Authors: Dan Simmons
Pero Mahnmut no tenía ningún reparo en hacerle preguntas a Orphu.
—¿Por qué nos enviaron? —preguntó al décimo día—. No comprendemos la misión y no estaríamos equipados para llevarla a cabo aunque supiéramos lo que tenemos que hacer. Fue una locura enviarnos en la ignorancia.
—Los administradores moravec están acostumbrados a repartir los deberes y asignar tareas especializadas —dijo Orphu—. Tú fuiste lo mejor que encontraron para conducir a Koros III hasta el volcán. Yo fui el mejor moravec que pudieron encontrar para atender la nave espacial. Nunca consideraron la posibilidad de que tú y yo fuéramos el equipo que quedaría para hacer el trabajo de los otros dos.
—¿Por qué no? —dijo Mahnmut—. Seguro que sabían que la misión sería peligrosa.
Orphu se estremeció suavemente.
—Probablemente pensaron que era todo o nada... que todos moriríamos si se llegaba a lo peor.
—Casi lo hicimos —le murmuró Mahnmut—. Probablemente lo haremos.
—Descríbeme el día —dijo Orphu—. ¿Se ha levantado ya la niebla?
Los días y el paisaje y las noches eran hermosos. El conocimiento que tenía Mahnmut de los mundos con atmósfera respirable procedía exclusivamente de sus bancos de datos de la Tierra, y aquel Marte terraformado era un cambio interesante.
Los cielos variaban de un brillante celeste a mediodía a un cielo sonrosado que a veces adquiría una tonalidad dorada que lo llenaba todo de fulgor. El sol mismo parecía significativamente más pequeño que como se veía desde la Tierra en las viejas grabaciones de vídeo, pero era inmensamente más grande y más brillante y más cálido que ningún sol que los moravecs de Galileo hubieran conocido en los últimos mil quinientos años-t. La brisa era suave y olía a mar salado y (a veces, sorprendentemente) a vegetación.
—¿Te has preguntado alguna vez por qué nos dieron ese sentido? —preguntó Orphu cuando Mahnmut describió el olor a vegetación mientras entraban en el ancho estuario del Valle Marineris desde el Tetis.
—¿El qué? —dijo Mahnmut.
—El olfato.
El moravec europano tuvo que pensarlo. Siempre había considerado natural su sentido del olfato, aunque era completamente inútil bajo el agua o en la superficie de Europa, y prácticamente inútil en el nido medioambiental de
La Dama Oscura
: en otras palabras, en todas partes donde existía.
—Podía oler los humos tóxicos en el submarino o en los cubículos presurizados de Conamara Caos Central —dijo por fin, sabiendo que no era una respuesta convincente. Los moravecs tenían alarmas insertadas para esos peligros.
Orphu se estremeció suavemente.
—Yo podría haber olido el azufre cuando estaba en la superficie de Io, ¿pero quién querría hacerlo?
—¿Puedes oler? —dijo Mahnmut—. No tiene mucho sentido para un moravec de durovac.
—Desde luego —respondió Orphu—. Ni tampoco el hecho de que me paso... me pasaba... gran parte de mi tiempo viendo las cosas en el espectro de luz visible para los humanos, pero lo hacía cada vez que era posible.
Mahnmut pensó también en esto. Era cierto; él hacía lo mismo, aunque podía ver fácilmente en infrarrojo y en la gama UV del espectro. La visión de Orphu, Mahnmut lo sabía, incorporaba visualizaciones de frecuencias de radio y líneas de campos magnéticos, desconocidas para los antiguos humanos, pero que tenían mucho sentido para un moravec que trabajaba en los campos de radiación dura del espacio galileano.
¿Por qué elegía el ioniano las limitadas longitudes de onda «visibles» por los humanos con más frecuencia?
—Creo que es porque nuestros diseñadores y todas las generaciones subsiguientes de moravecs querían en secreto ser humanos —dijo Orphu, respondiendo a la pregunta no formulada de Mahnmut sin acompañarla de un estremecimiento de ironía o diversión—. El efecto Pinocho, como quien dice.
