Komarr (25 page)

Read Komarr Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
8.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

Además, no tenía ningún otro lugar al que ir. Ni siquiera podía regresar a Barrayar con Nikki sin ganar primero el dinero suficiente para el pasaje, o pedirle dinero prestado a su padre, o a sus lejanos hermanos, o al tío Vorthys. Una idea desagradable.
Lo que sientes no cuenta, muchacha
; se recordó.
Objetivos. Harás lo que tengas que hacer
.

Las brillantes luces de la estación experimental, aisladas en el desierto, creaban un resplandor en el horizonte que llamaba la atención desde kilómetros de distancia. Siguió el negro brillo del río que serpenteaba hacia el lugar. Al acercarse, advirtió varios vehículos en el aparcamiento de la estación y frunció el ceño, furiosa. Foscol le había mentido al decir que no había nadie que pudiera llevar a Tien. Por otro lado, esto ampliaba la posibilidad de que Ekaterin pudiera volver a Serifosa con alguien más… Controló su impulso de darse media vuelta y aterrizó.

Ajustó su mascarilla de oxígeno, abrió el dosel y se dirigió al edificio, esperando poder encontrar a alguien más a quien llevar de vuelta antes de ver a Tien. La compuerta se abrió al contacto. No había muchos motivos para dejar nada ahí fuera. Se dirigió al primer pasillo bien iluminado.

—¿Hola?

No respondió nadie. No parecía haber nadie. La mitad de las habitaciones estaban vacías; el resto estaban sucias y desorganizadas. Había una comuconsola abierta, con el interior desguazado… fundido, en realidad. Debió de ser una avería espectacular. Sus pasos resonaron huecos mientras se dirigía por el tubo de peatones hacia el edificio adjunto.

—¿Hola? ¿Tien?

Tampoco allí hubo respuesta. Las dos grandes salas de reuniones estaban oscuras y siniestras, vacías.

—¿Hay alguien?

Si Foscol no le había mentido después de todo, ¿por qué estaban todos esos voladores y aerocoches en el aparcamiento? ¿Adónde habían ido sus propietarios, y en qué medio?

Le estará esperando en el exterior, en la cara norte
… Ella sólo tenía una vaga idea de cuál era la cara norte del edificio; casi había supuesto que Tien la estaría esperando en el aparcamiento. Suspiró inquieta, ajustó su mascarilla una vez más y atravesó la compuerta para peatones. Sólo tardaría unos minutos en rodear el edificio.
Quiero regresar a Serifosa ahora mismo. Esto es muy extraño
. Lentamente, empezó a rodear el edificio por la izquierda, mientras sus pisadas resonaban sobre el asfalto en medio del aire frío y tóxico de la noche. Una plataforma elevada, en realidad el borde de los cimientos del edificio de hormigón, rodeaba la pared, con una barandilla externa. Sintió como si la estuvieran conduciendo a una trampa, o a un corral. Dobló la segunda esquina.

A mitad de camino, una pequeña forma humana parecía arrodillada, los brazos extendidos, la frente apretada contra la barandilla. Otra forma más grande colgaba de las muñecas entre dos postes espaciados, el cuerpo desplomado sobre los elevados cimientos, los pies a medio metro del suelo.
¿Qué es esto?
La oscuridad parecía latir. Ella se tragó el pánico y corrió hacia la extraña pareja.

La figura que colgaba era Tien. Tenía quitada la mascarilla, retorcida en torno al cuello. Incluso con la escasa luz, pudo ver que su cara estaba moteada y púrpura, con una fría inmovilidad. La lengua le asomaba por la boca; sus ojos saltones estaban fijos y petrificados. Muy, muy muerto. Ella sintió que el estómago se le revolvía y el corazón se le hundía en el pecho.

