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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (60 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Salió disparado hacia el lavabo del piso de abajo mientras metía el ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
de Ron en su mochila. Un minuto más tarde volvía a estar frente a Snape, que sin decir nada tendió una mano para que le entregara la mochila. Harry, jadeando y con un fuerte dolor en el pecho, lo hizo y luego esperó.

Snape extrajo uno a uno los libros y los examinó. El último fue el de Pociones; el profesor lo escudriñó atentamente y preguntó:

—¿Éste es tu ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
, Potter?

—Sí, señor.

—¿Estás seguro de lo que dices, Potter?

—Sí —repitió Harry con firmeza.

—¿Éste es el ejemplar que compraste en Flourish y Blotts?

—Sí —confirmó Harry sin titubear.

—Entonces, ¿por qué lleva el nombre «Roonil Wazlib» escrito en la portada?

A Harry le dio un vuelco el corazón.

—Es mi apodo —mintió.

—¿Tu apodo?

—Sí, así me llaman mis amigos —explicó el muchacho.

—Sé muy bien qué es un apodo —replicó Snape.

Sus glaciales ojos negros volvían a estar clavados en los de Harry, que intentó no mirarlos. «Cierra tu mente… Cierra tu mente…» Pero nunca había aprendido a hacerlo.

—¿Sabes qué pienso, Potter? —dijo Snape sin alterarse—. Pienso que eres un mentiroso y un tramposo y que mereces que te castigue todos los sábados hasta que termine el curso. ¿Qué opinas?

—Pues… que no estoy de acuerdo, señor —dijo Harry, aún esquivando la mirada del profesor.

—Bueno, ya veremos cómo te sientan los castigos. El sábado a las diez de la mañana, Potter. En mi despacho.

—Pero, señor… —Harry levantó la vista, desesperado—. El
quidditch
, el último partido del…

—A las diez en punto —susurró Snape, y forzó una sonrisa exhibiendo sus amarillentos dientes—. Qué pena me dais los de Gryffindor. Me temo que este año quedaréis cuartos…

Se marchó sin decir nada más y Harry se quedó mirándose en el resquebrajado espejo. Tenía la certeza de que estaba más mareado de lo que Ron lo había estado en toda su vida.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que ya te había avisado? —dijo Hermione una hora más tarde en la sala común.

—Déjalo en paz, Hermione —la reprendió Ron.

Harry no había ido a cenar porque no tenía ni pizca de hambre. Acababa de contarles a Ron, Hermione y Ginny lo sucedido, aunque no había ninguna necesidad porque la noticia había corrido como la pólvora: al parecer, Myrtle
la Llorona
se había encargado de asomarse a todos los lavabos del castillo para contar la historia; por su parte, Pansy Parkinson fue a visitar a Malfoy a la enfermería y no perdió un minuto en empezar a vilipendiar a Harry por el colegio entero; y en cuanto a Snape, explicó lo ocurrido al profesorado con pelos y señales. Harry tuvo que salir de la sala común para soportar quince dolorosos minutos en compañía de la profesora McGonagall, quien le aseguró que podía considerarse afortunado de no haber sido expulsado del colegio y que estaba completamente de acuerdo con la medida dispuesta por Snape: castigarlo todos los sábados hasta el final del curso.

—Ya te dije que había algo raro en ese príncipe —le comentó Hermione, que ya no podía morderse más la lengua—. Y tenía razón, ¿no?

—No, no creo que tuvieras razón —repuso Harry, testarudo.

Ya lo estaba pasando bastante mal y sólo faltaba que Hermione le leyera la cartilla; el peor castigo fueron las caras del equipo de Gryffindor cuando les informó de que no podría jugar el sábado. En ese momento notó los ojos de Ginny clavados en él, pero simuló no darse cuenta porque no quería ver la decepción ni el enfado reflejados en esa cara. Acababa de comunicarle que el sábado ella volvería a jugar de buscadora y que Dean se uniría de nuevo al equipo para sustituirla en el puesto de cazador. Si ganaban, quizá Ginny y Dean harían las paces a causa de la euforia posterior al partido… Esa posibilidad traspasó a Harry como un cuchillo afilado.

—Harry —dijo Hermione—, ¿cómo es posible que sigas aferrándote a ese libro después de que el hechizo…?

—¡Deja de machacarme con el maldito libro! —le espetó Harry—. ¡Lo único que hizo el príncipe fue copiar el hechizo! ¡No aconsejaba a nadie que lo utilizara! ¡Que sepamos, sólo escribió una nota de algo que usaron contra él!

—No puedo creerlo —replicó Hermione—. Te estás justificando…

—¡No estoy justificando lo que hice! Me gustaría no haberlo hecho, y no sólo porque ahora tengo un montón de castigos por delante. Sabes muy bien que yo no habría empleado un hechizo como ése, ni siquiera contra Malfoy, pero no puedes culpar al príncipe porque él no escribió: «Prueba esto, es fenomenal.» Esas anotaciones eran para su uso personal, él no las divulgaba, ¿vale?

—¿Insinúas que vas a recuperar…? —preguntó Hermione.

