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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (52 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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Larad enrojeció bajo el sarcasmo de F'lar.

—Si los antiguos no registraron ningún conocimiento íntimo de la Estrella Roja —intervino Robinton, rompiendo el pesado silencio—, proporcionaron soluciones domésticas. Los dragones, v las lombrices.

—Ninguna de las cuales es una protección eficaz en este momento, cuando la necesitamos —replicó Larad con voz impregnada de amargura y de desaliento—. ¡Pern necesita algo más concreto que promesas... e insectos! —Y abandonó bruscamente las Habitaciones.

Asgenar, con una protesta en los labios, empezó a seguirle, pero F'lar le detuvo.

—No está en condiciones de razonar, Asgenar —dijo F'lar, con el rostro contraído por la ansiedad—. Si no ha quedado convencido por las demostraciones de hoy, no sé qué más podemos hacer o decir.

—Lo que le preocupa es la pérdida de las cosechas del verano —dijo Asgenar—. El Fuerte de Telgar se ha estado extendiendo, como ya sabes. Larad se ha atraído a mucha gente insatisfecha que pertenecía a Nerat, a Crom y a Nabol. Si fallan las cosechas, el invierno será muy difícil para él, dado que el hambre siempre engendra problemas de todas clases.

—Pero, ¿qué más podemos hacer? —preguntó F'lar, con una nota de desesperación en su voz. Se cansaba con mucha facilidad. La fiebre le había dejado con pocas reservas físicas, una circunstancia más deprimente para él que cualquier otro problema. La obstinación de Larad había sido una inesperada decepción. Habían tenido tanta suerte con todos los otros hombres a los que habían interesado en el proyecto...

—Yo sé que no puedes enviar a unos hombres a ciegas a la Estrella Roja —dijo Asgenar, afectado por la ansiedad de F'lar—. He intentado decirle a mi Rial a dónde quería que fuera Y a veces se pone frenético porque no puede verlo con la suficiente claridad. Espera a que Larad empiece a enviar a su lagarto de fuego a algún lugar. Entonces comprenderá. Verás, lo que más le molesta es darse cuenta de que no puedes planear un ataque contra la Estrella Roja.

—Tu error inicial, mi querido F'lar —y la voz del Arpista sonó más sarcástica que nunca— fue el proporcionar una salvación del último desastre inminente en tres días escasos, trayendo a nuestra época a los Cinco Weyrs Perdidos. Ahora, los Señores de los Fuertes esperan que realices un segundo milagro con la misma rapidez.

La observación era tan descabellada que F'lar estalló en una carcajada antes de poder evitarlo. Pero la tensión y la ansiedad se disolvieron, y los hombres preocupados recobraron algo de la necesaria perspectiva.

—Lo único que necesitamos es tiempo —insistió F'lar.

—Que es precisamente lo que no tenemos —dijo Asgenar.

—Entonces, utilicemos del mejor modo posible el tiempo de que disponemos —dijo F'lar en tono decidido, dejando atrás su momento de duda y de desilusión—. Vamos a trabajar sobre Telgar. F'nor, ¿cuántos jinetes puede prestarnos T'bor para ir en busca de bolsas de larvas por el intertiempo al Continente Meridional? N'ton y tú podéis establecer las coordenadas con ellos.

—¿No debilitará eso la protección del Continente Meridional? —preguntó Robinton.

—No, porque N'ton ha mantenido los ojos abiertos. Observó que numerosas bolsas de larvas nacidas en el otoño eran reventadas o devoradas durante los meses de invierno. De modo que hemos modificado nuestros métodos. Revisaremos una zona en primavera para localizar las bolsas supervivientes, retrocederemos al otoño y nos llevaremos algunas de las que no sobrevivirían. Habrá unos cuantos wherries que se perderán una comida, pero no creo que trastornemos demasiado el equilibrio.

F'lar empezó a pasear de un lado para otro, rascándose con aire ausente el lugar donde su herida, en plena cicatrización, le producía un intenso prurito.

