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Authors: Manuel Montero

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Historia Del País Vasco (14 page)

BOOK: Historia Del País Vasco
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A comienzos de octubre se oyeron en el País Vasco las primeras proclamas carlistas. Identificaban la causa dinástica con la defensa del Antiguo Régimen y el repudio del liberalismo.
Dios. Patria. Rey,
el primer lema carlista, arraigó profundamente en los sectores rurales del País Vasco, mientras la burguesía urbana apostó por el liberalismo.

El enfrentamiento tuvo especial virulencia, por la profunda crisis social iniciada a fines del XVIII, con la quiebra de la economía tradicional. Respondía a los antagonismos de la sociedad vasca, al resumir las tensiones históricas entre la burguesía urbana y la sociedad rural. Los campesinos vascos cerraron filas con el carlismo: el liberalismo económico había empeorado ya sus condiciones de vida.

Los carlistas vascos se movilizaron, asi, por la tradición. De ésta formaban parte, también, los fueros, que habían funcionado con el absolutismo. Al principio apenas se mencionan, pero al de unos años las proclamas los incluían entre los objetivos de la lucha.
Dios, Patria, Fueros, Rey
simbolizaba ya en 1836 las aspiraciones carlistas.

Desembarcando armas para el bando carlista.

También los liberales vascos defendían los fueros. Pero mientras el carlismo quería unos fueros inmutables, cobertura del orden social tradicional, ellos proponían que se adaptasen a las nuevas necesidades, que pervivieran autogobierno y exenciones, pero no las trabas al sistema político revolucionario o a las reivindicaciones económicas burguesas.

Los campesinos, alentados por clero y nobleza rural, levantaron partidas guerrilleras. Los carlistas consiguieron Bilbao y Vitoria, pero carecían de plazas fuertes que actuasen como guarnición militar. Así, tras acabar con las partidas formadas en Castilla, el isabelino general Sarsfield ocupó Vitoria y Bilbao sin dificultades. El ejército tenía así sólidos puntos para sofocar las guerrillas levantadas en el campo. La sublevación parecía sin futuro. A las dispersas partidas carlistas les faltaba estructura organizativa y estrategia para hacer la guerra con posibilidades de éxito.

Zumalacárregui consiguió cambiar las tornas. Organizó las guerrillas con la consistencia de un ejército regular y dirigió la guerra con eficacia espectacular. Dio así su oportunidad política al carlismo, al proporcionarle una notable capacidad militar y el control sobre un amplio territorio.

Incorporado a la sublevación en noviembre de 1833, pronto obtuvo el mando de las tropas carlistas. Las dirigió hasta muerte en junio de 1835. En sólo 19 meses consiguió crear un fuerte ejército, capaz de plantearse el asalto de Madrid. A la casi total carencia de medios se sobrepusieron sus excepcionales capacidades militares y sus virtudes como líder carismático.

Pueden distinguirse tres etapas en la jefatura militar de Zumalacárregui. La primera, entre noviembre de 1833 y junio de 1834, la dedicó a disciplinar y entrenar las tropas. Impidió, además, que los isabelinos controlaran el territorio rural, evitando enfrentamientos abiertos y utilizando la guerra de guerrillas: en ella la superioridad carlista era incuestionable, por su conocimiento del terreno, el apoyo campesino y las capacidades tácticas de Zumalacárregui.

En la segunda fase, entre julio del 34 y abril del 35, Zumalacárregui se hizo con el control de la zona rural y de las comunicaciones. Hizo frente a la nueva estrategia gubernamental, basada en operaciones de envergadura, a cargo de 25.000 soldados. La llegada de Carlos V al País Vasco, de otro lado, condicionó las decisiones de Zumalacárregui, por la necesidad de protegerle.

Los liberales intentaron cercar a Zumalacárregui en las Amézcoas, el corazón del carlismo, estrechando el área dominada por los sublevados. Sin tropas suficientes para mantener las guarniciones que iban ocupando, fueron rechazados. Fracasaron también en su intento de prender a Don Carlos. En septiembre Zumalacárregui marchó a Logroño, se apoderó de un convoy militar, y, al regresar, derrotó a O'Doyle en Alegría de Álava. Meses después, ya con caballería y artillería, triunfó en el Baztán y en el Sur de Navarra. En abril el liberal Mina fue derrotado en la batalla de las Amézcoas.

El carlismo obtuvo entonces cierto reconocimiento internacional. El
convenio Elliot,
negociado con ambos bandos por los ingleses, buscaba terminar con las represalias sistemáticas que unos y otros realizaban.

En mayo y junio de 1835, la tercera etapa, Zumalacárregui pasó a la ofensiva. Se hizo con la mayoría de las guarniciones liberales. Tomó primero Treviño, aislando Vitoria, y después Villafranca, Eibar y Ochandiano. Los isabelinos abandonaron Durango, Estella, Tolosa, Bergara y el Baztán. Los carlistas dominaban casi todo el territorio vasco, con la excepción de las capitales, algunos pueblos costeros y la franja entre Salvatierra y Vitoria.