Mahnmut no estaba de acuerdo con eso, pero se sentía demasiado deprimido para discutir.
—¿A que huele ahora? —preguntó Orphu.
—A vegetación podrida —dijo Mahnmut mientras el falucho seguía el canal que desembocaba en el ancho estuario—- Huele como el Támesis de Shakespeare con marea baja.
La primera semana de navegación río arriba, para no volverse loco de inactividad, Mahnmut desmontó e inspeccionó (lo mejor que pudo) las otras tres piezas de carga recuperadas (Orphu era la cuarta).
El artefacto más pequeño, una pieza ovoide lisa no mucho más grande que el compacto torso de Mahnmut, era el Aparato, el elemento más importante de la misión del difunto Koros III. Todo lo que Mahnmut y Orphu sabían sobre el Aparato era que se suponía que el ganimediano tenía que llevarlo al Monte Olympus, y, dadas unas circunstancias adecuadas desconocidas por Mahnmut y Orphu, activarlo.
Mahnmut sondeó el Aparato con el sonar y levantó una parte diminuta de su casco de transaleación reflexiva. No descubrió su función. La máquina, si era tal, era macromolecular: esencialmente una única molécula nanocuadrada con un núcleo central blando de tremenda energía contenida sólo por los campos internos de la macromolécula. El único «aparato-aparato» que Mahnmut encontró asociado con el casco fue un iniciador-encendedor de corriente generada. Treinta y dos voltios aplicados en el lugar adecuado harían... le harían algo a la macromolécula de dentro.
—Podría ser una bomba —dijo Mahnmut mientras volvía a colocar cuidadosamente en su sitio el milímetro cuadrado de metal.
—Menuda bomba —murmuró Orphu—. Si la em-molécula es principalmente una cáscara de huevo, aquí tenemos un reventador de planetas. La yema nos caería encima.
Fingiendo no haberlo oído para conservar su amistad y no tener que arrojar a Orphu por la borda, Mahnmut miró las paredes del cañón por el que pasaban (aún viajaban a tres kilómetros de los altos acantilados del sur que bordeaban el ancho mar interno), e imaginó toda aquella belleza de rocas rojas, escalonadas y estriadas desaparecida. Pensó en los altos manglares que crecían en las marismas más bajas del estuario marciano, en las recortadas aulagas visibles en las paredes más altas de los acantilados del valle, incluso en el frágil cielo azul con altos cirros sobre las rocas, y trató de imaginarlo todo destruido por una explosión cuántica lo bastante grande para hacer pedazos un mundo. Difícilmente parecía adecuado.
—¿Se te ocurre que pueda ser otra cosa aparte de una bomba? —preguntó Orphu.
—Así de entrada no —dijo el ioniano—. Pero algo que contiene tanta energía cuántica implosiva acumulada constituye una tecnología muy superior a mi comprensión. Te sugiero que trates con cuidado el Aparato y le pongas debajo algunos cojines o algo, pero ya que ha sobrevivido al ataque de la gente de los carros y a la entrada atmosférica que me frió a mí y acabó con tu nave, no puede ser demasiado delicado. Dale una patada en el culo y a otra cosa. ¿Cuál es la siguiente pieza del cargamento?
La siguiente pieza era sólo un poco más grande que el Aparato, pero mucho más comprensible.
—Es una especie de comunicador de chorro —dijo Mahnmut—- Está plegado, pero me parece que si lo activo, se desplegará sobre su propio trípode, lanzará un gran plato al cielo y producirá una seria explosión de... algo. Energía codificada en tensobanda o k-máser o quizás incluso gravedad modulada.
—¿Para qué necesitaría eso Koros? —preguntó Orphu—. Los satélites de comunicaciones siguen en órbita y la nave espacial podría haber transmitido cualquier tipo de tensorrayo o señal de radio al espacio galileano. Demonios, incluso tu submarino podría haber contactado con casa.
