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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (15 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Estoy a tu derecha, unos cincuenta metros más adelante
.

Rafael le ofreció una mano cuando ella llegó al lugar donde se encontraba, pero Elena no la aceptó. Contempló fijamente el agujero del tamaño de un ataúd rectangular que había en el suelo.

—¿Cuándo pensabas decirme que sería enterrado en las propiedades que rodean nuestra casa? —le preguntó. Entendía la necesidad de Rafael de controlar a sus vampiros de formas que podían parecer crueles, pero aquello…

Una mirada azul metálica se clavó en la suya, una mirada vívida a pesar de las sombras de la noche.

—Necesitaba que estuviera lo bastante cerca para poder mantener una vigilancia mental.

—¿Cuántos más hay? —susurró ella, con el estómago revuelto. Había paseado por aquellos bosques antes. Era posible que hubiese caminado sobre alguno de ellos.

—Ninguno, cazadora del Gremio.

El hielo de su voz debería haberla asustado, pero estaba demasiado furiosa.

—Sabes que esto está mal, Rafael, que deberías habérmelo comunicado. Y aun así, lo hiciste de todas formas. —La expresión de él no cambió, pero Elena supo sin lugar a dudas que ella tenía razón—. ¿Por qué?

—Porque tienes un corazón mortal. —Un comentario despiadado.

Elena se estremeció al recibir aquel ataque verbal.

—¿Tan malo es eso?

—No se trata de que sea malo o bueno —un azul metálico inhumano, completamente inhumano—, sino de que es así. Esto te habría perturbado tanto que te habría sido imposible seguir viviendo aquí.

Era una verdad como un templo, y el hecho de que él lo hubiera visto con tanta claridad no le restaba ni un ápice de acierto. La furia se mezcló con otras emociones más profundas, y Elena tardó casi un minuto en reunir el control necesario para poder hablarle:

—Quiero pedirte algo, arcángel. —Rafael le había entregado su corazón, le había dado poder sobre él, pero hasta aquel momento, Elena no había utilizado nunca ese poder.

—¿Qué quieres, cazadora del Gremio? —Tan formal, tan distante.

Esa parte de ella que era aún una niña abandonada tanto por su padre como por su madre, se sentía aterrada ante la posibilidad de presionarlo demasiado, de presionarlo tanto que también él la abandonara. Era una sensación nauseabunda, pero aquel era un riesgo que debía correr.

—Elimina este castigo de los libros. Estoy segura de que existen otras maneras de escarmiento.

Rafael permaneció inmóvil como una estatua durante un momento muy, muy largo.

—¿Me estás pidiendo un favor, cazadora?

—No —replicó Elena con deliberada lentitud—. Te pido esto como tu consorte. No… no merece la pena estropear nuestra relación por algo así.

El arcángel de Nueva York cerró los dedos con suavidad alrededor de su garganta. El gesto no era una amenaza, sino una marca de posesión.

—¿Tan débil es nuestra relación?

—No. —Elena estaba dispuesta a luchar a muerte por aquella relación, por él—. Lo que tenemos es algo extraordinario… y debe ser protegido de todas las porquerías que el mundo arroja sobre nosotros.

Mientras ella lo observaba, el brillo metálico desapareció y fue sustituido por un tono penetrante similar al del cielo de las montañas a mediodía.

—Ay, Elena… Siempre tan elocuente.

—Hablo en serio. —Sentía el estómago tenso, como si tuviera un millón de nudos.

—Haré que Dmitri piense en otro escarmiento adecuado.

Elena sintió que el aire penetraba en sus pulmones cuando se permitió respirar de verdad por primera vez.

—Seguro que no le supondrá un problema. —Dmitri era uno de los vampiros más antiguos que había conocido jamás, y sentía cierta predilección por el dolor—. Aquí no hay ninguna esencia.

—En realidad no esperaba que encontraras nada. Se suponía que el condenado sería trasladado hasta aquí más tarde, una vez que hubiera puesto sus asuntos en orden. —Rafael deslizó el pulgar sobre el pulso de su consorte—. ¿Qué es lo que percibo en ti, Elena? —Miedo, un insidioso intruso que podría arrebatársela.

Ella realizó un leve movimiento negativo con la cabeza.

—No eres tú. —Una pausa—. Soy yo. Estoy hecha polvo. A veces, todo sale bruscamente a la superficie.

Rafael le acarició la nuca con la mano y la estrechó con fuerza antes de apoderarse de sus labios con una caricia lenta y profunda que pretendía recordarle que las pesadillas ya no tenían poder sobre ella. Ahora pertenecía a un arcángel.

Su cazadora se llevó los dedos a los labios húmedos cuando se apartaron. Sus ojos parecían enormes en la oscuridad.


Shokran
, arcángel.

—De nada, cazadora del Gremio. —Tras deslizar las alas sobre las de su consorte, Rafael se dio la vuelta y regresó a la casa con ella—. Este asesinato es un mensaje. No puede ser otra cosa.

