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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (12 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Elena dio un paso hacia un lado.

Para su sorpresa, el vampiro avanzó e insertó la llave en la cerradura sin provocarla más. Los ojos de Elena se clavaron en las gotas de sangre que había en su hombro.

—Sacas lo peor de mí.

Dmitri empujó la puerta para abrirla y se volvió con una pequeña sonrisa dibujada en aquel rostro creado para dormitorios con sábanas de seda y campos de batalla inundados de sangre.

—Gracias.

—¿Entraste antes de que yo llegara?

—No. —Se apoyó en el marco de la puerta mientras ella se adentraba en el salón—. He oído que tu Campanilla está aquí. —Una pausa llena de significado.

Cuando notó que se le erizaba el vello de la nuca, Elena cambió de posición para tenerlo a la vista.

—¿Qué?

—Ten cuidado con Illium, Elena. —Una sutil advertencia—. Es vulnerable a la humanidad de tu interior. —Dicho esto se marchó.

Paralizada por el impacto de aquellas palabras inesperadas, no reaccionó hasta que percibió el susurro de unas alas angelicales.

—Quédate ahí. —Permanecía de espaldas a Illium mientras hablaba—. Quiero inspeccionar el lugar primero.

—Tus deseos son órdenes para mí.

Aquella respuesta tranquila cortó la gruesa cuerda de tensión que mantenía erguida la espalda de Elena. Lo miró por encima del hombro y vio que Illium pasaba una daga de plata repujada entre sus dedos con asombrosa velocidad. Su amigo, pensó. Era su amigo, igual que Ransom, igual que Sara. Y no enturbiaría aquella amistad con falsas preocupaciones.

«Siente fascinación por los mortales.»

Rafael le había dicho aquello antes de que ella despertara con alas de los colores de la medianoche y el amanecer.

—¿Por qué me miras así, Ellie? —preguntó Illium sin apartar la vista de la daga que bailoteaba entre sus dedos.

Su respuesta fue instintiva, algo que le habría dicho a Ransom para fastidiarlo.

—Eres tan guapo que resulta difícil resistirse.

Una sonrisa deslumbrante, un deje de aquel acento británico aristocrático en su respuesta.

—Resulta muy duro ser yo mismo, eso es cierto.

Elena soltó un resoplido, pero una vez recuperada la compostura, empezó a inspeccionar el apartamento. Era tal y como lo esperaba. Ignatius había sido un tipo bastante ordenado, aunque no obsesivo a ese respecto. Encontró vasos en el fregadero y un suéter encima del sofá. La cama estaba hecha, pero de un modo que decía que él se preocupaba mucho más por la comodidad que por cualquier otra cosa. Había incluso una flor en un jarrón sobre la mesilla, tal vez algo exótica para el gusto de Elena, pero los vampiros sentían cierta debilidad por lo sensual y siniestro.

Cuando regresó al salón, con un movimiento de la cabeza le indicó a Illium que podía entrar.

—Aquí no hay nada raro. Ninguna esencia fuera de lugar, ninguna señal que indique que estaba perdiendo la cabeza. —Los vampiros que caían presa de la sed de sangre, a menudo destruían sus hogares durante el primer estallido—. Y eso confirma lo que vimos en el escenario: que ese tipo estaba en pleno control de sus facultades cuando…

—Elena. —La voz de Illium fue tan letal como la espada que llevaba a la espalda.

Alertada, la cazadora se reunió con él en la entrada del dormitorio y siguió su mirada hasta la satinada orquídea negra de invernadero que había en la mesilla de noche.

—Dime qué significa.

Illium no respondió. Tenía la mirada perdida.

Un instante después, las esencias del viento y la lluvia, limpias y frescas, llenaron su mente.

Illium me dice que es un facsímil pobre y del original sin esencia, pero de cualquier forma es su símbolo.
La voz de Rafael era tan fuerte que Elena supo sin lugar a dudas que él estaba en la Torre.
Mi madre está despertando
.

Elena respiró hondo y contempló los exuberantes pétalos negros, de un tono tan intenso y rico que nunca había visto nada parecido.

¿
Estaba controlando a Ignatius
?

Tal vez. Es más probable que se limitara a sacar ventaja de las necesidades que él mantenía a raya
.

Elena soltó el aire que contenía y se mordió el labio inferior.

Es una pequeña palmadita en la espalda, ¿no te parece, arcángel
?

Una pausa.

Espera ahí. Me reuniré contigo
.

Elena se volvió hacia Illium y enarcó una ceja.

—¿Cómo sabías lo de la orquídea? No naciste hasta cientos de años después de que Caliane desapareciera.

—Leí los libros de historia del colegio. —Una mirada malhumorada—. Jessamy solía amenazarme con atarme al escritorio hasta que terminara los deberes.

Elena pudo imaginarlo como un niño de alas azules, ojos dorados y una sonrisa traviesa. Pero por más tentador que resultara seguir aquel hilo de pensamientos, se concentró en la muerte que parecía acechar a aquellos más próximos a ella. Aunque no estaba convencida de que Caliane tuviese algo que ver con todo aquello, había algo sobre lo que no albergaba la más mínima duda.

