La búsqueda del Jedi (46 page)

Read La búsqueda del Jedi Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: La búsqueda del Jedi
5.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y por qué no ha podido venir a verme?

—Porque la almirante Daala es una persona muy ocupada.

—Yo también estoy muy ocupada.

—La almirante Daala es nuestra oficial superior, y usted no.

Qwi no hizo más preguntas, y se limitó a seguirles en silencio mientras la llevaban por un tubo de acceso hasta otro asteroide de la aglomeración principal, y después a una pequeña lanzadera del hangar.

Cuando llegaron al Destructor Estelar
Gorgona
Qwi no pudo evitar el contemplar con los ojos muy abiertos y expresión fascinada todo lo que la rodeaba. Las enormes naves habían estado flotando en el cielo por encima de la Instalación de las Fauces durante todo el tiempo que abarcaba su memoria, pero Qwi rara vez había tenido la oportunidad de subir a bordo de ellas. Los soldados de su escolta la llevaron directamente al puente de mando del
Gorgona
.

El trapezoide de la torre de mando se elevaba a gran altura por encima de la punta de flecha que era la masa principal de la nave, proporcionando una vista panorámica que abarcaba el inmenso paisaje del Destructor Estelar. Qwi se detuvo y volvió la mirada hacia el visor principal para contemplar el conjunto de rocas que habían sido unidas durante la creación de la Instalación de las Fauces, y durante un momento recordó cómo había contemplado la destrucción de las ciudades de Omwat ordenada por Tarkin desde la esfera de educación orbital que flotaba muy por encima de ellas.

La dotación del puente de mando estaba muy ocupada en sus puestos, tan concentrada en su trabajo como si estuvieran llevando a cabo unas maniobras de combate de gran importancia. Los soldados de las tropas de asalto iban y venían apresuradamente por los pasillos. La atmósfera resonaba con los ecos de los mensajes que brotaban de los intercomunicadores, sucediéndose con tal rapidez que parecían superponerse unos a otros. Qwi se preguntó cómo era posible que todos estuvieran tan atareados después de una década entera de no hacer nada.

La almirante Daala estaba inmóvil junto a su consola de mando contemplando el letal remolino de gases que la separaba del exterior. Qwi observó su esbelta y perfecta silueta medio oculta por una aurora de cabellos castaño rojizos que fluían como una manta viviente a lo largo de su espalda. Cuando Daala se volvió hacia ella, una parte de su cabellera permaneció inmóvil allí donde había estado colgando y se enroscó alrededor de su cintura, mientras que otros mechones se arqueaban detrás de ella.

—¿Quería verme? —preguntó Qwi.

Su voz frágil y quebradiza temblaba a pesar de los grandes esfuerzos que estaba haciendo para controlar su nerviosismo.

Daala la contempló en silencio durante unos momentos, y Qwi tuvo la impresión de que estaba siendo colocada bajo una lupa como preparativo inicial para la disección. Después Daala pareció reconocerla de repente.

—¡Ah, sí! Qwi Xux, al frente del proyecto del Triturador de Soles, ¿verdad?

—Sí, almirante. —Qwi aguardó unos momentos, pero no pudo contenerse—. ¿He hecho algo mal?

—No lo sé. ¿Ha hecho algo mal? —respondió Daala, y después dio la espalda al gran ventanal y se dedicó a contemplar sus otras naves—. No consigo sacarle información a Tol Sivron, así que voy a decírselo directamente a usted. Si tiene más trabajo que hacer en el Triturador de Soles, termínelo inmediatamente. Vamos a movilizar la flota.

Daala malinterpretó el silencio de perplejidad de Qwi.

—No se preocupe... Cuenta con mi autorización para disponer de toda la ayuda que pueda necesitar, pero todo debe estar terminado dentro de un día como máximo. Ha dispuesto de dos años más del plazo que le dio el Gran Moff Tarkin. Ya va siendo hora de que el Triturador de Soles sea utilizado...

Qwi hizo una rápida inspiración de aire e intentó poner algo de orden en sus pensamientos.

—Sí, pero... ¿Por qué ahora? ¿Por qué tanta prisa?

Daala se encaró con ella y la contempló con expresión hosca.

—Hemos recibido nuevas informaciones. El Imperio ha sufrido graves daños y se encuentra en una situación muy vulnerable, y no podemos seguir sentados aquí y esperar a ver qué ocurre en el exterior. Disponemos de cuatro Destructores Estelares, toda una flota sobre la que la Rebelión no sabe absolutamente nada... El prototipo de la
Estrella de la Muerte
no puede viajar por el hiperespacio, por lo que no nos sirve de nada en esta operación.... pero contaremos con el Triturador de Soles. Su soberbio Triturador de Soles... —El resplandor de los torbellinos de gases llameantes que giraban en el exterior arrancó destellos a los ojos de Daala—. Con él podremos ir destruyendo a la Nueva República sistema por sistema.

Todas las advertencias de Han volvieron a resonar como gritos ensordecedores dentro de la cabeza de Qwi. Han había tenido razón en todo lo que le había dicho.