—La cuestión es quién… —Elena se quedó paralizada—. La esencia del asesino estaba impregnada de adelfas. Es una flor, pero la planta tiene un veneno muy tóxico.

—Neha.

Tras dejar a la exhausta Elena en la bañera —aunque la idea de reunirse con ella era muy, muy tentadora—, Rafael bajó a la biblioteca para iniciar una videoconferencia con Neha. La arcángel de la India tardó en responder, y su rostro, cuando apareció en la pantalla, era tan frío como el hielo del Ártico.

—Rafael. —Llevaba el cabello recogido en un moño tirante y prescindía de cualquier tipo de adorno. Su belleza era pura, absoluta.

Una belleza resaltada por los pliegues del sari de seda blanca que llevaba cuidadosamente recogido sobre su hombro, un blanco impoluto que solo se veía interrumpido por un finísimo ribete de pequeñas cuentas talladas. Alrededor del cuello llevaba un collar cuya forma imitaba la de una delgadísima serpiente negra con la boca abierta. Aunque, por supuesto, Rafael sabía que no era un collar.

—Neha —dijo mientras ella permitía que una cobra se le enroscara en el brazo—. Ya sabes por qué estamos manteniendo esta conversación.

Los vampiros, le había dicho Elena a Rafael mientras se sumergía en el baño, poseían esencias muy extrañas e inesperadas, de modo que la potencia del veneno podía no significar nada. De cualquier forma, tal y como demostraba Veneno, Neha tenía por costumbre marcar a aquellos a quienes Convertía.

En aquel momento, la Reina de las Serpientes, de los Venenos, curvó los labios en una sonrisa que mostraba una diversión tan fría como la sangre de sus criaturas favoritas.

—Esto no es más que un juego, Rafael.

Un mortal habría intentado apelar a su conciencia, habría intentado que se sintiera culpable por la muerte —o más bien muertes— sin sentido que había orquestado, pero él se concentró en su orgullo.

—No es propio de ti, Neha, actuar a través de semejantes estúpidos patéticos.

Titus habría estallado ante semejante insulto; Michaela habría resoplado de furia. Pero Neha… Neha suspiró y alargó la mano para cerrar la boca de la serpiente que tenía en el cuello, que empezó a retorcerse para liberarse. No obstante, siguió enroscada alrededor de su garganta.

—Tienes razón —murmuró—. Pero me arrebataron algo que amaba, Rafael, y tú colaboraste. —Tan inteligente y cruel, pensó Rafael, como las serpientes que tenía por mascotas—. Estoy segura de que tu cazadora se disgustará al saber que, al convertirse en tuya, ha puesto en peligro mortal a todos los que ama. —Deslizó los dedos sobre la piel resplandeciente de la cobra mientras confirmaba su implicación en los asesinatos del colegio. Luego lo miró con sus ojos castaño oscuro, unos ojos de lo más cuerdos—. En cuanto al otro… La traición siempre es una píldora difícil de tragar. Era débil. Resultó ridículamente fácil derribarlo y controlarlo.

Rafael ya había encargado a Dmitri y a Veneno que se aseguraran de que Neha no introducía más serpientes entre ellos.

—¿Qué necesidad había de matarlo?

Neha alzó un hombro en un elegante gesto de despreocupación.

—Podría haber sabido algo, aunque la cuestión ahora carece de importancia. No era más que una herramienta, y no muy útil, por cierto… Estoy segura de que lo consideró una muestra de piedad. Jamás habría sobrevivido a ese castigo con la mente intacta.

Tal vez. Pero Rafael estaba seguro de que el hombre no habría elegido aquella forma de morir, que le arrancaran los órganos mientras aún estaba vivo.

—Sabes que lo que hizo Anoushka fue una abominación. —La hija de Neha había tomado parte en el brutal maltrato de un niño. Y eso iba en contra de una de las leyes más importantes de su raza.

—Soy madre, Rafael. —Una pausa, un instante de profundo pesar—. Era madre.

—¿Y ahora quieres que otras madres sientan el mismo dolor? —Neha era una de los pocos en el Grupo que siempre había considerado preciosa la vida de los niños mortales.

La arcángel india parpadeó de forma lenta y deliberada mientras lo observaba con aquellos ojos que habían hipnotizado a ángeles con menos poder.

—Creo que pronto tendrás problemas por los que preocuparte mucho más importantes que mis insignificantes jueguecillos.

Rafael no dijo nada.

Con una sonrisa, Neha sacó la mano fuera del alcance de la cámara, y cuando volvió a aparecer en pantalla, sostenía con los dedos una orquídea negra.

—Me pareció que sería un toque elegante por mi parte. —Deslizó los pétalos del color del ébano sobre la piel de la cobra—. Me encantará ver lo que haces cuando ella despierte. Te dejó destrozado en un prado lejos de la civilización para que murieras, ¿no es así?

Puesto que ya esperaba aquel comentario, el arcángel no reaccionó.