Zumalacárregui propuso tomar Vitoria y rápidamente marchar a Madrid. Era quizás la única posibilidad de triunfo carlista, atacar antes de que se reorganizase el enemigo, sucesivas veces derrotado, pero la corte de Don Carlos impuso que en vez de Vitoria se ocupase Bilbao, para conseguir reconocimiento internacional y los recursos de la villa, según los
jauntxos
rica y próspera. Quizás los recelos rurales ante Bilbao pesaron en esta decisión, fatal para el carlismo: concedió tiempo a los isabelinos para reorganizarse, y, además, en el sitio Zumalacárregui recibió la herida que, mal tratada, causó su muerte. Pronto los carlistas debieron levantar el sitio. Pocos días después, les derrotaban en Mendigorría.

Con 33.000 soldados de infantería y 1.000 de caballería, el general Eguía intentó reorganizar el ejército, pero los carlistas fueron ya incapaces de lanzar grandes operaciones. La situación se estabilizó.

Quisieron desbloquearla desde 1836 algunas expediciones, como la del general Gómez, que marchó hasta Andalucía buscando adeptos, y la Expedición Real, que llegó a las puertas de Madrid. Regresaron sin resultados sustanciales.

Intentaron también ocupar Bilbao. El sitio de diciembre de 1836, en el que hubo una encarnizada lucha, lo levantó Espartero tras la épica batalla de Luchana. También San Sebastián sufrió el acoso carlista, contenido por los liberales donostiarras, el ejército gubernamental y voluntarios extranjeros. Algunos éxitos carlistas de 1837 (la victoria de Oriamendi y la toma de Hernani y de Oyarzun) no desnivelaron la situación.

Guardias forales de Bizkaia que participaron en la defensa de Bilbao durante el sitio carlista de 1874.

Para entonces, el Gobierno se hacía ya con un ejército numeroso y el desaliento se adueñaba de los carlistas, cansados de la movilización permanente y los elevados impuestos. En este clima se sugirieron nuevas vías políticas, como la promovida por José Antonio Muñagorri. Instigado por el Gobierno, su oferta de
Paz y fueros
invitaba a buscar la paz abandonando las reivindicaciones dinásticas, a cambio de conservar los fueros.

Desfile de tropas regulares (1931) con momo de la inauguración del monumento a los carabineros fusilados por la partida del Cura de Santa Cruz, en Behobia. En 1936, los requetés lo volaron. Años después, fue repuesto.

El enquistamiento militar agudizó las tensiones en la élite carlista. Algunos empezaron a pensar en acuerdos con los liberales. Las disputas entre moderados e intransigentes dieron lugar a la ejecución en Estella de varios generales, ordenada por el moderado Maroto.

Esta crisis, la desmoralización de las tropas y el cansancio civil anticipaban la descomposición del carlismo. La guerra acabó tras las negociaciones entre Espartero y Maroto, jefe del Estado Mayor carlista. El 31 de agosto de 1839 se firmaba el Convenio de Bergara. Lo desautorizó Don Carlos, pero en septiembre los últimos focos carlistas quedaron sofocados.

En el Convenio Espartero se comprometía a recomendar al Gobierno que propusiese
la concesión o modificación
de los fueros a las Cortes. No se hablaba de
confirmarlos,
por lo que quebraba el principio de la legitimidad histórica. El planteamiento era liberal: con la Constitución de 1837 los derechos históricos no podían imponerse a los órganos soberanos. Pero del texto firmado en Bergara se deducía que algunos fueros se conservarían.

Iglesia de Begoña, efectos de los proyectiles sobre la torre del campanario.

VI. LA ÚLTIMA ETAPA FORAL (1839-1876)
El sistema político durante la última etapa foral

Tras la I Guerra Carlista se instauró el régimen liberal en el País Vasco, pero no se impuso la uniformidad, por el compromiso gubernamental con el carlismo y la presión de los liberales vascos, que la rechazaban. Se inició la abolición de los fueros, con la ley del 25 de octubre de 1839, que confirmaba los fueros
sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía.
Las
imprescindibles modificaciones
de los fueros las propondría el Gobierno a las Cortes, tras
oír
a las provincias forales. No se exigía una negociación, bastaría la
audiencia
del Gobierno.

En Navarra se formó una nueva Diputación elegida con procedimientos liberales, no estamentales. De su entendimiento con el Gobierno nació la llamada
Ley Paccionada,
que no fue tal, pues siguió el trámite legislativo habitual, previas conversaciones entre Gobierno y Diputación.

La Ley, de agosto de 1841, liquidó los Fueros de Navarra. Desaparecían las Cortes, las aduanas interiores, el derecho de sobrecarta y la exención fiscal y militar y se aplicaban los procedimientos judiciales y electorales generales. Sin embargo, la Diputación incrementó sus capacidades: asumió la de fijar impuestos, que conservaba Navarra aun teniendo que abonar un cupo anual; y le rendirían cuentas los Ayuntamientos, que antes lo hacían al Consejo Real. La subsistencia del derecho civil foral y el fortalecimiento autonómico de la diputación se presentó como una adaptación de la foralidad.

En Álava, Gipuzkoa y Bizkaia pervivieron Juntas y Diputaciones Forales, que no eran estamentales. Optaron por no dialogar con el Gobierno, de modo que no se desarrollara la ley de 25 de octubre de 1839. Esta se había recibido con alborozo, pero no duró la tranquilidad. Las dificultades comenzaron al asumir en 1840 la regencia el progresista Espartero. Las diputaciones forales proclamaban su lealtad a Mª Cristina, cuando tuvo que exiliarse: en el País Vasco los liberales se estaban inclinando al modernismo, quizás por temor al uniformismo radical de los progresistas.

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