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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (48 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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—Gilbertus, he decidido hacerte una propuesta. Tenemos otras células, y eso nos deja la posibilidad de crear muchos otros clones, que sin duda serían superiores a éste. Sé que has trabajado muy duro para llevar a esta versión de Serena a tu nivel. No es culpa tuya que no haya salido bien. Por tanto, como regalo te ofrezco otro clon idéntico. —Su sonrisa de metal líquido se hizo más amplia—. Reemplazaremos a esta para que puedas volver a empezar. Sin duda, la próxima vez lograrás mejores resultados.

El hombre lo miró con expresión horrorizada e incrédula.

—¡No, padre! No puede hacer eso. —Aferró a Serena por el brazo—. No se lo permitiré. —Gilbertus acercó a Serena a su cuerpo y le susurró con tono tranquilizador—: No te preocupes. Yo te protegeré.

Aunque no entendió aquella reacción, Erasmo retiró enseguida su ofrecimiento.

—No hay necesidad de preocuparse, Gilbertus.

Mirando atrás por encima del hombro como si el robot le hubiera traicionado, Gilbertus se llevó rápidamente a Serena. Erasmo se quedó meditando, considerando lo que acababa de presenciar.

Más tarde, aquella misma noche, bajo los cielos de Corrin, el robot siguió espiando a Gilbertus y al clon, que estaban sentados en el exterior de la villa, mirando al cielo. Aunque las estelas de las naves que había allá arriba eran una distracción, Gilbertus le señalaba a Serena los dibujos que formaban las estrellas, y se los mostraba en viejos mapas de estrellas. Serena parecía divertida y formaba sus propios dibujos en el cielo.

Erasmo se sentía extrañamente inquieto, incluso alterado. Él había pasado años enseñando a Gilbertus, pero al menos él siempre tuvo un
feedback
positivo y se sentía recompensado al ver los progresos de su pupilo. Incluso la Serena Butler auténtica, con su lengua afilada y el carácter emocional de sus argumentos, había sido una digna oponente a su intelecto.

Pero el clon no le ofrecía nada de eso a Gilbertus.

Por más que Erasmo repasaba aquellos pensamientos en su mente de circuitos gelificados, no le veía sentido. Era un enigma, pero un avanzado robot independiente como él tendría que haber sido capaz de resolverlo. Y sin embargo, aunque aquella noche observó a los dos humanos durante horas, siguió sin encontrar la respuesta.

«¿Qué ve Gilbertus en ella?».

57

A aquellos que sabemos dónde mirar, el pasado nos proporciona claras indicaciones en nuestro camino al futuro.

Historia de VenKee Enterprises

Norma ya había vuelto de Rossak sin que nadie le diera las gracias —tampoco lo esperaba— por haberles advertido del peligro. En aquellos momentos, estaba desnuda ante un espejo, mirándose con curiosidad. Aunque no era una mujer vanidosa, estuvo examinando su cuerpo durante más de una hora. Su estructura ósea clásica y la piel lechosa tendrían que haberla convertido en la viva imagen de la perfección, y sin embargo, en ellas aparecían impurezas con desafortunada frecuencia: eccemas rojizos, ondas en la piel, rasgos cambiantes, como si sus huesos y sus músculos se hubieran convertido en plástico. Manchas rojizas y arrugadas cubrían amplias zonas de su pecho y su abdomen. Incluso su estatura parecía haber menguado. Como si estuviera distorsionada.

Era tan curioso… Norma siempre podía reparar su apariencia si lo deseaba, pero aquellos defectos volvían a salir. Y quería saber por qué.

Adrien también se había dado cuenta, pero no podía hablar con él de aquello. Por insistencia de su hijo, había consultado con uno de los médicos de los astilleros, una especialista entrada en años. La doctora palpó, frunció el ceño y se pronunció enseguida.

—Reacciones alérgicas, provocadas seguramente por el consumo excesivo de melange. Su hijo me ha dicho que toma dosis enormes.

—Gracias, doctora. Por favor, dígale a Adrien que esté tranquilo. —Aquellas palabras neutras tuvieron el efecto deseado y la especialista se volvió para marcharse.

Norma habría preferido que la dejaran en paz para poder concentrarse en su trabajo, y no tenía intención de reducir las dosis de melange que ingería. Su reciente visita a Rossak y la premonición sobre aquellas pirañas mecánicas la habían inquietado. Si en Corrin las máquinas habían entrado en acción, si estaban preparando nuevos horrores para la humanidad, entonces su mente debía estar bien despierta.

Y para eso, necesitaba más especia.

Había estado experimentando con diferentes variantes de la melange: sólida, en polvo, líquida, en gas. Física y mentalmente, ella ya era distinta de cualquier otro ser humano.