—Neha… —dijo con suavidad—. Aunque no voy a perdonarlo, no me vengaré de ti por estas infracciones, ya que perdiste a tu hija… pero no vuelvas a jugar en mi territorio.

Neha se echó a reír. Y su risa fue un siseo amargo.

—¿Qué me harías, Rafael? Ya he perdido lo que más me importaba.

—Eso es mentira —murmuró él, y aguardó a que cesaran sus risotadas para dar el golpe de gracia—. No te gustaría perder tu poder.

La expresión de Neha se volvió fría, dura.

—¿Tan arrogante eres que crees poseer la fuerza suficiente para hacer mella en mi autoridad?

—No olvides nunca que fui yo quien ejecutó a Uram cuando fue necesario hacerlo. —Acabar con la vida de otro arcángel había fracturado algo en su interior, pero Uram se había convertido en un monstruo y había que impedir que asolara el mundo—. No olvides nunca qué y quién soy, Neha.

La arcángel de la India enfrentó su mirada durante unos instantes muy, muy largos.

—Quizá tu mortal no te haya cambiado, después de todo.

Rafael no replicó; se limitó a finalizar la llamada. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para recorrer el camino que lo llevaría de vuelta junto a su cazadora, supo que Neha se equivocaba. Elena había cambiado algo fundamental en él.

¿
Me estás esperando, hbeebti
?, le preguntó al contactar con su mente y descubrir que estaba despierta.

Cuando abrió la puerta del dormitorio, comprendió que nunca podría regresar a la vida que había llevado antes de conocerla… aquella vida en la que alimentaba la dureza de su corazón y en la que el amor se consideraba una debilidad.

—¿Estás cansada, Elena?

Su cazadora se incorporó en la cama y dejó que la sábana se deslizara hasta su cintura.

12

E
lena se le secó la garganta ante la mirada penetrante de Rafael. De pronto, sentía la piel de los pechos demasiado tensa. Su necesidad de él era un anhelo profundo y doloroso, incentivado por un día que había reavivado sus miedos ocultos, sus más dolorosos secretos. Quería sentir su boca sobre ella, sus manos sobre la piel. Pero aquella noche su arcángel tenía un aspecto muy peligroso. Había algo en él que no se parecía en nada a la rabia que lo había convertido en hielo ardiente tras los sucesos en el colegio de las niñas, algo que no la ponía nerviosa… salvo en un sentido sensual.

—¿Piensas venir aquí en algún momento, arcángel? —le preguntó al ver que seguía acariciándola tan solo con aquellos ojos de un azul inhumano. El dolor de su interior empezó a convertirse en algo más oscuro, más caliente.

Rafael se apoyó en la puerta cerrada del dormitorio.

—Primero quiero disfrutar de las vistas.

Ella era una cazadora y nunca había sido una mojigata, pero Rafael consiguió que se sonrojara, que sus pezones se convirtieran en dos puntas de acero.

—Al menos, quítate la camisa —le pidió mientras frotaba los pies contra las sábanas—. Es lo justo.

—¿Por qué iba a hacer algo así cuando tengo a una cazadora desnuda en mi cama, dispuesta a someterse a todos mis caprichos?

Elena flexionó los dedos de los pies, porque en aquel instante los ojos del arcángel eran los de un conquistador, los de un hombre acostumbrado a las rendiciones. Sin embargo, no era eso lo único que mostraba su rostro. La más sutil de la sonrisas curvaba aquellos labios que conocían todos y cada uno de los puntos de placer ocultos. Sus hombros estaban relajados de una forma que evidenciaba que solo estaba jugando con ella. Pues de eso nada. Seguro que había una gran parte de él que experimentaba la misma satisfacción arrogante que cualquier otro conquistador delante de una mujer desnuda, una mujer que no tenía intención de negarle nada. No obstante, aquel conquistador en particular le había concedido el derecho de plantear sus propias exigencias.

Sin apartar la vista de él, Elena se pasó las manos por las costillas y luego se cubrió los senos. Sus ojos se convirtieron en fuego líquido, pero el arcángel no se movió de la puerta.

—Más, Elena. —Era una orden, una orden pronunciada con un tono de voz que ella solo le había oído en la cama. Un tono sexual, exigente y, en ocasiones, despiadado.

—Siempre órdenes… —susurró ella mientras acariciaba y pellizcaba sus pezones, que reclamaban unos dedos más firmes y atrevidos, aunque estaban tan sensibles que Elena supo que se quedaría hecha polvo en cuanto él le pusiera sus fuertes manos encima—. Quizá quiera ser yo quien da las órdenes en la cama.

—¿Y qué órdenes me darías? —Una pregunta íntima. El arcángel posó la mirada en sus labios sin ningún disimulo antes de bajarla hasta la mano provocativa que ella había introducido bajo la sábana.

Con los pechos ruborizados a causa del beso sensual de los ojos de Rafael, Elena contempló el increíble poder de aquel cuerpo magnífico que se apoyaba en la puerta.

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