Harry Potter. La colección completa (460 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Griphook los estaba esperando, como había dicho Fleur, en el más pequeño de los tres dormitorios, donde dormían Hermione y Luna. Había corrido las cortinas de algodón rojo y el sol que se filtraba por ellas daba a la habitación un intenso resplandor rojizo que desentonaba con la sosegada y delicada atmósfera del resto de la casa.

—He tomado una decisión, Harry Potter —anunció el duende, sentado con las piernas cruzadas en una butaca baja mientras tamborileaba en los brazos con sus largos y flacos dedos—. Aunque los duendes de Gringotts lo considerarán una traición abyecta, he decidido ayudaros…

—¡Estupendo! —saltó Harry, aliviado—. Gracias, Griphook, estamos muy…

—… pero a cambio de una recompensa —añadió el duende.

Harry titubeó, desprevenido.

—¿Cuánto quieres? Tengo oro.

—No es oro lo que deseo; yo también tengo oro. —Los ojos le echaban chispas—. Quiero la espada; la espada de Godric Gryffindor.

El ánimo de Harry cayó en picado.

—Eso no puedo dártelo —replicó—. Lo siento mucho.

—Entonces tendremos dificultades —dijo el duende sin alterarse.

—Te daremos otra cosa —intervino Ron, impaciente—. Seguro que los Lestrange poseen muchos objetos de valor; podrás escoger lo que quieras cuando entremos en la cámara.

Pero Ron se había equivocado, y Griphook enrojeció de ira.

—¡Yo no soy un vulgar ladrón, chico! ¡No intento hacerme con tesoros sobre los que no tengo ningún derecho!

—Pero esa espada es nuestra…

—No, no lo es —lo contradijo el duende.

—Nosotros somos miembros de la casa de Gryffindor, y la espada pertenecía a Godric Gryffindor…

—Y antes de pertenecer a Gryffindor, ¿de quién era? —replicó el duende al mismo tiempo que se enderezaba.

—De nadie —respondió Ron—. La hicieron para él, ¿no?

—¡No, no es cierto! —gritó el duende, enfurecido, apuntando a Ron con un dedo—. ¡Otra vez la arrogancia de los magos! ¡Esa espada era de Ragnuk I, y Godric Gryffindor se la quitó! ¡Es un tesoro perdido, una obra maestra de la artesanía de los duendes, y nos pertenece! ¡La espada es el precio de mis servicios, lo tomáis o lo dejáis! —Y les lanzó una mirada desafiante.

Harry miró a sus dos amigos y dijo:

—Tenemos que discutirlo, Griphook, si no te importa. ¿Nos concedes unos minutos?

El duende asintió con la cabeza, pero se lo veía irritado.

Bajaron al vacío salón y Harry, muy preocupado, se acercó a la chimenea intentando tomar una decisión. Ron, detrás de él, sentenció:

—Se está burlando de nosotros; no podemos permitir que se quede esa espada.

—Hermione, ¿es verdad que Gryffindor robó la espada? —preguntó Harry.

—No lo sé —contestó ella, desorientada—. Muchas veces, la Historia de la Magia trata muy por encima lo que los magos han hecho a otras razas mágicas, pero, que yo sepa, no hay ningún texto que afirme que Gryffindor la robó.

—Debe de ser uno de esos cuentos de duendes sobre cómo los magos siempre intentan meterles goles —opinó Ron—. Supongo que podemos considerarnos afortunados de que no nos haya pedido una varita.

—Los duendes tienen buenos motivos para despreciar a los magos, Ron —dijo Hermione—. En el pasado los han tratado muy mal.

—Pero ellos tampoco son precisamente unos conejitos suaves y sedosos, ¿verdad? —replicó Ron—. Han matado a muchos magos y también han jugado sucio.

—De acuerdo, pero discutir con Griphook sobre cuál de las dos razas juega más sucio y con mayor violencia no va a convencerlo de que nos ayude, ¿no crees?

Guardaron silencio mientras cavilaban alguna manera de solucionar el problema. Cuando Harry miró por la ventana la tumba de Dobby, vio que Luna estaba poniendo siemprevivas azules en un tarro de mermelada junto a la lápida.

—Vale —soltó Ron, y Harry lo miró—. A ver qué os parece esto: le decimos que necesitamos la espada sólo para entrar en la cámara, y después que se la quede. Allí dentro hay una falsificación, ¿no? Pues damos el cambiazo y le entregamos la copia.

—Pero Ron, ¿no ves que él sabrá distinguirlas mejor que nosotros? —protestó Hermione—. ¡Él fue quien detectó que las habían cambiado!

—Ya, pero podríamos largarnos antes de que se diera cuenta… —Ron se echó a temblar ante la mirada que le lanzó Hermione.

—O sea que le pedimos ayuda y luego lo traicionamos, ¿no? Eso es una canallada —explotó ella—. ¿Y después dices que no entiendes por qué a los duendes no les gustan los magos?

Al chico se le pusieron las orejas coloradas.

—¡Está bien, está bien! ¡Es lo único que se me ocurre! ¿Qué solución propones tú?

