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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (41 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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—Ponedle aquí —dijo la voz cantarina de una mujer que no era Daala.

El cuerpo de Han estaba siendo arrastrado por el suelo como si fuera una maleta.

—Se nos ha ordenado que montemos guardia —dijo una voz que sonaba un poco ahogada por el filtro de un casco de las tropas de asalto.

—Pues entonces montad guardia, pero hacedlo fuera de mi laboratorio —dijo la voz de mujer—. Quiero hablar con él a solas y sin interrupciones.

—Por su propia protección... —empezó a decir el soldado de las tropas de asalto.

Han sintió que le dejaban en el suelo. Sus miembros parecían haber olvidado cómo doblarse.

—¿Protección? ¿Qué va a hacer? No parece tener energías ni para estornudar. Suponiendo que hayáis dejado algún recuerdo intacto dentro de su cabeza, quiero examinarlo sin ninguna interferencia.

Han sintió que volvían a tirar de él hasta dejarle erguido, y que le colocaban los brazos a la espalda. Un instante después la fría lisura de la piedra le oprimió la espalda.

—Sí, sí —dijo la voz de mujer—. Encadenadle a la columna. Estoy segura de que no correré ningún peligro... Prometo que me mantendré alejada de sus colmillos.

Han oyó el sonido de las botas de los soldados de las tropas de asalto saliendo de la habitación. Su mente había vuelto a ponerse en acción mucho antes de que su cuerpo encontrase una manera de reaccionar. Recordaba partes del interrogatorio, pero no su totalidad. ¿Qué le había contado a la almirante Daala? El corazón empezó a latirle más deprisa. ¿Habría divulgado algún secreto crucial? De hecho, ¿estaba al corriente de algún secreto crucial?

Han estaba casi totalmente seguro de que le había contado los acontecimientos básicos que habían rodeado la caída del Imperio y el surgimiento de la Nueva República, pero eso no podía ser perjudicial e incluso podía acabar resultando beneficioso. Si Daala sabía que no tenía ninguna posibilidad, quizá se rendiría. Oh, claro, y si los banthas tuvieran alas...

Sus ojos acabaron abriéndose a regañadientes y permitieron que la luz irrumpiera en ellos. Han se encogió sobre sí mismo al sentir el dolor que acompañaba a la recuperación de la vista, pero pasado un rato sus pupilas lograron enfocar con claridad lo que le rodeaba. Se encontraba en una habitación muy grande, alguna clase de laboratorio o centro de análisis, y no en su celda de retención a bordo del
Gorgona
. Podía oír una voz que cantaba acompañada por los sonidos de una flauta.

Han volvió la cabeza para ver a una alienígena muy alta y delgada inmóvil delante de un aparato que parecía ser una combinación de teclado musical y tablero para entrada de datos. Había oído su voz mientras discutía con el soldado. La alienígena canturreó una compleja serie de notas mientras sus dedos se movían velozmente sobre el teclado musical, y un triángulo tridimensional que giraba lentamente sobre un eje vertical surgió de la nada delante de ella. Era como una astilla de cristal coronada por un tetraedro, con lo que parecía una cápsula de energía colgando de la punta inferior. Cada nota que era procesada por la alienígena hacía aparecer nuevas líneas adicionales en el complicado diagrama.

Han movió cautelosamente la lengua por el interior de su boca e intentó hablar. Su intención había sido preguntar «¿Quién eres?», pero sus labios y sus cuerdas vocales se negaron a cooperar y el sonido que brotó de su boca acabó siendo algo así como «¿Quuuuuuueerrr?».

La alienígena se sobresaltó, y sus esbeltas manos aletearon alrededor de la imagen geométrica en tres dimensiones. Después fue hacia Han. Llevaba una bata blanca de laboratorio sobre la que se veía una pequeña placa que contenía su foto y hologramas relucientes del tipo utilizado para las cerraduras de código.

La alienígena era una humanoide bastante atractiva, alta y delgada y de piel levemente azulada. Su fina cabellera hacía pensar en tiras de plumas perlinas. Cuando hablo su voz sonó estridente y quebradiza. Sus ojos eran muy grandes y de un azul oscuro, y le daban una expresión de asombro perpetuo.

—¡He estado esperando a que despertaras! —exclamó—. Tengo tantas preguntas que hacerte... ¿Es cierto que llegaste a poner los pies en la primera
Estrella de la Muerte
, y que luego pudiste echar un vistazo a la segunda mientras la estaban construyendo? Cuéntame cómo eran, cualquier cosa que puedas recordar sobre ellas... Cada detalle que me proporciones será como un tesoro para mí.

Las preguntas fueron formuladas en un veloz balbuceo que Han no logró asimilar. ¿Qué tenía que ver la
Estrella de la Muerte
con nada de lo que estaba ocurriendo? ¡Pero si ya habían transcurrido diez años desde su destrucción!

