ciertas leyendas sobre varitas que han pasado de mano en mano mediante el asesinato.

Ollivander palideció de miedo. En contraste con la blanca almohada, adquirió una tonalidad gris clara, y los ojos inyectados en sangre se le desorbitaron.

—Se trata de una única varita, creo —susurró.

—Y Quien-usted-sabe la está buscando, ¿verdad? —preguntó Harry.

—Yo… ¿Cómo…? —musitó Ollivander con voz ronca, y dirigió una mirada suplicante a Ron y Hermione—. ¿Cómo lo sabes?

—Quien-usted-sabe quería que usted le explicara cómo destruir la relación que existe entre nuestras varitas, ¿no es así? —continuó Harry.

Ollivander estaba aterrado y se defendió:

—¡Me torturó! ¡No lo olvides! ¡Me hizo la maldición
cruciatus
!… ¡No tuve más remedio que decirle lo que sabía y sospechaba!

—Lo comprendo —repuso Harry—. Pero dígame, ¿le habló a Quien-usted-sabe de los núcleos centrales gemelos? ¿Le dijo que bastaba con que tomara prestada la varita de otro mago?

Ollivander estaba horrorizado, petrificado, por la cantidad de información que manejaba Harry. Asintió con la cabeza lentamente.

—Pero no dio resultado —prosiguió el muchacho—. Mi varita volvió a vencer a la suya, que era prestada. ¿Sabe usted por qué?

Ollivander negó con la cabeza con la misma lentitud con que había asentido, y dijo:

—Nunca… había oído nada parecido. Esa noche tu varita hizo algo absolutamente excepcional. La conexión de los núcleos centrales gemelos es increíblemente inusual; sin embargo, no entiendo por qué tu varita rompió la prestada…

—Estábamos hablando de la otra varita, señor Ollivander, de esa que cambia de mano mediante un asesinato. Cuando Quien-usted-sabe se dio cuenta de que mi varita había hecho algo raro, regresó para preguntarle sobre esa otra varita, ¿no es cierto?

—¿Cómo lo sabes? —Harry no contestó—. Sí, me lo preguntó —susurró Ollivander—. Quería saberlo todo sobre la varita conocida como Vara Letal, Varita del Destino o Varita de Saúco.

Harry miró de soslayo a Hermione, que escuchaba atónita.

—El Señor Tenebroso —continuó Ollivander con una voz queda que denotaba pánico— siempre se mostró satisfecho con la varita que le hice (de tejo y pluma de fénix, treinta y cuatro centímetros y medio), hasta que descubrió la conexión de los núcleos centrales gemelos. Ahora busca otra varita más poderosa, la única capaz de vencer a la tuya.

—Pero pronto sabrá, si no lo sabe ya, que la mía se ha roto y no puede repararse —dijo Harry.

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