Infiltrado (10 page)

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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

BOOK: Infiltrado
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—Me dediqué a leer el destino, en su mayoría maldiciones… «Págueme y retiraré la maldición que veo colgando sobre su cabeza»… hasta que tuve lista la imitación de Isus y luego me puse en contacto con un tipo que conocía en Vegas…

Se produjo un estruendo tremendo al fondo. Ernesto había dejado caer la cámara que llevaba al hombro y se dirigía a la puerta. Y todo esto había que grabarlo. Pero no quería perderme nada mientras intentaba deducir el funcionamiento de la cámara.

Miré a Kildy, con la esperanza de que estuviese tomando nota, pero parecía paralizada por lo que sucedía en el escenario, con el espejo y la barra de labios todavía en la mano, y la boca abierta. Tendría que arriesgarme a perderme algunas palabras. Empecé a ponerme en pie.

—¿Adónde vas? —susurró Kildy.

—Tengo que grabarlo.

—Lo estamos grabando —dijo con calma, e indicó imperceptiblemente la barra de labios y el espejo—. Audio… y vídeo.

—Te quiero —le dije.

Ella asintió.

—Será mejor que apuntes esos nombres, por si la policía confisca mi maquillaje como prueba —dijo.

—Se llama Chuck Venture —decía Ariaura—. Él y yo colaboramos en una estafa de cartas en cadena. Su nombre real es Harold Vogel, pero probablemente le conozcan por el nombre que usa aquí, Charles Fred.

Dios. Apunté los nombres: Harold Vogel, Chuck Ventura…

—Juntos habíamos operado un par de fraudes de cartas en cadena —dijo Ariaura—, así que le dije que quería que me llevase a Salem y me introdujese en el negocio de los canalizadores.

Se produjo un ruido metálico y un golpe cuando Ernesto llegó a la puerta y salió. La cerró al irse.

—Harold siempre tuvo la mala costumbre de apuntarlo todo —dijo Ariaura en tono de conversación—. «No puedes hacerme chantaje, Doreen», me dijo. «¿Quieres apostar?», respondí yo. «Todo está en una caja de seguridad en Dayton con instrucciones de que se abra en caso de que me suceda algo». —Se adelantó confiada hacia el público—. No lo está, claro. Está en una caja fuerte situada en mi dormitorio, detrás del retrato de Isus. La combinación es doce izquierda, seis derecha, catorce izquierda —rio con alegría—. En cualquier caso, me enseñó todo lo que hay que saber sobre cómo ablandar a los imbéciles en los seminarios de forma que durante las audiencias privadas le cuenten a Isus todos los detalles de su vida amorosa, y luego mandar copias de las cintas…

A mí espalda se produjeron varios jadeos claros y luego el inicio de un murmullo, o posiblemente un gruñido, pero Ariaura no prestó atención…

—… y me presentó a uno de los camilleros del centro de desintoxicación Nuevo Comienzo, y el masajista del spa Willowsage, de forma que pudiese obtener detalles personales que Isus pudiese usar para convencerles de que lo sabe todo…

El gruñido se había convertido en rugido, pero apenas era audible por encima de los gritos del exterior y los golpes en las puertas, que aparentemente estaban atrancadas desde dentro.

—… y cómo alterar mi voz y expresión para dar realmente la impresión de estar canalizando un espíritu del más allá… Parecía que el maestro de ceremonias y los acomodadores habían encontrado un ariete. Los golpes se habían convertido en estremecimientos tonantes.

—… aunque la verdad es que no me parece que aprender toda esa basura sobre Lemuria y demás fuese estrictamente necesario —dijo Ariaura—. Es decir, está más que claro que os tragaríais cualquier cosa. —Sonrió beatíficamente al público, como si esperase un aplauso, pero el único sonido (además de los golpes) era el de las teclas de los teléfonos móviles y las mujeres gritándose unas a otras. Cuando miré a mi alrededor, todas excepto Kildy tenían un móvil pegado a la oreja.

