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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (23 page)

BOOK: La esquina del infierno
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—He estado en situaciones peores. Una vez la reina se puso en mi contra.

Stone se mostró intrigado.

—¿Y eso?

—Un malentendido que fue más culpa de ella que mío. Pero es la reina, así que ya ves. Aunque al final se solucionó. —‌Dio otro mordisco al bollo‌—. Pero por lo que sé de ti, estás acostumbrado a complicarte la vida.

—Nunca ha sido mi intención —‌reconoció Stone con voz queda.

Chapman se recostó en el asiento.

—¿Pretendes que me lo crea?

—Cumplí con mi deber, incluso cuando no estaba de acuerdo con lo que tenía que hacer. Fui débil en ese sentido.

—Estabas preparado para obedecer órdenes. Todos lo estamos.

—Nunca es tan sencillo.

—Si no fuera tan sencillo nuestro mundo se iría al carajo rápidamente.

—Bueno, a veces tendría que irse al carajo.

—Supongo que es lo que te pasó a ti.

—¿Has estado casada alguna vez?

—No.

—¿Quieres estarlo?

Chapman bajó la mirada.

—Supongo que la mayoría de las mujeres quieren estarlo, ¿no?

—Creo que la mayoría de los hombres también. Yo me casé. Tenía una mujer a la que amaba y una niña que lo eran todo para mí.

Stone se quedó callado.

Al final Chapman rompió el silencio.

—¿Y las perdiste?

—Y toda la culpa fue mía.

—Tú no apretaste el puto gatillo, Oliver.

—Como si lo hubiera hecho. Un trabajo como el mío no se deja por voluntad propia. Y no tenía que haberme casado. No tenía que haber tenido una hija.

—A veces esas cosas no pueden controlarse. El amor no se puede controlar. —‌Stone la miró. Chapman lo miraba de hito en hito‌—. No se puede, ni siquiera nosotros podemos.

—Pero, teniendo en cuenta cómo acabó la cosa, debería haberlo intentado.

—¿O sea que piensas culparte para siempre?

La pregunta le pilló por sorpresa.

—Por supuesto que sí. ¿Por qué?

—Solo preguntaba. —‌Dejó lo que le quedaba del bollo y se centró en los informes que tenía delante.

Stone puso en marcha el televisor con el mando a distancia y sintonizó las noticias. Justo entonces apareció una periodista retransmitiendo desde las proximidades de Lafayette Park.

—Y los últimos informes apuntan a que Alfredo Padilla, de origen mexicano, murió en la explosión. Según parece, había una bomba en el agujero de un árbol en Lafayette Park, y el señor Padilla, que huía de los disparos que asolaban el parque, cayó en el agujero y la bomba estalló. Se está preparando un funeral para el señor Padilla, que murió como un héroe aunque fuera de forma involuntaria. El agente especial del FBI, Thomas Gross, veterano dentro del cuerpo, murió durante un tiroteo en el vivero donde se había adquirido el árbol con la bomba. Recibirá los honores en el mismo funeral en lo que algunos califican de estratagema política para mejorar las relaciones entre los dos países. Otro hombre, John Kravitz, que trabajaba en el vivero y supuestamente estaba implicado en esta conspiración con bomba, fue asesinado por una persona desconocida en su casa de Pensilvania cuando la policía lo abordó. Seguiremos informando.

Stone apagó el televisor.

—Por ahí hay algún bocazas —‌dijo‌—. En mis tiempos nunca habríamos revelado tanto sobre una investigación inconclusa.

—Eso era antes de la época de Internet y el periodismo banal que se ve obligado a ofrecer contenido cada segundo del día —‌comentó Chapman.

—No sé si me dejarán asistir al funeral de Gross.

—Yo en tu lugar no contaría con ello.

Al cabo de cinco minutos, Chapman habló:

—Un momento.

—¿Qué? —‌preguntó Stone, mirándola.

Alzó una hoja de papel.

—La lista de pruebas de la escena del crimen correspondiente al parque.

Stone la miró.

—Bueno, ¿qué ves?

—Lee esa columna —‌indicó, señalando una lista de números y las categorías correspondientes en la parte izquierda de la hoja.

Stone la leyó.

