Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
—¿Qué hubieras pensado de haberlo sabido antes? —preguntó Lessa con su habitual aspereza, mientras volvía a reunirse con ellos—. Nada. Porque hasta que las Hebras empezaron a caer fuera de pauta, y estuviste en la región pantanosa, no habías correlacionado nunca la información.
Lessa tenía razón, desde luego pero N'ton no tenía por qué aparecer tan indeciso entre su acuerdo con lo que ella decía y su simpatía por F'lar. F'lar despotricó en silencio contra su enojosa debilidad. Debería estar de pie y en plena actividad, y no verse obligado a confiar en las observaciones de otros, en un momento crucial como éste.
—Señor, en el transcurso de las Revoluciones me he convertido en un dragonero —dijo N'ton, escogiendo cuidadosamente las palabras—. Y una de las cosas que he aprendido es que todo lo que se hace tiene una finalidad. En mis años mozos califiqué de absurdos en más de una ocasión los métodos de mi padre que, como sabes, era curtidor. No comprendía por qué insistía tanto en que había que curtir el cuero por una sola cara, o estirar la piel un poco cada día, no de golpe, bien empapada, pero más tarde comprendí que existe un orden, un motivo, un ritmo para ello. —Hizo una pausa, pero F'lar le, apremió para que continuara—. Me han interesado mucho los métodos del Maestro Herrero. Ese hombre piensa constantemente. —Los ojos del joven reflejaron una admiración tan intensa que F'lar sonrió— Temo hacerme pesado, pero he aprendido mucho de él. Lo suficiente como para darme cuenta de las lagunas existentes en el conocimiento que nos ha sido transmitido. Lo suficiente para comprender que quizás el continente Meridional fue abandonado para permitir que las lombrices crecieran allí libremente...
—¿Quieres decir que si los Antiguos sabían que no podían llegar a la Estrella Roja, desarrollaron las lombrices para proteger los campos de cultivo? —inquirió Lessa.
—Desarrollaron los dragones partiendo de los lagartos de fuego, ¿no? ¿Por qué no las lombrices como equipos terrestres? —Y N'ton sonrió ante lo fantástico de su hipótesis.
—Eso tiene sentido —dijo Lessa, mirando a F'lar con aire esperanzado—. Desde luego, eso explica por qué los dragones no han saltado por el inter hasta la Estrella Roja. No tenían ninguna necesidad de hacerlo, puesto que se estaba desarrollando otro tipo de protección.
—Entonces, ¿ por qué no tenemos lombrices aquí en el norte? —preguntó F'lar belicosamente.
—¡Ja! Alguien no vivió lo suficiente como para transmitir la noticia, o sembrar las lombrices, o cultivarlas, o algo por el estilo. ¿Quién puede saberlo? —Y Lessa extendió ampliamente sus brazos. Para F'lar era evidente que ella prefería esta teoría, por alambicada que pudiera parecer, en su deseo de evitar que F'lar fuera a la Estrella Roja.
F'lar deseaba creer que las lombrices eran la respuesta, pero la Estrella Roja tenía que ser visitada. Aunque sólo fuera para convencer a los Señores de los Fuertes de que los dragoneros eran dignos de confianza.
—No sabemos todavía si las lombrices existen más allá de la región pantanosa —le recordó a Lessa.
—No me importaría dedicarme a averiguarlo –dijo N'ton—. Conozco perfectamente el continente Meridional, señor. Probablemente tan bien como cualquiera, incluido F'nor. Me gustaría que me autorizaras a ir al sur para explorarlo a fondo. —Cuando N'ton vio que F'lar vacilaba y que Lessa fruncía el ceño, se apresuró a añadir—: Puedo eludir a T'kul. Ese hombre es tan obvio, que resulta patético.
