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Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (50 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
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El Arpista entregó la botella de vino a Andemon.

—Eso es una ayuda, Arpista. Muchas gracias —dijo Andemon, frotándose los labios con el dorso de la mano después de beber un buen trago.

—Es evidente que alguien se olvidó de mencionar por qué teníais que prestar una atención particular a las lombrices, Andemon —dijo F'lar, con ojos llenos de compasión por el disgusto del hombre—. Si Sograny se hubiera mostrado más razonable... En una época determinada, debieron existir tantos hombres que sabían por qué había que prestar una atención particular a las lombrices que no les parecieron necesarias unas instrucciones más explícitas. Luego, los Fuertes empezaron a crecer y la gente se separó. Los Archivos se extraviaron o se destruyeron, los hombres murieron antes de transmitir el conocimiento vital que poseían... —F'lar miró los recipientes a su alrededor—. Tal vez desarrollaron esas lombrices aquí, en el Weyr de Benden. Tal vez ése sea el significado del diagrama en la pared. Se han perdido tantas cosas.

—Que no volverán a perderse si los Arpistas tenemos alguna influencia —dijo Robinton—. Si todos los hombres, de los Fuertes, Artesanados y Weyrs, tienen pleno acceso a todas las pieles... —alzó una mano para acallar la incipiente protesta de Andemon—. Bueno, tenemos algo mejor que las pieles para nuestros Archivos. Bendarek dispone ahora de unas hojas muy resistentes, fabricadas con su pulpa de madera, que retienen la tinta sin que se corra y sólo pueden ser destruidas por el fuego. Nos permitirán propagar los conocimientos que poseemos.

Andemon miró al Arpista con aire intrigado.

—Maestro Robinton, en un Artesanado hay cosas que deben permanecer secretas o...

—O perderemos un mundo en beneficio de las Hebras, ¿no es eso, Andemon? Si la verdad acerca de esas lombrices no hubiera sido tratada como un secreto de Artesanado, haría centenares de Revoluciones que estaríamos libres de Hebras.

De pronto, Andemon es quedó mirando a F'lar con la boca abierta.

—¿Y los dragoneros... no necesitaríamos dragoneros?

—Bueno, si los hombres se quedaran en sus Fuertes durante la Caída de las Hebras, y las lombrices devorasen a lo que cayera al suelo, no, no necesitaríais dragoneros —respondió F'lar tranquilamente.

—Pero... se su—supone que los dragoneros deben combatir a las Hebras... —tartamudeó Andemon, desconcertado.

—Oh, seguiremos combatiendo a las Hebras durante una buena temporada, te lo aseguro. No corremos un peligro inmediato de desempleo. Hay muchas cosas que hacer. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo se tardará en sembrar de lombrices todo un continente?

Andemon abrió y cerró la boca sin que de ella saliera ningún sonido. Robinton mostró la botella que tenía en la mano haciendo el gesto de beber un largo trago. El Maestro Agricultor bebió maquinalmente.

—No lo sé. No tengo la menor idea. Revolución tras Revolución hemos vigilado a esas lombrices, exterminándolas.. arrasando un campo entero si llegaba a infectarse. Las bolsas de las larvas se rompen en primavera, y nosotros hemos...

Se sentó súbitamente, agitando la cabeza de un lado a otro.

—Tranquilízate, Maestro —dijo F'lar, pero su actitud era lo que hacía que Andemon se sintiera más trastornado.

—¿Que... qué harán los dragoneros?

—Eliminar a las Hebras, desde luego. Eliminar a las Hebras.

Si F'lar no se hubiese mostrado tan seguro de sí mismo a F'nor le habría resultado difícil mantener su compostura. Pero su hermanastro debía tener algún plan. Y Lessa parecía tan serena como... como podría haberlo estado Manora.