—¿El libro? Pues claro. Mira, sin el príncipe nunca habría ganado el
Felix Felicis
, nunca habría podido salvar a Ron de morir envenenado y nunca…

—…te habrías labrado una fama de gran elaborador de pociones que no te mereces —replicó Hermione con rencor.

—¡Basta ya, Hermione! —terció Ginny, y Harry, asombrado y agradecido, levantó la vista—. Por lo que cuenta Harry, parece que Malfoy intentaba echarle una maldición imperdonable. ¡Deberías alegrarte de que él tuviera un as en la manga!

—¡Toma, pues claro que me alegro de que no le echaran una maldición —replicó Hermione, dolida—, pero tampoco puedes decir que ese
Sectumsempra
sea beneficioso, Ginny! ¡Mira cómo lo está pagando ahora! Y creo que por culpa de este incidente se han reducido las posibilidades de que ganéis el partido…

—Vamos, ahora no finjas que entiendes de
quidditch
—le espetó Ginny—. Sólo conseguirás ponerte en ridículo.

Harry y Ron cruzaron una mirada: Hermione y Ginny, que siempre se habían llevado bien, estaban sentadas con los brazos cruzados y la vista fija en direcciones opuestas. Ron, nervioso, observó a Harry, sacó un libro al azar y se escondió detrás de él. Harry sabía que no se lo merecía, pero de pronto notó una inmensa alegría, aunque ninguno de ellos volvió a decir una palabra en toda la noche.

Sin embargo, no duró mucho su buen humor. Al día siguiente tuvo que soportar las burlas de los alumnos de Slytherin, por no mencionar la rabia de sus compañeros de Gryffindor, a quienes no les hacía ninguna gracia que su capitán estuviera sancionado en el último partido de la temporada. Cuando llegó el sábado por la mañana, pese a los consejos de Hermione, Harry habría cambiado de buen grado todo el
Felix Felicis
del mundo por bajar al campo de
quidditch
con Ron, Ginny y los demás. Fue muy doloroso para él separarse de la multitud de estudiantes que salían del castillo y echaban a andar al sol, provistos de escarapelas y sombreros y blandiendo banderines y bufandas. Bajó los escalones de piedra que conducían a las mazmorras y siguió su camino hasta que los lejanos sonidos de sus compañeros casi se apagaron, consciente de que desde allí no podría oír ni un solo comentario, ni una ovación ni un aplauso.

—¡Ah, Potter! —dijo Snape cuando Harry, tras llamar a la puerta, entró en la habitación, que por desgracia le resultaba familiar, pues, aunque ahora el profesor daba clase varios pisos más arriba, no había cambiado de despacho; estaba poco iluminado, como siempre, y en los estantes de las paredes seguía habiendo bichos muertos y viscosos, suspendidos en pociones de colores.

Amontonadas en la mesa donde se suponía que Harry tenía que sentarse había varias cajas cubiertas de telarañas que ofrecían un aspecto nada alentador, y él comprendió que lo esperaban unas arduas sesiones de duro, aburrido e inútil trabajo.

—El señor Filch necesita que alguien revise y ordene estos viejos ficheros —dijo Snape—. Contienen los registros de otros malhechores de Hogwarts y los castigos que recibieron. Nos gustaría que copiaras de nuevo los delitos y los castigos que constan en las fichas que tienen la tinta borrada o que están mordisqueadas por los ratones. Luego, tras ordenarlas alfabéticamente, las pondrás otra vez en las cajas. No puedes utilizar magia.

—De acuerdo, profesor —dijo Harry, imprimiendo el mayor desprecio en las tres últimas sílabas.

—He pensado —continuó Snape con una malvada sonrisa— que podrías empezar por las cajas mil doce a mil cincuenta y seis. En ellas encontrarás algunos nombres conocidos, lo cual añadirá cierto interés a la tarea. Aquí, ¿lo ves? —Sacó una ficha de la caja más alta del montón con un ampuloso gesto de la mano y leyó—: «James Potter y Sirius Black. Sorprendidos utilizando un maleficio ilegal contra Bertram Aubrey. Resultado: agrandamiento de la cabeza de Aubrey. Castigo doble.» —Snape miró con desdén al muchacho y añadió—: Debe de ser un gran consuelo pensar que, aunque nos hayan dejado, conservamos un registro de sus grandes logros…

Harry notó aquella sensación de cólera que tantas veces había tenido que soportar. Se mordió la lengua para no contestar, se sentó delante de las cajas y se acercó una.