La figura arrodillada era lord Vorkosigan, vestido con su segunda mejor chaqueta, que no había podido encontrar cuando hacía las maletas, hacía una breve eternidad. Todavía tenía puesta la mascarilla; volvió la cabeza, los ojos se ensancharon de sorpresa al verla, y Ekaterin suspiró aliviada. El pequeño Lord Auditor estaba todavía vivo, al menos. Se sintió frenéticamente agradecida por no estar sola con dos cadáveres. Vio por fin que Vorkosigan tenía las muñecas encadenadas a la barandilla, igual que las de Tien. De ellas manaba sangre que empapaba las mangas de la chaqueta.

Su primer pensamiento incoherente fue sentirse inmensamente aliviada por no haber traído a Nikki consigo. ¿Cómo voy a decírselo? Mañana, eso es un problema para mañana. Deja que juegue esta noche en la burbuja de otro universo, un universo donde no existe este horror.

—Señora Vorsoisson —la voz de lord Vorkosigan sonaba apagada y débil por la mascarilla—. Oh, Dios.

Temerosa, ella tocó las frías cadenas que sujetaban sus muñecas. La carne magullada estaba hinchada en torno a los eslabones, casi enterrada en ellos.

—Iré adentro a buscar unas tenazas.

Casi estuvo a punto de añadir
Espere aquí
, pero cerró la boca justo a tiempo.

—No, espere —jadeó él—. No me deje solo… hay una llave… supuestamente… allá en la pared —indicó con la cabeza.

Ella la encontró enseguida, una sencilla llave mecánica. Estaba fría, un trozo de metal en sus dedos temblorosos. Tuvo que intentarlo varias veces antes de introducirla en las cerraduras que sujetaban las cadenas. Luego tuvo que quitar la cadena de la piel ensangrentada de Vorkosigan como si fuera un molde de goma, antes de que su mano cayera. Cuando liberó la segunda, él casi se desplomó de cabeza sobre el asfalto. Ella lo agarró y lo arrastró hacia la pared. Él trató de ponerse en pie, pero sus piernas no le respondían, y volvió a caer.

—Espere un poco —le dijo ella. Torpemente, trató de masajearle las piernas, para restaurar la circulación; incluso a través del tejido de sus pantalones grises pudo sentir lo frías y rígidas que estaban.

Se puso en pie, con la llave en la mano, y miró incrédula el cadáver de Tien. Dudaba que Vorkosigan y ella pudieran levantar ese cuerpo muerto hasta la pared.

—Es demasiado tarde —dijo Vorkosigan, observándola. Tenía el ceño fruncido—. Lo s… siento. Déjelo para Tuomonen.

—¿Qué es eso que tiene en la espalda? —ella tocó el peculiar paquetito, que parecía ser un envoltorio de plástico sujeto con cinta adhesiva.

—Déjelo —dijo Vorkosigan con brusquedad—. Por favor. —Y luego añadió, en un susurro tembloroso—: Lo siento. Lo siento. No p… pude r… romper las cadenas. Demonios, él no pudo tampoco, y es más f… fuerte que yo… Pensé en romperme la mano y sacarla, pero no pude. Lo siento…

—Tiene que venir dentro, donde hace calor. Vamos.

Lo ayudó a ponerse en pie. Mirando por última vez a Tien por encima del hombro. Él se dejó guiar, encogido, apoyándose en ella, mientras arrastraba sus inestables piernas.

Ella lo condujo a través de la compuerta al edificio y lo guió hasta un silla del vestíbulo, en el que se desplomó más que se sentó. Temblaba violentamente.

—B… botón —le murmuró, alzando hacia ella las manos como garras paralizadas.

—¿Qué?

—El botoncito en el la… lado del comunicador. ¡Púlselo!

Ella así lo hizo; Vorkosigan suspiró y se relajó contra el respaldo del asiento.

Sus manos agarrotadas tiraron de su mascarilla; ella le ayudó a sacársela por encima de la cabeza, y se quitó también la suya.

—Dios, me alegro de quitarme esa cosa. Vivo. Pensé que iba a darme un ataque ahí fuera…

Se frotó la cara pálida, rascando las líneas rojas talladas en la piel por los bordes de la máscara.

—Y además
picaba
.

