Hermosas criaturas (63 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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—¡Tía Del, Reece, abuela! ¿Hola…? ¿Dónde está todo el mundo? —grité hasta que salieron de quién sabe dónde. Del se hallaba junto a las escaleras, llevaba una lámpara encima de la cabeza, como si fuera a estampársela a Marian de un momento a otro. La abuela permanecía en la entrada, protegiendo a Ryan con el brazo. Reece se ocultaba debajo de las escaleras, con el cuchillo de cortar tarta en la mano.

Todas se pusieron a hablar al mismo tiempo.

—¡Marian, Ethan! Estábamos muy preocupadas. Lena ha desaparecido y cuando oímos la campana de los túneles, pensamos que era…

—¿La has visto? ¿Está ahí fuera?

—¿Has visto a Lena? Empezamos a angustiarnos cuando Macon no regresó.

—Y Larkin. No le ha hecho daño, ¿verdad?

Las miré sin dar crédito a mis ojos. Le quité la lámpara de las manos a Del y se la di a Link.

—¿Una lámpara? ¿De verdad crees que vas a salvarte con esto?

La tía Del se encogió de hombros antes de responder.

—Barclay ha subido al desván para mutar en armas las varas de las cortinas y los decorados del solsticio pasado. No he encontrado otra cosa.

Me arrodillé junto a Ryan. No disponíamos de mucho tiempo, catorce minutos para ser exactos.

—¿Recuerdas lo que hiciste cuando me puse malo y tú me ayudaste, Ryan? Necesito que hagas lo mismo ahora en Greenbrier. El tío Macon se ha caído, él y
Boo
están heridos.

Ryan parecía a punto de echarse a llorar.

—¿También
Boo
se ha hecho daño?

Link, en el fondo de la habitación, carraspeó.

—¿Y mi madre…? Quiero decir, sé que ella ha sido como un dolor de muelas y todo eso, pero ¿podría ayudar a mi madre?

—Y quiero que ayudes también a la madre de Link.

La abuela puso a Ryan detrás de ella y le dio unas palmadas en la mejilla.

—Entonces, vale, iremos Del y yo. Reece, quédate aquí con tu hermana. Dile a tu padre adonde hemos ido.

—Abuela, necesito a Ryan.

—Yo seré Ryan esta noche, Ethan —sentenció, y cogió su bolsa.

—No voy a irme de aquí sin Ryan. —No di mi brazo a torcer, pues había mucho en juego.

—No podemos arrastrar ahí fuera a una niña aún sin ser Llamada, no durante la decimosexta luna. Podría acabar muerta.

Reece me miró como si fuera idiota. Una vez más me sentía fuera de juego en estos líos de los
Casters
.

Del me cogió del brazo para darme confianza.

—Mi madre es una
Empath
, tan perceptiva a los poderes ajenos que puede tomarlos prestados durante un tiempo. Justo ahora está usando los de Ryan. No durará mucho tiempo, pero de momento puede hacer lo mismo que ella. Y la abuela ya ha sido Llamada, aunque haya llovido mucho desde entonces, por supuesto, así que nosotras te acompañaremos.

Miré el móvil. Eran las 23:49.

—¿Y si no lo hacemos a tiempo?

Marian sonrió y alzó el libro.

—Me falta por hacer una entrega en Greenbrier, bueno, Del, ¿crees que encontrarás el camino?

—Los Palimpsésticos siempre encuentran viejas puertas olvidadas —respondió Del asintiendo; luego, se puso las gafas—. Sólo tenemos problemas de verdad con las de estilo moderno.

Y dicho esto se dirigió hacia los túneles y desapareció, seguida de cerca por Marian y la abuela. Link y yo nos apresuramos a ir tras ellas y corrimos hasta darles alcance.

—Para ser un puñado de viejas, no veas lo deprisa que se mueven —comentó Link entre jadeos.

Esta vez anduvimos por unos pasillos pequeños a punto de venirse abajo en cuyas paredes y techumbres crecía musgo verdoso y negro, y probablemente también en el suelo, pero resultaba imposible verlo en la penumbra. Llevábamos un total de cinco antorchas, gracias a sus llamas oscilantes no caminábamos a oscuras, pero dado que Link y yo íbamos al final del grupo, el humo flotaba y se me metía en los ojos, llorosos a causa del picor.

Saturaba los túneles un humo que no procedía de las antorchas, sino de los pasajes ocultos que conducían al exterior, y eso me permitió saber que nos acercábamos a Greenbrier.

—Es por ahí —anunció tía Del entre toses mientras alargaba la mano para palpar una revuelta pronunciada en el muro de piedra y asegurar su avance.

Marian frotó la superficie mohosa hasta dejar al descubierto una puerta. La llave
lunae
encajó a la perfección, como si la cerradura estuviera en uso a diario en vez de no haberse abierto en miles de días. La puerta en cuestión no era de roble, sino de piedra. No me cabía en la cabeza que la tía Del tuviera la fuerza necesaria para empujarla.