Por fortuna, además de inteligente, Andemon era un hombre tenaz. Había sido enfrentado con una serie de revelaciones que trastornaban y confundían preceptos básicos. Tenía que renunciar a una práctica Artesana multisecular. Tenía que librarse de un prejuicio congénito, cuidadosamente instilado, y tenía que aceptar la eventual abdicación de una autoridad a la que tenía buenos motivos para respetar y mejores motivos para desear que se perpetuara.

Estaba decidido a resolver aquellas cuestiones antes de abandonar el Weyr. Interrogó a F'lar, a F'nor, al Arpista, a N'ton y a Manora cuando se enteró de que ella había estado involucrada en el proyecto. Andemon examinó todos los recipientes, y de un modo especial el que no había sido objeto de ninguna manipulación. Dominó su repugnancia e incluso examinó las lombrices cuidadosamente, desenroscando pacientemente un ejemplar de gran tamaño, como si fuera una especie completamente nueva. Y en cierto sentido, lo era.

Andemon estaba muy pensativo mientras contemplaba a la lombriz volviéndose a enterrar rápidamente en el recipiente del cual la había extraído.

—No hay nadie que no desee fervientemente verse libre del prolongado dominio que las Hebras han ejercido sobre nosotros —murmuró—. Sólo que... sólo que el agente que nos ha de liberar es...

—¿Repugnante? —sugirió el Arpista.

Andemon miró a Robinton.

—Sí, tú tienes siempre la palabra adecuada, Maestro Robinton. Resulta humillante pensar que hay que agradecerle algo a un... a un animal tan inferior. Prefiero estar agradecido a los dragones. —Y dirigió a F'lar una sonrisa avergonzada.

—¡Tú no eres Señor de un Fuerte! —dijo Lessa irónicamente, arrancando una carcajada a todo el mundo.

—Sin embargo —continuó Andemon, dejando caer un puñado de tierra de su mano—, siempre hemos aceptado como algo muy natural las liberalidades de esta tierra feraz. Procedemos de ella, formamos parte de ella, somos alimentados por ella. Supongo que resulta lógico que seamos protegidos por ella. Si todo sale bien.

Se frotó la mano contra los pantalones de piel de wher y se giró hacia F'lar con aire decidido.

—Me gustaría realizar unos cuantos experimentos por mi cuenta, caudillo del Weyr. En nuestro Artesanado tenemos todo lo necesario...

—Desde luego —F'lar sonrió con alivio—. Nosotros colaboraremos en todos los sentidos. Lombrices, Hebras, todo lo que haga falta. Pero tú has resuelto ya el mayor problema que yo preveía.

Andemon enarcó las cejas con aire interrogador.

—Si las lombrices eran adaptables o no a las condiciones septentrionales.

—Lo son, caudillo del Weyr, lo son —dijo el Maestro Agricultor en tono casi sardónico.

—Nunca pensé que fuera ese el problema más importante, F'lar —intervino F'nor.

—¿Oh? —El monosílabo fue casi un reto para el caballero pardo. F'nor vaciló, preguntándose si F'lar había perdido la confianza en él, a pesar de lo que Lessa había dicho antes.

—He estado observando al Maestro Andemon, y recuerdo mi propia reacción ante las lombrices. Una cosa es decir, saber, que son la respuesta a las Hebras. Y otra... muy distinta, lograr que la mayoría de hombres lo acepten. Y la mayoría de dragoneros.

Andemon asintió con la cabeza y, a juzgar por la expresión del rostro del Arpista, F'nor supo que no era el único que preveía una resistencia.

Pero F'lar empezó a sonreír mientras se sentaba en el borde del recipiente más próximo.

—Por eso he traído a Andemon aquí y le he explicado el proyecto. Necesitamos una ayuda que solamente él puede prestarnos, cuando esté absolutamente convencido de que el proyecto es viable. Maestro Agricultor, ¿cuánto tardan las lombrices en infestar un campo?