Ekaterin divisó el control en una pared cercana y rápidamente aumentó la temperatura del vestíbulo. También temblaba, aunque no de frío.

—¿Lord Vorkosigan? —la voz ansiosa del capitán Tuomonen sonó débilmente en el comunicador de muñeca—. ¿Qué ocurre? ¿Dónde demonios está?

Vorkosigan se acercó la muñeca a la boca.

—Estación experimental de Calor Residual. Venga aquí. Le necesito.

—¿Qué está…? ¿Llevo un escuadrón?

—No creo que hagan falta armas ya. Pero sí forenses. Y un equipo médico.

—¿Está usted herido, señor? —la voz de Tuomonen se tiñó de pánico.

—Pues más bien no —dijo él, aparentemente ajeno a la sangre que todavía manaba de sus muñecas—. Pero el administrador Vorsoisson está muerto.

—¿Qué demonios…?
¡No me notificó que iba a salir de la cúpula, maldición!
. ¿Qué demonios está pasando ahí?

—Podremos discutir sobre mis errores más tarde. Venga, capitán. Vorkosigan, fuera.

Dejó caer el brazo, cansado. Sus temblores menguaban ya. Apoyó la cabeza en el tapizado; sus oscuras ojeras de cansancio parecían maduras. Miró tristemente a Ekaterin.

—Lo siento, señora Vorsoisson. No pude hacer nada.

—¡No tiene que asegurármelo!

Él miró alrededor, entornando los ojos.

—¡La central de energía! —exclamó él de repente.

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Ekaterin.

—Tengo que comprobarla antes de que lleguen los soldados. Me pasé mucho rato preguntándome si la habrían saboteado, mientras estaba atado ahí fuera.

Sus piernas seguían sin funcionar bien. Casi se cayó otra vez cuando trató de volverse sobre sus talones; ella se levantó y lo agarró por debajo del codo.

—Bien —dijo él vagamente, y señaló—. Por ahí.

Evidentemente, ella había sido reclutada para servir de apoyo. Él avanzó cojeando, agarrándose a su brazo sin pedir disculpas. La acción pareció ayudarla a recuperar, si no la calma, sí una especie de tenue coherencia física; sus temblores se redujeron, y sus náuseas incipientes pasaron, dejando su vientre caliente e inquieto. Otro tubo de peatones llevaba a la central de energía, junto al río. El río era el más grande del Sector, y la razón por la que la estación había sido emplazada allí. Según los cánones de Barrayar, podría haber sido considerado un arroyo. Vorkosigan estudió torpemente la sala de control de la central de energía, examinando paneles e indicadores.

—Nada parece anormal —murmuró—. Me pregunto por qué no prepararon su autodestrucción. Yo habría…

Se desplomó sobre una silla. Ella acercó otra y se sentó frente a él, observándolo con temor.

—¿Qué ha pasado?

—Yo…. nosotros salimos. Tien me trajo aquí… ¿cómo demonios apareció usted?

—Lena Foscol me llamó a casa, y me dijo que Tien quería que lo recogiera. Casi no me pilló. Estaba a punto de marcharme. Ni siquiera me dijo que usted estaba aquí. Bien podría haber…

—No… no, estoy casi seguro de que habría llamado a alguien más, si no la hubiera encontrado a usted —se enderezó, o trató de hacerlo—. ¿Qué hora es?

—Un poco menos de las 21.00.

—Yo… habría jurado que era mucho más tarde. Nos aturdieron, sabe. No sé cuánto tiempo… ¿A qué hora la llamó?

—Justo a las 19.00.

Él cerró los ojos con fuerza, luego los volvió a abrir.

—Era demasiado tarde. Entonces era ya demasiado tarde, ¿comprende? —preguntó con urgencia. Su mano se dirigió temblorosa hacia la de ella, y se apoyó en su rodilla mientras ella se inclinaba hacia delante para oír sus roncas palabras, pero entonces se retiró.