Como suponía, aquél era un trabajo inútil y aburrido, salpicado (pues Snape lo había planeado así) con frecuentes punzadas de dolor cada vez que leía el nombre de su padre o el de Sirius, que muy a menudo aparecían juntos en diversas travesuras, y en alguna ocasión los acompañaban los nombres de Remus Lupin y Peter Pettigrew. Y mientras copiaba las diversas faltas y castigos de todos ellos, se preguntaba qué estaría pasando fuera, puesto que el partido debía de haber empezado… Ginny iba a jugar como buscadora contra Cho…

Harry no cesaba de lanzar miradas al enorme reloj que hacía tictac en la pared. Tenía la impresión de que avanzaba mucho más despacio que un reloj normal; quizá Snape lo había embrujado para que el castigo resultara todavía más insoportable, ya que no era posible que sólo llevara allí media hora… una hora… una hora y media…

Cuando el reloj marcaba las doce y media, a Harry empezó a crujirle el estómago. A la una y diez, Snape, que no había abierto la boca desde que Harry iniciara su tarea, levantó la vista y le dijo con frialdad:

—Creo que por hoy es suficiente. Marca el lugar donde lo has dejado. Seguirás el sábado que viene, a las diez en punto.

—Sí, señor.

Harry metió una ficha doblada en la caja y salió a toda prisa del despacho antes de que Snape se lo pensara mejor; subió disparado los escalones de piedra, aguzando el oído para oír el alboroto proveniente del estadio, pero no oyó nada, y eso quería decir que el partido había terminado.

Vaciló un momento ante el abarrotado Gran Comedor y luego subió a grandes zancadas por la escalinata de mármol; tanto si Gryffindor había ganado como si había perdido, el equipo solía celebrarlo o lamentarse en la sala común.

—«
Quid agis
?» —pronunció, titubeante, ante la Señora Gorda, preguntándose qué encontraría en el interior.

La Señora Gorda replicó con expresión insondable:

—Ya lo verás. —Y se apartó para dejarlo pasar.

Un rugido de júbilo se escapó por el hueco del retrato. Harry miró boquiabierto mientras sus compañeros, al verlo, se ponían a gritar; varias manos tiraron de él hacia el interior de la sala.

—¡Hemos ganado! —bramó Ron, que se le acercó dando brincos y enarbolando la Copa de plata—. ¡Hemos ganado! ¡Cuatrocientos cincuenta a ciento cuarenta! ¡Hemos ganado!

Harry miró alrededor; Ginny corría hacia él con expresión radiante y decidida, y al llegar a su lado le rodeó el cuello con los brazos. Y sin pensarlo, sin planearlo, sin preocuparle que hubiera cincuenta personas observándolo, Harry la besó.

Tras unos momentos que se hicieron larguísimos (quizá media hora, o quizá varios días de fulgurante sol), Harry y Ginny se separaron. La sala común se había quedado en silencio. Entonces varios silbaron y muchos soltaron risitas nerviosas. Harry miró por encima de la coronilla de Ginny y vio a Dean Thomas con un vaso roto en la mano y a Romilda Vane con gesto de escupir algo. Hermione estaba radiante de alegría, pero a quien Harry buscaba con la mirada era a Ron. Al fin lo encontró: estaba muy quieto, con la Copa en las manos, como si acabaran de golpearlo en la cabeza con un bate. Los dos amigos se miraron una fracción de segundo, y entonces Ron hizo un rápido movimiento con la cabeza cuyo significado Harry entendió de inmediato: «Si no hay más remedio…»

La fiera que albergaba en su pecho rugió triunfante; Harry miró a Ginny, sonriente, y sin decir nada señaló el hueco del retrato. Le pareció que lo más indicado era dar un largo paseo por los jardines, durante el cual, si les quedaba tiempo, podrían hablar del partido.

25
Las palabras de la vidente

La noticia de que Harry Potter salía con Ginny Weasley dio pie a numerosos cuchicheos en el colegio, sobre todo entre las chicas; y, sin embargo, durante unas semanas Harry tuvo la placentera y novedosa sensación de que era inmune a los chismorreos. Al fin y al cabo, resultaba agradable que, por una vez en la vida, hablaran de él a causa de algo que lo hacía tan feliz como no recordaba desde mucho tiempo atrás, y no por estar involucrado en horribles incidentes relacionados con la magia oscura.

—Y eso que la gente tiene mejores cosas para cotillear —comentó Ginny mientras leía
El Profeta
sentada en el suelo de la sala común, con la espalda apoyada en las piernas de Harry—. Esta semana ha habido tres ataques de
dementores
, pero a Romilda Vane lo único que se le ocurre preguntarme es si es cierto que llevas un
hipogrifo
tatuado en el pecho.

Ron y Hermione rieron a carcajadas.

—¿Y qué le has contestado? —preguntó Harry.

—Que es un colacuerno húngaro —respondió Ginny mientras pasaba la página con aire despreocupado—. Es mucho más varonil.

—Gracias —dijo Harry con una sonrisa—. ¿Y qué le has dicho que lleva Ron tatuado?

—Un
micropuff
, pero no le he dicho dónde.

Ron arrugó el entrecejo y Hermione se desternilló de risa.

—Mucho cuidado —advirtió Ron blandiendo el dedo índice—. Que os haya dado permiso para salir juntos no quiere decir que no pueda retirarlo.

—¿Tu permiso? —se burló Ginny—. ¿Desde cuándo necesito tu permiso para hacer algo? Además, tú mismo reconociste que preferías que saliera con Harry antes que con Michael o Dean.

—Sí, eso es verdad —admitió Ron a regañadientes—. Pero siempre que no os aficionéis a besaros en público.

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