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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

Historia del Antiguo Egipto (59 page)

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Muchos de los altos funcionarios de Ramsés vivían y trabajaban en Piramsés, pero a la mayoría se les enterró en otros lugares, sobre todo en la necrópolis de Menfis. Hasta el momento se han descubierto en esta necrópolis treinta y cinco tumbas del Período Ramésida, algunas muy grandes. Estas tumbas siguen teniendo forma de templo egipcio, pero, comparadas con las tumbas de finales de la XVIII Dinastía, su calidad ha disminuido. Las tumbas de la dinastía anterior tienen los muros construidos con sólida manpostería de ladrillos de adobe, revestida de caliza en las caras interiores; pero ahora los muros son una doble fila de ortostatos de caliza con el espacio entre ellos relleno de cascotes, la misma técnica utilizada para sus pirámides y pilónos. Además, la calidad de la propia caliza no siempre era muy buena y, en vez de ajustar con cuidado los bloques unos con otros, para rellenar los huecos que quedaban entre ellos se utilizaba una generosa cantidad de enlucido. Tampoco los relieves tallados se pueden comparar con los de las tumbas más antiguas del cementerio. Este declive generalizado en la calidad del trabajo se puede observar en todo el país, incluso en los propios templos del rey; de las dos técnicas principales de escultura de relieve, el altorrelieve, que es superior, pero más cara y consume más tiempo, prácticamente desapareció tras los primeros años del reinado en favor del común hueco relieve. En líneas generales, los monumentos de Ramsés impresionan más por su tamaño y cantidad que por su calidad y perfección.

Ramsés II fue el primer rey desde Amenhotep III en celebrar más de una fiesta
Sed
. La primera tuvo lugar en el año 30 y a ésta le siguieron otras trece, al principio a intervalos más o menos regulares de unos tres años y, posteriormente, hacia el final de su larga vida, de forma anual. Amenhotep III fue deificado durante sus tres jubileos; pero en este aspecto Ramsés tuvo menos paciencia que su gran predecesor, pues ya en su octavo año de reinado sabemos de la escultura de una estatua colosal llamada «Ramsés-el-dios». Se erigieron estatuas colosales del rey con nombres similares delante de los pilonos y puertas de entrada de todos los grandes templos y recibían culto regular, además de ser objeto de adoración pública por parte de los habitantes de las ciudades en las que se encontraban. Dentro de los templos, Ramsés-el-dios tenía su propia imagen de culto y su barca procesional, junto a las demás deidades a los que estaban dedicados; en los relieves, Ramsés II aparece a menudo presentando ofrendas a su propio yo deificado.

De entre los muchos hijos del rey que ocuparon puestos importantes hay que destacar al segundo hijo de la reina Isetnefret, Khaemwaset. Era «gran sacerdote de Ptah» en Menfis y consiguió una reputación de sabio y mago que sobreviviría hasta la época romana. Ningún otro hijo de Ramsés II dejó tantos monumentos, muchos de ellos inscritos con textos eruditos y en ocasiones arcaicos. Si bien, como hemos visto, el reinado de Ramsés II vio un marcado renacer de las tradiciones clásicas, Khaemwaset mantuvo un claro interés en el glorioso pasado egipcio, pues también restauró varias pirámides de faraones del Reino Antiguo en la necrópolis de Sakkara y en algunos de sus propios monumentos intentó copiar el estilo de los relieves de las tumbas de ese mismo período. Como «gran sacerdote de Ptah», una de las tareas de Khaemwaset era supervisar el enterramiento del sagrado toro Apis y la primera galería (en vez de las tumbas individuales) del Serapeo se la debemos a él. También viajó a lo largo del país para anunciar las cinco primeras fiestas
Sed
de su padre, que tradicionalmente se proclamaban desde Menfis. En el año 52 del reinado de su padre, Khaemwaset era el más mayor de sus hijos vivos y, por lo tanto, se convirtió en el príncipe heredero; pero por esas fechas debía de tener unos sesenta años y murió unos pocos años después, en torno al año 55 de reinado. Casi con seguridad fue enterrado en la necrópolis menfita y no en la principesca tumba galería del Valle de los Reyes (KV 5), pero nadie sabe si realmente fue enterrado en el Serapeo, como muchos piensan.