—Tenemos que ofrecerle otra cosa, algo que tenga un valor equiparable.

—¡Ah, genial! Voy a buscar otra de nuestras antiguas espadas fabricadas por duendes y tú se la envuelves para regalo.

Volvieron a guardar silencio. Harry estaba convencido de que el duende no aceptaría otra cosa que no fuera aquella espada, aunque encontraran algo igual de valioso que ofrecerle. Sin embargo, era la única e indispensable arma de que disponían contra los
Horrocruxes
.

Cerró los ojos un momento y se quedó escuchando el sonido del mar. La posibilidad de que Gryffindor hubiera robado la espada no le gustaba; él siempre se había sentido orgulloso de pertenecer a esa casa; el mago fundador había sido el defensor de los hijos de
muggles
y quien se había opuesto a los fanáticos de la sangre limpia de la casa de Slytherin…

—Es posible que Griphook nos esté mintiendo —dijo por fin, abriendo los ojos—. Tal vez Gryffindor no robó esa espada. ¿Cómo sabemos que la versión de la historia que tienen los duendes es la correcta?

—¿Qué importa eso? —repuso Hermione.

—Para mí es importante, se trata de algo personal —dijo Harry y respiró hondo—. Le diremos que podrá quedarse la espada después de ayudarnos a entrar en la cámara, pero evitaremos decirle exactamente cuándo se la daremos.

Ron esbozó una lenta sonrisa; Hermione, en cambio, pareció alarmada y protestó:

—Harry, no podemos…

—Se la quedará cuando la hayamos utilizado para destruir todos los
Horrocruxes
. Me aseguraré de que entonces la recupere; cumpliré mi palabra.

—¡Pero podrían pasar años! —objetó Hermione.

—Ya lo sé, pero no es necesario que él lo sepa. En realidad, no le diré ninguna mentira.

Harry la miró con una mezcla de rebeldía y vergüenza al recordar las palabras grabadas en la entrada de Nurmengard: «Por el bien de todos.» Pero apartó esa idea porque ¿qué alternativa tenían?

—No me gusta —dijo Hermione.

—A mí tampoco me gusta mucho —admitió Harry.

—Pues yo creo que es una idea genial —afirmó Ron, y se puso en pie—. Vamos a proponérselo.

Volvieron al dormitorio pequeño y Harry planteó al duende la oferta en los términos acordados, sin determinar el momento de la entrega de la espada. Mientras él hablaba, Hermione miraba al suelo con el entrecejo fruncido, y Harry se molestó, porque temió que esa actitud los delatara. Sin embargo, Griphook sólo le prestaba atención a él.

—¿Me das tu palabra, Harry Potter, de que si te ayudo me entregarás la espada de Gryffindor?

—Sí, te la doy.

—Entonces démonos la mano —ofreció el duende.

Harry le estrechó la mano, aunque se preguntó si los ojos del hombrecillo detectarían algún recelo en los suyos. Griphook lo soltó, dio una palmada y exclamó:

—¡Bueno! ¡Manos a la obra!

Fue como planear otra vez la entrada en el ministerio. Se pusieron a trabajar en el mismo dormitorio, quedándose en penumbra porque el duende así lo prefería.

—La cámara de los Lestrange es una de las más viejas; sólo he entrado en ella una vez —comentó Griphook—, cuando me dijeron que dejara allí la espada falsa. Las familias de magos más antiguas guardan sus tesoros en el nivel más profundo, donde se hallan las cámaras más grandes y mejor protegidas.

Pasaban horas enteras encerrados en la diminuta habitación, y poco a poco los días iban componiendo semanas. Surgía un problema tras otro que tenían que solventar, y uno de ellos —no precisamente el menos grave— era que se estaban agotando sus reservas de poción
multijugos
.

—Sólo queda poción para uno de nosotros —anunció Hermione inclinando la botella que contenía la espesa y fangosa poción a la luz de la lámpara.

—Con eso bastará —dijo Harry mientras examinaba el mapa de los pasillos más profundos que había dibujado Griphook.

Como es lógico, los otros habitantes de El Refugio se percataron de que los tres jóvenes tramaban algo, porque sólo salían del dormitorio a la hora de las comidas. Nadie les hacía preguntas, aunque muchas veces, cuando estaban sentados a la mesa, Harry sorprendía a Bill mirándolos a los tres, pensativo y con gesto de preocupación.

Cuanto más tiempo pasaban juntos, más se daba cuenta Harry de que el duende no le caía muy bien. Griphook resultó una criatura asombrosamente sanguinaria, se reía imaginando el sufrimiento de otras criaturas inferiores y parecía disfrutar con la posibilidad de que tuvieran que hacer daño a otros magos para llegar hasta la cámara de los Lestrange. Sus dos amigos compartían su desagrado, pero no lo comentaron, porque necesitaban a Griphook.

