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Authors: Manda Scott

La Calavera de Cristal (23 page)

BOOK: La Calavera de Cristal
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—Así hablan los indígenas, pero ellos no son médicos formados en Cambridge.

—Y vos, como bien me habéis confiado en varias ocasiones, no sois cirujano. —Lo dijo con amabilidad, sin rencor, tal como un hermano mayor reprendería a su hermano menor por exceso de celo.

Owen volvió a enfurecerse.

—No lo entendéis. Nostradamus hizo que leyera sus libros. Me obligó a pasar los diez días de luto por la princesa de Francia enclaustrado en su posada cochambrosa leyendo libros de cirugía y respondiendo a sus preguntas sobre aspectos que jamás me había planteado y que no pensaba que conocería en mi vida. Me pidió que tomara apuntes y los llevo conmigo. El presagió esta situación, pero lo que no me dijo es que me rompería el corazón. Por consiguiente, yo realizaré esta operación y vos no moriréis.

—Pero, Cedric, con el debido respeto...

—No. Os lo ruego... Subid a vuestra mula ahora mismo y regresaréis conmigo. Puede que perdáis vuestro brazo hábil para el combate, pero no perderéis la vida. No ahora que estáis a punto de convertiros en uno de los dos hombres más ricos del mundo.

Capítulo 15

Laboratorio forense Law, Oxford,

junio de 2007

Stella recorrió a solas un pasillo de azulejos blancos y hormigón, y atravesó puertas de aluminio hasta llegar a un laboratorio con mesas de acero y vitrinas que olía a productos químicos, a humo de cigarrillos y a muerte.

El doctor David Law la esperaba en la puerta. No tenía un aspecto tan horrible como había descrito Kit, pero se parecía bastante a la caricatura que había hecho de él. Era un hombre bajito y nervudo, con el pelo cortado a cepillo y dientes que hacían que le sobresaliera el labio superior. Eran unos dientes muy ingleses, con una coloración marronosa tras muchos años de té y tabaco, de tal forma que al sonreír el aliento llegó al pasillo antes que él.

—Doctora Cody. —Se secó la mano en su bata blanca y se acercó a ella—. El profesor Fraser me ha llamado para avisar que estaba al caer. Los amigos de Gordon son bienvenidos a cualquier hora.

Su apretón fue más firme de lo que había imaginado; transmitía una sensación de fuerza oculta que daba más credibilidad a esos cinco años dedicados a exhumar fosas comunes curdas. Por si aún le quedaba alguna duda, numerosas fotografías colgaban de las paredes: huesos encontrados y limpiados formando hileras, alineados y numerados o sin numerar, todos ellos con fragmentos de pelo, ropa o pequeños trozos de metales preciosos pegados a miembros sin carne o sobresaliendo de cuencas oculares vacías.

Davy Law aparecía en la mayor parte de ellas con vaqueros recortados, una camiseta polvorienta y un cigarrillo colgándole de los labios o de los dedos. Parecía encontrarse más cómodo en aquellas lomas áridas que en un laboratorio de Oxfordshire. Se dio cuenta de que ella le estaba observando.

—No es un trabajo agradable, pero alguien tiene que hacerlo. —Miró hacia el pasillo—. ¿Kit no la ha acompañado?

—Se ha quedado dormido en el coche —respondió. Aunque sonara a excusa, era cierto.

—De acuerdo. —Sus labios, demasiado finos, se tensaron cuando abrió la puerta de su laboratorio y sus ojos la observaron, aunque sin cruzarse con los de Stella;

retomó la palabra apartándose de ella—. Gordon me comentó que tenía un cráneo y que quería reconstruir su cara, ¿no es así?

Se dio la vuelta para clavar la mirada en su mochila. En su interior, la piedra calavera azul dormía plácidamente. Había permanecido en silencio desde la advertencia relativa a lo ocurrido en la habitación de Kit. Pensó en ella sin notar nada en particular, ningún instinto que le dijera si irse o quedarse. La imagen del rostro que la había impulsado a ir hasta allí se había esfumado también. Se quedó mirando al suelo, atrapada en una incertidumbre inesperada.

Entró con él sin mediar palabra. Davy Law alargó un brazo hasta un armario con la parte frontal de cristal que estaba en un extremo de la sala, una versión más pequeña del baño de oxígeno hiperbárico del laboratorio de geología. Stella fue la primera en hablar:

—No es un cráneo hecho de hueso, está tallado en piedra. Gordon cree que se puede confiar en usted para mantenerlo en secreto.

—¿Eso ha dicho? Conmovedor.

Davy Law apoyaba un hombro en la pared mientras liaba un cigarrillo y acto seguido lo encendía. El aire que los separaba se llenó con el olor de un humo azul. Si antes había algo que lo intranquilizaba, se había marchado por donde había entrado; ahora, su mirada acida, intransigente, la atravesaba sin reconocer su presencia.

No era difícil imaginar a ese hombre forzando los límites de la autoridad hasta lograr quebrarlos o que estos cedieran por su propio peso. Empezaba a entender por qué Gordon confiaba en él y por qué Kit le detestaba.

