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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (23 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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—¿Y para qué queremos su dinero? —preguntó Ishmael, porque realmente no lo entendía—. Tenemos todo lo que podemos desear. El desierto satisface todas nuestras necesidades.

El’hiim meneó la cabeza.

—Yo soy el naib, y es mi deber tratar de traer la prosperidad a mi pueblo. Tenemos la oportunidad de ofrecer nuestro conocimiento del desierto y hacernos indispensables para los extraplanetarios. Pase lo que pase, seguirán viniendo. Podemos montar al gusano o ser devorados por él. ¿No es eso lo que me dijiste tú mismo cuando era joven?

El anciano frunció el ceño.

—Veo que no entendiste la lección que enseña esa parábola. —Pero de todos modos siguió a su hijastro a la ciudad. El’hiim se había criado en otros tiempos, nunca había sabido lo que es la verdadera desesperación, la necesidad de proteger las libertades que tanto cuesta conseguir. Nunca había sido esclavo.

Ishmael observaba a aquellos extraplanetarios charlatanes con el ceño fruncido.

—Quizá lo más sabio sería llevarlos a lo profundo del desierto, robarles y dejar que mueran.

El’hiim rió entre dientes, como si Ishmael acabara de hacer un chiste, aunque sabía muy bien que no era así.

—Podemos hacer una fortuna explotando la ignorancia de estos invasores. ¿Por qué no aprovecharlo?

—Porque así los estás animando. ¿Es que no lo ves?

—No necesitan que los anime. ¿No has oído hablar de la epidemia desatada por las máquinas pensantes? ¿La plaga de Omnius? La especia protege frente a la enfermedad, y por eso todo el mundo la quiere. Puedes esconder la cabeza en la arena si lo prefieres, pero no se irán.

La determinación de aquel joven era tan fuerte como la de Ishmael.

A Ishmael no le gustó oír aquella verdad, no le gustaban los cambios, y en el fondo de su mente supo que la afluencia de extranjeros sería tan imparable como una tormenta de arena. Sentía que todo lo que había logrado se le escurría entre los dedos. Aún se llamaba con orgullo a sí mismo y a los de su tribu Free Men de Arrakis, pero aquel nombre ya no tenía ningún sentido.

En la ciudad, El’hiim se confundió con facilidad entre los mercaderes y exploradores extraplanetarios. Hablaba diferentes dialectos del galach estándar y hacía tratos con cualquiera que estuviera dispuesto a pagarle. El’hiim no dejaba de animar a su padrastro para que disfrutara de algunos de los lujos que la tribu no podía permitirse.

—Ya no eres un esclavo fugitivo, Ishmael —dijo El’hiim—. Venga, todos apreciamos lo que hiciste en el pasado. Ahora queremos que te diviertas. ¿Es que no te interesa ni un poquito el resto del universo?

—Ya he visto suficiente. Y no, no me interesa.

El’hiim rió por lo bajo.

—Eres demasiado rígido e inflexible.

—Y tú te lanzas con demasiada rapidez a las nuevas experiencias.

—¿Y eso es malo?

—Lo es si te hace olvidar los caminos que nos han permitido sobrevivir durante tanto tiempo.

—No los olvidaré, Ishmael. Pero si encuentro un camino mejor, lo enseñaré a nuestro pueblo.

El’hiim guió a Ishmael por callejas tortuosas, entre los puestos de mercadillos y bulliciosos bazares. Iba apartando a los carteristas a manotazos, abriéndose paso entre la multitud de vendedores de agua y comida, de gente venida de Rossak que vendía drogas y extraños estimulantes de mundos lejanos. Ishmael veía grupos de hombres pobres y quebrantados en los callejones y los portales, hombres que habían llegado a Arrakis buscando fortuna y habían perdido tanto que ya no tenían medios para marcharse.

De haber tenido dinero, les habría pagado el pasaje a cada uno de ellos.

Finalmente, El’hiim localizó a su hombre, tiró de la manga del anciano y corrió al encuentro de un extraplanetario de corta estatura que estaba comprando material para el desierto a un precio vergonzosamente elevado.

—Disculpe, señor —le dijo—. Deduzco que es usted uno de nuestros nuevos buscadores de especia. ¿Está preparando una expedición a las dunas?

Aquel extranjero bajito tenía los ojos muy juntos y facciones angulosas. Ishmael se puso rígido, pues reconoció los rasgos distintivos de los odiados tlulaxa.

—Este es un comerciante de carne —le dijo a El’hiim con un gruñido, utilizando el idioma chakobsa para que el extranjero no le entendiera.

Su hijastro le indicó que callara, como si fuera un insecto molesto. Pero Ishmael no había olvidado a los negreros, que a tantos zensuníes capturaron y llevaron a lugares como Zanbar y Poritrin. Habían pasado décadas desde el escándalo de las granjas de órganos tlulaxa, pero a aquella gente todavía se la evitaba y se la repudiaba. Y sin embargo, en Arrakis, en los vertiginosos días de la fiebre de la especia, el dinero borraba todos los prejuicios.