—Vale. ¿Qué pasa?

Le enseñó otra hoja.

—Ahora lee esto.

Stone así lo hizo. Se estremeció y volvió a mirar la primera hoja.

—¿Por qué nadie lo ha comparado hasta ahora?

—Probablemente porque estaba en dos informes distintos.

Stone comparó ambos documentos.

—Doscientas cuarenta y seis balas en el parque y alrededores que concuerdan con las TEC-9 —‌dijo.

—Cierto.

Miró el otro papel.

—Pero los cartuchos que encontraron en el hotel Hay-Adams solo ascendían a doscientas cuarenta —‌dijo.

—También es cierto.

—Cabría esperar más cartuchos que balas, porque algunas balas quizá no se encuentren —‌empezó a decir Stone.

—Pero nunca se tienen menos cartuchos que balas encontradas —‌dijo Chapman para rematar la idea de Stone‌—. A no ser que los malos cogieran unos cuantos y dejaran el resto. Lo cual nunca harían. O se los llevan todos o ninguno.

Stone alzó la mirada.

—¿Sabes qué significa eso?

Chapman asintió.

—Los cartuchos se colocaron en el hotel y alguien se equivocó al contarlos. Los disparos procedieron de otro lugar.

44

—Tenemos compañía, Annabelle —‌anunció Reuben.

Ella miró por el retrovisor.

—¿El todoterreno negro con las ventanas tintadas?

—Ajá.

—Estaba estacionado en el bar donde hemos parado —‌dijo ella.

—Ya lo sé. Creo que a alguien le interesa nuestra conversación con los hispanos.

—¿Qué hacemos? —‌preguntó ella‌—. Estamos en el quinto pino, y no quiero llamar a la policía, porque entonces tendremos que dar explicaciones y no me apetece.

—Sigue conduciendo. Ahora viene una curva. Entonces se pondrán en evidencia.

—¿Y qué haremos nosotros? —‌preguntó Annabelle.

—Todavía lo estoy pensando. Sigue conduciendo. Y entra en la curva rápido. Quiero que el piloto preste atención a la carretera, no a mí.

Annabelle aceleró y tomó la curva a gran velocidad.

—Pisa más fuerte —‌ordenó Reuben.

Eso es lo que hizo, esforzándose por mantener el coche en la carretera.

Reuben se había girado en el asiento y miraba hacia atrás. Se sacó una pistola grande del bolsillo y apuntó fuera de la ventana.

—No sabía que ibas armado —‌dijo Annabelle.

—Pues ahora ya lo sabes.

—¿Tienes permiso para llevar eso?

—Sí, pero caducó hace quince años.

—Un momento, ¿y si esos tipos son policías?

—Estamos a punto de descubrirlo.

Entonces apareció el todoterreno. Había un hombre colgado de un lado del vehículo armado con una metralleta.

—Me parece que no es la poli —‌dijo Reuben‌—. Continúa.

El hombre disparó con la metralleta a la vez que Reuben. La metralleta apuntaba al coche. Reuben apuntaba al neumático delantero. La metralleta dio en el blanco y les destrozó la ventanilla trasera. Annabelle se inclinó hacia delante y hacia abajo y acabó con la cabeza casi en el volante.

Reuben disparó una, dos y luego una tercera vez mientras el tipo de la ametralladora la cargaba. Los neumáticos delanteros del todoterreno quedaron destrozados. El coche salió disparado de la carretera, chocó contra el arcén y volcó.

Annabelle se incorporó.

—Cielo santo.

Reuben se dio la vuelta.

—¡Cuidado! —‌gritó.

Un segundo todoterreno se les acercaba en la dirección contraria e iba directamente a por ellos. Annabelle dio un volantazo y el coche dio un bandazo hacia el otro lado de la carretera, sorteó el arcén y acabó en la tierra. Dio un acelerón y dirigió el coche hacia una arboleda. Al llegar a las inmediaciones, paró el coche con brusquedad, salieron del mismo y corrieron hacia los árboles mientras el todoterreno se abalanzaba sobre ellos.