En vez de responder, Han miró más allá de ella. Gases de tonos claros brillaban al otro lado de los grandes ventanales, girando incesantemente alrededor de las bocas insaciables de los agujeros negros. Contó los cuatro Destructores Estelares situados en formación orbital muy por encima de ellos. Eso significaba que debía de encontrarse en algún lugar del pequeño cúmulo de planetoides situado en el centro de la isla gravitacional.

Y estaba solo. Ni Kyp ni Chewbacca habían acabado en aquella habitación con él. Han esperaba que hubieran sobrevivido al salvaje interrogatorio de Daala. Movió la boca, haciendo un nuevo intento de formar palabras.

—¿Quién eres?

La alienígena rozó su placa con una mano de largos dedos.

—Me llamo Qwi Xux, y sé que tú eres Han Solo. He leído una copia impresa del informe que comunicaste a la almirante Daala.

¿Informe? ¿Se estaría refiriendo al interrogatorio, a esa silla de torturas que había hecho que todo su cuerpo se retorciese en espasmos incontrolables?

Qwi Xux producía una impresión general de distracción y superficialidad, como si estuviera prestando sólo una pequeña fracción de atención a los detalles mientras la mayor parte de su mente estaba pensando en otras cosas.

—Y ahora ten la bondad de hablarme de la
Estrella de la Muerte
. Ardo en deseos de oír todo lo que puedas recordar sobre ella... Eres la primera persona que estuvo a bordo con la que tengo ocasión de hablar.

Han se preguntó si los efectos de las drogas que le habían administrado durante el interrogatorio todavía le estarían enturbiando el cerebro o si realmente había una razón por la que alguien podía querer que hablara de la
Estrella de la Muerte
. ¿Y por qué tenía que decirle nada a aquella científica imperial? ¿Habría divulgado alguna información importante cuando estaba siendo interrogado por Daala? ¿Y si la almirante salía de las Fauces con sus cuatro Destructores Estelares y atacaba Coruscant?

—Ya he sido interrogado.

Le complació oír que esta vez sus palabras brotaban de sus labios con la claridad suficiente para ser comprendidas.

Qwi alzó una mano de piel azulada que sostenía una hoja de papel.

—Quiero conocer tus impresiones reales sobre toda la experiencia —dijo—. ¿Qué sonidos había? ¿Qué sentiste cuando caminabas por los pasillos? Cuéntame todo lo que puedas recordar.

Estaba tan nerviosa y excitada que faltó muy poco para que se retorciera las manos de pura impaciencia.

—No.

Su respuesta pareció dejar lo suficientemente perpleja a Qwi como para que diese un paso hacia atrás y dejara escapar un trino de sorpresa casi musical.

—¡Tienes que hacerlo! Soy una de las investigadoras más importantes de este lugar.

La confusión que sentía la había dejado con la boca entreabierta. Qwi empezó a ir y venir alrededor de la columna a la que estaba encadenado Han, con lo que le obligó a ir volviendo la cabeza para seguirla con la mirada. El esfuerzo estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento.

—¿De qué sirve retener la información? —preguntó Qwi—. La información es para todo el mundo. Construimos sobre los conocimientos que poseemos, añadimos nuevos conocimientos a ellos y dejamos un legado más grande para nuestros sucesores.

Qwi estaba empezando a parecerle increíblemente ingenua, y Han se preguntó cuánto tiempo llevaría viviendo en el aislamiento protector del centro del cúmulo de agujeros negros.

—¿Y eso quiere decir que tú compartes tu información con cualquiera que te la solicite? —preguntó.

Qwi se apresuró a asentir con la cabeza.

—Así es como funciona la Instalación de las Fauces —dijo—. Ése es el cimiento que sostiene todas nuestras investigaciones.

Han tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una sonrisa de triunfo.

—Muy bien. Entonces dime dónde están mis amigos... Vine aquí con un joven y un wookie. Comparte esa información conmigo, y después veremos qué puedo recordar acerca de la
Estrella de la Muerte
.

El nerviosismo con que reaccionó Qwi indicó a Han que en el pasado nunca había tenido que enfrentarse con ese tipo de dilemas.

—No sé si puedo decírtelo —murmuró—. No tienes ninguna necesidad de saberlo.

Han logró encogerse de hombros.

—Bueno, ya veo el poco significado que tu código ético tiene para ti...

Qwi lanzó una rápida mirada hacia la puerta, como si estuviera pensando en llamar a los soldados de las tropas de asalto después de todo.

—Mi estatuto de investigadora en este complejo deja bien claro que puedo tener acceso a todos los datos que necesito. ¿Por qué no respondes a unas cuantas preguntas sencillas?

—¿Y por qué no respondes tú a las mías? Yo no he firmado ningún contrato, ¿sabes? No he contraído ninguna obligación hacia ti.

Han esperó en silencio sin apartar los ojos de ella ni un momento mientras Qwi se removía nerviosamente. La alienígena acabó cogiendo su unidad de acceso de datos y canturreó mientras tecleaba una solicitud de información.