Daala movió una mano indicándole que podía marcharse, y Qwi se alejó con paso tambaleante dejando que los soldados de las tropas de asalto la escoltaran hacia la lanzadera que les aguardaba. Qwi tendría que tomar su decisión más pronto de lo que había esperado.

24

Imágenes de los planetas iban desfilando ante los ojos de Leia en sus habitaciones. Estadísticas, poblaciones, recursos..., fríos datos que debía absorber y evaluar antes de tomar su decisión. Leia rechazaba la mayor parte de los mundos en cuestión de momentos, y señalaba otros como posibilidades. Hasta el momento no había encontrado ninguno que le pareciese el lugar perfecto para que Luke estableciera su Academia Jedi.

La Nueva República abarcaba tantos planetas con posibilidades que al principio no le había parecido una petición demasiado difícil de satisfacer. Después de todo, había encontrado casi enseguida un nuevo hogar para los supervivientes de Eol Sha en Dantooine. ¿Por qué le estaba costando tanto encontrar un sitio donde instalar una academia?

Después de haber conocido a los dos primeros candidatos de Luke y haber visto lo mucho que se salían de lo corriente. Leia sospechaba que los estudios Jedi requerirían un aislamiento completo. Había vuelto a hablar con Gantoris y Streen durante el día anterior, y quedó bastante preocupada al descubrir que los dos se sentían abandonados y abatidos. Si al menos Luke regresara pronto... ¡con Han!

Leia siguió pensando en otros lugares y se preguntó cómo se las había arreglado Yoda para adiestrar a Luke en el planeta pantanoso de Dagobah, un mundo que estaba totalmente desprovisto de otras formas de vida inteligentes. Su hermano querría algún sitio similar para sus candidatos a recibir adiestramiento Jedi.

«Bueno, ¿y qué hay de Dagobah?», pensó mientras apoyaba la punta de un dedo en su labio inferior. Los pantanos habían ocultado a Yoda durante siglos, y no cabía duda de que aquel planeta quedaba muy lejos de las grandes corrientes del tráfico galáctico... pero eso también quería decir que Dagobah carecía de las instalaciones adecuadas. Tendrían que crear una academia partiendo de cero. Si movilizaba a las fuerzas de construcción de la Nueva República, Leia podía conseguir que todo el trabajo estuviera terminado en muy poco tiempo, pero no estaba muy segura de que ésa fuese la respuesta adecuada. No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que reconocería el lugar adecuado en cuanto lo tuviera delante de los ojos. La restauración de los Caballeros Jedi significaba mucho para él, y Luke se mostraría muy selectivo en lo tocante a encontrar el lugar adecuado para su academia. Leia todavía no lo había descubierto, y eso era todo.

El centro de mensajes emitió un zumbido. Otra vez. Apenas era mediados de la mañana, pero Leia ya había perdido la cuenta de las interrupciones. Dejó escapar un suspiro, respondió y vio cómo la imagen de otro cargo subalterno cobraba forma en el foco central.

—Lamento llamarla a su casa, ministra Organa Solo —dijo la imagen—, pero necesitamos que decida cuál será el menú que se servirá en el banquete para los bimmini. El plazo final es hoy. Podemos escoger entre filetes de herbívoro con salsa agridulce, medallones de nerf con hongos dulces, espaldas de rocío al horno...

—¡Yo tomaré medallones de nerf, gracias!

Leia desconectó el receptor y dedicó unos momentos a recuperar la calma antes de volver a concentrarse en las imágenes de los planetas.

Jacen se echó a llorar de repente en el dormitorio, y su hermana se unió a sus sollozos unos instantes después. Cetrespeó empezó a emitir ruiditos consoladores, y después dio comienzo a otra de sus nanas y consiguió que los sollozos se hicieran todavía más estridentes. Una parte de Leia deseaba ir corriendo al dormitorio de los niños para averiguar qué estaba sucediendo, mientras que otra parte de su ser sólo quería sellar herméticamente la puerta de su dormitorio para poder disfrutar de un poco de silencio y tranquilidad.

La mañana siguiente a la recepción celebrada en los Jardines Botánicos de la Cúpula Celeste, los dos niños habían despertado con un ligero resfriado. Los síntomas eran un poco de fiebre, congestión y malestar general, justo el tipo de enfermedad menor y sin importancia que los gemelos sin duda padecerían con frecuencia durante los próximos años. A pesar de ello, Leia no quería dejarles abandonados a los cuidados de Cetrespeó.

El androide de protocolo había demostrado ser capaz de cuidar de la pareja de niños después de haber sido sometido a una pequeña reprogramación para reforzar y poner al día sus conocimientos sobre la infancia, pero Leia estaba empezando a sentir una tendencia a proteger a los gemelos y a ponerse a la defensiva en todo lo referente a ellos. Era su madre, y aunque todas aquellas responsabilidades eran totalmente nuevas para ella tampoco quería que un androide cuidara de Jacen y Jaina todo el tiempo, por muy competente que fuese su programación. Los niños ya habían pasado una parte muy grande de sus vidas con Winter, y Leia quería recuperar de alguna manera el tiempo perdido... ¡si sus deberes políticos le permitían hacerlo!