Norma podía deshacerse de las manchas rojas que aparecían en su piel, pero ¿para qué molestarse? No, aún delante del espejo, hizo desaparecer la mancha de la parte superior de su cuerpo y luego hizo que volviera a aparecer expresamente. Era absurdo mantener aquella apariencia hermosa. ¿Para qué? ¿Para quién? Era una pérdida de tiempo y energía. Aunque su cuerpo cambiara, en su corazón eso no afectaría nunca al amor que sentía por Aurelius.

Los estudios de mercado de la empresa demostraban que algunas personas manifestaban reacciones inmediatas a causa del consumo de melange. Otras las desarrollaban con el tiempo. En su caso, las elevadas dosis de especia abrían ciertas puertas en su mente y en el universo que le permitían ver el camino a lo imposible. De hecho, contrariamente al consejo de la doctora, pensaba tomar más y forzar los límites de su capacidad.

Desde la Gran Purga, Norma vivía con un terrible sentimiento de culpa por la gran cantidad de naves y soldados que se habían perdido en los saltos por el espacio. Desde luego, desde entonces había logrado avances aislados en el problema, pero la solución última se le seguía escapando. Había llegado el momento de redoblar sus esfuerzos y resolver el problema de la navegación por el espacio plegado de una vez por todas.

De un armario de su cámara privada, Norma sacó una mascarilla especial y se cubrió con ella la boca y la nariz. Apretó un botón y por el tubo empezó a oír el siseo del gas, con un intenso aroma a melange. Remolinos de color herrumbre coloreaban su campo visual. Apenas veía nada de lo que había fuera, pero veía por dentro.

Dado el elevado nivel de especia que ya había en su organismo, el efecto fue casi inmediato. Norma experimentó una visión sorprendente… al fin, una maravillosa epifanía, la solución al problema de navegación, una forma de evitar de forma segura los peligros del espacio.

La clave no estaba en la maquinaria o en los cálculos, sino en la presciencia, en la capacidad mental de anticipar las rutas seguras para recorrer distancias inmensas. Como su reciente visión sobre el peligro que amenazaba Rossak. Con una exposición reiterada a la melange, en una concentración lo suficientemente alta, ella podía abrir muchas más posibilidades de las que nadie imaginaba en un humano. Sus iniciales calculadores informáticos de probabilidades habían sido el intento más tosco en ese sentido. Pero con la especia, su propia mente podía convertirse en un instrumento de navegación infinitamente superior.

Presciencia.

Cuando se recuperó de su visión, Norma se dio cuenta de que su cuerpo había vuelto a algo que se parecía mucho a su forma originaria, más achaparrada, aunque las facciones eran más toscas y la cabeza más grande. ¿Por qué? ¿Un paso atrás? ¿Un lejano recuerdo celular? ¿Una elección inconsciente?

Pero su mente seguía expandiéndose. Norma se concentró en lo realmente importante, mientras sentía el chisporroteo de la energía: melange. Navegación. Espacio plegado. Presciencia.

¡Por fin, la respuesta!

Su cuerpo había elegido aquella nueva forma durante su visión, así que Norma lo dejó así, convertido en una aproximación superficial al cuerpo con el que había crecido, de rasgos achatados, canijo, pero con una cabeza mucho más grande en comparación con el cuerpo. No trató de remodelar su figura. Sencillamente, era una forma innecesaria de malgastar energía. El viaje físico a la belleza le parecía algo superficial, infinitamente insignificante en el conjunto del cosmos.

No como la especia, la presciencia, la posibilidad de plegar el espacio…

En una nave, una mente rectora podía predecir los desastres antes de que sucedieran, con tiempo suficiente para buscar un camino alternativo por el espacio plegado. Y sin embargo, el hecho de conocer la esencia de la respuesta, no le indicaba cómo aplicar físicamente la solución. Solo era cuestión de tiempo.

Cada experimento acercaba a Norma un poco más a su objetivo. Era asombroso que la melange hubiera servido para combatir la plaga y sirviera también para viajar por el espacio plegado. La sustancia en sí ya era un milagro… una molécula extremadamente compleja.

Ahora su trabajo le exigía una cantidad cada vez mayor de melange, y gracias a VenKee podía conseguir toda la que necesitaba. Su precio en el mercado había aumentado vertiginosamente. Veinte años atrás un elevado porcentaje de la humanidad había sobrevivido a la plaga de Omnius en parte gracias a la especia. Por desgracia, eso avivó los apetitos de la gente y muchos incluso se volvieron adictos. La epidemia había cambiado la economía de la Liga y de VenKee Enterprises de una forma drástica que nadie había previsto.

Su hijo mayor era ambicioso e inteligente, como Aurelius. Norma nunca había deseado poder ni riquezas, y evitaba la fama que acompañaba a sus destacables descubrimientos. Pero entendía perfectamente que aquel avance en la navegación y la viabilidad de las naves que plegaban el espacio permitirían que Adrien y sus descendientes expandieran la rentable VenKee Enterprises y la convirtieran en un imperio comercial tan poderoso como la misma Liga.