Tras la muerte de Khaemwaset, Ramsés II vivió otros doce años, hasta que finalmente murió en su sexagésimo séptimo año de reinado, el más largo desde Pepi II (2321-2287 a.C.), en la VI Dinastía. Durante los últimos años de su reinado se había convertido en una leyenda viva y resulta evidente que fue muy admirado (y envidiado) por sus sucesores. Su memoria continuaría viva en tradiciones posteriores, tanto con su propio nombre como con el de Senusret, en realidad el nombre de varios reyes del Reino Medio cuyos monumentos había usurpado con avidez. Sus doce hijos mayores murieron antes que él y fue Merenptah (1213-1203 a.C.), el cuarto hijo de Isisnefret y príncipe heredero desde la muerte de Khaemwaset, quien finalmente le sucedió.

Los sucesores de Ramsés II

Durante los primeros años de su reinado, Merenptah, que debía de tener una edad bastante avanzada por entonces, envió varias expediciones militares al extranjero, no sólo a Nubia, sino también a Palestina, donde sofocó a los vasallos rebeldes de Ascalón, Gezer y Yenoam. La Estela de la Victoria, que recoge estos triunfos, también muestra la primera referencia en las fuentes egipcias a Israel, si bien no como país o ciudad, sino como una tribu. El principal acontecimiento del reinado de Merenptah tuvo lugar en su año 5 y es del que se ocupa la estela: una campaña contra los libios. Estos habían sido un problema ya durante el reinado de su padre y su abuelo, pero las fortalezas que Ramsés II había construido en las fronteras occidentales del delta no pudieron evitar la invasión de una gigantesca coalición de libios y otras tribus dirigidas por su rey, Mereye.

En las décadas previas se había producido una gran migración en el mundo egeo y jónico, originada probablemente por una hambruna generalizada debida a un fracaso global de las cosechas. De hecho, según una larga inscripción en Karnak (entre el Séptimo Pilono y la parte central del templo), Merenptah había enviado grano a los hambrientos hititas, todavía aliados de Egipto en el este. Muchos centros importantes de la Grecia micénica habían sido violentamente destruidos y los extremos orientales del Imperio hitita habían comenzado a hundirse. Estos «pueblos del mar», como no tardarían en ser conocidos en Egipto, también llegaron a las costas del norte de África, entre la Cirenaica y Mersa Matruth, que a finales del Bronce Medio era ocupada de forma estacional por navegantes extranjeros llegados al delta egipcio desde Chipre vía Creta. En esta zona, los «pueblos del mar» se unieron a las tribus libias y, con una fuerza de unos 16.000 hombres, marcharon sobre Egipto; como llevaron consigo a sus mujeres y niños, así como su ganado y sus otras posesiones, es evidente que estaban planeando asentarse en Egipto. De hecho, ya habían penetrado en el delta occidental y estaban marchando hacia el sur, amenazando Menfis y Heliópolis, cuando Merenptah se enfrentó a ellos y, en una batalla que duró seis horas, consiguió derrotarlos. Los libios estaban destinados a fallar en esta ocasión porque, como dice Merenptah en su Estela de la Victoria, su rey Mereye había sido encontrado «culpable de sus crímenes» por el divino tribunal de Heliópolis, y el dios Amón, que lo presidía, le había entregado personalmente la espada de la victoria a su hijo Merenptah, convirtiendo la batalla nada menos que en una «guerra santa». Miles de enemigos murieron, pero un gran número de ellos fueron capturados y asentados en colonias militares, sobre todo en el delta, donde sus descendientes se convertirían en un factor político cada vez más importante (véase el capítulo 12).