Stella soltó la mochila de sus hombros y abrió la cremallera. Sin demasiadas ceremonias, levantó la piedra calavera azul, que las luces hirientes del laboratorio iluminaron. Ya no le gritaba, ni destellos de amarillo cegador le perforaraban el cerebro. En cuanto pisó la habitación de Kit, todo se había desvanecido. A esas alturas todo era calma, si bien se mantenía en alerta continua, con todos los sentidos despiertos.

Se la enseñó mientras dejaba que su molde azul alumbrara el frío clínico de la sala.

—Esto es lo que encontramos. En los archivos de Cedric Owen había un código que nos mostró el camino.

Esperaba un instante de conmoción, que contuviera la respiración y la soltara lentamente, ya que era la primera vez que contemplaba la piedra. No esperaba el arrebato de rabia, sufrimiento o dolor (no sabía exactamente qué) que alteró los rasgos de gárgola de Davy Law mientras miraba alternativamente la piedra y su cara, ni tampoco el asombroso arranque de deseo salvaje que vio en él.

—Doctor Law...

—¡Apártese de mí!

Se separó de ella de un salto hasta llegar al otro lado de la sala, donde se dejó caer pared abajo hasta sentarse acuclillado con las rodillas pegadas al pecho, rodeándose

el cuerpo con los brazos y sin dejar de temblar. Durante un rato lo único que se escuchó fue el silbido de su respiración, que cortaba el aire.

—¿Quiere que me vaya? —preguntó finalmente Stella.

—Será mejor.

Él se quedó con la vista fija en el suelo. Cuando pasó un rato sin que ella dijera algo o se marchara, arrastró su mirada enrojecida por su cuerpo hasta posarla en sus ojos un segundo.

—Vaya, se ha quedado. Muchas gracias. —La obsequió con una sonrisa tensa—.

¿Quién más la ha visto?

—¿Aparte de Kit y yo misma? Tan solo Gordon. Tony no quiso verla. Dijo que había derramado la sangre de demasiadas personas por las que sentía un gran respeto.

—¿Y Gordon...? ¿Le contó cómo se sintió?

Se acordó de la voz ronca y tranquila del escocés en aquella primera llamada. «Tu dichosa piedra ya está lista. Espero que tú también lo estés». Y, más tarde: «Es demasiado bonita. Está pidiendo a gritos que la sostengas».

—Dijo que lo mejor sería que la rompiera en mil pedazos con un mazo. Se ofreció él mismo a ayudarme.

—Un hombre sabio. —Law consiguió sonreír un poco más, cargado de una ironía acida—. No me contó exactamente qué traíais. No conozco a mucha gente capaz de guardar un secreto como este.

—Es un buen amigo.

—Algo muy valioso en este mundo en el que escasean las amistades.

El cigarrillo de Law había volado; debía de haberlo perdido durante la estampida. Se lió otro con manos temblorosas y lo encendió, con los ojos inmóviles en el rojo fulgurante del extremo.

—Entonces, esta es la piedra corazón azul de Cedric Owen, ¿verdad?

—Eso creemos.

Fue la primera vez que la miró a la cara de frente.

—Stella, hay muchos hombres que han matado por ella. Mataron a Cedric Owen, a su abuela y a todo aquel que la ha tenido en sus manos, incluidos todos sus antepasados. —Frunció los labios mientras la miraba—. ¿Te han seguido cuando venías?

—No creo. Bueno, no sé cómo iba a saberlo.

—¡Stella! —Estaba enfadado con ella, aunque no sabía si podía permitir que se notara. Mordisqueó el cigarrillo—. ¿Entiendes el peligro al que te enfrentas?

—¿Corro peligro por ti?

—No. —Le entraron ganas de reír y, de hecho, lo hizo, rematando la risa con un ataque de tos—. No digo ahora. Solo en una ocasión contemplé la belleza y me apoderé de ella, pero no pienso cometer el mismo error dos veces.

Notó un retintín en su voz, algo que también había observado en Kit. Se aventuró con cautela.

—¿Fue ese el motivo de que tú y Kit discutierais?

Pareció que iba a responder con sinceridad, pero se arrepintió y contuvo las palabras antes de pronunciarlas. Se limitó a encogerse de hombros.

—Es tu marido, no puedo hablar por él.

—Pero erais amigos, ¿no? Buenos amigos.

—Lo fuimos, pero ahora ya no.

Sus ojos inyectados en sangre mostraban dureza, pero no desvió la mirada. Tras unos instantes, Law se quedó mirando las fotos de las paredes, a su espalda y a los lados.

—En todas partes, en este mundo, hay hombres que ven algo que desean y creen que pueden apoderarse de ello sin tener en cuenta el precio que pagan los demás. Siempre son los hombres quienes arrebatan y las mujeres y los niños quienes pagan por ello.

—Me parece un punto de vista bastante sexista, doctor Law.

—Quizá, pero aún no he excavado ninguna fosa común en la que hubieran sido las mujeres las asesinas. Te prometo que si alguna vez lo hago aparecerá en todas las portadas.