—De acuerdo, de acuerdo, N'ton. Puedes ir. La verdad es que no podemos enviar a nadie más —y F'lar trató de no amargarse con la idea de que F'nor estaba enredado con una mujer; ante todo era un dragonero, ¿no? Pero F'lar reprimió inmediatamente aquellos pensamientos tan poco caritativos. Brekke había sido una Dama del Weyr; sin ninguna culpa por su parte (y F'lar se reprochaba todavía a sí mismo el no haber controlado más de cerca las actividades de Kylara, contra las cuales había sido advertido), Brekke se había visto desposeída de su dragón. Si encontraba un poco de consuelo en la compañía de F'nor, resultaría imperdonable privarla de su presencia—. Puedes ir, N'ton. Explora a fondo. Y trae ejemplares de lombrices de diversos lugares. Me gustaría que Wansor no hubiera desmontado aquel otro aparato. Podríamos examinar más de cerca a las lombrices. Aquel Maestro Ganadero era un necio. Las lombrices podrían no ser las mismas en todos los lugares.
—Las lombrices son lombrices —murmuró Lessa.
—Las reses criadas en las montañas son diferentes de las reses criadas en las llanuras —dijo N'ton—. Los fellis que crecen en el sur son mayores y dan mejores frutos que los de Nerat.
—Sabes demasiado —replicó Lessa, sonriendo para suavizar la aspereza de sus palabras.
N'ton sonrió a su vez.
—Soy un caballero bronce, Dama del Weyr.
—Será mejor que te pongas en marcha. No, espera. ¿Estás seguro de que Fort no va a necesitaros a Lioth y a ti para las Hebras? —preguntó F'lar, deseando librarse de aquel joven tan sano que no hacía más que poner de relieve su enfermedad.
—De momento pueden prescindir de nosotros, señor. Allí es todavía noche cerrada.
Aquello subrayaba aún más su juventud, y F'lar agitó una mano en señal de despedida, tratando de ahogar los celos con sentimientos de gratitud. En cuanto N'ton se hubo marchado, F'lar soltó un exasperado juramento que atrajo inmediatamente a Lessa a su lado, toda consideración
—Estoy bien, estoy bien —gruñó F'lar. Retuvo la mano de Lessa contra su mejilla, agradecido también por la frescura de los dedos femeninos al curvarse contra su rostro
—Desde luego que estás bien. Nunca has estado enfermo —susurró Lessa, acariciando la frente de F'lar con su mano libre. Luego, el tono de su voz se hizo más incisivo—. Lo que pasa es que eres tonto. De no ser así no hubieras ido por el inter, permitiendo que el frío penetrara en una herida y te provocara un estado febril...
F'lar, tranquilizado por el cáustico comentario de Lessa tanto como por sus frescas y tiernas caricias, se retrepó en las almohadas y deseó dormir, sanar.
Primera hora de la mañana en el Fuerte de Ruatha
Mediodía en el Weyr de Benden
Cuando llegó la noticia de que era probable que la Eclosión tuviera lugar aquel radiante día primaveral, Jaxom no supo si se alegraba o no. Desde que las dos reinas se habían matado la una a la otra diez días antes, Lytol se había sumido en una tristeza tan profunda que Jaxom había andado de puntillas por el Fuerte. Su tutor había sido siempre un hombre exageradamente serio, que nunca se permitía una broma ni un comentario ligero, pero este nuevo silencio enervaba a todo el Fuerte. Incluso el bebé recién nacido no lloraba. Era lamentable, muy lamentable, perder una reina, sabía Jaxom. Pero perder dos, de un modo tan horrible... Era como si las cosas apuntaran a acontecimientos cada vez más desastrosos. Jaxom estaba asustado, con una extraña sensación que penetraba hasta sus huesos. Casi temía ver a Felessan. Nunca se había librado del todo del complejo de culpabilidad por haber invadido la Sala de Eclosión, y se preguntaba si este era su castigo. Pero era un muchacho lógico, y la muerte de las dos reinas no se había producido en Ruatha, ni siquiera en el Weyr de Fort del cual dependía el Fuerte de Ruatha. No había visto nunca a Kylara ni a Brekke. Conocía a F'nor y le compadecía si la mitad de lo que había oído comentar era cierto: que F'nor se había llevado a Brekke a su Weyr y había abandonado sus obligaciones como Lugarteniente para cuidarla. Ella estaba muy enferma. Lo curioso era que todo el mundo se mostraba apesadumbrado por Brekke pero nadie mencionaba a Kylara, que también había perdido una reina.