El centro de mensajes volvió a emitir un zumbido antes de que Leia pudiera solicitar el archivo de otro planeta para examinarlo.

—¿Qué ocurre? —preguntó, recurriendo a todas las reservas de cortesía que le quedaban.

La imagen le mostró un administrador alienígena al que no conocía.

—Ah, ministra Organa Solo... La llamo desde el despacho del primer ayudante del ministro de industria. Se me ha dicho que quizá podría ofrecerme alguna sugerencia sobre qué tipo de música resultaría más adecuada para acompañar la llegada del delegado de los ishi tib.

Durante unos momentos Leia casi vio bajo una nueva luz el tiempo que había pasado siendo prisionera de Jabba el Hutt. Al menos aquel señor del crimen que parecía una inmensa oruga no la había obligado a hacer nada más que estar lo más hermosa posible y permanecer sentada en un rincón...

El centro de mensajes acusó recibo de una transmisión del almirante Ackbar antes de que Leia hubiera tenido tiempo de desconectarlo después de haberse librado del administrador alienígena. El almirante calamariano le caía muy bien, pero Leia estaba experimentando crecientes dificultades para controlar su mal genio. ¿Cómo esperaban que pudiera hacer algo con todas aquellas interrupciones?

—Hola, almirante... Si puedo ayudarle en algo, tendrá que decírmelo deprisa. Estoy enfrascada en un proyecto bastante importante y complicado.

Ackbar asintió afablemente, e hizo girar sus grandes ojos de pez hasta dejarlos inmóviles delante de Leia en un gesto de cortesía.

—Naturalmente, Leia. Te pido disculpas por esta interrupción, pero me gustaría solicitar tus comentarios sobre el discurso que acabo de escribir. Como recordarás, mañana he de hablar ante el Gabinete y dijiste que me proporcionarías datos sobre la relocalización de los sectores de las embajadas en las zonas devastadas de Ciudad Imperial. He escrito el discurso sin contar con tu aportación, pero necesito disponer de la información antes de mañana. He indicado con toda claridad los pasajes en los que necesito que añadas tus opiniones y comentarios. ¿Sería posible... ?

—Por supuesto, almirante. Lamento mucho haberme olvidado del discurso... Envíelo a mi apartado personal de la red de datos y le prometo que me pondré a trabajar en él inmediatamente.

Ackbar inclinó su cabeza color salmón.

—Muchas gracias, y vuelvo a pedirte disculpas por la interrupción... Bien, Leia, y ahora dejaré que vuelvas a tu trabajo.

Ackbar cortó la transmisión, y Leia se sintió incapaz de hacer nada salvo permanecer inmóvil y con los ojos cerrados durante un rato mientras deseaba con todas sus fuerzas poder gozar de unos cuantos momentos de silencio. Claro que cuando no tenía trabajo que la absorbiera empezaba a preocuparse pensando en lo que podía haberle ocurrido a Han...

La campanilla de la puerta empezó a sonar, y Leia casi gritó.

Mon Mothma estaba inmóvil en el umbral, envuelta en los holgados pliegues flotantes de su túnica blanca.

—Hola, Leia. ¿Te importa que entre un momento?

—Eh... Oh... —balbuceó Leia intentando recobrar la compostura—. ¡No, claro que no!

Mon Mothma nunca había venido a verla, y jamás había mostrado la más mínima inclinación a querer entablar ninguna clase de relación social. La Jefe de Estado de la Nueva República tenía una personalidad tranquila y calladamente carismática, pero siempre se había mantenido a una considerable distancia de todos los que la rodeaban.

Durante los primeros días de la Rebelión, Mon Mothma había mantenido duros enfrentamientos en el Senado con Bail Organa, el padre de Leia. Por aquel entonces Mon Mothma llevaba muy poco tiempo siendo senadora, y siempre insistía en llevar a cabo cambios rápidos y radicales que Bail Organa, un veterano de la política al que la experiencia había vuelto bastante cínico, rechazaba con todas sus energías. A pesar de ello, el paso del tiempo hizo que los dos unieran sus fuerzas para enfrentarse al senador Palpatine cuando éste decidió convertirse en Presidente, y cuando fracasaron y Palpatine se autoproclamó «Emperador», Mon Mothma empezó a hablar abiertamente de rebelión. Bail Organa, horrorizado, no había sabido percibir la creciente necesidad de optar por la rebelión hasta después de la Masacre de Ghorman, cuando por fin comprendió que la República a la que había servido durante tanto tiempo estaba totalmente muerta.

La muerte de Bail Organa y la destrucción de Alderaan habían afectado profundamente a Mon Mothma, pero nunca había dado a entender que deseara llegar a ser amiga de la hija de su antiguo rival.

Other books

Let Me Call You Sweetheart by Mary Higgins Clark
High Stakes Chattel by Blue, Andie
Under the Wire by Cindy Gerard
A Devil in the Details by K. A. Stewart
Nobody's Baby but Mine by Susan Elizabeth Phillips
Dangerous Kiss by Jackie Collins
Evergreens and Angels by Mary Manners
My Own Miraculous by Joshilyn Jackson