Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Lena seguía sin hablar de ello, bueno, en realidad, no hablaba casi nada.
Yo me había quedado dormido en el suelo de su dormitorio, junto a ella, todavía con nuestras manos entrelazadas. Cuando me desperté, se había marchado. Las paredes de su dormitorio, las mismas que habían estado cubiertas de pintadas negras hasta el punto de que resultaba imposible ver el color blanco de debajo, ahora estaban limpias del todo, excepto una, la pared que estaba frente a la ventana estaba cubierta por un montón de palabras escritas del techo al suelo, pero los textos ya no se parecían a los de Lena, habían desaparecido esas palabras de chica introvertida. Toqué la pared como si de ese modo pudiera sentir las palabras, y entonces supe que se había pasado escribiendo toda la noche.
Macon Ethan
apoyé la cabeza sobre su pecho y lloré porque había sobrevivido
porque él había muerto
un océano seco, un desierto de emoción
feliz tristeza, luz oscura, gozo doloroso, todo me invade y me recorre
logré escuchar el sonido, pero no entendí las palabras
y entonces comprendí que el ruido lo hacía yo al romperme
lo sentí todo y no sentí nada, todo en un momento
estaba hecha pedazos, me había salvado, lo había perdido todo, me habían dado
todo lo demás
una parte de mí murió y otra nació, sólo supe
que la chica se había ido
quienquiera que fuera yo, jamás voy a ser ella otra vez
así es como va el mundo
no acaba con una explosión, sino con un gemido
Llámate a ti misma, llámate, reclámate, reclama
gratitud ira amor desesperación esperanza odio
el primer verde de la naturaleza es oro pero nada verde perdura
no
intentes
que
perdure
nada
verde
T. S. Eliot, Robert Frost, Bukowski. Reconocí los versos de algunos poetas en los textos de la pared, pero excepto el poema de Frost, los había escrito al revés, lo cual era impropio de ella.
Nada dorado perdura
, sobre eso versaba el poema.
Nada verde.
Quizás ahora todo le pareciera igual.
Bajé a rastras hasta la cocina. La tía Del y la abuela cuchicheaban sobre los preparativos del funeral. Recordaba los tonos bajos y los preparativos de cuando murió mi madre, y aborrecía a ambos. Me acuerdo de cuánto dolía seguir vivo, cuánto les costaba a las abuelas y a las tías hacer planes, telefonear a los parientes y poner todo en marcha del mejor modo posible cuando todo lo que deseas es meterte tú también en el féretro, o tal vez plantar un limonero, freír unos tomates o erigir un monumento con las manos desnudas.
—¿Dónde está Lena?
No hablé en voz baja, pero Del dio un respingo. La abuela permaneció inalterable, ella jamás se sobresaltaba.
—¿No está en su dormitorio? —inquirió la tía Del, aturullada.
La abuela se sirvió otra taza de té con mucha calma.
—Creo que sabes dónde está, Ethan.
Lo sabía.
Lena permanecía tumbada en la cripta, en el lugar donde habíamos encontrado a Macon. Llevaba la ropa húmeda y cubierta de barro de la noche anterior y mantenía la mirada fija en el cielo gris de la mañana. Ignoraba cuándo se habían llevado el cuerpo, pero entendía su impulso de acudir a ese lugar: estar con su tío incluso sin su presencia.
Me oyó llegar, pero no me miró.
—Jamás tendré ocasión de retirar todas aquellas cosas horribles que le dije. Nunca sabrá lo mucho que le quería.
Mi cuerpo dolorido se quejó cuando me tendí en el barro junto a ella. La estudié: el negro pelo ensortijado y las mejillas sucias y humedecidas. Las lágrimas le surcaban las mejillas, pero no hizo intento alguno de secárselas, y yo tampoco.
—Murió por mi culpa.
Mantuvo la vista fija y sin parpadear en el cielo. Me hubiera gustado poder decirle algo que la hubiera hecho sentir mejor, pero nadie mejor que yo sabía que esas palabras no existían, y no las pronuncié. En vez de eso, le besé todos los dedos de la mano, y me detuve cuando mis labios detectaron un sabor a metal, y entonces lo vi: llevaba el anillo de mi madre en un dedo de la mano derecha.