A Jaxom le intrigaba aquello pero sabía que no podía hacer preguntas. Del mismo modo que no podía preguntar si Lytol y él asistirían a la Eclosión. El hecho de que el caudillo del Weyr hubiera enviado la noticia equivalía a una invitación. Además, Talina era una candidata ruathana para el huevo de reina. Ruatha tenía que estar representada en la Eclosión. El Weyr de Benden siempre había tenido Impresiones abiertas, incluso cuando los otros Weyrs imponían restricciones. Y hacía siglos que no veía a Felessan. Aunque era cierto que nadie había hecho mucho más que vigilar a las Hebras desde la boda en Telgar.
Jaxom suspiró. Aquel había sido un día inolvidable. Se estremeció, recordando lo enfermo que se había sentido y el frío y —sí— el miedo que había pasado. (Lytol decía que un hombre no temía admitir su miedo). Mientras contemplaba el duelo entre F'lar y T'ron había experimentado un miedo terrible. Se estremeció de nuevo al recordarlo. En Pern las cosas iban de mal en peor. Las reinas se mataban unas a otras, los caudillos de los Weyrs se batían en público, las Hebras caían aquí y allá sin seguir ninguna pauta... El orden que presidía la vida se estaba desintegrando; las constantes que constituían su rutina se estaban disolviendo, y él era impotente para detener el inexorable deslizamiento. No era justo. Todo había marchado perfectamente. Todo el mundo había estado diciendo lo mucho que había mejorado el Fuerte de Ruatha. Ahora, en los últimos seis días, habían perdido aquellas tierras de cultivo septentrionales y, si las cosas seguían igual, no quedaría gran cosa del duro trabajo de Lytol. Tal vez por eso estaba actuando de un modo tan... tan raro. Pero no era justo. Lytol había trabajado duramente. Y ahora, parecía como si Jaxom fuera a perderse la Eclosión y con ella, la oportunidad de ver quién Impresionaba el más pequeño de los huevos. No, no era justo.
—Señor Jaxom —llamó con voz entrecortada una sirvienta desde el umbral de la puerta. Era evidente que había venido corriendo—. El señor Lytol dice que te pongas tus mejores ropas. La Eclosión está a punto de empezar. Oh, Señor, ¿crees que Talina tiene alguna posibilidad?
—Desde luego —dijo Jaxom, con cierta brusquedad a causa de la excitación—. Tiene sangre ruathana, ¿no? Ahora, lárgate.
Los dedos de Jaxom se las entendieron nerviosamente con las ataduras de sus pantalones y de la túnica que había estrenado para la boda en Telgar. Él no había ensuciado la fina tela, pero en el hombro derecho podían verse aún las huellas grasientas de los dedos de un excitado huésped que le había apartado bruscamente de su ventajoso puesto en la escalera del Fuerte de Telgar durante el duelo.
Se puso la capa, encontró el segundo guante debajo de la cama, y echó a correr hacia el Gran Patio donde esperaba el dragón azul.
La vista del azul, sin embargo, le recordó inevitablemente a Jaxom que al primogénito de Groghe le habían entregado uno de los huevos de lagarto de fuego. Lytol había rechazado deliberadamente los dos huevos que correspondían al Fuerte de Ruatha. Aquello, también, fue una incalificable injusticia. Jaxom tenía derecho a un huevo de lagarto de fuego, aunque Lytol no pudiera soportar la idea de Impresionar al suyo. Jaxom era Señor de Ruatha, y Lytol no había obrado correctamente al negarle aquella regalía.