El resto del reinado de Merenptah seguramente fue pacífico y el rey lo aprovechó para construir al menos dos templos y un palacio en Menfis. No obstante, se debió de dar cuenta de que no tenía muchos años por delante, pues su templo mortuorio en la orilla occidental de Tebas está construido casi exclusivamente con bloques tomados de estructuras anteriores, sobre todo los cercanos templos de Amenhotep III. Murió en su noveno año de reinado. Tras su fallecimiento hubo problemas sucesorios, puesto que si bien el siguiente rey, Seti II (1200-1194 a.C.), era casi con seguridad el hijo mayor de Merenptah, durante varios años reinó en Egipto un soberano rival, Amenmessu, al menos en el sur del país. Cuándo sucedió esto exactamente sigue siendo objeto de mucha controversia; se ha sugerido que Amenmessu fue capaz de deponer a Seti II durante algún tiempo entre los años 3 y 5 del reinado de éste, pero otros sitúan los problemas al comienzo del reinado. Cualquiera que sea la verdad, Seti II borró y usurpó sin piedad todos los cartuchos de Amenmessu y los textos posteriores se refieren al soberano rival como «el enemigo».

Cuando Seti II murió, tras un reinado de casi seis años completos, le sucedió su único hijo, Saptah (1914-1188 a.C.). No obstante, Saptah no era hijo de la esposa principal de Seti. Tausret (1188-1186 a.C.), sino que había nacido de una concubina siria llamada Sutailja. Pero lo que es más importante, no era más que un niño con una pierna atrofiada por la poliomielitis; por lo tanto, su madrastra Tausret siguió siendo la «gran esposa real» y actuó como regente. No obstante, no era el único poder en la sombra, pues un poderoso funcionario llamado Bay, sirio y descrito como el «canciller de toda la tierra», parece que fue el verdadero gobernante del país por estas fechas. Aparece representado varias veces junto a Saptah y Tausret, y en diversas inscripciones incluso afirma que fue él quien «sentó al rey en el trono de su padre», una frase extraordinaria normalmente reservada a los dioses. Cuando Saptah murió en su sexto año de reinado, Tausret pasó a gobernar en solitario durante otros dos años, sin duda con el apoyo de Bay. Tras Hatshepsut y Nefertiti, era la tercera reina del Reino Nuevo en gobernar como faraón. Con ella terminó la XIX Dinastía.

Ramsés III y la XX Dinastía

No está muy claro cómo consiguió el poder la siguiente dinastía. Los únicos indicios sobre los acontecimientos políticos de esta época proceden de una estela erigida en la isla de Elefantina por su primer soberano, Sethnakht (1186-1184 a.C.), y de una narración escrita en el Gran Papiro Harris, de comienzos del reinado de Ramsés IV (1153-1147 a.C.), unos treinta años después. En la estela, Sethnakht relata cómo expulsó a los rebeldes, que en su huida dejaron atrás el oro, la plata y el cobre que habían robado en Egipto y con el que habían pretendido reunir refuerzos entre los asiáticos. El papiro describe cómo por causa de unas fuerzas «del exterior» había estallado en Egipto un estado de desorden y caos; tras varios años durante los cuales no hubo soberano, un sirio llamado Irsu (un nombre ad hoc que significa «aquél que se hizo a sí mismo», es decir, un arribista) consiguió el poder y sus confederados saquearon el país; trataron a los dioses como a personas ordinarias y dejaron de hacer sacrificios en los templos, una descripción que se parece a la que se da del Período Amárnico en los años de la Restauración. Entonces los dioses escogieron a Sethnakht para ser el siguiente soberano, del mismo modo que habían hecho con Horemheb al final de la XVIII Dinastía, y él restableció el orden.