El tlulaxa se volvió hacia El’hiim, estudiando al polvoriento naib con visible escepticismo y desagrado.

—¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado?

El’hiim hizo un gesto de respeto, aunque el tlulaxa no lo merecía.

—Soy El’hiim, experto conocedor de los desiertos de Arrakis.

—Y yo soy Wariff… un hombre que se mete en sus asuntos y no tiene ningún interés por los tuyos.

—Pues debería. Le estoy ofreciendo mis servicios como guía. —El’hiim sonrió—. Mi padrastro y yo podemos asesorarle sobre el material que necesitará para que no haga gastos innecesarios. Y, lo mejor de todo, puedo llevarle a las zonas más ricas en especia.

—Vete al infierno —espetó el tlulaxa—. No necesito guías, y menos a un zensuní ladrón.

Ishmael cuadró los hombros y contestó en un galach muy claro.

—Irónicas palabras viniendo de un tlulaxa, una raza que secuestra humanos y les quita sus órganos.

El’hiim se puso ante su padrastro antes de que el intercambio fuera a más.

—Vamos, Ishmael. Hay muchos otros clientes. A diferencia de este necio obstinado, algunos buscadores encontrarán la fortuna que buscan.

Con un suspiro altanero, el tlulaxa siguió con sus cosas, como si aquellos dos hombres del desierto no fueran más que algo molesto que acababa de despegarse de la suela del zapato.

Al final de aquel día largo y caluroso, los dos hombres se alejaron de Arrakis City. Ishmael se sentía enfadado. Ver cómo su hijastro se vendía a los extranjeros le afectaba más de lo que podía imaginar. Finalmente, tras un duro silencio, el anciano habló con voz apesadumbrada.

—Eres el hijo de Selim Montagusanos, ¿cómo puedes rebajarte de esta forma?

El’hiim lo miró con incredulidad, arqueando las cejas como si su padrastro hubiera hecho una pregunta incomprensible.

—¿Y eso qué significa? He conseguido trabajo para cuatro guías. La gente de nuestro pueblo llevará a los buscadores a las arenas y dejará que ellos hagan el trabajo a cambio de llevarnos la mitad de los beneficios. ¿Cómo puedes oponerte a eso?

—Esa no es la forma en que nosotros hacemos las cosas. Va en contra de lo que tu padre enseñó a sus seguidores.

El’hiim se esforzaba visiblemente por controlar su ira.

—¿Por qué detestas tanto el cambio? Si las cosas no cambiaran, tú y los tuyos aún estaríais en Poritrin como esclavos. Pero viste un camino distinto y huisteis, y vinisteis aquí buscando una vida mejor. Es lo mismo que intento hacer.

—¿Lo mismo? Vas a hacer que perdamos todo lo que hemos logrado.

—Yo no quiero vivir como un forajido muerto de hambre como mi padre. No se puede vivir de leyendas. No se puede beber el agua de las visiones y las profecías. Debemos mirar por nosotros mismos y tomar lo que el desierto nos ofrece… porque si no lo harán otros.

Los dos hombres siguieron en silencio en la oscuridad de la noche y, finalmente, llegaron al límite donde se iniciaban las arenas, donde empezaba su travesía por el desierto yermo.

—Tú y yo nunca nos entenderemos, El’hiim.

El joven dejó escapar una risa seca y amarga.

—Vaya, por fin dices algo en lo que estamos de acuerdo.

25

El miedo y el valor no se excluyen mutuamente como algunos quieren hacernos creer. Cuanto más cerca está el peligro, con más intensidad siento ambas cosas. ¿Seré valiente si supero el miedo, o es solo la curiosidad por el potencial del humano?

G
ILBERTUS
A
LBANS
,
Análisis
cuantitativo de las emociones

Cuando Omnius convocó a Erasmo en la ciudadela central, Gilbertus acompañó a su maestro manteniéndose discretamente en un segundo plano. Había dejado al clon de Serena en los jardines del robot. Según había descubierto, le gustaba contemplar las flores, aunque no demostraba ningún interés por el nombre científico de cada especie.

Gilbertus siguió al robot a la ciudad, con la intención de escuchar atentamente cualquier intercambio que se produjera entre Omnius y Erasmo, de fijarse en el estilo del debate, en el flujo de información. Eso le permitiría aprender. Para aquel hombre al que Erasmo llamaba «Mentat» era un ejercicio de
mentorazgo
.

La supermente rara vez parecía reparar en la presencia de Gilbertus. ¿No estaría siendo un mal perdedor? Porque, ciertamente, aquel pupilo humano se había convertido en una criatura superior a pesar de sus penosos inicios. Por lo visto, a la supermente no le gustaba reconocer que se equivocaba.

Cuando llegaron a la ciudadela central, Omnius habló.

—Tengo una excelente información. —Su voz atronadora salía por los simuladores de voz colocados en las paredes plateadas de la cámara principal—. Es lo que los hrethgir llamarían «buenas noticias».

