Judy Moody Está De Mal Humor, De Muy Mal Humor (5 page)

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Authors: Megan McDonald

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: Judy Moody Está De Mal Humor, De Muy Mal Humor
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—Está muy bien.

Frank tenia además una fabulosa colección de cómics, algunos muy antiguos. Para remate, hasta coleccionaba pastillas de jabón en miniatura, con nombres de hoteles en los envoltorios.

Judy se olvidó de que quería irse.

—¿Qué es eso?

—Una planta carnívora. Atrapa insectos. Creen que es una flor y por eso se posan en ella, y la planta se los come.

—¡Qué curioso! Yo tengo una Venus atrapamoscas que se llama Mandíbulas.

—Ya lo sé. Estuvo muy bien cuando la llevaste a clase y se comió la hamburguesa y te dejó la mochila hecha una peste y todo eso.

—¡Frank! ¡Judy! ¡Ya han venido los padres de Judy!

—Me tengo que ir.

—Pues gracias por la caja de renacuajos —dijo Frank doblando una pata de la cigarra de goma de su colección.

—Oye, ¿es verdad que te comes la cola de pegar?

—Sólo una vez comí. Por una apuesta.

—¡Qué raro!

Peor todavía

La jornada de Judy empezó fatal. Fue el día en que Stink, su maloliente hermano, el que había vendido tierra por polvo lunar, iba a ir con su clase a Washington DC, a ver la casa del presidente.

Y su madre y su padre también iban.

Su muy abnegada hija tenía que quedarse en casa a terminar el collage. A ella, Judy Moody, le quedaban varios huecos por rellenar.

—Creo que tengo un agujero en el cerebro —informó Judy a su familia—. No se me ocurre ya nada interesante que poner en el collage.

Judy se hundió en el sofá de la sala de estar como un globo pinchado.

—Me podrían pasar cosas más interesantes en Washington DC.

—Ya sabes que sólo van los de Segundo, cariño —dijo su madre.

—¡Grrr!

—A lo mejor volvemos tarde —le avisó su padre—. Puedes ir a casa de Rocky al salir de clase y así termináis juntos los trabajos.

—Lo pasaréis bien —su madre intentó animarla—. Además, ¿no ibas a ir hoy a una reunión para la Semana del Cepillado de Dientes?

¡Lo había olvidado! Una razón más para enfadarse. Stink iba a codearse con el presidente y Judy Moody a darse la mano con don Diente y don Hilo Dental.

Stink entró andando como un pato en la sala de estar. Iba envuelto en la bandera de rayas rojas y blancas, parecía un mantel.

—¿Qué es eso? —preguntó Judy.

—Un disfraz para mi trabajo «Tú eres la bandera». Yo soy la bandera.

—Stink, no es que tú seas la bandera. Tienes que contar lo que la bandera significa para ti.

—Para mí significa que soy la bandera.

—¿Qué llevas en la cabeza?

—Un sombrero. Mira, cada estrella es un estado, igual que en la bandera. Una por cada uno de los cuarenta y ocho estados.

—¿Sabes qué? Hay cincuenta estados, Stink.

—No. Los he contado. Los he estado viendo en un mapa.

—Vuelve a contar. Seguro que te has olvidado de Hawai y Alaska.

—¿Crees que el presidente se dará cuenta?

—Stink, el presidente es el que hizo los estados. Claro que se dará cuenta.

—Está bien, está bien. Pegaré otras dos.

—Es increíble, todos los de Segundo escriben un poema a la bandera o hacen un dibujo para el trabajo, pero mi hermano es una bandera humana.

—¿Qué tiene de malo?

—Que pareces una momia con barras y estrellas y andas como un pato. Eso tiene de malo.

—Tengo que fijarme en un salón donde todo es de oro de verdad. Hasta las cortinas y las colchas. Según Heather Strong, las lámparas son de diamantes.

—Heather Strong miente —sentenció Judy.