Había recuperado el control de sí mismo y volvía a pisar tierra firme. Se recostó en la pared y llenó de humo el espacio que los separaba. Miró de frente la piedra por primera vez desde que Stella la había sacado de la mochila.

—Tu calavera lleva consigo el corazón del mundo. ¿Qué hombre no desearía poseer algo así? Este trozo de cristal azul esconde todo cuanto hemos ansiado: esplendor, nobleza y pasión, todo en uno. Casi se diría que ansia ser arrebatada, tomada, poseída, de modo que tan solo los más fuertes, o los más vulnerables, podrán apartarse de ella. De entre nosotros, los corderos querrán destruirla, eliminar aquello que no sabemos domar. Los lobos desearán hacerse con ella, poseerla y, con ella, todo cuanto contiene, sin reparar en que jamás lo lograrán. Y finalmente, si no me equivoco, existen otros, muy pocos, que saben de qué es capaz la calavera, y quieren detenerla y apoderarse de ella. Francis Walsingham fue uno de estos últimos: el gran espía de la reina Isabel. A lo largo de los siglos ha habido otros y, en la actualidad, seguro que andarán sueltos un par más.

—¿De qué es capaz la piedra? ¿Qué pretende detener? —Tenía los pelos como escarpias y la garganta se le estaba quedando seca a causa de la expectación.

—Aún no estoy seguro, y quizá me equivoque. —El cigarrillo había acumulado la ceniza, de modo que la echó con un golpecito en una taza vacía y cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿Te habla?

Nadie se lo había preguntado, ni siquiera Kit.

—Me... canta. Y me transmite cosas: que necesita que cuiden de ella, que ella cuida de mí en la misma medida.

—¿Cuidados?

—Amor, si quieres. —Sonrió tímidamente—. Pero no es solo eso. Es... —no le salían las palabras— consciente de cosas de las que yo no lo soy, como si pudiera observar el mundo de una forma que yo no lograré jamás, con sentidos de los que carezco. Si la tengo cerca, veo con mayor claridad, oigo más allá de los límites de mi audición, percibo el roce de mi ropa. Es como ser un bebé de pecho y un anciano al mismo tiempo. Así es la piedra; posee una sabiduría realmente antigua, como una estatua budista tallada en una colina por la que corre una vida que no podemos ver. Y a la vez es un corderito que acaba de venir a este mundo, ha perdido a su madre y yo soy todo cuanto tiene. —Se cogió la cara con las manos—. ¿Por qué yo? No tengo ni idea de cómo cuidar de ella.

—Pero no tienes otra elección. —Davy Law sonrió con tristeza—. Eres la guardiana legítima, al igual que lo fue Cedric Owen. Los demás, a los que a lo mejor nos gustaría serlo pero no lo somos, tenemos que aceptarlo.

—Me parecía que habías dicho que no deseabas hacerte con ella. Law soltó una carcajada.

—En su día, sí, pero ahora ya no. Creo que, de todos los hombres de la tierra, yo ya no represento una amenaza. Una joven llamada Jessica Warren me enseñó más de lo que podré agradecerle en la vida.

Por fin se levantó de un salto. De pie tenía un aspecto más profesional. Su mirada fue de Stella a la piedra calavera y otra vez hacia ella, dos veces.

—El modelo fue una mujer caucásica. ¿Quieres saber más?

—Me gustaría. No dejo de ver una cara. Bueno, la veo a medias. Creo que es importante verla mejor, si puedes lograrlo.

—¿Y luego? —Ya no tenía ningún reparo en mirarla.

—Luego quizá esté un paso más cerca de entender por qué razón vale la pena matar por esto y quién pretende destruir nuestras vidas.

—¿Y?

Entendió lo que ella callaba. A falta de un motivo mejor, confió en él por ello.

—Podré poner una cara a todo cuanto sucede en mi cabeza.

—Muy bien. —Davy Law apagó el cigarrillo con un golpecito y lo guardó con cuidado en la pechera de su bata de laboratorio—. Vamos a construirle una cara, a ver si te gusta lo que tiene que decirte.

* * *

Por segunda vez en dos días, la piedra calavera reposaba sobre una pequeña peana dentro de una vitrina con luces que la iluminaban desde distintos ángulos. En este caso la luz de fondo era menos intensa que la del laboratorio de geología de Gordon Fraser y la operación no requirió ningún ácido a presión, sino unas líneas muy finas de luz roja que recorrían todos los ángulos posibles de todos los planos posibles.

Davy Law llevaba gafas y unos guantes finos. Iba bombeando ráfagas de hielo seco con una sonda manual para hacerlos visibles y registrar su posición.

Habló con Stella por encima del hombro.

—Todo lo hacemos con rayos láser. Se escanea en aproximadamente media hora, aunque lo complicado es configurarlo correctamente. Dada la naturaleza del cuarzo, puede que tarde un poco más. Hasta ahora solo he trabajado con huesos, por lo que no estoy seguro de las repercusiones de la translucidez en los índices de refracción. A Kit solo le costaría unos minutos programarnos un software nuevo para sortear este escollo, pero, como no ha venido, esperemos que el software del que disponemos pueda salvar la diferencia. No tardaremos en saberlo.

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