Se detuvo en el hueco de la escalera y se hizo a un lado para dejarme pasar, sabedora de que casi se nos había acabado el plazo. Agaché la cabeza y pasé por debajo del musgo. Olisqueé el aire húmedo mientras ascendía por los escalones de piedra. Continué la subida hasta salir del túnel, pero me quedé helado cuando llegué a la cripta de piedra en cuyo centro estaba la mesa en donde había permanecido durante tantos años el
Libro de las Lunas
.

Y supe que era la misma mesa porque el libro descansaba allí de nuevo.

Era el mismo libro que yo había dejado en la balda superior de mi armario y que había desaparecido esa misma mañana. ¿Cómo había llegado hasta allí? No tenía ni idea, pero no había tiempo para preguntas. Escuché el chisporroteo de las llamas incluso antes de ver el fuego.

El incendio crepitaba estruendoso con rabia e intensidad, sembrando la destrucción. Me sentí asfixiado por la humareda que saturaba el aire y las llamas me chamuscaron los brazos. Era como la visión del guardapelo, o aún peor, como una de mis últimas pesadillas, ésa en la que Lena era consumida por el fuego.

Tuve la corazonada de que la estaba perdiendo, de que el sueño se estaba cumpliendo.

¿Dónde estás, Lena?

Ayuda a tío Macon, me ordenó con voz apagada. Agité la mano para apartar el humo y poder ver la pantalla del móvil. Eran las 23:53. Faltaban siete minutos para la medianoche. Se nos terminaba el tiempo.

La abuela me cogió de la mano.

—No te quedes ahí parado. Necesitamos a Macon.

La abuela y yo corrimos entre las lenguas de fuego cogidos de la mano. La salida abovedada de acceso al cementerio y a los jardines estaba flanqueada por una larga hilera de sauces en llamas. Ardía absolutamente todo: los arbustos, los robles blancos, las serenoas, el romero y los limoneros. Escuché a lo lejos el detonar de la artillería. La batalla de Honey Hill estaba a punto de acabar y yo sabía que los participantes en la recreación pronto empezarían con los fuegos artificiales, como si pudieran rivalizar con los que se habían desatado aquí. Los alrededores de la cripta, tanto el parque como el claro, estaban ardiendo.

La abuela y yo anduvimos a trompicones a través del humo hasta acercarnos a los robles en llamas. Encontramos a Macon tumbado donde le habíamos dejado. Se reclinó sobre él y le tocó la mejilla con la mano.

—Está débil, pero se recuperará.

En ese mismo momento,
Boo Radley
rodó y se incorporó. Avanzó con el rabo entre las piernas y se tendió junto a su amo.

Ravenwood hizo un gran esfuerzo para ladear la cabeza hacia la abuela y preguntó con un hilo de voz:

—¿Dónde está Lena?

—Ethan ha ido a buscarla. Descansa. Voy a ayudar a la señora Lincoln.

Y sin decir nada más se encaminó rápidamente hacia la señora Lincoln y Link, que se encontraba al lado de su madre. Yo permanecí de pie y traté de encontrar a Lena, pero no vi en ninguna parte ni rastro de ella, ni de Hunting, Larkin o Sarafine. No vi a nadie.

Estoy aquí arriba, en lo alto de la cripta, pero creo que estoy herida.

Aguanta, L, ya voy.

Me abrí paso entre las lenguas de fuego, procurando utilizar únicamente los senderos de Greenbrier donde había estado con Lena. Las llamas eran cada vez más altas conforme me aproximaba a la cripta. Tenía la sensación de que la piel se me caía a trozos aunque sabía que sólo se me estaba chamuscando.

Me encaramé a una lápida que no tenía grabado ningún nombre y encontré un punto de apoyo en el desmoronado muro de piedra; me alcé todo lo que pude. En lo alto de la cripta había una estatua, una especie de ángel, con el cuerpo roto. Me agarré a ella, no supe muy bien a qué parte, aunque al tacto parecía ser un tobillo, y tiré con fuerza para auparme por encima del saliente.

¡Date prisa, Ethan! Te necesito.

Y fue entonces cuando me encontré cara a cara con Sarafine.

Me hundió la hoja de un cuchillo en el estómago.

Un cuchillo muy real en el estómago, igualmente real.

Ése era el fin del sueño que nunca se me había permitido ver, sólo que esta parte no tenía nada de onírico, y lo sabía porque se trataba de mis tripas y me dolía cada centímetro de la hoja hundida en ellas.

¿Te sorprende, Ethan? ¿Acaso pensabas que Lena era la única oyente en este canal?

La voz de Sarafine empezó a desvanecerse.

Déjala ahora que intente continuar siendo Luminosa.

A medida que me alejaba, sólo era capaz de pensar en una cosa: era como Ethan Cárter Wate si me vestían con un uniforme confederado, tenía incluso una herida en el vientre y guardaba en el bolsillo el mismo guardapelo. Incluso existía otra semejanza más: había abandonado el equipo de baloncesto del instituto exactamente igual que él desertó del ejército de Lee.

