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Authors: David Foenkinos

La delicadeza (9 page)

BOOK: La delicadeza
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Dejó tras de sí esa extraña escena de beso robado. Nathalie quiso volver a enfrascarse en su trabajo, pero al final decidió ir en su busca. Había sentido algo complicado de definir. A decir verdad, era la primera vez desde hacía tres años que alguien la agarraba así. La primera vez que no se comportaban con ella como si fuera algo frágil. Sí, era asombroso, pero le había turbado ese movimiento relámpago, de una virilidad casi brutal. Recorrió los pasillos de la empresa, preguntó a diestro y siniestro dónde estaba Markus, a todos los empleados con los que se cruzaba. Nadie lo sabía. No había vuelto a su despacho. Entonces pensó en la azotea del edificio. En esa época del año no iba nadie porque hacía mucho frío. Nathalie se dijo que ahí tenía que estar Markus. Era una intuición acertada. Estaba ahí, junto al antepecho de la pared, en una actitud muy tranquila. Hacía pequeños movimientos con los labios, seguramente soplaba. Casi parecía que fumara, pero sin cigarrillo. Nathalie se acercó a él en silencio:

—Yo también vengo a refugiarme aquí a veces. Para respirar un poco —dijo.

A Markus le sorprendió esa aparición. Nunca habría pensado que Nathalie fuera a buscarlo, después de lo que acababa de ocurrir.

—Va a coger frío —contestó—. Y ni siquiera tengo un abrigo que prestarle.

—Pues nada, cogeremos frío los dos. Al menos en eso no habrá diferencia entre nosotros.

—Qué graciosa.

—No, no soy graciosa. Y lo que hice no tiene ninguna gracia... pero bueno, caray, ¡tampoco es un crimen!

—Entonces es que no sabe usted nada de la sensualidad. Un beso suyo, y luego nada... Pues claro que es un crimen. En el reino de los corazones secos sería usted condenada.

—¿En el reino de los corazones secos?... Nunca le había oído hablar así, Markus.

—No esperará usted que me ponga poético con el expediente 114.

*

El frío modificaba el rostro de ambos. Y agravaba cierta injusticia. Markus se tornaba ligeramente azul, por no decir lívido, mientras que Nathalie palidecía como una princesa neurasténica.

*

—Tal vez sea mejor que volvamos dentro —dijo ella.

—Sí... ¿qué hacemos entonces?

—Pero... pero bueno, ya está bien. No hay nada que hacer. Ya me he disculpado. No hay que hacer tanta historia de un simple incidente.

—¿Y por qué no? A mí no me importaría leer una historia así.

—Bueno, ya basta, esto acaba aquí. Ni siquiera sé lo que estoy haciendo hablando en esta azotea con usted.

—De acuerdo, esto acaba aquí. Pero después de una cena.

—¿Qué?

—Cenemos juntos. Y después le prometo que no hablaré más del asunto.

—No puedo.

—Me lo debe... Sólo una cena.

Algunas personas tienen la capacidad extraordinaria de pronunciar una frase como ésa. Una capacidad que impide al otro responder con una negativa. Nathalie sentía en la voz de Markus toda su capacidad de persuasión. Sabía que sería un error aceptar. Sabía que tenía que dar marcha atrás en ese momento, antes de que fuera demasiado tarde. Pero, delante de él, resultaba imposible decirle que no. Además, tenía tanto frío...

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Información concreta acerca del expediente 114:

Se trata de un análisis comparado entre Francia y Suecia de la regulación en entorno rural de las balanzas del comercio exterior en un periodo que abarca desde noviembre de 1967 hasta octubre de 1974.

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Markus pasó por su casa para cambiarse, y ahora estaba parado delante de su armario sin decidirse. ¿Cómo debía vestirse para ir a cenar con Nathalie? Quería ir hecho un pincel. Pero un pincel nada más era poco para ella. Le habría gustado ir hecho diez pinceles al menos, o cuarenta, o incluso mil. Se aturdía a números para olvidar las cuestiones importantes. ¿Debía llevar corbata? No tenía a nadie que le pudiera ayudar. Estaba solo en el mundo, y el mundo era Nathalie. Aunque habitualmente se sentía bastante seguro sobre sus preferencias en lo que a vestimenta se refiere, ahora perdía pie en todo, y tampoco sabía elegir los zapatos. Había perdido la costumbre de vestirse para salir por la noche. Además, la situación no dejaba de ser delicada: Nathalie era también su jefa, lo cual añadía presión al asunto. Por fin logró relajarse diciéndose que la apariencia no tenía por qué ser lo más importante. Que ante todo debía mostrarse relajado y tener conversación sobre temas variados. Sobre todo no había que hablar de trabajo. Quedaba terminantemente prohibido mencionar el expediente 114. No debía dejar que ese tema se impusiera sobre su velada. Pero ¿de qué iban a hablar entonces? No se cambia así como así de entorno. Se iban a sentir como dos carniceros en un congreso de vegetarianos. No, era absurdo. Quizá lo mejor fuera anular la cita. Todavía estaba a tiempo. Podía decir que le había surgido un problema de fuerza mayor. Sí, lo siento, Nathalie. Me habría gustado tanto, bien lo sabe usted, pero bueno, es que hoy mamá ha muerto. No, no, eso no, demasiado violento. Y demasiado Camus, y Camus, para anular una cena, como que no. Mucho mejor Sartre. Esta noche no puedo, tiene que entenderlo, el infierno son los demás. Un tonito existencialista en la voz y colaría. Mientras divagaba de esa manera, se dijo que seguramente ella también debía de haber buscado excusas para anular la cena en el último momento. Pero, por ahora, todavía nada. Habían quedado una hora después, y no había llegado ningún mensaje de Nathalie. Seguramente estaría pensando a ver qué excusa ponerle. O si no, quizá tuviera un problema de batería en su teléfono y por eso no podía avisarle de que le había surgido un imprevisto. Markus siguió dando vueltas nervioso por su habitación un rato más y, al no tener noticias de Nathalie, salió de casa con la sensación de que debía llevar a cabo una misión espacial.