Era inútil. Tendría que cambiar el collage. La fiesta de cumpleaños de Frank ya no era LO PEOR DE TODO. ¡Frank Pearl había comido cola de pegar por una apuesta! Además, le había dado seis hormigas y una mosca para Mandíbulas.

Era muchísimo PEOR TODAVÍA no ver al presidente de sus propios cincuenta Estados Unidos. Toda su familia, hasta su hermano, la bandera humana, se iba a Washington DC, mientras ella, Judy Moody, se quedaba a escuchara un diente parlante.

Lo más divertido

Llovía a cántaros. Judy sabía que su padre no la dejaría ir a la escuela sin paraguas, y el único que tenía era uno muy cursi, amarillo, de cuando estaba en Primero. Se caló hasta los huesos, pero con tal de no llevar ese paraguas de niña pequeña… Seguro que el sol brillaba en casa del presidente, pensaba Judy. Se sentía como un banco mojado bajo la lluvia.

—Frank también quiere venir a mi casa al salir de clase —le contó Rocky en el autobús—. Además, tengo un billete nuevo de diez dólares y podemos ir a Vic's a comprar algo especial.

—¿Venden oro de verdad en Vic's?

En Ortografía, Judy escribió «hucha», cuando en realidad el señor Todd había dicho «ducha». En Ciencias, se le cayó la madeja de hilo que Jessica le había lanzado para hacer una tela de araña gigante, con tan mala suerte que salió por la puerta de clase justo cuando pasaba por allí la señora Tuxedo, la directora. Y en la reunión de la Semana del Cepillado de Dientes, don Diente la eligió a ella para que hiciera de caries, en el escenario, delante de todo el colegio.

No se le iba de la cabeza la idea de que Stink estuviera en casa del presidente y ella no. Él estaría viendo un montón de cosas de oro de verdad. ¿Daría la mano al presidente? ¿Se sentaría en una silla de oro?

—¿Pueden hablar las banderas? —le preguntó a Frank.

—¡Sólo si son banderas parlanchinas!

Fue la gota que colmó el vaso. Sería imposible vivir con Stink después de haber estado en casa del presidente.

En el autobús de vuelta a casa, Rocky le enchufó agua con su moneda mágica de veinticinco centavos a Frank quien, tras quejarse, se secó con la manga. Judy aparentó que le había hecho gracia, pero en realidad estaba pensando que en ese momento Stink estaría acariciando al cachorrillo del presidente. Contesto con un gruñido cuando Rocky exclamó:

—¡Qué ganas tengo de ir a Vic's!

Corrieron entre los charcos hasta el supermercado. Rocky no se entretuvo en cruzar China y Japón de la forma adecuada.

—¿A qué vienen tantas prisas? —preguntó ella.

—Necesito una cosa, pero no queda más que una ¡y no quiero volver sin ella!

Una vez en el supermercado, Rocky fue derecho al mostrador.

—Aquí es. ¡Todavía queda una!

Judy se puso de puntillas para mirar dentro de una caja colocada encima del mostrador. En el fondo había… una mano. ¡Una mano humana! Judy estuvo a punto de gritar. Lo mismo que Frank, hasta que se dieron cuenta de que era de goma.

—¿Qué os parece? —preguntó Rocky.

—Curiosa —respondió Judy.

—¡Estupenda! —se entusiasmó Frank—. Parece de verdad. ¡Con uñas y todo!

Rocky compró la mano y tres bolas de fuego.

—¿Qué vas a hacer con esa mano? —preguntó Frank.

—No lo sé, pero me gusta.

Al llegar a casa de Rocky, Judy se puso a trabajar en su collage. Pero no estaba de humor para poner LO MÁS DIVERTIDO. Era como si las cosas divertidas que le habían pasado se hubieran esfumado de su cabeza.

Rocky enseñó su collage terminado a Judy y Frank.

—En DÓNDE VIVO he puesto Thomas Jefferson asomado a la ventana de mi casa. Lo he recortado de un billete de jugar.