Los colores formaban diseños iridiscentes e hipnóticos en los paneles de las paredes. Gilbertus no sabía dónde mirar. Omnius parecía estar en todas partes. Los ojos espía revoloteaban por la sala, zumbando, observando.

El rostro de metal líquido del robot formó una sonrisa.

—¿Qué ha pasado, Omnius?

—En resumen: nuestro retrovirus está causando estragos entre la población humana, tal como se esperaba. El ejército de la Yihad está totalmente desbordado tratando de controlar la crisis. Hace meses que no emprenden ninguna acción militar contra nosotros.

—Entonces quizá por fin podamos recuperar parte de nuestro territorio —dijo Erasmo, con la sonrisa aún fija en su rostro plateado.

—Y mucho más. He enviado numerosas naves espía a verificar la vulnerabilidad de Salusa Secundus y otros mundos de la Liga. Entretanto, pienso construir y consolidar una flota de guerra más poderosa que ninguna que se recuerde en la historia de los humanos. Dado que en estos momentos los hrethgir no suponen una amenaza para nosotros, quiero convocar a todas mis naves desde todos los Planetas Sincronizados y reunirías aquí.

—Vais a jugároslo todo a una carta —comentó Erasmo eligiendo una frase apropiada.

—Voy a preparar una fuerza ofensiva contra la que la Liga no pueda hacer nada. Estadísticamente, calculo un cero por ciento de probabilidades de fracaso. En todos nuestros enfrentamientos anteriores, la potencia militar estaba demasiado igualada para garantizar la victoria. Esta vez, nuestra superioridad numérica aplastará la resistencia hrethgir. La suerte de la especie humana está echada.

—Sin duda, es un plan imponente, Omnius —dijo el robot.

Gilbertus escuchaba en silencio, preguntándose si la supermente trataba de intimidarle. Pero ¿por qué molestarse en hacer algo así?

—¿Es esta la razón por la que nos habéis convocado?

La voz informatizada subió drásticamente de volumen, como si quisiera sobresaltarlos.

—He llegado a la conclusión de que antes de nuestro asalto final contra la Liga de Nobles, cada uno de mis componentes, de mis «sujetos», debe incorporarse a una red única e integrada. No puedo permitirme anomalías ni desviaciones. Si queremos que los Planetas Sincronizados salgamos victoriosos, debemos estar todos sincronizados.

El rostro de Erasmo volvió a su apariencia reflectante y neutra. Gilbertus sabía que su mentor estaba preocupado.

—No comprendo, Omnius.

—Erasmo, he tolerado tu independencia innecesaria durante demasiado tiempo. Ahora necesito estandarizar tu programación y tu personalidad con la mía. Ya no hay necesidad de que seas diferente. Es una distracción.

Gilbertus se sintió alarmado, pero trató de controlarse. Su mentor solucionaría aquel problema, como hacía siempre. Erasmo debía de estar sintiendo lo mismo que él, aunque su plácido rostro de robot no mostraba nada.

—Eso no es necesario, Omnius. Puedo seguir proporcionándoos valiosas perspectivas. No seré una distracción.

—Me has dicho las mismas palabras durante años. Ya no es eficiente dejar que seas distinto de mi supermente.

—Omnius, a lo largo de mi existencia he compilado una información irreemplazable. Aún podéis encontrar revelaciones que os iluminen y os muestren vías alternativas de pensamiento. —Cuando oyó las palabras tranquilas del robot, a Gilbertus le dieron ganas de gritar. ¿Cómo es posible que no estuviera desesperado?—. Si me asimiláis a vuestra base de datos general, mis perspectivas y mis mecanismos para la toma de decisiones se verán comprometidos.

¡Moriría!

—No si conservo todos tus datos en un programa aislado. Separaré el archivo para mantener tus sistemas de razonamiento aparte. Por tanto, el problema queda resuelto y como entidad separada Erasmo puede ser eliminado.

Gilbertus tragó con dificultad. El sudor le caía por la frente.

Erasmo calló, mientras su mente de circuitos gelificados barajaba miles de posibilidades, las descartaba, buscaba alguna forma de evitar aquel desenlace que siempre había sabido que llegaría.

—Para una mayor eficacia, debo completar el trabajo que me ocupa. Por tanto, propongo que antes de que absorbáis mis datos y borréis mi memoria, me concedáis un día más para finalizar varios experimentos y cotejar la información. —Erasmo miró uno de los paneles de las paredes—. Después, Gilbertus Albans puede finalizar el trabajo, pero debo prepararme para la transición y darle instrucciones precisas.

Gilbertus tenía un nudo en el estómago.

—¿Será suficiente con un día, padre? —La voz se le quebró.

—Eres un buen alumno, Mentat mío. —El robot se volvió hacia su pupilo—. No debemos retrasar los planes de Omnius.

Omnius pensó durante un largo y tenso momento, como si sospechara de una trampa.

—Es aceptable. De aquí a un día, debes presentarme tu núcleo de memoria para su asimilación total.

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