—¿Hay alguna pregunta? —preguntó Ariaura con alegría.

—Sí —dije—. ¿Afirma que es usted la que hace la voz de Isus?

Me sonrió encantada.

—Claro que sí. No existe la canalización de espíritus desde el Gran Más Allá. ¿Alguna otra pregunta? —Miró más allá de mí a las otras manos que se agitaban frenéticamente—. ¿Sí? ¿La mujer de azul?

—¿Cómo pudiste mentirnos, tú…?

Diestramente me situé delante de la mujer.

—¿Está diciendo que Todd Phoenix también es un fraude?

—Oh, sí —dijo Ariaura—. Todos son fraudes: Todd Phoenix, Joye Wildde, Randall Mars. ¿Siguiente pregunta? ¿Sí, señorita Ross?

Kildy dio un paso al frente, sosteniendo todavía el espejo y la barra de labios.

—¿Cuándo me conoció? —preguntó.

—No tienes que hacerlo —dije.

—Para que quede claro —dijo dedicándome su sonrisa radiante y luego mirando de nuevo al escenario—. Ariaura, ¿me habías visto alguna vez antes de la semana pasada?

—No —dijo—. Te vi en el… mi seminario, pero no te conocí hasta más tarde en la oficina de
El ojo cínico
. Por cierto, una buena revista. Recomiendo a todos que se suscriban.

—¿Y no soy tu gancho? —insistió Kildy.

—No, aunque los tengo —dijo—. Uno de ellos es la mujer de verde en la sexta fila —dijo señalando a una morena regordeta—. Ponte en pie, Lucy. Lucy ya se dirigía hacia la puerta, así como una pelirroja delgada vestida con un caftán arco iris y también una mujer de sesenta años ataviada con un traje de Armani impecable, con parte del público siguiéndolas.

—Janine también lo es —dijo Ariaura señalando a la pelirroja—. Y Doris. Todas ayudan a recopilar información personal para que Isus se lo diga, para que parezca que él «lo sabe todo, lo ve todo». —Rio encantada—. Subid al escenario y saludad al público, chicas.

Las «chicas» pasaron de ella. Doris, seguida de un grupo de mujeres mayores, abrió la puerta de en medio y gritó:

—¡Tenéis que detenerla!

El maestro de ceremonias y los acomodadores iniciaron el camino desde la puerta hasta el escenario. El público estaba todavía más decidido a salir de lo que estaban ellos a entrar, pero aun así no me quedaba mucho tiempo.

—¿Todos los psíquicos que has nombrado usan el chantaje como tú? —pregunté.

—¡Ariaura! —gritó el maestro de ceremonias, a medio camino del escenario y atrapado en el flujo de mujeres—. Deja de hablar. Todo lo que digas puede ser usado en tu contra.

—Oh, hola, Ken —dijo ella—. Ken se encarga de blanquear todo nuestro dinero. ¡Saluda, Ken! Y vosotros también, Derek, Tad y Jared —dijo señalando a los acomodadores—. Los chicos sacan información a los miembros del público y me la pasan por aquí —dijo, sosteniendo el amuleto sagrado.

Me miró fijamente.

—He olvidado tu pregunta.

—¿Todos los psíquicos que has nombrado usan el chantaje como tú?

—No, no todos ellos. Swami Vishnu Jammi emplea sugerencias poshipnóticas, y Nadrilene siempre usa la extorsión.

—¿Qué hay de Charles Fred? ¿Cuál es su estafa?

—Fraude… —El micrófono de Ariaura se apagó de pronto. Miré a la confusión. Uno de los acomodadores sostenía orgulloso un cable desenchufado.

—Fraude de inversiones —gritó Ariaura haciendo bocina con las manos—. Chuck les dice a sus víctimas que sus parientes muertos quieren que inviertan en ciertas acciones. Yo sugeriría… Uno de los acomodadores llegó al escenario. Agarró a Ariaura por el brazo e intentó cogerle el otro.