—¡Qué bien! —le felicito Frank—. Como es la calle Jefferson…

—El trozo de tela es parte del cabestrillo de cuando me rompí el brazo, LO PEOR DE TODO. Y un rollo de papel higiénico por el club RM, un club secreto al que pertenezco —informó Rocky, mirando de reojo a Judy.

—¿Qué club es ese del papel higiénico?

—Si te lo digo, ya no es secreto.

—¿Quién es éste? —preguntó entonces Frank señalando a un lagarto.

—Houdini, MI MASCOTA FAVORITA.

—¿Y ese tipo que atraviesa una pared de ladrillo?

—Ése es mi favorito. Mi madre me hizo una copia de una foto de Harry Houdini de un libro de la biblioteca.

Judy tocó una cabeza de ajo.

—¿Quieres espantar a los vampiros o qué?

—Eso es de una vez que me comí una cabeza entera de ajo sin querer. ¡LO MÁS DIVERTIDO fue el pestazo que eché durante una semana!

—¡Como cuando Mandíbulas se comió aquella hamburguesa! —se rió Frank.

—Como Stink cuando se quita los zapatos —dijo Judy.

—¿Éste eres tú?

—Soy yo con gorro de mago haciendo desaparecer una pecera.

—Podrías hacer desaparecer a Stink —le sugirió Judy.

—Qué pena que lo haya terminado —dijo Rocky—. Habría estado bien poner la mano de goma en el collage.

Fue entonces cuando se le ocurrió. ¡Menuda idea! La más divertida de todas. Dio vueltas por la cabeza de Judy y aterrizó como una nave espacial.

—¡Rocky! ¡Eres genial! Vamos a mi casa —ordenó Judy—. Y trae la mano.

—En tu casa no hay nadie, podemos meternos en un lío. ¡Estás loca!

—¡Exacto! Vamos. Hay una llave escondida en la tubería del canalón.

—¿Se te ha olvidado algo? —preguntó Frank.

—Sí. ¡Se me ha olvidado gastarle una broma a Stink!

Una vez dentro, Judy corrió por toda la casa en busca del sitio perfecto donde dejar la mano, un lugar que Stink encontrara enseguida. ¿El sofá? ¿El acuario de Ranita? ¿El frigorífico? ¿Debajo de la almohada?

¡El cuarto de baño!

Judy bajó al servicio, levantó la tapa del váter, sólo un poco, y dejó allí la mano asomando las uñas.

—¡Parece de verdad! —se sorprendió Rocky.

—Le va a dar un susto que se va a olvidar hasta del presidente —dijo Judy—. Seguro.

Volvieron a casa de Rocky y se pusieron los tres a mirar por la ventana del cuarto. En cuanto se asomaba un coche por la calle gritaban:

—¡Son ellos!

Hasta que Judy vio la furgoneta azul.

—¡Corred! ¡Están llegando a la entrada!

Stink estaba tan emocionado hablando de la casa del presidente con Judy, Rocky y Frank, que Hawai y Alaska se le cayeron del sombrero.

«¿Por qué no va al cuarto de baño?», pensó Judy.

—En casa del presidente hay un cine, ¡lo juro! Y una sala con una puerta secreta, es verdad, y hasta un reloj que te dice cuándo tienes que bañarte —decía atropelladamente Stink.

—¡Qué curioso! —soltó Judy—. Justo lo que tú necesitas.

«Ve al cuarto de baño, Stink», deseó para sus adentros. Éste dejó de hablas, como si lo hubiera oído. Entró en el cuarto de baño con el sombrero balanceándose sobre la cabeza y cerró la puerta. Se oyó el pestillo.

El padre y la madre preguntaron a Judy por la reunión con don Diente, aunque ella sólo estaba atenta al cuarto de baño.

—¡AAAAAHHHHH!

Stink salió disparado del baño, con las estrellas volando por los aires y el sombrero caído en el suelo.

—¡Eh! ¡Papá! ¡Mamá! ¡Hay alguien en el váter!