—Necesito también a alguien que vigile a Nabol.

Robinton se echó a reír.

—Al parecer, vamos a utilizar unos agentes muy raros: lombrices... Meron... Oh, sí —se apresuró a añadir—, Meron puede ser una buena baza. Dejemos que fuerce su vista y pille una tortícolis contemplando la Estrella Roja. Mientras esté ocupado en eso, sabremos que disponemos de tiempo. Los ojos de un hombre vengativo se pierden pocos detalles que pueden resultarle beneficiosos.

—Un tanto a tu favor, Robinton. N'ton —y F'lar se volvió hacia el joven caballero bronce—, quiero estar al corriente de todas las observaciones que haga ese hombre, de lo que busca en la Estrella Roja, de lo que pueda ver en ella, de todas sus reacciones. Creo que no le hemos prestado la debida atención. Incluso podríamos tener que estarle agradecidos.

—Preferiría estar agradecido a las lombrices –replicó N'ton con cierta vehemencia—. Francamente, señor –añadió vacilando acerca de una misión por primera vez desde qué había sido incluido en el Consejo—, preferiría buscar lombrices o capturar Hebras.

F'lar contempló pensativamente al joven caballero.

—En tal caso, N'ton —dijo finalmente—, piensa en esta misión como en la captura de la Hebra final.

Brekke había insistido en hacerse cargo del cuidado de las plantas de las Habitaciones cuando se sintió más fuerte. Alegó que se había criado en un Artesanado agrícola y, en consecuencia, estaba capacitada para aquella tarea. Pero prefería no estar presente durante las demostraciones. De hecho, rehuía a todas las personas que no pertenecían al Weyr. Podía soportar las simpatías del Weyr, pero la compasión de los forasteros le resultaba intolerable.

Esto no afectaba a su curiosidad, y hacía que F'nor le contara todos los detalles de lo que ella calificaba como el secreto más conocido de Pern. Cuando F'nor le habló de la actitud negativa del Señor de Telgar ante lo que los Weyrs trataban de hacer Brekke no disimuló su contrariedad.

—Larad está equivocado —dijo, con la deliberada lentitud que había adoptado últimamente—. Las lombrices son la solución, la correcta. Pero es cierto que la mejor solución no resulta siempre fácil de aceptar. Y una expedición a la Estrella Roja no es una solución, aunque responda al deseo instintivo de los perneses. Es obvio. Tan obvio como lo fueron dos mil dragones sobre el Fuerte de Telgar hace siete Revoluciones. —Sorprendió a F'nor con una leve sonrisa, la primera desde la muerte de Wirenth—. Por mi parte, al igual que Robinton, preferiría confiar en las lombrices. Plantean menos problemas. Claro que yo me crié en un Artesanado agrícola.

—Últimamente aludes mucho a esa circunstancia —observó F'nor, volviendo el rostro de Brekke hacia él, indagando en los ojos verdes. Estaban serios, como siempre, y en la límpida mirada había la sombra de una pena que nunca se borraría del todo.

Brekke enlazó sus dedos en los de F'nor y sonrió dulcemente, con una sonrisa que no dispersó la pena.

—Me crié en un Artesanado agrícola —puntualizó—, pero ahora pertenezco al Weyr.

Berd canturreó su aprobación y Grall añadió un trino por su cuenta.

—Podemos perder unos cuantos Fuertes en esta Revolución —dijo F'nor amargamente.

—Eso no resolvería nada —dijo Brekke—. Me alegro de que F'lar haya decidido vigilar a ese nabolés. Tiene una mente retorcida.

Súbitamente, Brekke abrió la boca, aferrando los dedos de F'nor con tanta fuerza que sus uñas rompieron la piel.

—¿Qué te pasa? —F'nor rodeó el cuerpo de la muchacha con los dos brazos, en un gesto protector.