Alzó esa mano.
—No quiero perderlo. El collar se rompió anoche.
Los nubarrones aparecían y desaparecían en el cielo. Aún no habíamos visto la última tormenta, bien que lo sabía yo. Rodeé sus manos con la mía.
—Nunca te he amado más que ahora, en este preciso momento, y jamás te querré menos que ahora, en este preciso momento.
El vasto cielo gris conocía un momento de calma desprovista de sol, un interludio entre la tormenta en ciernes y la que había cambiado nuestras vidas para siempre.
—¿Es eso una promesa?
Le apreté la mano.
No la olvides.
Jamás.
Nuestras manos se entrelazaron. Ladeó la cabeza y, cuando la miré a los ojos, advertí por primera vez que uno era verde y el otro de color avellana, de hecho, era más bien dorado.
Era casi mediodía cuando inicié el largo paseo de vuelta a casa. Rayos dorados y pinceladas de gris oscuro hendían el cielo azul. La presión atmosférica iba en aumento, pero daba la impresión de que tardaría unas horas en empezar a llover. Lena estaba en estado de shock, o eso pensaba, pero yo ya estaba listo para la tormenta, y cuando se desatara, un tornado de la época de huracanes parecería un chaparrón primaveral a su lado.
Del se había ofrecido a llevarme en coche hasta casa, pero yo prefería dar un paseo. A pesar de que me dolía todo el cuerpo, necesitaba aclarar las ideas. Hundí las manos en los bolsillos de los vaqueros y me encontré con un bulto muy familiar: el guardapelo. Lena y yo teníamos que encontrar la forma de devolvérselo al otro Ethan Wate, el que descansaba en su tumba, tal y como Genevieve hubiera deseado. Tal vez eso diera a Ethan Cárter Wate un poco de paz. Era mucho lo que le debíamos.
Descendí el abrupto camino de acceso a Ravenwood y me encontré de nuevo en la bifurcación de la carretera, esa que parecía tan aterradora antes de que yo conociera a Lena, antes de que supiera adónde iba, antes de probar el sabor del miedo y del amor de verdad.
Caminé por delante de los campos y bajé hacia la Route 9, pensando en aquel primer viaje, en esa primera noche de tormenta. Le di vueltas a todo, incluso a cómo había estado a punto de perder a mi padre y a Lena, en cómo había abierto los ojos y la había visto allí, mirándome fijamente, y sólo era capaz de pensar en la suerte que tenía, eso antes de saber que habíamos perdido a Macon.
Pensé en el tío de Lena, en sus libros atados con cordeles y papel, en sus camisas perfectas y sin una arruga y en su compostura aún más perfecta. Pensé en lo duras que iban a ser las cosas para Lena a partir de entonces, echándole de menos, deseando poder oír su voz una vez más, pero yo iba a estar a su lado, con ella, del modo en que a mí me habría gustado tener a alguien conmigo cuando perdí a mi madre.
Y tampoco pensaba que Macon Ravenwood se había ido del todo, no cuando mi madre nos había enviado un mensaje al cabo de unos meses después de su muerte. Tal vez siguiera en algún sitio de por ahí, velando por nosotros. Se había sacrificado por Lena, de eso estaba seguro.
Lo correcto y lo fácil nunca son lo mismo, y nadie lo sabía mejor que Macon.
Alcé los ojos y advertí que empezaban a deslizarse unos trazos grisáceos sobre aquel cielo de color añil claro, un azul idéntico al del techo de mi cuarto. Me pregunté si ese tono azulado impediría de verdad anidar a los abejorros carpinteros y si en verdad esas aves confundirían el techo pintado con el cielo.
La de locuras que puedes llegar a ver cuando no miras de verdad.
Saqué el iPod del bolsillo y lo encendí. Había una nueva canción en la lista de reproducción.
La miré fijamente durante un buen rato.
Diecisiete lunas.
Pulsé el botón.