Después le contempló con sus grandes ojos azules que parpadeaban rápidamente. Su cabellera parecía una cascada resplandeciente de hilos muy delgados y suaves que se desparramaban sobre sus hombros. Cuando volvió a silbar, la unidad le proporcionó una respuesta.

—El wookie ha sido asignado como trabajador al sector de mantenimiento de motores. El físico que estaba a cargo del desarrollo de conceptos y de su puesta en práctica sólo quería utilizar a wookies como trabajadores. Al principio tenía a un centenar que fueron sacados de Kahsyyyk y traídos a la Instalación cuando se creó. Ya no nos quedan muchos... Es un trabajo duro y peligroso, ¿sabes?

Han cambió de postura, y descubrió que todavía le costaba bastante moverse. Había oído rumores de que los imperiales habían utilizado a contingentes de esclavos wookies como fuerza laboral durante la construcción de la primera
Estrella de la Muerte
, pero Qwi hablaba de todas aquellas cosas con despreocupada franqueza.

—¿Y qué hay de mi otro amigo? —preguntó.

—Alguien llamado Kyp Durron... ¿Es él? Sigue a bordo del
Gorgona
, en la sección de alta seguridad de la zona de detención. El informe que proporcionó no es gran cosa, así que al parecer no tenía mucho que decirles.

Han frunció el ceño e intentó evaluar los datos que acababa de obtener, pero Qwi ya había recuperado su animación anterior.

—Bien, ya he compartido contigo la información que deseabas —dijo—. ¡Ahora háblame de la
Estrella de la Muerte
!

Se acercó un poco más a él, pero siguió manteniéndose fuera de su alcance.

Han puso los ojos en blanco, pero no vio ninguna razón por la que no debiera satisfacer su petición. La
Estrella de la Muerte
había sido destruida hacía ya mucho tiempo, y los planos estaban a buen recaudo en el núcleo de datos protegido del antiguo Centro de Información Imperial.

Han le habló de los pasillos y de los ruidos. Las zonas que había llegado a conocer más a fondo eran el hangar, el área de detención y el triturador de basuras, pero Qwi no parecía estar muy interesada en ese tipo de detalles.

—Sí, pero... ¿Llegaste a ver el núcleo y los sistemas de propulsión?

—No, lo lamento. Me limité a crear interferencias mientras otra persona se cargaba los generadores de haces de tracción. —Han frunció los labios—. Oye, ¿por qué te interesa tanto todo eso?

Qwi parpadeó a toda velocidad.

—¡Porque yo diseñé la mayor parte de la
Estrella de la Muerte
!

Qwi fue casi corriendo hasta la pared más cercana antes de que tuviera tiempo de captar la reacción de perplejidad de Han y manipuló unos cuantos controles que volvieron transparente una sección de la estructura metálica. Un panorama impresionante sustituyó de repente a la pequeña sección de torbellinos gaseosos que Han había podido contemplar hasta el momento, permitiéndole ver el resto del cúmulo de rocas que formaba la Instalación de las Fauces.

—De hecho, aún tenemos el prototipo de la
Estrella de la Muerte
aquí en la Instalación...

Mientras Qwi hablaba, la gigantesca estructura de una esfera tan grande como cualquiera de los asteroides surgió por detrás del horizonte acortado del planetoide más próximo como un letal amanecer. El prototipo parecía una colosal esfera armilar, con anillos circulares conectados en los polos que se iban desplegando para sostener la armazón. La superestructura contenía el enorme núcleo del reactor y el superláser capaz de destruir todo un planeta.

—Esto no es más que la parte funcional —dijo Qwi, vuelta hacia la ventana con los ojos llenos de admiración—. El núcleo, el superláser y el reactor, sin un sistema de hiperimpulsión... No nos pareció que hubiera ninguna necesidad de añadir el soporte estructural y todos los niveles de alojamiento para las tropas y el personal administrativo.

Han ya había recuperado la voz.

—¿Y funciona?

Qwi le sonrió y sus ojos lanzaron destellos de entusiasmo.

—¡Oh, sí, funciona maravillosamente bien!

Kyp Durron se sentía como un animal atrapado en una jaula. Clavó la mirada en las paredes desnudas de la celda de retención. La iluminación entraba por unas rejillas del techo, y era demasiado intensa y excesivamente rojiza para sus ojos. Kyp se sentó en el catre, se dedicó a contemplar la pared e intentó no pensar.

De vez en cuando todavía notaba punzadas de dolor por todo el cuerpo. El androide interrogador había ido localizando los centros de estímulos dolorosos de su cuerpo con una salvaje meticulosidad, y había disminuido la efectividad de las endorfinas hasta tal extremo que el más leve arañazo parecía una agonía insoportable. Las afiladas agujas hipodérmicas parecían lanzas al sumergirse en su carne, y las drogas que quebrantaban la voluntad fluían como lava por sus venas.

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