—El objetivo es Rafael.

Todo lo demás eran daños colaterales.

Apretó las manos hasta convertirlas en puños para soportar el horror de aquella idea justo en el instante en que Rafael entró en la estancia.

Tras darle un toquecito en el ala con la suya, el arcángel se adelantó para coger la orquídea.

—Illium —dijo—, déjanos a solas.

—Sire.

Solo una vez que Illium se marchó, Elena se acercó para poner la mano sobre el brazo de Rafael sin apartar la vista de la flor que minutos antes le había parecido un adorno inofensivo.

—Incluso en el caso de que tu madre esté despertando —dijo, puesto que había tenido tiempo para reflexionar—, el revuelo mundial advierte que ese despertar no es para nada tranquilo y ordenado. Pero ¿por qué iba a ir tras mis medio hermanas? Eso sería un movimiento muy calculado… muy «despierto».

Rafael dejó la orquídea sobre el jarrón transparente de la mesilla.

—Olvidas mi rabia.

—No, no la olvido. Esa rabia apareció de la nada, al igual que las tormentas de hielo y los demás desastres. ¿Quién dice que el resto de los miembros del Grupo no ha notado el mismo impacto?

Rafael se quedó inmóvil.

—Tienes razón, Elena. Hablaré con mi gente. Descubriré si algún otro arcángel se ha comportado de manera extraña últimamente. —Alzó la mano y deslizó los dedos por el arco sensible de su ala.

Elena se estremeció.

—Si quieres saber lo que opino, te diré que me da la impresión de que alguien está utilizando el alboroto causado por el despertar de un anciano en beneficio propio. Todo el mundo conoce las posibilidades, sabe que quien está despertando podría ser tu madre. —Y que incluso un arcángel podría cegarse a causa del aplastante peso de unos recuerdos dolorosos—. Intentan afectarte de algún modo.

—Han dañado lo que es mío —murmuró Rafael—, al poner en peligro a aquellos a quienes amas. —Enredó la mano en su cabello—. Es un juego de cobardes.

Al percibir la gélida censura de aquel comentario, Elena supo que el responsable (o responsables) de aquel juego repugnante estaría pronto en el punto de mira del arcángel de Nueva York.

Cinco minutos después, cuando estaban a punto de despegar, Elena mencionó que iría a ver si Sara había regresado a la oficina.

—Illium te acompañará.

Elena dejó escapar un suspiro, preparada para la batalla.

—Rafael…

—No tengo tiempo para esto, cazadora del Gremio.

Elena estaba a punto de replicar que tendría que conseguir ese tiempo, pero en cuanto vio la expresión de su rostro, toda su irritación fue sustituida por una emoción más profunda y mucho más intensa.

—Rafael, pareces… —Cruel. Despiadado—. ¿Qué piensas hacer?

La respuesta fue de lo más escueta.

—Un vampiro ha intentado traicionarme. Ahora debo castigarlo.

Elena sintió un escalofrío. Tras acortar la pequeña distancia que los separaba, colocó una mano sobre el extremo de su ala para sujetarlo. La respuesta fue una mirada propia del ser inmortal que era: alguien para quien la clemencia era una debilidad.

—¿Vas a detenerme, Elena? —Una pregunta carente de entonación, formulada cuando ella se situó frente a él.

Tras extender sus propias alas con el propósito de mantener el equilibrio al borde del tejado, Elena entrecerró los ojos.

—No soy ninguna ingenua. Y eso lo sabes muy bien.

Los mechones azabache danzaron sobre su rostro cuando el viento los acarició, posesivo como un amante.

—Y aun así te interpones en mi camino.

—Sé que necesitas controlar a tus vampiros. —Todos los cazadores conocían la verdad: que los casi inmortales ocultaban a un depredador bajo la piel. Si se les daba rienda suelta, ahogarían Manhattan en sangre, convertirían la ciudad en un matadero carente de vida—. Debes responder a las transgresiones con fuerza y rapidez para asegurarte de que no se repitan.

Rafael siguió observándola con aquella paciencia distante y tranquila.

Frustrada, Elena gruñó por lo bajo y, tras aferrar el tejido blanco de su camisa, tiró de él para acercarlo. Sabía que lo había sorprendido, pero Rafael le rodeó las caderas con las manos para evitar que cayera por el borde del tejado.

—Tú —dijo Elena, rozando aquellos labios de forma perfecta capaces de volverse crueles sin previo aviso—. Tú eres mi prioridad. Castiga a quien debas castigar, pero no hagas algo horrible que te empuje hacia el estado Silente. —No reconocía a Rafael cuando se adentraba en aquel estado inhumano carente de emociones, y la mera posibilidad de que cayera de nuevo en él la aterrorizaba—. Eso no. Nunca más, Rafael.