Andemon dejó caer su barbilla hasta su pecho, pensando. Luego agitó la cabeza y admitió que no podía calcularlo. En cuanto un campo mostraba señales de infección, la zona era arrasada para evitar la propagación.

—Bien, eso es lo primero que tenemos que averiguar.

—Tendrás que esperar hasta la próxima primavera –le recordó el Maestro Agricultor.

—¿Por qué? Podemos importar lombrices del continente Meridional.

—¿Y ponerlas dónde? —preguntó el Arpista.

F'lar rió socarronamente.

—En el Fuerte de Lemos.

—¡Lemos!

—¿En qué otra parte, pues? —insistió F'lar—. Los bosques son las zonas más difíciles de proteger. Asgenar y Bendarek están decididos a conservarlos. Y Asgenar y Bendarek son lo bastante flexibles como para aceptar semejante innovación y llevarla adelante. Tú, Maestro Agricultor, tienes la tarea más difícil: convencer a tus artesanos de que dejen de matar...

Andemon alzó una mano.

—Antes tengo que llevar a cabo mis propios experimentos.

—Desde luego, Maestro Andemon —y la sonrisa de F'lar se hizo más amplia—. Tengo plena confianza en el resultado. Quiero recordarte tu primer viaje al Weyr Meridional, tus comentarios acerca de la lujuriante vegetación, del tamaño anormal de los árboles y arbustos comunes a ambos continentes, de las espectaculares cosechas, del sabor de la fruta, mucho más dulce. Todo eso no es debido a lo templado del clima. Aquí en el norte tenemos regiones similares. Es debido —y F'lar apuntó su dedo índice, primero hacia Andemon y luego hacia los recipientes— al estímulo, a la protección de las lombrices.

Andemon no estaba totalmente convencido, pero F'lar no insistió en aquel extremo.

—El Arpista, Maestro Andemon, te ayudará en lo que pueda. Tú conoces a tu gente mejor que nosotros... sabes a quién puedes decírselo. Habla del asunto con los Maestros de tu confianza. Cuantos más sean, mejor. No podemos perder esta oportunidad por falta de discípulos. Podríamos vernos obligados a esperar hasta que tus Antiguos murieran —F'lar sonrió astutamente—. Supongo que los Weyrs no son los únicos que tienen dificultades con los Antiguos, nos aguarda una dura tarea de reeducación.

—Sí, habrá problemas. —La magnitud de la empresa había estallado súbitamente sobre el Maestro Agricultor.

—Muchos —le aseguró F'lar jovialmente—. Pero el resultado final será vernos libres de las Hebras.

—Podría requerir Revoluciones y Revoluciones —dijo Andemon, sosteniendo la mirada de F'lar. Y algo debió ver en ella porque irguió los hombros, manifestando así que se sentía comprometido en el proyecto.

—Es posible que requiera Revoluciones —admitió F'lar sonriendo—, teniendo en cuenta que ante todo hemos de conseguir que tus agricultores dejen de exterminar a nuestros salvadores.

El asombro y la indignación que por un instante se reflejaron en el arrugado rostro de Andemon fueron reemplazados rápidamente por una tímida sonrisa, ya que el hombre se dio cuenta de que F'lar le estaba embromando. Evidentemente, una experiencia desacostumbrada para el Maestro Agricultor.

—Pensad en todo lo que tengo que escribir —se quejó el Arpista—. Sólo de pensarlo estoy seco —y contempló tristemente la botella de vino, ahora vacía.

—Desde luego, esto requiere un trago —observó Lessa, mirando de soslayo a Robinton. Agarró el brazo de Andemon para guiarle al exterior.

—Me siento muy honrado, mi Dama, pero debo atender a mi trabajo, y quiero iniciar lo antes posible mis investigaciones —dijo Andemon, apartándose de ella.

—¿Una sola copa? —sugirió Lessa, con la más cautivadora de sus sonrisas.

El Maestro Agricultor se pasó una mano a través de sus cabellos, visiblemente reacio a una negativa.