—Tiene una mente retorcida —dijo Brekke, mirando a F'nor con ojos asustados—. Y tiene también un lagarto de fuego, un bronce, tan adulto como Grall y Berd. ¿Sabe alguien si lo ha estado adiestrando? ¿Adiestrándolo para viajar por el inter?

—Todos los Señores tienen nociones... —F'nor se interrumpió al darse cuenta de la dirección de los pensamientos de Brekke. Berd y Grall reaccionaron al miedo de Brekke con nerviosos chillidos y aleteos—. No, no, Brekke. No puede hacerlo —la tranquilizó F'nor—. Asgenar tiene un lagarto de fuego que sólo es una semana más joven, y nos ha dicho lo difícil que le resulta enviar a su Rial a algún lugar de su propio Fuerte.

—Pero Meron tiene el suyo desde hace más tiempo. Podría haber llegado más lejos...

—¿Meron? —El tono de F'nor era escéptico—. Ese hombre no tiene la menor idea de cómo hay que tratar a un lagarto de fuego.

—Entonces, ¿por qué está tan fascinado con la Estrella Roja? ¿Qué otra cosa podría planear sino enviar allí a su lagarto bronce?

—Meron sabe que los dragoneros no se atreverían a enviar dragones. ¿Cómo puede imaginar que un lagarto de fuego es capaz de llegar allí?

—Meron no confía en los dragoneros —insistió Lessa, evidentemente obsesionada con la idea—. ¿Por qué habría de creer en aquella imposibilidad? ¡Tienes que decírselo a F'lar!

F'nor asintió, porque era la única manera de tranquilizarla. Brekke estaba aun patéticamente delgada. Sus párpados parecían transparentes, aunque había una leve rojez en sus labios y mejillas.

—Prométeme que se lo dirás a F'lar.

—Se lo diré. Se lo diré, pero no a medianoche.

Al día siguiente, con un escuadrón de caballeros a su cargo para viajar intertiempo en busca de bolsas de larvas, F’nor olvidó su promesa y no volvió a acordarse de ella hasta el anochecer. Para justificarse a los ojos de Brekke, le pidió a Canth que hablara con Lioth, el dragón de N'ton, para que transmitiera a su jinete la teoría de Brekke. Si el caballero bronce del Weyr Fort veía algo que diera cuerpo a las suposiciones de Brekke, informarían a F'lar.

Tuvo ocasión de hablar con N'ton al día siguiente, cuando se encontraron en el aislado valle que Larad de Telgar había elegido para la siembra de lombrices. El campo, observó F'nor, estaba dedicado al cultivo de un nuevo vegetal híbrido muy solicitado como un lujo gastronómico y que sólo se desarrollaba favorablemente en algunas zonas elevadas de los Fuertes de Telgar y de las Altas Extensiones.

—Es posible que Brekke no ande desencaminada —admitió N'ton—. Los vigilantes han mencionado que Meron acostumbra a mirar durante largo rato a través del aparato y luego fija bruscamente su mirada en los ojos de su lagarto hasta que el animal se pone frenético y trata de remontar el vuelo. En realidad, anoche el pobre animalito se marchó al inter gritando. Meron paseaba de un lado a otro de muy mal humor, maldiciendo a toda la especie dragonil.

—¿Has comprobado lo que había estado mirando?

N'ton se encogió de hombros.

—Anoche, la visibilidad era muy escasa. Demasiadas nubes. Lo único visible era aquella cola gris... el lugar parecido a Nerat pero apuntando al este en vez de al oeste. Y no tardó en desaparecer también.

F'nor recordaba perfectamente aquel detalle: una masa gris formando una especie de cola de dragón, apuntando en dirección contraria a la rotación del planeta.

—A veces —continuó N'ton—, las nubes encima de la estrella son más claras que todo lo que puede verse debajo. La otra noche, por ejemplo, había una nube que parecía una muchacha trenzando sus cabellos —y N'ton ilustró con expresivos gestos de sus manos lo que estaba diciendo—. Pude ver la cabeza, ladeada hacia la izquierda, la trenza a medio terminar y la mata de pelo suelto. Fascinante.

