Komarr (21 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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—Sí, ¿pero es Sergyar un bien
líquido
?

—Sólo en el sentido de los fondos imperiales que se escapan por el desagüe, según mi padre. Pero eso es otro problema distinto. ¿Y qué piensan los expatriados barrayareses que hay por aquí del matrimonio?

—En general, están a favor —Tuomonen sonrió secamente a su taza de café—. Hace cinco años, mis colegas pensaban que me estaba cargando mi carrera con mi matrimonio. Nunca saldría de Serifosa, decían. Ahora sospechan que soy un genio oculto, y me tratan con respeto. Creo… lo mejor es tomármelo a broma.

—Ja. Es usted un hombre sabio, capitán —Miles terminó de comer un seco y gélido pedazo de pasta-con-algo, y apuró lo que quedaba de su café frío—. ¿Y qué piensan los amigos de Trogir de Radovas?

—Bueno, desde luego el tipo ha conseguido producir una impresión consistente de sí mismo. Amable, entregado, no llamaba la atención, se dedicaba a Calor Residual, su fuga fue una sorpresa para la mayoría. Una mujer pensaba que era su amigo el matemático Cappell quien tonteaba con Trogir, no Radovas.

—Me pareció bastante agrio. ¿Frustrado, tal vez?

Miles imaginó un bonito escenario de asesinato por celos, donde lanzaban a Radovas por una compuerta estanca en una trayectoria que sólo por coincidencia encajaba con la de los restos del espejo solar. Ojalá. Y de todas formas, parecía más lógico que cualquier maníaco homicida que deseara despejar el camino hacia Trogir tendría que haber empezado por Andro Farr, ¿y qué demonios tenía que ver este trágico romance con un carguero que se desviaba de su ruta y chocaba con el espejo solar? A menos que el maníaco celoso fuera Andro Farr… Se suponía que la policía de la Cúpula Serifosa estaba investigando esa posibilidad.

Tuomonen gruñó.

—La verdad es que pude captar una impresión más completa de la personalidad de Trogir por los pocos minutos que pasé con Farr que con el resto de su equipo esta mañana. Creo que voy a volver a hablar con él.

—Y yo quiero ir allá arriba, maldición. Pero sea cual sea el final de esta historia, tuvo que empezar aquí. Bueno… adelante, supongo.

Soudha suministró a Miles más sacrificios humanos en forma de empleados que hizo venir de la estación experimental. Todos parecían más interesados en su trabajo que en el cotilleo de oficina, pero quizá, reflexionó Miles, eso era debido a una inconsciente falta de sinceridad. Al final de la tarde, Miles se contentó con divertirse deambulando por los despachos del proyecto, aterrorizando a los empleados ocupando sus comuconsolas al azar, tomando muestras de datos y emitiendo de vez en cuando algún ambiguo «Hum…» mientras ellos lo observaban llenos de temerosa fascinación. Aquí no había ni siquiera el desafío de diseccionar la comuconsola de la señora Vorsoisson, ya que las máquinas suministradas por el gobierno se abrían todas ante su sello de Auditor, no importaba cuál fuera su nivel de seguridad. Así descubrió que la terraformación era un proyecto enorme con una historia científica y burocrática de siglos, y que cualquier individuo que intentara buscar pistas por simple asimilación de datos tenía que estar loco perdido.

Ahora bien,
delegar
esa tarea, por otro lado… ¿
A quién odio lo suficiente en Seglmp
?

Todavía estaba sopesando esta pregunta mientras revisaba los archivos de la comuconsola de Vennie en la oficina externa del administrador. El nervioso Vennie había salido corriendo después del cuarto. «Hum», al parecer incapaz de soportar el suspense. Tien Vorsoisson, que inteligentemente había dejado a Miles solo todo el día, asomó la cabeza y ofreció una sonrisa.

—¿Lord Auditor? A esta hora normalmente me voy a casa. ¿Desea algo más por mi parte?

Los empleados que terminaban su trabajo habían estado pasando ante la puerta durante los últimos minutos, y las luces de las oficinas se habían ido apagando por todo el pasillo. Miles se echó hacia atrás y se desperezó.

—Creo que no, administrador. Quiero mirar unos cuantos archivos más, y hablar con el capitán Tuomonen. Puede marcharse. No haga esperar a su cena.

Una imagen mental de la señora Vorsoisson, moviéndose graciosamente mientras preparaba la comida para el regreso de su marido, se desató en su cerebro. La reprimió.

—Iré más tarde a recoger mis cosas.

O mejor todavía

—O puede que envíe a uno de los cabos de Tuomonen a recogerlas. Déle las gracias a su esposa por su amable hospitalidad.

Ya está. Eso acababa con todo. Ni siquiera tendría que decirle adiós.

—Por supuesto, Lord Auditor. Esto… ¿espera volver mañana?

—Eso depende de lo que encuentre esta noche. Buenas noches, administrador.

—Buenas noches, milord.

Tien se retiró en silencio.

Unos minutos más tarde llegó Tuomonen, las manos llenas de discos de datos.

—¿Ha encontrado algo, milord?