—… sugeriría que comprobases Metra… —gritó Ariaura golpeándole—. Metracon, Spiritlink…

Apareció un segundo acomodador, y los dos consiguieron retenerle los brazos.

—Crystalcom, Inc. —dijo dándoles patadas— … y Universis. Busca… —Dirigió una patada a la entrepierna de uno de los acomodadores y me hizo estremecer—. Quitadme las zarpas de encima.

El maestro de ceremonias se situó delante de ella.

—Con esto termina la presentación de Ariaura vídeos de… —dijo y luego se lo pensó mejor— … ejemplares firmados del libro de Ariaura,
Si crees…

—Busca quién es el accionista mayoritario —aulló Ariaura resistiéndose—. Y pregúntale a Chuck qué sabe sobre una estafa de falsificación de cheques que Zolita lleva en Reno.

—…
sucederá
están a la venta en… —dijo el maestro de ceremonias y se rindió. Agarró los pies de Ariaura. Los tres se la llevaron fuera del escenario.

—¡Una última pregunta! —grité, pero era demasiado tarde. Ya se la habían llevado—. ¿Por qué estaba el bebé en la nevera?

Capítulo 10

«… ésta es la última vez que me verán…»

H. L. M
ENCKEN

—Aun así, no demuestra que fuese Mencken —le dije a Kildy—. Todo pudo ser una manifestación del subconsciente de Ariaura… perdona, de Bonnie Friehl, producto de su sentimiento de culpa.

—O —dijo Kildy— podría ser que hubiese una estafa tal y como postulaste, pero que una de las estafadoras se enamorase de ti y decidiese que no podía continuar.

—No, no encajaría —dije—. Puede que ella consiguiese convencer a Ariaura para dejar el engaño, pero no para que confesase todos sus crímenes.

—Si realmente los cometió —dijo Kildy—. Todavía no tenemos pruebas verificables independientemente de que sea Bonnie Friehl —pero las huellas digitales de su carné de conducir de Ohio coincidían, y todas las pistas que nos había dado habían resultado ser ciertas.

Pasamos los dos meses posteriores siguiendo todas esas pistas y montando un tremendo número especial sobre «La gran estafa de la canalización». Pareció que íbamos a tener que testificar en la vista preliminar de Ariaura, lo que hubiese sido incómodo, pero ella y sus abogados se pelearon sobre si usar o no la defensa de locura transitoria, ya que ella afirmaba haber sido poseída por un Espíritu Maligno y Tenebroso, y Ariaura acabó despidiéndoles y convirtiéndose en testigo del estado contra Charles Fred, Joye Wildde y varios otros psíquicos que no había mencionado, y empezó a dar la impresión de que la revista tendría que cerrar porque ya no había engaños sobre los que escribir.

Ni remotamente. En unas semanas, nuevos médiums y psíquicos que se anunciaban como «Restauradores de la Ética Cósmica» y «la entidad espiritual en la que puedes confiar» ocuparon los nichos vacíos y un nuevo programa de pérdida de peso por meditación empezó a darles pábulo prometiendo Esencia Baja en Carbohidratos, y Kildy y yo volvimos al trabajo.

—No sirvió para nada —dijo Kildy disgustada tras un seminario de pie sobre tratamientos de Botox psíquicos.

—Sí, sí sirvió —dije—. Charles Fred está acusado de usar información privilegiada, ha bajado la asistencia en el Templo de la Exploración Cósmica, y la mitad de los psíquicos de Los Ángeles están en fuga. Y a todos les llevará un tiempo encontrar nuevas formas de separar a la gente de su dinero.

—Creí que decías que no era Mencken.

—Dije que no
demostraba
que fuese Mencken. Regla número uno: Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias.

—¿Y no crees que lo que pasó sobre el escenario fue extraordinario?

