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Authors: Eduardo Gallego y Guillem Sánchez

La Cosecha del Centauro (12 page)

BOOK: La Cosecha del Centauro
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Los geólogos, con Marga a la cabeza, lograron afinar considerablemente sus métodos de datación. Así, confirmaron sus sospechas: conforme avanzaban hacia el centro galáctico, las biosferas eran algo más jóvenes.

—De mantenerse esta progresión —anunció Marga—, calculo que en algún punto entre VR—1000 y VR—1100 daremos con planetas recién sembrados.

La noticia agradó a todos los miembros de la expedición. Ésta amenazaba con convertirse en una tediosa y repetitiva campaña de muestreos. Ahora, en cambio, vislumbraban una meta en el horizonte. Sin embargo, el viaje de la
Kalevala
distaba mucho de estar acabado. Al paso que iba, amenazaba con alargarse más que el de Darwin en el
Beagle.
Los militares estaban acostumbrados a pasar largas temporadas alejados de los suyos. Los científicos, inmersos en una vorágine de descubrimientos, no tenían muchas ganas de regresar; diríase incluso que se lo estaban pasando en grande. ¿Y los colonos?

Wanda, a sus años, se tomaba aquello como unas vacaciones pagadas. En los meses que llevaban explorando la Vía Rápida, habían parado en una veintena de mundos. Cada uno de ellos, excepto VR—218, poseía una biosfera fascinante. En unos cuantos había asentamientos coloniales, por lo que pudo aprovechar para charlar con antiguos camaradas y entablar nuevas amistades. Además, había aparcado sus responsabilidades como matriarca del clan. Y en la
Kalevala
se comía bien. Podría soportarlo. Respecto a Bob... Bueno, tenía a Nerea. En apariencia, a la piloto le gustaba aquel mozo un tanto callado, de trato franco y que se desvivía por mostrarse cariñoso en la intimidad. Ella le devolvía con creces aquellas muestras de afecto.

En suma, la
Kalevala
era un microcosmos bien avenido. Cada científico jefe disponía de un equipo de ayudantes con el que diseñar experimentos e intercambiar impresiones. Los tripulantes gozaban de tiempo libre para dedicarlo a sus aficiones y el comandante podía centrarse en la misión, en vez de lidiar con problemas de importancia secundaria.

Bueno, no todo era felicidad. Quedaban cuestiones que provocaban una cierta frustración general, desde Asdrúbal hasta el último maquinista. ¿Cuál era el propósito final de los sembradores? ¿Por qué destruían los mundos que tan cuidadosamente fertilizaban? Y con esa implacable regularidad de 802 años, por añadidura...

Irónicamente, algunas de las posibles respuestas llegaron desde Eos.

—Daría un ojo de la cara por averiguar cómo te comunicas con tu mundo sin que lo detectemos, Wanda. Te aprovechas de que seamos aliados. En otras circunstancias, no permitiría en mi nave la existencia de un fallo de seguridad tan patente —dijo el comandante, medio en serio.

—Permite que esta pobre mujer guarde algunos secretos. —Wanda le guiñó un ojo, con picardía—. Reúne a los chicos. Tengo algo que les interesará.

Los científicos, Asdrúbal y Nerea formaban un corro en torno a los colonos. Se hallaban en la sala de reuniones, sentados en cómodos sillones de estilo antiguo, y con sendos vasos en las manos. El del comandante era el único que no contenía una bebida alcohólica.

Wanda sabía manejar los tiempos de una reunión. Para alguien acostumbrada a lidiar con rebaños de niños semisalvajes, era muy fácil captar la atención de un auditorio tan entregado.

—Bien, damas y caballeros —dijo, paseando lentamente entre las mesas—, mientras vosotros presumís de poderío tecnológico, nuestros biólogos no han permanecido ociosos. ¿Recordáis lo que os comenté sobre ciertas catástrofes ecológicas que sufrimos años atrás?

—Aquello de los peces y las setas —repuso Asdrúbal, y Wanda asintió—. Súbitamente, las especies alienígenas se
rebelaron
y os echaron de sus dominios.

—Pero en vez de investigar unos sucesos tan llamativos, os mudasteis a otra región —apostilló Eiji, con malicia.

—Lo hecho, hecho está. —Wanda encogió los hombros—. Después del susto que nos dio aquella hada, mandamos a unos cuantos equipos a las pesquerías y los bosques abandonados. Acaban de enviarme los resultados preliminares.

—¿Y bien...? —El biólogo comenzaba a impacientarse.

—En ambos lugares, la biota autóctona está extrayendo minerales del subsuelo y se empeña en acumularlos.

—¿Qué? —exclamaron varias voces al unísono.

—Ciertas especies similares a hongos filamentosos se dedican a horadar la tierra y los fondos marinos. Bombean hierro, vanadio, cobre y mil cosas más a la superficie. Pequeños animales se alimentan de esos hongos, y sus excrementos se depositan en capas ordenadas sobre el terreno. Las algas microscópicas medran ahí, y engloban a los minerales en una matriz orgánica rica en moléculas energéticas. En otras palabras, están empezando a fabricar lo nunca visto en Eos: petróleo enriquecido con minerales y metales. Y por si fuera poco, lo empaquetan y lo dejan listo para llevar.