—Eso creí por un momento, cuando encontré un sello personal, pero resultó que era sólo un archivo de Vennie con chistes de barrayareses. Algunos son bastante buenos. ¿Quiere una copia?

—¿Es el que empieza con el oficial de SegImp que va y dice: «¿Cómo que se ha escapado? ¿No le dije que cubriera todas las salidas?», y el guardia de SegImp responde: «¡Eso hice, señor! Se escapó por una de las entradas.»?

—Sí. Y el siguiente es uno donde van un cetagandés, un komarrés y un barrayarés a la clínica de un consejero genético…

Tuomonen sonrió.

—He visto esa colección. Me la envió mi suegra.

—¿Renegando de sus camaradas komarreses insatisfechos?

—No creo que fuera ésa su intención. Creo más bien que era un mensaje personal —Tuomonen contempló la oficina vacía y suspiró—. Bueno, Milord Auditor. ¿Cuándo sacamos la pentarrápida?

—La verdad es que no he encontrado nada aquí —Miles frunció el ceño, pensativo—. He encontrado
demasiado
de nada. Puede que tenga que irme a dormir y dejar que mi cerebro trate con el tema de manera inconsciente. El análisis de la biblioteca puede que nos proporcione alguna dirección. Y desde luego quiero ver la estación experimental de Calor Residual mañana por la mañana, antes de volver arriba. Ah, capitán, es tentador. Llamar a los guardias, descender por la fuerza, detenerlo todo, hacer una auditoría financiera plena, pasar por la pentarrápida a todo el mundo a la vista… volver este sitio del revés y sacudirlo. Pero necesito un
motivo
.

—Yo sí necesitaría un motivo —dijo Tuomonen—. Con tanta documentación, y mi carrera contra las cuerdas si me gasto tanto del presupuesto de SegImp y hago una mala deducción… Pero usted, por otro lado, habla con la Voz del Emperador. Podría decir que es una maniobra militar —la envidia en su voz era inconfundible.

—No me dé ideas —Miles sonrió—. Puede que acabe así.

—Podría llamar al Cuartel General y hacer que pongan en alerta a un pelotón aerotransportado —sugirió Tuomonen.

—Se lo haré saber por la mañana —prometió Miles.

—Tengo que pasarme por mi oficina y atender unos asuntos más rutinarios —dijo Tuomonen—. ¿Quiere acompañarme, Milord Auditor?

¿Para que puedas protegerme a tu conveniencia?

—Quiero quedarme fisgoneando un ratito. Hay algo… hay algo que me preocupa, y todavía no he descubierto qué es. Aunque me gustaría poder hablar con el profesor por un canal seguro antes de que termine la noche.

—Tal vez, cuando esté listo para marcharse, pueda llamarme para que le envíe uno de mis hombres como escolta.

Miles pensó en rechazar esta ingeniosa oferta, pero por otro lado, podrían pasarse por el apartamento de los Vorsoisson y recoger la ropa de Miles en el camino de vuelta; Tuomonen tendría su seguridad y Miles tendría a su lacayo para que le cargara el equipaje, todos ganaban. Y tener al guardia detrás le daría a Miles una excusa para no retrasarse en el apartamento.

—Muy bien.

Tuomonen, satisfecho en parte, asintió y se marchó. Miles dedicó su atención a la comuconsola de Vennie. Quién sabe, tal vez encontrara otra lista de chistes.

9

Ekaterin terminó de guardar la última prenda de ropa de lord Vorkosigan en su maleta de viaje, con mucho más cuidado del que su propietario solía tener, a la vista del aspecto arrugado de la ropa que había debajo. Cerró la bolsita con sus artículos de aseo y la metió también, junto con la caja acolchada que contenía aquel peculiar aparato médico. Confiaba en que no fuera algún tipo de arma secreta de SegImp.

La historia bélica que Vorkosigan le había contado de la sargento Beatrice ardía en la mente de Ekaterin, igual que parecían arder las marcas en sus muñecas. Qué afortunado había sido de que su fallo tuviera lugar en una fracción de segundo. ¿Y si hubiera tenido años para pensárselo? ¿Horas para calcular las masas y fuerzas y el arco de su caída? ¿Habría sido cobardía o valor dejar caer a una camarada a quien no podría haber salvado, para salvarse él al menos? Tenía una misión, tenía responsabilidades hacia los demás.
¿Cuánto le habría costado, capitán Vorkosigan, abrir las manos y soltarla deliberadamente?

Cerró la bolsa y miró su crono. Dejar a Nikolai en casa de su amigo «para pasar la noche» (esa primera noche, antes que nada) le había llevado más tiempo del que había planeado, igual que hacer que la compañía de alquiler retirara la gravi-cama. Lord Vorkosigan había comentado que iba a marcharse a un hotel esta noche, pero no había hecho nada al respecto. Cuando regresara con Tien, para encontrar que no tenía cena, que se habían llevado su cama y que sus maletas estaban preparadas y esperando en el vestíbulo, sin duda entendería la indirecta y levantaría el campamento de inmediato. Su despedida sería formal y permanente, y sobre todo, breve. A ella casi se le había acabado el tiempo y aún no había empezado con sus cosas.