Me marchaba pensando en una joven
Caster
a la que amaría siempre, como el otro Ethan.

¡Ethan, no!

¡No, no, no!

Estuve gritando un minuto, pero luego, el sonido se me pegó a la garganta.

Recuerdo la caída de Ethan y la sonrisa de mi madre, el centelleo del cuchillo, y la sangre, la sangre de Ethan.

No podía estar sucediendo eso.

Todo estaba inmóvil, absolutamente todo. Todo se había detenido y permanecía tan petrificado como una escena en un museo de cera. Las nubes de humo continuaban allí, todavía eran esponjosas y agrisadas, pero no iban a ninguna parte, ni subían ni bajaban. Se limitaban a seguir suspendidas en el aire como si estuvieran hechas con cartulina y formaran parte del decorado de una obra de teatro. Las llamas aún eran transparentes, todavía quemaban, pero no ardían ni hacían ruido. Ni siquiera el aire se movía. Todo se hallaba exactamente igual que hacía un segundo.

La abuela se acuclillaba cerca de la señora Lincoln y su mano se había detenido en el aire cuando estaba a punto de tocarle la mejilla. Arrodillado en el suelo como un niño asustado, Link apretaba la mano de su madre. La tía Del y Marión permanecían agachadas en los escalones inferiores del pasaje de la cripta para protegerse el rostro de la humareda.

El tío Macon yacía tendido en el suelo y Boo se agazapaba a su lado. Hunting se apoyaba sobre un árbol a escasos metros de allí y admiraba su obra. La cazadora de cuero de Larkin estaba ardiendo y él iba en la dirección equivocada, estaba en medio del camino que conducía a Ravenwood. Como era de esperar, rehuía la acción en vez de acercarse a ella.

Y Sarafine, mi madre, sostenía por encima de la cabeza una daga curva, una reliquia Oscura. Su rostro febril hervía de rabia, furia, fuego y odio. La hoja todavía chorreaba sangre sobre el cuerpo inerte de Ethan. Permanecían suspendidas en el aire incluso las gotas de sangre.

El brazo extendido de Ethan colgaba por un extremo del tejado del mausoleo. Oscilaba por encima del cementerio.

Como en nuestro sueño, pero a la inversa.

Yo no me había escurrido de entre sus brazos, lo habían arrancado a él de los míos.

Llegué al pie de la cripta, me estiré y aparté las llamas y el humo hasta entrelazar mis dedos con los de Ethan. Me había puesto de puntillas, pero apenas si podía alcanzarle.

Ethan, te quiero. No me dejes. No puedo hacer esto sin ti.

Podía haber visto su semblante a la luz de la luna, pero no había luna, ni siquiera eso, y la única luz procedía del fuego, aún detenido, que me rodeaba por todas partes. El cielo estaba vacío y completamente negro. No había nada. Esa noche lo había perdido todo.

Sollocé hasta que no pude respirar y mis dedos se deslizaron por entre los suyos, sabiendo que éstos nunca jamás iban a recorrer mis cabellos de nuevo.

Ethan.

Quise gritar su nombre incluso aun no habiendo nadie que me oyera, pero ya no me quedaba ni un grito en las entrañas. No me quedaba nada, excepto aquellas palabras. Me acordé de las palabras de las visiones. Las recordé todas y cada una de ellas.

Sangre de mi corazón.

Vida de mi vida.

Cuerpo de mi cuerpo.

Alma de mi alma.

—No hagas eso, Lena Duchannes. No hagas el tonto con el Libro de las Lunas
y empieces otra vez con toda esta oscuridad
.

Abrí los ojos. Amma estaba a mi lado, en las llamas. El mundo circundante permanecía inmóvil.

La miré.


¿Han hecho esto los Notables?


No, chiquilla. Todo esto es obra tuya. Los Notables sólo me han ayudado a llegar hasta aquí.


¿Y cómo lo he hecho?

Se sentó en el suelo junto a mí.


Todavía ignoras de lo que eres capaz, ¿verdad? Al menos en eso Melquisedec tenía razón.


¿De qué hablas, Amma?


Siempre le dije a Ethan que un día haría un agujero en el cielo, pero he de admitir que lo has hecho tú.

Intenté enjugarme el llanto, pero seguía llorando, y cuando las lágrimas se deslizaron dentro de mi boca, me inundó su sabor a hollín.


¿Soy… soy… Oscura?


Todavía no, ahora no.


¿Soy Luminosa?


No, tampoco puedo decir que lo seas.

Alcé la vista al firmamento. El humo lo cubría todo: los árboles, el cielo, y donde tenían que estar la luna y las estrellas sólo había un negro manto vacío. Ceniza, y fuego, y humo, y nada.


Amma.


¿Sí?


¿Dónde está la luna?


Bueno, si tú no lo sabes, niña, yo seguro que no. Hace un minuto estaba mirando tu decimosexta luna y tú estabas debajo de ella, contemplando las estrellas como si sólo Dios en los cielos pudiera ayudarte, con las manos alzadas como si sostuvieran el firmamento. Y después… nada de nada. Sólo esto.

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