—Tal vez esto no tenga por finalidad transmitir al espacio de Júpiter —-sugirió Mahnmut.
—¿Adonde entonces?
Mahnmut no tenía ninguna sugerencia.
—¿Cómo iba a codificar el mensaje Koros? —preguntó el ioniano.
—Hay conectores virtuales —dijo Mahnmut, después de inspeccionar cuidadosamente la compacta maquinaria bajo su piel de nanocarbono—. Podríamos descargar todo lo que hemos visto y aprendido a codificarlo y activarlo. A menos que necesite un código de activación o algo por el estilo. ¿Quieres que lo conecte y lo compruebe?
—No —dijo Orphu—. Todavía no.
—¿Qué usa este comunicador como fuente de energía de chorro? —-preguntó Orphu antes de que Mahnmut pudiera cerrar el aparato.
Mahnmut no estaba familiarizado con la tecnología, pero describió el contenedor magnético y el esquema del campo de fuerza.
—Vaya, vaya —dijo Orphu—. Eso es
felscbenmass
chevkoviana. Antimateria artificial como la que el Consorcio empleó para impulsar la primera sonda interestelar. Contiene suficiente energía para mantenernos vivos y coleando varios siglos terrestres si encontramos una manera de conectarnos.
Mahnmut sintió que su corazón redoblaba.
—¿Podríamos haberlo utilizado para sustituir el reactor de fusión de
La Dama
?
Orphu guardó silencio varios segundos.
—No, no lo creo —dijo por fin—. Demasiado libre, demasiado rápido y demasiado duro para poder domarlo. Es posible que tú y yo pudiéramos conectar con su campo, pero no creo que pudiéramos haberle dado energía a
La Dama Oscura
aunque se pudiera haber reparado el submarino. Y dijiste que no podías hacer las reparaciones solo, ¿no?
—Habrían hecho falta los muelles helados de Conamara Caos —dijo Mahnmut, con una extraña combinación de pesar y alivio al enterarse de que aquello no era ninguna solución para la pobre
Dama
.
Por mucho que lo deprimiera la muerte de su nave, la idea de volver a navegar los más de dos mil kilómetros era aún más deprimente.
La última pieza de carga era la más grande, la más pesada y la más incomprensible.
El contenedor era un cubo de tribambú de un metro y medio de alto por dos de ancho, envuelto en transpolímero. Una breve inspección demostró a Mahnmut que el cubo estaba lleno: cientos de metros cuadrados de un tejido microfino de polietileno enmascarador con tiras de células solares de alta resolución; veinticuatro segmentos de titanio cónico articulado interconectados y parcialmente anidados; cuatro contenedores presurizados cuyos sensores indicaban que contenían helio, una mezcla de hidrógeno y oxígeno y metanol; ocho impulsores de pulso atmosférico con controladores de conexión y, por último, doce cables de buckycarbono plegados de quince metros conectados a los cuatro lados de la caja de tribambú donde venía la cosa.
—Me rindo —dijo Mahnmut después de varios minutos de reflexionar y hurgar y desplegar—. ¿Qué demonios es esto?
—Un globo —dijo Orphu.
Mahnmut sacudió su cabeza moravec. Había criaturas globos vivas y moravecs en la atmósfera de Júpiter, muchos más nadando en la sopa de Saturno, ¿pero qué habría querido hacer Koros III con un globo artificial en Marte?
Orphu transmitió la respuesta mientras Mahnmut la oía de su propia mente.
—La misión de Koros era llegar a la cima del Monte Olympus, hasta el lugar de la perturbación cuántica, y de esta manera no habría tenido que escalar el volcán. ¿Cuáles son las dimensiones de este... globo?
Mahnmut se lo dijo al ioniano.