A partir de estos textos quizá es posible reconstruir los acontecimientos como sigue: tras la muerte de Tausret, Bay intentó hacerse con el poder, consiguiéndolo durante un corto período de tiempo, hasta que finalmente fue expulsado del trono por Sethnakht. La estela de Elefantina no está fechada en el año primero de su reinado, como uno podría esperar de una estela de la victoria, sino en el año 2; además, la fecha no aparece al principio de la estela, como es tradicional, sino hacia el final. Se ha sugerido, por lo tanto, que se refiere a la fecha de la victoria de Sethnakht, siendo al mismo tiempo la verdadera fecha de su ascenso al trono, tras haber contado hacia atrás el tiempo que tardó en derrotar a sus adversarios y considerándolo su primer año. Pudiendo esto ser cierto, no disfrutó de su recién ganada realeza durante mucho tiempo, pues murió poco después, siendo sucedido por Ramsés III (1184-1153 a.C.).

Si bien el nuevo rey heredó la paz y estabilidad de su padre, no tardó en tener sus propios problemas. En el año 5 tuvo que derrotar con las armas nuevos avances de las tribus libias, que se habían aprovechado de la época de crisis interna para penetrar en el delta occidental hasta alcanzar la rama principal del Nilo. Por entonces los egipcios parecen haber aceptado como inevitable esta inmigración pacífica, pero cuando estalló una revuelta contra el faraón como resultado de la interferencia de éste en la sucesión de su «rey», Ramsés respondió con rapidez y los devolvió al redil egipcio. Una nueva campaña libia tuvo lugar en el año 11. Un desafío mucho mayor supuso la gran batalla contra los «pueblos del mar», en el año 8.

Desde los días de Merenptah, cuando por primera vez algunos de los «pueblos del mar» intentaron penetrar en Egipto desde el este, sus movimientos habían trastocado por completo el Mediterráneo oriental. Habían destruido la capital hitita, Hattusas, y barrido su imperio; habían conquistado Tarso y muchos de ellos se habían asentado en las llanuras de Cilicia y Siria del norte, arrasando hasta sus cimientos Alalakh y Ugarit. Chipre también había sido aplastada y su capital, Enkomi, saqueada. No obstante, era evidente que su objetivo final era Egipto y en el año 8 de Ramsés III lanzaron un ataque combinado por tierra y por mar; pero los egipcios eran conscientes del inminente peligro y habían trasladado una gran fuerza defensiva hasta Djahy (sur de Palestina, quizá las guarniciones egipcias en la franja de Gaza) y las desembocaduras fortificadas de las ramas del Nilo en el delta. Cuando finalmente se produjo el asalto, las tropas de Ramsés III estaban bien preparadas y fueron capaces de hacer retroceder a los invasores. Si bien los «pueblos del mar» cambiaron el mundo del Mediterráneo oriental, nunca consiguieron conquistar Egipto y, a primera vista, su presencia en Siria-Palestina no parece haber afectado el dominio egipcio sobre sus territorios septentrionales.

Ramsés III gastó mucho tiempo y energía en sus proyectos constructivos. El más importante es su gran templo mortuorio en Medinet Habu, comenzado poco después de su ascenso al trono y terminado en el año 12 de su reinado; todavía hoy se alza como uno de los templos mejor conservados del Reino Nuevo (la decoración de sus muros exteriores incluye escenas de la batalla contra los «pueblos del mar»). Seguía de cerca el modelo de su gran predecesor, Ramsés II, al cual Ramsés III intentó emular de otros muchos modos; sus propia titulatura real era casi idéntica a la de Ramsés II e incluso le puso a sus hijos los nombres de los numerosos vástagos de aquél. La construcción de Medinet Habu y otros proyectos, incluida la ampliación de Piramsés, no parecen haberse visto dificultados por las distintas amenazas existentes sobre las fronteras egipcias. También tenemos noticias de una gran expedición al Punt, quizá la primera desde la famosa empresa hacia esas lejanas tierras organizada en época de Hatshepsut, y de otra a Atika, quizá a las minas de cobre de Timna.

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