El duende comía con los demás, aunque a regañadientes, pues, incluso después de que se le curaran las piernas, seguía pidiendo que le llevaran la comida a su habitación, como hacían con Ollivander, que todavía estaba débil; hasta que Bill (tras un arrebato de ira de Fleur) subió a decirle que no podían seguir haciéndolo. Desde entonces, Griphook comía con ellos alrededor de la abarrotada mesa, aunque se negaba a comer lo mismo que los demás y se empeñaba en alimentarse de carne cruda, raíces y algunas setas.

Harry se sentía responsable; al fin y al cabo, era él quien había insistido en que el duende se quedara en El Refugio para poder interrogarlo; él tenía la culpa de que toda la familia Weasley hubiera tenido que esconderse y de que ni Bill, ni Fred, ni George ni el señor Weasley pudieran ir a trabajar.

—Lo lamento, Fleur —se disculpó el chico una tempestuosa noche de abril mientras la ayudaba a preparar la cena—. Nunca fue mi intención que tuvieras que soportar tantas molestias.

Ella acababa de poner unos cuchillos a trabajar, cortando bistecs para Griphook y Bill, que desde que lo atacara Greyback prefería la carne muy cruda. Al escuchar las disculpas de Harry, su expresión de fastidio se suavizó.


Hagy
, jamás
olvidagué
que le salvaste la vida a mi
hegmana
.

Eso no era estrictamente cierto, pero el muchacho decidió no recordarle que Gabrielle nunca había corrido peligro.

—Además —prosiguió Fleur apuntando con la varita a un cazo de salsa colocado encima de un fogón, que empezó a borbotar de inmediato—, el
señog Ollivandeg
se
magcha
esta noche a casa de
Muguiel
. Eso
facilitagá
las cosas. Así que el duende —añadió frunciendo un poco el entrecejo— puede
instalagse
abajo, y
Gon
, Dean y tú podéis
ocupag
esa habitación.

—No nos importa dormir en el salón —aseguró Harry, pues sabía que a Griphook no iba a hacerle ninguna gracia tener que ocupar el sofá (que el duende estuviera contento era fundamental para sus planes)—. No te preocupes por nosotros. —Y al ver que Fleur se disponía a protestar, agregó—: Además, Ron, Hermione y yo pronto te dejaremos en paz también; no tendremos que quedarnos mucho tiempo aquí.

—¿Qué
quiegues decig
? —se extrañó ella mientras apuntaba con la varita a una cazuela suspendida en el aire—. ¡No debéis
magchagos
! ¡Aquí estáis a salvo!

Al hablar de ese modo, a Harry le recordó mucho a la señora Weasley, y se alegró de que en ese momento entraran por la puerta trasera Luna y Dean, con el cabello mojado por la lluvia; venían cargados de maderas que habían recogido en la playa.

—…y las orejas muy pequeñas —estaba diciendo Luna—, como las de los hipopótamos, dice mi padre, pero moradas y peludas. Y si quieres llamarlos, tienes que tararear; lo que más les gusta son los valses y la música lenta en general…

Dean, que parecía un poco agobiado, hizo un elocuente gesto al pasar al lado de Harry, pero fue tras Luna hasta el salón comedor, donde Ron y Hermione estaban preparando la mesa para la cena. Aprovechando la ocasión de eludir las preguntas de Fleur, Harry cogió dos jarras de zumo de calabaza y los siguió.

—… y si alguna vez vienes a mi casa, te enseñaré el cuerno. Mi padre me escribió contándome de él, pero todavía no lo he visto, porque los
mortífagos
se me llevaron del expreso de Hogwarts y no pude ir a mi casa por Navidad —proseguía Luna mientras Dean y ella encendían el fuego de la chimenea.

—Ya te lo hemos dicho, Luna —le comentó Hermione—, ese cuerno explotó y no era de
snorkack
de cuernos arrugados, sino de
erumpent

—No, no; era un cuerno de
snorkack
—insistió Luna con calma—. Me lo dijo mi padre. Seguramente ya se habrá reparado, porque se arreglan por sí mismos.

Hermione sacudió la cabeza y continuó repartiendo tenedores. Por la escalera apareció Bill precediendo al señor Ollivander, que todavía estaba muy débil y se aferraba al brazo del chico, quien lo ayudaba a bajar y le llevaba la enorme maleta.

—Voy a echarlo mucho de menos, señor Ollivander —dijo Luna acercándose al anciano.

—Y yo a ti, querida. —Le dio unas palmaditas en el hombro—. Fuiste un valiosísimo consuelo para mí en aquel espantoso lugar.

—Bueno,
au revoir, señog Ollivandeg
—dijo Fleur plantándole dos besos en las mejillas—. ¿
Podguía haceg
el
favog
de
entguegagle
este paquete a tía
Muguiel
? Todavía no le he devuelto la diadema.

—Será un honor —dijo Ollivander con una inclinación de la cabeza—. Es lo menos que puedo hacer para agradeceros vuestra generosa hospitalidad.

Fleur sacó un gastado estuche de terciopelo y lo abrió para mostrarle su contenido al fabricante de varitas. La diadema destelló a la luz de la lámpara que pendía del techo.

—Ópalos y diamantes —observó Griphook, que había entrado sigilosamente en la habitación sin que Harry lo viera—. Hecha por duendes, ¿verdad?

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