Judy Moody, Rocky y Frank Pearl se tiraban por el suelo de risa.

Mi collage

Al día siguiente, Stink miraba cómo Judy terminaba el collage al salir de clase.

—Prácticamente terminado. Hay que entregarlo mañana.

Stink señaló con el dedo.

—Te queda un sitio vacío al lado del dibujo de Mandíbulas.

Entonces Judy pegó con cuidado una mano de muñeca de su colección en ese lugar.

—Ya no —repuso.

—¿Y esa mano? ¿Es por la broma que me gastaste?

—Sí. Es LO MÁS DIVERTIDO que me ha pasado en mi vida.

—¿Y le vas a contar a toda la clase que yo creí que había una mano en el váter?

—Voy a hacerte famoso, Stink.

—¿No puedes poner otro nombre o qué?

—O qué —repitió Judy irónicamente.

Cuando se levantó a la mañana siguiente estaba otra vez lloviendo a cántaros. Tuvo el presentimiento de que se le venía encima un viernes de malos humos.

—Vamos a meter el collage en una bolsa de basura para que no se moje —sugirió su padre cuando ella lo bajó.

—Papá, no voy a llevar el collage en una bolsa de basura.

—¿Por qué no?

—¿Llevó Van Gogh su Noche estrellada en una bolsa de basura?

—En eso lleva razón —la apoyó su madre.

—Seguro que no se habían inventado todavía. Hazme caso, si hubiera tenido bolsas de basura, Van Gogh no hubiera dudado en emplearlas.

—Cariño, ¿por qué no te vas en autobús y te lo lleva papá al colegio después de pasarse por el dentista con Stink? Él va a llevar hoy a Ranita al colegio, así que papá tiene que ir de todas maneras.

—Quiero llevarlo yo misma. Así me aseguro de que no le va a pasar nada.

—¿Qué iba a pasarle? —preguntó su madre.

—Podría haber un tornado —intervino Stink— y el viento se lo llevaría y lo atropellaría un autobús.

—Tampoco te pases —le espetó Judy.

—Tienes muchas más cosas que llevar —dijo su padre.

En eso llevaba razón, estaba el sándwich, la bata de laboratorio para vestirse de médica durante su charla, Sara Secura, el maletín y muchas tiritas.

—Está bien —consintió—, pero que no se te arrugue ni se te moje y llévalo a las once y… no dejes que Stink le haga nada.

Lanzó a su hermano una de sus miradas de trol.

—Tendremos cuidado —su padre la tranquilizó.

Judy se fue en autobús con Rocky, que por enésima vez practicó con ella lo del chorro de su moneda mágica.

—¡Está bien! ¡Ya sabemos que funciona! —gruñó secándose la cara.

Rocky se partía de la risa.

Judy se pasó la mañana imaginando las cosas que podían ocurrirle a su collage: como caerse en un charco cuando su padre abriera el coche, o que Ranita se escapara del bolsillo de Stink y orinara encima del collage… o que hubiera un tornado, como había dicho Stink.

Dieron las once y el collage no había llegado todavía. Ni rastro de Stink ni de su padre.

Judy era incapaz de escuchar a los demás chicos cuando mostraban sus collages: tenía los ojos clavados en la puerta del aula.

—Judy, ¿quieres explicamos el tuyo? —el señor profesor se dirigió a ella.

—Prefiero ser la última.

—¿Frank?

—Yo también, detrás de Judy.

Ésta miró el pupitre de su compañero.

—¿Y tu collage?

—No lo he traído. Bueno, es que no lo he terminado porque no tengo ningún CLUB que poner —susurró Frank—. ¿Dónde está el tuyo?

—Tendría que haberlo traído mi hermano.

Volvió a mirar a la puerta. ¡Allí estaba! Stink le hizo señas para que saliera al pasillo. Stink tenía mala cara.

—¿Pasa algo? —preguntó Judy.

—Si te lo cuento, te vas a subir por las paredes.

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