Inflado con helio, aquí, a cero-cero, nivel del mar marciano, tendría un diámetro de más de sesenta metros y una altura de unos treinta y cinco, con lo cual elevaría fácilmente la barquilla, a ti, el Aparato y la radio de chorro hasta los límites del espacio... o la cima del Olympus —dijo Orphu.
—¿Barquilla? —dijo Mahnmut, todavía intentando asimilar la idea.
—La caja que lo contiene. Eso es obviamente lo que Koros III pretendía pilotar. ¿Trae una capota transpolímera... algún tipo de cubierta presurizable?
—Sí.
—Entonces ahí lo tienes.
—Pero el Monte Olympus tiene una escalera mecánica que sube por su cara sur —dijo Mahnmut estúpidamente.
—Koros y los moravecs que planearon esta misión no lo sabían, Mahnmut —dijo Orphu.
Mahnmut apartó un momento la mirada del globo para pensar. Los acantilados sureños del Valle Marineris eran sólo una fina línea roja contra el horizonte verdiazul mientras el falucho se internaba en los canales centrales del estuario.
—La barquilla es demasiado pequeña para llevarte —dijo.
—Bueno, naturalmente... —empezó a decir Orphu.
—Construiré una barquilla más grande —lo interrumpió Mahnmut.
—¿De verdad crees que ascenderemos a la cima del Monte Olympus? —dijo Orphu en voz baja.
—No lo sé —respondió Mahnmut—, pero sí sé que todavía estaremos a más de dos mil kilómetros del volcán cuando... si... alguna vez llegamos al extremo occidental del Valle Marineris en este barquito. No tenía ni idea de cómo íbamos a atravesar el lío del Laberinto Noctis y la Llanura de Tarsis hasta el Olympus, pero este... globo... podría servir. Tal vez..
—Podrías empezar ahora —dijo Orphu—. Sería más rápido que este... ¿cómo lo llamaste?
—Falucho —dijo Mahnmut, contemplando los aparejos y velas recortadas contra el cielo rosa y azul. Varios hombrecillos verdes se balanceaban sin esfuerzo de un aparejo a otro en los palos—. Y no, no creo que debiéramos intentarlo con el globo hasta que tengamos que hacerlo. Es de un tejido tipo camuflaje-camaleón, incluso la barquilla, pero no estoy convencido de que la gente de los carros no pueda localizarlo. Lo elevaremos cuando lleguemos al Laberinto Noctis. Será de por sí un viaje aéreo bastante difícil, ya que tres de los volcanes más altos de Marte se interpondrán entre nosotros y el Olympus.
Orphu se estremeció cerca de lo subsónico.
—La vuelva al mundo en ochenta días, ¿eh?
—La vuelta entera no —dijo Mahnmut—. Contando este viaje en barco, tenemos que viajar un poco más de una cuarta parte.
Mahnmut intentó matar el tiempo y librarse de su desánimo leyendo los sonetos de Shakespeare en el libro físico que había salvado de
La Dama Oscura
. No funcionó. Mientras que en los últimos años se había sumergido en los análisis descubriendo estructuras ocultas, conexiones de palabras y contenido dramático, ahora los sonetos le parecían solamente tristes. Tristes y bastante desagradables.
A Mahnmut el moravec no podía importarle menos lo que «Will» el «poeta» de los sonetos le hiciera al «Joven» o esperara que le hiciera éste (Mahnmut no tenía ni pene ni ano ni ansiaba ninguno tampoco), pero la profusión de halagos y los flagrantes abusos al obtuso pero adinerado «Joven» por parte del poeta mayor le resultaban ahora opresivos a Mahnmut, algo que bordeaba lo perverso. Pasó a los sonetos a la «Dama Oscura», pero éstos eran aún más cínicos y perversos. Mahnmut estaba de acuerdo con el análisis de que el interés del poeta por esta mujer se centraba precisamente en su promiscuidad: la mujer del pelo oscuro, ojos oscuros, pechos oscuros y pezones oscuros era, si había que fiarse del poeta, no una puta, pero desde luego algo parecido a una fresca.