AGRADECIMIENTOSDiecisiete lunas o decimoséptimo año,
si la Luz o la Oscuridad en tus ojos aparece
el dorado sí o el verde no
nadie sabrá, hasta llegar al diecisiete.
I
nvertimos sólo tres meses en la escritura del primer borrador de
Hermosas criaturas,
y ésta resultó ser la parte fácil. Subsanar los errores fue mucho más complicado y requirió la ayuda de muchas personas.
Éste es el árbol genealógico de esta novela:
Raphael Simón y Hilary Reyl.
Que lo vieron antes de que hubiera nada que ver.
Sarah Burnes, de
The Gernert Company
,una extraordinaria agente literaria.
Que lo leyó y lo apoyó desde el principio.
COURTNEY GATEWOOD,
DE THE GERNERT COMPANY,
LA AGENTE 007.
Que nos hizo cruzar el océano y nos llevó aún más lejos.
JENNIFER HUNT Y JULIE SCHEINA,
DEL GENIAL E IMPLACABLE
EQUIPO EDITORIAL DE LITTLE BROWN.
Que nos hicieron sudar y llorar hasta dejarlo todo bien.
DAVE CAPLAN,
NUESTRO INGENIOSO Y VISIONARIO DISEÑADOR.
Que creó el camino a Ravenwood exactamente
como nosotras lo habíamos imaginado.
Mathew Chupack. Que convirtió nuestros latinajos en latín de verdad.
ALEX HOERNER,
FOTÓGRAFO DE LAS ESTRELLAS (Y NUESTRO).
Que nos dio un aspecto tan favorecedor sin ningún hechizo.
Nuestros parientes de Carolina del Norte,
en especial el genealogista Haywood Alnsley Early.
Que nos ayudó a plantar nuestro propio árbol genealógico.
Y Anna Gatlin Harmon, nuestra Hija de Confederación predilecta.
Que nos prestó su nombre de soltera y consiguió que habláramos con corrección.
Y NUESTROS LECTORES:
Hannah, Alex C, Tori, Yvette, Samantha,
Martine, Joyce, OSCAR, David, Ash, Virginia,
Jean x 2, Kerri, Dave, Madeline, Phillip, Derek, Erin,
Ruby, Amanda y Marcos.
Su deseo de saber qué ocurría a continuación
cambió lo que pasaba a continuación ashly,
alias «reina adolescente de los vampiros»,
Susan y John, Robert y Celeste, Burton y Mare.
Que nos escucharon y nos animaron
a lo largo de toda nuestra vida.
May y Emma.
Que por dos veces se quedaron en casa después de clase
para suprimir lo cursi y descubrieron
el trozo que faltaba al final
como sólo son capaces de hacerlo
dos personas a los trece y quince años respectivamente.
Kate P y Nick y Stella G.
Que se durmieron todas las noches
oyendo el tecleo de un portátil.
Y por supuesto, Alex y Lewis.
Que encontraron todos los agujeros
y se aseguraron de que el universo no se cayera por ellos.
Que soportaron todo lo dicho hasta ahora y aún más
Al igual que Amma,
KAMI GARCIA
es muy supersticiosa y, como cualquier persona respetuosa con sus raíces sureñas, hace ella misma galletas y pasteles. Tiene familiares que pertenecen a las Hijas de la Revolución Americana, aunque ella nunca ha participado en ninguna de sus recreaciones históricas. Ha estudiado en la George Washington University, donde se licenció en Educación. Es profesora y organiza grupos de lecturas para niños y jóvenes.
Como a Lena, a
MARGARET STOHL
la escritura le ha dado (y quitado) muchos quebraderos de cabeza desde los quince años. Ha escrito y diseñado muchos videojuegos, por ello sus dos sabuesos se llaman
Zelda
y
Kirby.
Se enamoró de la literatura norteamericana en Amherst y en Yale. Es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Stanford y estudió escritura creativa en la Universidad de East Anglia, en Norwich.
Ambas residen en Los Angeles, California, con sus familias.
Hermosas Criaturas
fue su primera novela y
Hermosa Oscuridad
es su segunda parte.