Eiji abrió los ojos como platos.

—Pero eso es... —murmuró.

—Trabajo en equipo, coordinado. —Wanda fue tajante—. Ya sé que a los científicos os desagrada especular o afirmar sin pruebas, pero lo de Eos tiene toda la pinta de... ¿Cómo lo expresaría mejor? —Chascó los dedos—. Según los geólogos, los sembradores van a pasar por mi mundo (y no precisamente a desearnos los buenos días) dentro de 75 años. De alguna manera, las especies alienígenas
lo saben.
Sus creadores tienen que haber dispuesto algún mecanismo para que la biosfera toda madure y se prepare para la cosecha. Muy bonito, si no fuera por el detalle de que mi gente está en medio.

Eiji fue a protestar, pero Marga lo interrumpió.

—Tendría sentido. —Su rostro se iluminó, como si de repente cayera en la cuenta de algo esencial—. Vosotros, los colonos, usáis a los seres vivos como herramientas. Los diseñáis y manipuláis sus genes para eso. Recuerdo la casa comunal, construida a base de árboles vivos, que tanto me fascinó...

Bob supo dónde quería ir a parar la geóloga.

—Si lo extrapolamos a la biosfera completa... Quizá la vida sea simplemente la herramienta de la que se valen los sembradores para poder recolectar cómodamente las riquezas de un planeta. Así, en vez de sacar la materia prima, ya la tendrían elaborada o procesada parcialmente. Eso les supondría un ahorro notable.

—No sólo se llevarían los elementos minerales, sino la biomasa —añadió Wanda—. Gigatoneladas de materia orgánica... Creo que en Eos estamos viendo el inicio de la fase final del proceso. Los ecosistemas, al madurar, se convierten en meros agentes recolectores... de usar y tirar. Desechables. Indudablemente, los sembradores piensan a lo grande.

—Si se me permite interrumpir... —dijo Manfredo—. En la Antigüedad, alguien dijo, refiriéndose al trato que los amos daban a los siervos, que lo más inteligente es esquilar a las ovejas, no desollarlas. Para unos seres capaces de diseñar y manipular biosferas, parecería más lógico no destruirlas después de la cosecha, sino dejarlas que siguieran produciendo en el futuro.

—Lógico desde el punto de vista humano, algo que los sembradores no son. —Wanda sonó lapidaria.

Se tiraron un buen rato rebatiendo esa hipótesis. Conforme pasaban los minutos, más convencidos estaban de que la sugerencia de Wanda se ceñía bastante bien a los hechos conocidos. Entonces surgió el otro gran tema.

—¿Qué ocurre con la vida inteligente? ¿Para qué permitir que florezca si luego la aniquilan de forma tan concienzuda? ¿Qué sentido tiene? —se preguntó Marga en voz alta.

Nerea había permanecido callada la mayor parte del tiempo, escuchando respetuosamente a los sabios. Bob se preguntaba por qué permitían que una simple piloto, por muy simpática que fuese, participara en aquellas reuniones de alto nivel. Desde luego, él no pensaba protestar; agradecía su presencia. Aprovechando una pausa en la discusión, Nerea metió baza:

—Me da la impresión de que otorgáis una importancia excesiva a la aparición de la inteligencia, la cultura, la tecnología... Wanda ha recalcado que los sembradores no son humanos. Tal vez consideren a la civilización como un efecto secundario indeseable, o simplemente molesto. Al estilo de una mala hierba en el cultivo, ¿me explico? Y las malas hierbas se escardan, ¿no?

Todos se la quedaron mirando.

—¿Estás de broma? —le recriminó Eiji—. La tendencia a la complejidad de los sistemas biológicos... Nerea se limitó a mirarlo. Sonreía, escéptica.

—¿No nos estaremos pasando con tantas precauciones? ¡Se supone que ésta es una expedición científica!

—Tranquilo, Eiji. Sé más sufrido, hombre.

El biólogo no se dignó responder a Wanda y acabó de embutirse en la escafandra.

Ya habían dejado atrás el último mundo de la Vía Rápida colonizado por humanos. Entraban en territorio desconocido, y entonces empezaron a desvelarse algunos secretos de la
Kalevala.

—O es una nave de guerra, o nuestros anfitriones son mucho más paranoicos de lo que suponía —le comentó Wanda a su sobrino, pero en su fuero interno estaba de acuerdo con las medidas de seguridad estándar que había impuesto Asdrúbal antes de cada reentrada al espacio normal. A la hora de meterse en una zona de la que nada se sabía, y con lo que iban descubriendo de los sembradores, convenía que uno no se fiara ni de su propio padre.

Antes de que la
Kalevala
arribara a un sistema solar, previamente se enviaba una flotilla de minúsculos vehículos MRL no tripulados para peinar el terreno, por si acaso. También, de paso, determinaban si había mundos con vida, y sólo se detenían en los más prometedores.