—Bueno una sola copa.

—Para sellar el trato sobre el destino de Pern —dijo el Arpista, imitando asombrosamente con la voz y con el gesto al solemne y ominoso Señor Groghe de Fort.

Mientras salían en grupo de las Habitaciones, Andemon se inclinó hacia Lessa.

—Si no es mucho preguntar por mi parte, esa joven, Brekke, la que perdió su reina, ¿cómo está?

Lessa vaciló sólo un segundo.

—Creo que F'nor puede contestar a tu pregunta mejor que yo. Son compañeros de Weyr.

F'nor se acercó un poco más a ellos.

—Ha estado muy enferma. Perder el dragón propio es un golpe tremendo. Pero Brekke lo está superando. Ya no se suicidará.

El Maestro Agricultor se detuvo, mirando a F'nor.

—Eso sería absurdo.

Lessa advirtió a F'nor con la mirada, y el caballero pardo recordó que estaba hablando con un plebeyo.

—Sí, desde luego, pero la pérdida resulta muy dolorosa.

—Lo comprendo. Ah, ¿tiene ella ahora alguna posición? —Las palabras surgieron lentamente del Maestro Agricultor, que se apresuró a añadir——. Brekke procede de mi Artesanado, y nosotros...

—Brekke es querida y respetada por todos los Weyrs —dijo Lessa cuando Andemon se interrumpió—. Es una de esas raras personas que pueden oír a cualquier dragón. Disfrutará siempre de una posición elevada y única en la dragonería. Puede, si lo desea, regresar a su hogar...

—¡No! —exclamó el Maestro Agricultor en tono concluyente.

—Ahora, Brekke pertenece al Weyr —dijo F'nor, a remolque de aquella negativa.

Lessa quedó ligeramente sorprendida por la vehemencia de los dos hombres. Por la actitud de Andemon, le había parecido comprender que el Artesanado de Brekke deseaba su regreso.

—Perdona que haya sido tan brusco, mi Dama. Para Brekke resultaría muy difícil volver a su antigua vida. —Su voz se endureció y perdió toda vacilación—. ¿Qué ha sido de aquella adúltera transgresora?

—Ella... vive —dijo Lessa, con una voz casi tan dura como la del Maestro Agricultor.

—¿Vive? —Andemon se paró de nuevo, soltándose del brazo de Lessa y mirándola con expresión furiosa—. ¿Vive? Tendrían que haberle cortado el cuello y...

—Vive, Maestro Agricultor, sin más inteligencia ni entendimiento que un bebé. ¡Existe en la prisión de su culpa! ¡La dragonería no mata a nadie!

Andemon miró duramente a Lessa por unos instantes, y luego asintió con lentitud. Con gran cortesía, ofreció a Lessa su brazo cuando ella indicó que debían continuar.

F'nor no les siguió, ya que los acontecimientos del día le habían fatigado más de la cuenta.

Contempló cómo Andemon y Lessa se reunían con los demás en la mesa principal y vio llegar a los Señores de Lemos y de Telgar. Lytol y el joven Jaxom con su blanco Ruth no se veían por ninguna parte. F'nor confió en que L'ytol se habría llevado a Jaxom a Ruatha. Se sentía más agradecido a su descubrimiento de lagartos de fuego que en cualquier otro momento desde que Grall le había guiñado los ojos por primera vez. Subió rápidamente el tramo de escalera que conducía a su Weyr, deseando estar con los suyos. Canth estaba en su Weyr, con todos los párpados menos uno cerrados sobre sus ojos. Cuando entró F'nor, aquel último párpado se cerró también. F'nor apoyó su cuerpo contra el cuello del dragón, con sus manos buscando las pulsaciones en la suave y cálida garganta. Al mismo tiempo, podía «oír» los dulces y cariñosos pensamientos de los dos lagartos de fuego enroscados junto a la cabeza de Brekke.

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