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Markus había elegido un restaurante italiano, no muy lejos de casa de Nathalie. Bastante amable era ya accediendo a cenar con él, no quería que encima tuviera que cruzar la ciudad de punta a punta. Como llegó con tiempo, se pidió dos vodkas en el bar de enfrente. Esperaba que eso le diera fuerzas y, de paso, un poco de ebriedad. El alcohol no le hizo ningún efecto, y fue al restaurante a sentarse a la mesa que había reservado. Y allí, perfectamente lúcido, descubrió a Nathalie, que llegaba puntual a la cita. Enseguida pensó que se alegraba de no estar borracho. No habría querido que la ebriedad socavara el placer de verla aparecer. Avanzaba hacia él... Era tan guapa...

La suya era una belleza como para poner puntos suspensivos por todas partes... Además, Markus pensó que nunca la había visto por la noche. Casi le asombraba que pudiera existir a esas horas. Seguramente era de esa clase de personas que piensan que lo bello se guarda en una caja durante la noche. Pero resultaba obvio que no era así, puesto que Nathalie estaba allí, en ese momento. Delante de él.

Se levantó para saludarla. Nathalie nunca se había fijado en lo alto que era Markus. Hay que decir que la moqueta de la empresa encoge a los empleados. Fuera, todo el mundo parece más alto. Nathalie recordaría durante mucho tiempo esa primera impresión de altura.

—Gracias por venir —no pudo evitar decir él.

—No hay de qué...

—No... lo digo de verdad, sé que trabaja mucho.. . sobre todo ahora... con el expediente 114...

Ella le lanzó una mirada.

Markus se echó a reír, algo incómodo.
Y eso que me había jurado no hablar del expediente... Dios mío, soy ridículo...,
pensó.

Nathalie sonrió también. Era la primera vez, desde la muerte de François, que se encontraba en la posición de tener que tranquilizar a alguien. Seguro que le sentaba bien hacerlo. Su apuro le resultaba conmovedor. Se acordó de la cena con Charles, de lo seguro que aparentaba estar, y se sintió mejor. Mejor por estar cenando con un hombre que la miraba de la misma manera que lo haría un político que hubiera constatado su victoria en unas elecciones a las que no se había presentado.

—Es mejor no hablar del trabajo —dijo ella.

—Entonces ¿de qué hablamos? ¿De nuestros gustos? Lo de los gustos está muy bien para empezar una conversación.

—Sí... bueno, se me hace un poco raro pensar así en temas de los que podemos hablar.

—La búsqueda de un tema de conversación me parece un buen tema de conversación.

A Nathalie le gustaba esa frase y la forma en que la había pronunciado. Dijo:

—Pues el caso es que es usted gracioso.

—Gracias. ¿Tan siniestro parezco?

—Un poco... sí —dijo ella, sonriendo.

—Volvamos a los gustos. Más vale.

—Voy a decirle algo. Ya no pienso mucho en lo que me gusta y lo que no me gusta.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Sí.

—¿Es usted nostálgica?

—No, creo que no.

—Pues llamándose Nathalie, es más bien raro.

—¿Ah, sí?

—Sí, las Nathalies tienen una clara tendencia a la nostalgia.

De nuevo, Nathalie sonrió. Ya no tenía costumbre de sonreír. Pero las cosas que decía ese hombre eran a menudo desconcertantes. Nunca se podía saber con lo que iba a salir. Pensó que, en su cerebro, sus palabras eran como bolas de la lotería antes de caer del bombo. ¿Tendría más teorías sobre ella? La nostalgia. Reflexionó sinceramente sobre su relación con la nostalgia. Markus la había proyectado de repente a imágenes del pasado. Instintivamente, pensó en el verano de sus ocho años, cuando se había marchado con sus padres a América, dos meses fabulosos que habían pasado recorriendo los grandes espacios del Oeste. Esas vacaciones habían estado marcadas por una pasión: la de los Pez. Esos caramelitos metidos en un dispensador en forma de figurita. Basta apretar sobre la cabeza para que el juguete suelte un caramelo. Ese objeto marcaba la identidad del verano. Nunca más había encontrado esos caramelos. Nathalie evocó ese recuerdo justo cuando apareció el camarero.