Las precauciones no terminaban ahí. Asdrúbal se mostró inflexible en el cumplimiento de los protocolos de seguridad. La nave emergía al espacio normal con los motores apagados, los escudos de camuflaje activados y cada tripulante en su puesto, vestido con traje de presión por si se recibía algún ataque. Los pilotos como Nerea estaban en la cabina de las lanzaderas y vehículos auxiliares, atentos a lo que pudiera ocurrir. Los colonos y los científicos, además, descubrieron que algunos individuos de cometido poco claro eran, en realidad, artilleros e infantes de Marina. La
Kalevala
en absoluto iba desarmada.

—Me pregunto con qué alienígenas habrán tenido que luchar estos tipos en el brazo de Orión, para estar tan desquiciados —dijo Bob.

—Puede que sea mejor que no lo sepamos —sentenció su tía.

VR—513 fue el primer objetivo seleccionado, por una razón bien obvia. Las sondas habían detectado emisiones de radio.

Después de cerciorarse de que no hubiera trazas de naves espaciales, la
Kalevala
entró en el sistema con prudencia, escudándose en la sombra de un gigante gaseoso. A continuación inició una aproximación cautelosa al planeta. Mientras, las microsondas transmitían datos e imágenes a los ávidos científicos. Y no sólo a ellos; todo el mundo era presa de gran excitación. Habían dado con vida inteligente.

La Humanidad había sufrido malas experiencias y decepciones en sus primeros contactos con alienígenas, y Asdrúbal no quería correr riesgos. Por tanto, nada de bajar al planeta, plantarse delante de los alienígenas, sonreír y levantar la mano en son de paz. Se cuidaron mucho de dejarse ver y procedieron con calma. Los resultados de la exploración fueron reenviados por vía cuántica al Cuartel General de la Armada. Si algo malo le sucediera a la
Kalevala
, su aventura no habría sido en vano.

El mundo habitado era el segundo a partir del sol. Gozaba de una temperatura media relativamente cálida, con dos continentes alargados que lo cruzaban de polo a polo. Los indicios de civilización se agrupaban en torno a las latitudes medias, de clima mediterráneo. Las sondas y los robots se las apañaron para tomar muestras biológicas de las especies dominantes. El genoma coincidía con el de hadas y chicharras, pero el aspecto de estos seres no podía ser más distinto, salvo en lo básico: exoesqueleto y apéndices articulados. Los cuerpos eran alargados y segmentados, como un cruce entre insecto palo y ciempiés, de hasta dos metros de altura. Tenían cuatro pares de extremidades; las dos posteriores les servían para desplazarse, mientras que las otras acababan en garfios manipuladores. Carecían de antenas, aunque de la cabeza brotaban diversas protuberancias con receptores sensoriales. La boca era una hendidura vertical, orlada de piezas cortantes.

Los alienígenas vivían en ciudades de casas bajas, con tejados planos un poco inclinados, diseñados para recoger el agua de lluvia y almacenarla en aljibes subterráneos. No había puertas ni ventanas, excepto la estrecha abertura de entrada. Una urbe típica albergaría unos trescientos mil habitantes. En la periferia se alzaban los complejos industriales: acerías, plantas químicas, centrales eléctricas... No se veían signos de agricultura, aunque sí de ganadería. Diversos animales eran empleados como fuente de carne, bestias de carga o guardianes. Las muestras recogidas revelaron que tanto los alienígenas inteligentes como sus animales domésticos eran genéticamente idénticos. Desde el punto de vista biológico, se trataba de la misma especie. ¿Estaban ante un sistema de castas muy complejo, en el que cabía el canibalismo? ¿O tal vez los alienígenas consideraban a sus mascotas como especies distintas, pese a compartir el mismo genoma? Los biólogos estaban desconcertados.

En suma, la
Kalevala
había dado con una sociedad muy industriosa y compleja. Además, estaba sumida en una guerra sin cuartel.

No resultó difícil determinar que los alienígenas se organizaban en multitud de pequeños estados. Las fronteras entre ellos eran auténticas tierras de nadie, deshabitadas y baldías. Los científicos, atónitos, pudieron estudiar a placer varias batallas en curso. Pronto, el asombro dejó paso al horror. Nadie tomaba prisioneros. A la mente de todos acudía una y otra vez la palabra
masacre.
Asdrúbal y sus camaradas militares comentaban los diferentes lances bélicos como quien visiona un documental. Por supuesto, se cuidaban de manifestar su entusiasmo de forma demasiado ostensible; la corrección política, ante todo.

—Fijaos en esas grandes formaciones compactas de infantería. —Asdrúbal señalaba a las pantallas—. Recuerdan a las falanges griegas o los tercios imperiales de la Vieja Tierra. Distintas castas se han especializado: infantería ligera, pesada... Caray; esos otros bichos grandes y rápidos deben de funcionar como caballería. Aunque los caballos no solían arrancar la cabeza del adversario a mordiscos...

BOOK: La Cosecha del Centauro
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