F'nor no descartó del todo aquella conversación, ya que él mismo había observado la variedad de rasgos identificables en las nubes alrededor de la Estrella Roja, y a menudo se había sentido más atraído por aquel espectáculo que por lo que se suponía que debía mirar.

El informe de N'ton sobre la conducta del lagarto de fuego era muy interesante. Los animalitos no dependían tanto de los que los manejaban como los dragones. Podían desaparecer en el inter cuando estaban aburridos o se les pedía que hicieran algo que no era de su agrado. Reaparecían tras un interludio, habitualmente a la hora de la cena, suponiendo sin duda que las personas olvidaban rápidamente. Gras y Berd habían superado, al parecer, aquella fase. Desde luego, manifestaban un notable sentido de responsabilidad hacia Brekke. Uno de ellos estaba siempre a su lado. F'nor estaba dispuesto a apostar cualquier cosa a que Grall y Berd eran la pareja de lagartos de fuego más de fiar de todo Pern.

De todos modos, Meron sería vigilado estrechamente. Era posible que pudiera llegar a dominar a su lagarto. Tal como había dicho Brekke, tenía una mente retorcida.

Aquella noche, cuando F'nor entró en el pasadizo que conducía a su Weyr, oyó una animada conversación aunque no pudo distinguir las palabras.

Lessa está preocupada
, le dijo Canth, sacudiendo sus alas contra sus costados mientras seguía a su jinete.

—Cuando se ha vivido con un hombre durante siete Revoluciones, se sabe lo que tiene en la mente —estaba diciendo Lessa en tono excitado cuando entró F'nor. Se giró, con una expresión casi culpable en el rostro, reemplazada por otra de alivio al reconocer a F'nor.

El caballero pardo miró más allá de Lessa hacia Brekke, cuyo rostro mostraba una sospechosa inexpresividad. Ni siquiera le dedicó una sonrisa de bienvenida.

—Se sabe lo que tiene en la mente... ¿quién, Lessa? —preguntó F'nor, deshebillando el cinturón de su túnica de montar. Luego tiró sus guantes sobre la mesa y aceptó el vino que Brekke le sirvió.

Lessa se dejó caer en la silla que tenía a su lado, mirando a todas partes menos a F'nor.

—Lessa teme que F'lar intente ir personalmente a la Estrella Roja —dijo Brekke.

F'nor meditó en aquello mientras bebía su vino.

—F'lar no es tonto, mis queridas muchachas. Un dragón tiene que saber adonde va. Y nosotros no podemos darles ninguna coordenada. Mnementh tampoco es tonto. –Pero mientras F'nor alargaba su copa hacia Brekke para que volviera a llenarla, pensó súbitamente en la muchacha de la nube de N'ton trenzando sus cabellos.

—F'lar no puede ir —dijo Lessa con voz ronca—. Él es lo que mantiene unido a Pern. Es el único que puede consolidar a los Señores de los Fuertes, a los Maestros Artesanos y a los dragoneros. Incluso los Antiguos confían ahora en él. ¡En nadie más!

F'nor se dio cuenta de que Lessa estaba desacostumbradamente trastornada. Grall y Berd vinieron a posarse en los brazos de la silla de Brekke, trinando suavemente y agitando sus alas.

Lessa se inclinó a través de la mesa, con una mano sobre la de F'nor para retener su atención.

—Oí lo que dijo el Arpista acerca de los milagros. ¡La salvación en tres días! —Sus ojos estaban llenos de amargura.

—¡Ir a la Estrella Roja no es la salvación para nadie, Lessa!

—Sí, pero nosotros no sabemos eso a ciencia cierta. Sólo suponemos que no podemos ir, porque los antiguos no lo hicieron. Y hasta que demostremos a los Señores las verdaderas condiciones que imperan allí, no aceptarán la alternativa.

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