—¿Saben ya lo que van a tomar? —preguntó éste.

—Sí. Dos
risottos
con espárragos. Y de postre... tomaremos Pez —dijo Markus.

—¿Tomarán qué?

—Pez.

—No tenemos... pez de postre, señor.

—Pues es una pena —concluyó Markus.

El camarero se alejó, algo molesto. En su interior, el sentido profesional y el sentido del humor eran como dos rectas paralelas. No entendía qué hacía una mujer así con un hombre como ése. Seguro que era productor de cine, y ella, actriz. Tenía que haber una razón profesional para cenar con un fenómeno masculino tan extraño como aquél. ¿Y qué era eso de tomar pez de postre? No le había gustado nada esa broma. Conocía bien a esa clase de clientes que se divierten rebajando a los camareros. Se iba a enterar el tipejo ese, las cosas no iban a quedar así.

A Nathalie le parecía que la velada se estaba tornando encantadora. Markus le parecía muy divertido.

—¿Sabe?, es sólo la segunda vez que salgo en tres años.

—¿Quiere añadirme más tensión todavía?

—No, hombre, si va todo muy bien.

—Mejor que mejor. Me las voy a apañar para conseguir que se lo pase bien esta noche, porque si no volverá usted a hibernar otros tres años más.

Entre ellos era todo muy natural. Nathalie se sentía bien. Markus no era ni un amigo ni alguien por quien se planteara dejarse seducir. Era un mundo cómodo, un mundo sin ningún vínculo con su pasado. Se daban por fin todas las condiciones para una velada indolora.

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Ingredientes del
risotto
de espárragos
:

200g de arroz arborio (o arroz redondo)

500g de espárragos

100g de piñones

1 cebolla

20cl de vino blanco seco

10cl de nata líquida

80g de parmesano rayado

aceite de avellanas

sal

Pimienta

*

Ingredientes de las tejas de parmesano:

80g de parmesano rayado

50g de piñones

2 cucharadas soperas de harina

Unas gotas de agua

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Markus había observado a Nathalie a menudo. Le gustaba verla andar por los pasillos con sus trajes sastre, tremendamente sexy. La imagen de Nathalie que poblaba sus fantasías chocaba frontalmente con su imagen real. Como todo el mundo, sabía por lo que había pasado. Sin embargo, él siempre había visto en ella tan sólo lo que Nathalie mostraba: a una mujer muy segura de sí misma que comunicaba seguridad a los demás. Al descubrirla de pronto en otro entorno en el que no tenía que aparentar tanto, sintió que podía acceder a su fragilidad. De manera ínfima, es cierto, pero en momentos muy fugaces, Nathalie bajaba la guardia. Cuanto más se relajaba, más afloraba su verdadera naturaleza. Sus debilidades, las de su dolor, aparecían paradójicamente junto con sus sonrisas. En un efecto de péndulo, Markus empezó a adoptar un papel más fuerte, casi protector. Frente a ella, se sentía divertido y vivo, viril incluso. Le hubiera gustado vivir toda su vida con la energía de esos minutos.

En su papel de hombre-que-toma-las-riendas- de-la-situación, algún error tenía que cometer. Al pedir una segunda botella, se hizo un lío con los nombres de los vinos. Había fingido ser un conocedor, y el camarero no había dudado en lanzarle una pulla que ponía de manifiesto su ignorancia. Fue su pequeña venganza personal. Ello irritó profundamente a Markus, tanto es así que, cuando el camarero trajo la botella, se aventuró a decir:

—Ah, gracias. Teníamos sed. Y vamos a beber a su salud.

—Gracias, es muy amable por su parte.

—No, no es muy amable por mi parte. Hay una tradición en Suecia según la cual todo el mundo puede cambiar de lugar en cualquier momento. Nada es definitivo nunca. Y usted que está de pie, algún día podría estar sentado. De hecho, si quiere, me levanto ahora mismo y le dejo mi sitio.

Markus se levantó de pronto, y el camarero no supo cómo reaccionar. Esbozó una sonrisa incómoda y dejó la botella en la mesa. Nathalie se echó a reír, sin comprender del todo la actitud de Markus. Le había gustado esa irrupción de lo grotesco. Cederle su asiento al camarero era tal vez la mejor forma de ponerlo en su sitio. Le gustó ese momento, que consideraba poético. Le parecía que Markus tenía un aire y una actitud un poco «país del Este», absolutamente encantadores. En su Suecia había como un toque de Rumania o de Polonia.

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