—Será un buen día para Ruatha si vuestra Talina Impresiona, ¿no es cierto? —fue el primer saludo de D'wer, el caballero azul.
—Sí —respondió Jaxom, y su voz sonó áspera a sus propios oídos.
—Alegra esa cara, muchacho —dijo D'wer—. Las cosas podrían ser peores.
—¿Cómo?
D'wer rió burlonamente y, aunque la risa ofendió a Jaxom, no podía llamar al orden a un dragonero.
—Buenos días, Trebith —dijo Jaxom, saludando al dragón, que volvió la cabeza con un alegre brillo en su enorme ojo.
Ambos oyeron la voz de Lytol, desabrida pero perfectamente clara mientras daba instrucciones a los capataces.
—Por cada campo que resulte dañado, sembraremos otros dos mientras tengamos suficientes semillas. Hay mucha tierra buena al nordeste. Espabilad a la gente.
—Pero, Señor Lytol...
—No hay pero que valga. Si no somos previsores nos quedaremos sin comida, y esa es una perspectiva que no creo que le guste a nadie.
Lytol pasó revista rápidamente a Jaxom y le dio los buenos días con aire ausente. El tic se puso en marcha en su mejilla en el momento en que trepó al hombro de Trebith. Hizo una seña a su pupilo para que se instalara delante de él, y luego asintió con la cabeza en dirección a D'wer.
El dragonero azul respondió con una leve sonrisa, como si no hubiera esperado más locuacidad por parte de Lytol, y súbitamente estuvieron en lo alto, con Ruatha empequeñeciéndose cada vez más debajo de ellos. Y en el inter, con Jaxom conteniendo la respiración contra el terrible frío. Y luego encima de la Piedra de la Estrella de Benden, tan cerca de otros dragones que también se dirigían al Weyr que Jaxom temió que se produjera una colisión en cualquier momento.
—¿Cómo... cómo saben dónde están ? —le preguntó a D'wer.
El caballero azul sonrió.
—Ellos lo saben. Los dragones nunca chocan entre sí. —Y la sombra de un recuerdo nubló el rostro habitualmente jovial de D'wer.
Jaxom gruñó. Había sido un estúpido al hacer alusión por muy indirecta que fuera, a la batalla de las reinas.
—Muchacho, todo nos recuerda aquello —dijo el caballero azul—. Incluso los dragones están más pálidos. Pero —continuó, en tono más animado—, la Impresión nos ayudará a olvidarlo.
Era lo que esperaba Jaxom aunque, pesimista, estaba convencido de que también hoy algo saldría mal. Luego se agarró frenéticamente a la túnica de montar de D'wer, ya que le pareció que estaban volando rectamente hacia la fachada rocosa del Cuenco del Weyr. O, peor aún, a pesar de las seguridades de D'wer, directamente hacia el dragón verde que viraba también en aquella dirección.
Pero súbitamente se encontraron en la amplia boca de la entrada superior, una abertura que conducía a la inmensa Sala de Eclosión. Remolineo de alas, una concentración del olor a almizcle de dragones, y se posaron sobre las arenas ligeramente humeantes, en el gran anfiteatro con sus hileras de perchas para hombres y animales.
Jaxom tuvo una visión confusa de los huevos en la Sala de Eclosión, de las túnicas de vivos colores de los reunidos ya en ella, de los cuerpos de dragones de ojos brillantes y alas plegadas, de los grandes y graciosos azules, verdes y pardos. ¿Dónde estaban los bronce?
—Traen a los candidatos, Señor Jaxom. Ah, ahí está el joven tunante —dijo D'wer, y súbitamente el cuello de Jaxom recibió una sacudida mientras Trebith maniobraba para posarse hábilmente sobre un saledizo—. Ya hemos llegado.
—¡Jaxom! ¡Has venido!
Y Felessan se precipitó a sus brazos, con sus ropas tan nuevas que olían a tinte y eran ásperas contra las manos de Jaxom mientras palmeaba la espalda de su amigo.