Tenía que admitir que sí.

—Pero pudo ser la propia Ariaura. No dije nada que ella no supiese ya.

—¿Qué hay de lo de contarles la combinación de su caja fuerte? ¿Y lo de ordenar a todas que se suscribiesen a
El ojo cínico
?

—Sigue sin probar que fuese Mencken. Puede tratarse de algún fenómeno Bridey-Murphy. Ariaura pudo tener una niñera que le leía el
Baltimore Sun
en voz alta cuando era un bebé.

Kildy rio.

—No crees eso.

—No creo nada sin pruebas —dije—. Soy un escéptico, ¿recuerdas? Y sobre el escenario no sucedió nada que no se pudiese explicar racionalmente.

—Exacto —dijo Kildy.

—¿
A
qué te refieres con exacto?

—Por sus frutos los conoceréis.

—¿Qué?

—Me refiero a que tuvo que ser Mencken porque hizo exactamente lo que le pedimos: demostrar que no era una estafa, que él no era falso y que Ariaura sí lo era. Y hacerlo sin demostrar que él fuese Mencken porque si lo hacía, entonces demostraría que ella era real. Lo que
demuestra
que se trataba de Mencken.

No había una buena respuesta para una falta de lógica tan absurda, excepto cambiar de tema, cosa que hice. La besé.

Y luego envié las transcripciones de las palabras de Ariaura a UCLA para que comparasen los patrones de lenguaje con los de los escritos de Mencken. Pruebas verificables independientemente. Y saqué el ejemplar de
El bebé en la nevera
cubierto de cinta adhesiva de su escondrijo tras la estantería mientras Kildy estaba fuera de la oficina, me lo llevé a casa, lo envolví en papel de aluminio, lo metí en un contenedor Lena Cuisine vacío y lo oculté —¿dónde si no?— en la nevera. Las viejas costumbres tardan en morir.

UCLA me devolvió las transcripciones, diciendo que la muestra no era lo suficientemente grande para obtener resultados concluyentes. Lo mismo pasó con CalTech. Y Duke. Por ahí nada más. Lo que era una pena. Hubiese sido agradable tener a Mencken de vuelta al ruedo, aunque fuese por un tiempo. Definitivamente se había ido demasiado pronto.

Así que Kildy y yo tendríamos que continuar donde él lo había dejado, lo que significaba no sólo añadir «Esos hijos de puta nos están pisando los talones» en la cabecera de
El ojo cínico
, sino intentar canalizar su espíritu en todas las páginas.

Y eso no sólo significaba desenmascarar timadores y estafadores. Mencken no había sido una fuerza tan importante por sus diatribas contra el creacionismo, los sanadores y las medicinas falsas, sino por lo que defendía. La Verdad. Era por eso que odiaba tanto la ignorancia, la superstición y el engaño, porque amaba la ciencia, la razón y la lógica, y había comunicado ese amor, esa pasión, a sus lectores con cada una de las palabras que escribió. Era eso lo que teníamos que hacer con
El
ojo cínico
. No bastaba con revelar la naturaleza real de Ariaura, swami Vishnu, los dentistas psíquicos y las dietas Atkins con meditación. También teníamos que conseguir que nuestros lectores sintiesen tanta pasión por la ciencia y la razón como la que sentían por Romtha y las lecturas luminiscentes. No sólo debíamos contar la verdad, sino hacer que nuestros lectores
quisiesen
creerla.

Luego, como he dicho, estuvimos muy ocupados durante unos meses, rediseñando la revista, cooperando con la policía, y siguiendo las pistas entregadas por Ariaura. Fuimos a Vegas para investigar el fraude de cartas en cadena que ella y Chuck Venture/Charles Fred habían montado, después de lo cual regresé a casa para cerrar el número, y Kildy fue a Dayton y luego a Chickamauga para seguir la historia criminal de Ariaura.

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