El arcángel se estremeció de la cabeza a los pies, y apretó las manos sobre sus caderas mientras la estrechaba con fuerza.

—Tú consigues anclarme a la tierra, Elena.

Al sentir su cálida fuerza contra el abdomen, Elena mordisqueó el labio inferior de Rafael, aliviada al percibir el aroma de la lluvia en sus sentidos.

—No lo olvides. —Bajó la mano para juguetear con la piedra de ámbar que él llevaba en el anillo de la mano izquierda y utilizó los dientes para juguetear con su mandíbula—. Me perteneces, arcángel. Y yo cuido de lo que es mío.

Alrededor de una hora después de ver cómo Elena batía las alas en dirección al Gremio jugando con los colores del alba y de la medianoche, Rafael concentró su atención en el vampiro que permanecía acurrucado en una silla delante de su escritorio de granito negro. Era una criatura débil y gimoteante que había pretendido robarle a un arcángel. Dejando a un lado la estupidez que implicaba un acto semejante, el hecho de que hubiera considerado la posibilidad de salir indemne de algo así hablaba de una podredumbre más profunda. Y Rafael planeaba extirpar aquella podredumbre antes de aquel día llegara a su fin.

—¿Sabes lo que voy a hacerte? —le preguntó con suavidad desde el lugar que ocupaba, junto al enorme ventanal con vistas a Manhattan. Había castigado y ejecutado a muchos durante los siglos que llevaba como gobernante, pero no había esperado la traición en el corazón de su territorio, y aquello convertía su furia en una espada resplandeciente.

—Sire, yo no… Yo… —Palabras balbuceantes que se combinaban en una cháchara ininteligible.

Rafael le permitió hablar hasta que se quedó sin palabras.

—Dime por qué —exigió mientras se daba la vuelta para buscar a su cazadora en el cielo, algo que había tomado por costumbre.

El vampiro sorbió por la nariz y respiró hondo.

—Ella dijo que jamás te enterarías.

Rafael se volvió para observar al vampiro.

—¿Quién?

Tras frotarse las manos de forma compulsiva, el tipo respondió:

—Una de las jefas de contabilidad.

—Quiero un nombre. —¿Hasta dónde llegaba aquella traición?

—Oleander Graves.

Rafael conocía a todos los suyos de mayor edad, y aquel nombre no estaba en la lista.

—Ella dijo que nunca te enterarías. —El vampiro lloriqueó una vez más, y aquello le hizo recordar a Rafael la desagradable tarea que tenía entre manos—. Era tan hermosa…

Débil, pensó Rafael con desagrado. Aquel vampiro era muy débil. Jamás debería haber obtenido el acceso a la Torre, pero incluso los inmortales cometían errores en ocasiones. Sin más palabras, Rafael desplegó su poder y aplastó la caja torácica del vampiro para destrozar sus órganos internos.

Cuando la sangre comenzó a manar a borbotones por la boca del vampiro, Rafael supo que para quienes eran ajenos a la Torre, el castigo parecería una barbarie. La gente no conocía la sed de sangre que acechaba bajo la superficie en la mente de muchos vampiros, lo fácil que sería que el monstruo se liberara. Y aquellas heridas tardarían como mucho un día en curarse. El verdadero castigo estaba por llegar.

—Permanecerás enterrado los próximos diez años.

Pánico en aquellos ojos, una súplica que Rafael debía pasar por alto si pretendía evitar que las aguas del Hudson se tiñeran de rojo rubí. Él era un arcángel… Aun cuando todos los vampiros de la ciudad se rindieran a la sed de sangre, recuperaría el control en cuestión de horas. Pero para hacerlo, tendría que asesinar a cientos de los Convertidos.

—Vete.

Cuando el vampiro se marchó, sujetándose las costillas rotas e intentando no dejar manchas de sangre en la impoluta alfombra blanca, Rafael se volvió de nuevo hacia la ventana. La sentencia era justa, pero era muy probable que una mente débil como la del individuo que acababa de salir de su oficina quedara aniquilada después de cumplirla.

Cualquier otro castigo habría alentado a aquellos que sienten la tentación de traicionarme
.

Buscar la mente de Elena no había sido una decisión consciente.

¿
Rafael
?

Lo he sentenciado a ser enterrado vivo en una caja del tamaño de un ataúd,
le dijo a su cazadora, que poseía el corazón de una mortal
. Recibirá alimento suficiente para mantenerse con vida, pero permanecerá en esa caja diez años
.

Conmoción, preocupación, dolor. Rafael recibió las emociones de Elena como si fueran puñetazos.

Lo siento, Rafael. Siento que ese tipo te haya puesto en una situación en la que te has visto obligado a tomar esa decisión
.

No había esperado aquellas palabras. Había esperado que se horrorizara por lo que había hecho, porque aquel castigo no era algo que ella pudiera haber previsto. No era un castigo humano. No obstante, había olvidado que ella era una mujer que había sobrevivido a un monstruo, que comprendía que, en ocasiones, no había decisiones fáciles.

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