Norma sabía que la forma gaseosa de la melange era ideal para sus propósitos, más intensa, que llevaba su mente a cotas antes impensables. Ahora, entusiasmada, llena de expectación, decidió llevar su idea a su siguiente fase.

Inmersión total en especia, exposición completa, dependencia total.

Obsesionada con su proyecto, Norma reclutó a obreros y técnicos de otros proyectos de los astilleros. En comparación con los complejos motores Holtzman y los generadores de los escudos, su proyecto era sencillo y barato. Pero a largo plazo tendría unas repercusiones mucho más importantes que nada de lo que había hecho hasta entonces.

Aunque trató de hablar con ella, Adrien no acababa de entender lo que pretendía, y ella tampoco intentó explicar sus motivos. Últimamente a Norma se le hacía difícil hablar en el mismo lenguaje que su hijo, y sin embargo él nunca le discutió lo que pedía. Sabía que cuando tenía una de sus ideas, la galaxia entera estaba destinada a cambiar.

Los equipos construyeron una cámara hermética de plaz transparente dotada con unas boquillas a las que conectaron grandes bombonas de costoso gas melange. Cuando la cámara estuvo acabada, Norma se encerró en el interior, con un cojín para sentarse. Sola. Cerró los ojos y giró un control para que empezara a entrar el gas naranja. Aspiró hondo una y otra vez, esperando a que hiciera efecto, mientras la cámara se llenaba con más melange de la que había consumido en su vida. Una concentración tan alta de especia habría matado a alguien que no estuviera preparado, pero ella había desarrollado un alto nivel de tolerancia y dependencia.

Norma siguió inhalando gas, mientras los trabajadores miraban con los ojos desorbitados, y sintió que se encorvaba y se adentraba en su mente. Las células de su cuerpo contrahecho se sumergieron en el vapor con olor a canela, se fundieron con él. Concentración total, calma total.

La experiencia la llevó más allá de la tecnología para plegar el espacio, elevándola a un nivel puramente espiritual. Para Norma, la esencia del humano estaba en su naturaleza etérea. Se sentía como una escultora a escala cósmica, y utilizaba planetas y soles como si fueran arcilla.

Era majestuoso, liberador.

Siguió encerrada en la cámara, sin comida ni agua… solo ella y la especia nutricia. Las paredes de plaz transparente quedaron marcadas por un marrón herrumbre, y Norma ya apenas notaba el siseo constante del gas que entraba.

Por fin, por fin había encontrado un lugar donde podía pensar de verdad.

58

No se puede entender a la humanidad si no te paras a mirarla con detenimiento. Estamos en una posición excepcional para hacer esto.

Archivos de Rossak,
«Declaración de intenciones»

Las líneas genéticas de la humanidad formaban un intrincado y hermoso tapiz, pero solo algunos eran capaces de verlo. El entramado que formaba el ADN pasaba de familia a familia, de generación en generación. Secuencias de nucleótidos se combinaban y se volvían a combinar, mezclando de diferentes formas los genes, creando un número casi infinito de patrones humanos. Ni siquiera la supermente podía asimilar el verdadero potencial de aquellos seres que procedían de la impresionante molécula de doble hélice.

Ticia Cenva y las hechiceras de Rossak habían tomado aquel proyecto bajo su responsabilidad y lo habían convertido en su misión particular.

En la parte más escondida de la ciudad de cuevas, muy lejos de los sonidos y los olores de la selva púrpura y plateada, lejos de las cicatrices que había dejado el ataque de las pirañas mecánicas, Ticia estaba con una de sus altas y pálidas hermanas, mirando a uno de aquellos ordenadores, tan importantes… y tan ilegales. Aquellos artefactos donde ellas almacenaban los datos eran anatema para la Liga, y sin embargo eran absolutamente necesarios. No tenían otra forma de cotejar y controlar la apabullante cantidad de información que habían recopilado. Las hechiceras de Rossak tenían muchos secretos, y aquel era uno de los más importantes.

Durante generaciones habían llevado registros genéticos de las familias más relevantes de su planeta. En Rossak, el medio hacía estragos con el ADN de los humanos, provocando frecuentes mutaciones… algunas se convertían en horribles motivos de vergüenza, mientras que otras mejoraban la especie. Y la información cotejada durante la plaga les había proporcionado una cantidad muchísimo mayor de datos que estudiar y analizar.

Ticia se volvió hacia la mujer que tenía a su lado, una joven hechicera llamada Karee Marques.

—Ahora que hemos recopilado los datos básicos sobre las diferentes líneas genéticas y analizado las distintas mutaciones posibles, imagina lo que podríamos hacer con esta información. Por fin podremos darle un uso. —Frunció sus pálidos labios y admiró los ordenadores—. Proyecciones. Perfección. ¿Quién sabe el potencial que descubriremos en el humano? Podemos eliminar nuestras limitaciones. De hecho, ¿por qué limitarnos a buscar solo lo sobrehumano? Seguramente hay muchas capacidades con las que ni siquiera hemos soñado.

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