—No…

—Había algo extraño en marcha en el departamento de Calor Residual. Su marido me trajo aquí para enseñarme… bueno, no sé qué pensaba que iba a enseñarme, pero nos topamos con Soudha y sus cómplices nada más llegar. Soudha me disparó… nos aturdió a ambos. Recuperé el sentido, encadenado a esa barandilla. No creo… no sé… No creo que pretendieran matar a su marido. No había comprobado su mascarilla, ¿sabe? Sus reservas estaban casi vacías. Los komarreses tampoco lo comprobaron antes de dejarnos. Yo no lo sabía, no lo sabía nadie.

—Los komarreses no habrían imaginado siquiera algo así —dijo Ekaterin, sin inflexión en la voz—. Los procedimientos para revisar las máscaras son naturales en ellos desde los tres años. Nunca imaginarían que un adulto fuera a salir de la cúpula con un equipo deficiente —cerró los puños sobre su regazo. Pudo imaginar la muerte de Tien.

—Fue… rápido —ofreció Vorkosigan—. Al menos eso.

No lo fue. Ni rápido ni limpio
.

—Por favor, no me mienta. Por favor, no me mienta jamás.

—Muy bien —dijo él lentamente—. Pero no creo… no creo que fuera un asesinato. Preparar esa escena, y luego llamarla a usted… —sacudió la cabeza—. Homicidio como mucho. Muerte por mala suerte.

—Muerte por estupidez —dijo ella amargamente—. Consecuente hasta el final.

Él la miró, sus ojos no tan sorprendidos como conscientes, e interrogadores.

—¿Eh?

—Lord Auditor Vorkosigan —ella tragó saliva; sentía la garganta tan tensa que parecía un espasmo muscular. El silencio en el edificio, y en el exterior, era extraño en su vacío. Vorkosigan y ella bien podrían haber sido las dos únicas personas vivas en el planeta—. Debería saber que, cuando dije que Foscol llamó mientras me marchaba… que me marchaba. Dejaba a Tien. Se lo dije cuando regresó al apartamento esta noche, y justo antes de que volviera, supongo, a hablar con usted.

¿Qué hizo?

Él la escuchó sin reaccionar al principio, como repasando los acontecimientos.

—Muy bien —dijo por fin, en voz baja. La miró—. Básicamente, vino farfullando sobre un plan de desfalco que llevaba cierto tiempo en marcha en Gestión de Calor Residual. Me sondeó para declararse Testigo imperial, lo que al parecer pensaba que le daría inmunidad. No es tan sencillo. No me comprometí.

—Tien oiría lo que quisiera oír —dijo ella suavemente.

—Yo… eso supuse —él vaciló, al ver su rostro—. ¿Cuánto… qué sabe usted?

—¿Y cuánto tiempo hace que lo sé? —Ekaterin hizo una mueca y se frotó la cara para librarse de la irritación que le había producido su propia máscara—. No tanto como debería. Tien llevaba hablando meses… Tiene usted que comprender, tenía un miedo irracional a que alguien descubriera lo de su Distrofia de Vorzohn.

—Eso lo comprendo muy bien.

—Sí… y no. En parte es por culpa del hermano mayor de Tien. He maldecido a ese hombre durante años. Cuando sus síntomas empezaron, siguió la costumbre de los Antiguos Vor y se estrelló con su volador. Eso causó en Tien una impresión que no olvidó nunca. Puso un ejemplo imposible. No teníamos ni idea de que su familia portara la mutación, hasta que Tien, que era el albacea de su hermano, repasó el archivo y sus efectos, y descubrimos que el accidente fue deliberado, y por qué. Fue poco después de que Nikki naciera…

—Pero no habría sido… Me pregunté, cuando leí su archivo… el defecto tendría que haber aparecido en el escáner genético antes de que insertaran el embrión en el replicador uterino. ¿Está Nikki afectado, o…?

Other books

The Orion Plan by Mark Alpert
Cut and Run by Matt Hilton
The Art of Life by Carter, Sarah
Beyond Squaw Creek by Jon Sharpe
Sugar and Spice by Sheryl Berk