Arrastró la maleta de Vorkosigan hasta el vestíbulo y regresó a su taller. Contempló sus retoños y brotes, sus luces y su equipo. Era imposible guardar todo aquello en una maleta que pudiera llevarse. Otro jardín iba a ser abandonado. Al menos, cada vez eran más pequeños.

Una vez quiso cultivar su matrimonio como si fuera un jardín: uno de los legendarios parques Vor que la gente venía a admirar desde lejanos Distritos por su color y su belleza durante el cambio de las estaciones, de esos que tardan décadas en alcanzar su plenitud, haciéndose más ricos y complejos cada año. Cuando todos sus demás deseos murieron, jirones de esa ambición todavía permanecían, para tentarla diciendo:
Si lo intentara una vez más
… Sus labios se retorcieron en una triste mueca. Era hora de admitir que tenía mala mano con el matrimonio. Entiérralo, cúbrelo de hormigón y acaba de una vez.

Empezó retirando su biblioteca de la pared y guardándola en una caja. La urgencia por guardar unas cuantas cosas más en una bolsa de la compra y huir antes de que Tien regresara era fuerte. Pero tarde o temprano tendría que enfrentarse a él. A causa de Nikki, tendría que haber negociaciones, planes formales, peticiones legales… Toda esa incertidumbre la agobiaba. Pero llevaba años retrasando el momento. Si no podía hacerlo ese día, cuando se sentía llena de furia, ¿cómo podría encontrar la fuerza para enfrentarse al resto de las cosas a sangre fría?

Recorrió el apartamento, contemplando los objetos de su vida. Había muy pocos; los principales muebles venían con el apartamento, y se quedarían allí. Sus espasmódicos esfuerzos por decorarlo, por crear algo parecido a un hogar barrayarés, las horas de trabajo… era como decidir qué rescatar en un incendio, sólo que más lento. Nada. Deja que todo arda.

La única excepción era el bonsai
skellytum
de su tía-abuela. Era el único recuerdo de su vida antes de Tien, y un recordatorio del sagrado culto a los muertos. Mantener algo tan feo y tonto con vida durante más de setenta años… bueno, era el típico trabajo de una mujer Vor. Sonrió amargamente, lo llevó del balcón a la cocina y empezó a buscar algo donde llevárselo. Cuando oyó que la puerta del pasillo se abría, contuvo la respiración, y enfrió sus rasgos para mostrar la menor expresión posible.

—¿Kat? —Tien entró en la cocina y miró alrededor—. ¿Dónde está la cena?

Mi primera pregunta habría sido: ¿dónde está Nikolai? Me pregunto cuánto tiempo tardaría en ocurrírsele a él
.

—¿Dónde está lord Vorkosigan?

—Se quedó en la oficina. Vendrá más tarde, dijo, para retirar sus cosas.

—Oh.

Ella advirtió que en el fondo esperaba mantener su conversación mientras Vorkosigan estaba aún terminando su tarea en el taller o algo así; su presencia proporcionaba un margen de seguridad, de contención social en Tien. Tal vez fuera mejor así.

—Siéntate, Tien. Tengo que hablar contigo.

Él alzó las cejas, dubitativo, pero se sentó a la cabecera de la mesa, a su izquierda. Ekaterin habría preferido que lo hiciera frente a ella.

—Voy a dejarte esta noche.

—¿Qué? —Su asombro parecía genuino—. ¿Por qué?

Ella vaciló, reacia a enzarzarse en una discusión.

—Supongo que… porque he llegado al límite de mis fuerzas.

Sólo en ese instante, al repasar los largos años de tensión, se daba cuenta de cuánto había tenido que soportar hasta agotarse. No era extraño que hubiera tardado tanto.
Todo ha desaparecido ahora
.

—¿Por qué… por qué ahora?

Al menos no dijo:
Tienes que estar bromeando
.

—No comprendo, Kat.

Ella pudo ver que él empezaba a digerir la noticia, pero no a comprender la verdad, sino a alejarse lo máximo posible de ella.

—¿Es por la Distrofia de Vorzohn? Maldición, sabía…

—No seas estúpido, Tien. Si fuera por eso, te habría dejado hace años. Hice un juramento en la salud y en la enfermedad.

Él frunció el ceño y se echó hacia atrás, bajando las cejas.

—¿Hay alguien más? Hay alguien más, ¿verdad?

—Estoy segura de que desearías que lo hubiera. Porque entonces sería culpa de otro, y no tuya —su voz era completamente átona. Le ardía el estómago.

Él estaba obviamente aturdido, y empezó a temblar un poco.

—Es una locura. No lo comprendo.

—No tengo nada más que decir.

Empezó a levantarse, deseando sólo alejarse de una vez.
Podrías haber hecho esto con la comuconsola
.

No. Hice mi juramento en persona. Lo haré pedazos de la misma forma
.

Él se levantó con ella, y su mano se cerró sobre la suya, agarrándola, deteniéndola.

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