Reuben se giró y lanzó unos cuantos disparos en dirección al vehículo, lo cual le hizo desviarse. En cuanto llegaron a la arboleda, recibieron una ráfaga de fuego procedente de una ametralladora. Reuben tomó a Annabelle del brazo y la hizo protegerse con la vegetación.

Él no tuvo tanta suerte. Una bala le alcanzó el brazo.

—¡Mierda!

—¡Reuben!

Se dio la vuelta y disparó al vehículo, que estaba parado. El parabrisas se astilló y los hombres que estaban dentro intentaron cobijarse.

Reuben giró sobre sus talones y se internó a trompicones en el bosque junto con Annabelle. Ella le ayudaba a caminar sujetándole por el otro hombro.

Reuben consiguió hablar con los dientes apretados.

—Ahora quizá sea un buen momento para llamar a la poli, Annabelle. Prefiero dar explicaciones que yacer en un ataúd cuando estos tíos acaben con nosotros.

Sacó el móvil del bolso y marcó el 911. Nada.

—Mierda. No tengo cobertura.

—Perfecto.

—Pero otras veces sí que tenía cobertura en esta zona.

—A lo mejor han provocado interferencias en la señal.

—¿Quiénes son, joder?

—Tipos con los que no queremos vernos las caras.

Se refugiaron detrás de un árbol. Reuben disparó el resto de la munición en dirección a sus perseguidores. Una ráfaga de fuego automático cayó sobre ellos.

—Cárgame la pistola —‌pidió Reuben con los dientes apretados‌—. Tengo otro cargador en el bolsillo derecho. —‌Ella hizo lo que le indicaba y le devolvió la pistola. Reuben inspeccionó el terreno que les rodeaba‌—. Varias ametralladoras contra una única pistola solo puede acabar de una manera —‌declaró.

—¿O sea que estamos condenados a morir?

—Yo no he dicho eso.

—¿Qué haría Oliver?

—Algo impredecible.

—¿Y qué significa exactamente en esta situación?

Reuben lanzó tres disparos más y luego se cobijaron detrás de un gran roble mientras la lluvia de fuego de metralleta caía a su alrededor.

—Cuando dejen de disparar, corre hacia allí —‌dijo Reuben. Señaló detrás de ellos‌—. Corta hacia la izquierda y vuelve a la carretera. Allí podrás hacer una llamada o parar algún coche.

—¿Y tú qué? —‌exclamó enfurecida.

Los disparos se interrumpieron mientras los hombres recargaban las armas.

Reuben agarró a Annabelle por el brazo y la empujó.

—Márchate.

—Tiene que haber otra manera.

—No la hay. No podemos salir airosos de esta.

—Reuben, no puedo dejarte …

Le apretó el brazo con tanta fuerza que Annabelle hizo una mueca de dolor.

—Haz lo que te digo. Uno de los dos tiene que salir de aquí.

—Pero …

Al cabo de un instante Reuben corría a toda velocidad hacia sus perseguidores.

Pasmada, Annabelle se giró y corrió en la dirección contraria. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas cuando oyó que volvían a abrir fuego.

Annabelle corría, pero no lograba contener las lágrimas mientras oía los disparos de la metralleta.

45

En la ciudad había oscurecido. Stone observaba detenidamente desde el punto que había escogido en Lafayette Park. Consultó la hora. Faltaban diez segundos. Los contó mentalmente. La luz empezó a parpadear a lo lejos. Se trataba de una pequeña comprobación que se les había ocurrido a él y a Chapman. Estaba encendiendo y apagando un láser de luz roja de alta intensidad para simular los destellos de la boca de un arma.

Ella estaba en el jardín de la azotea del Hay-Adams. La luz apenas resultaba visible desde su ubicación. Y los árboles no le permitían ver más allá. Llamó a Chapman y le contó los resultados de sus observaciones. Ella se trasladó al siguiente lugar del experimento, un edificio situado detrás y a la izquierda del hotel.

Stone había elegido el edificio empleando el hotel como punto de referencia debido al rastro de las balas en el parque y también porque las ventanas de ese edificio se podían abrir. Recordaba que todas las señales que marcaban las balas encontradas estaban en la zona izquierda u occidental del parque. Al comienzo no les había extrañado, pero ahora, sabiendo que los disparos no se habían efectuado desde el Hay-Adams, no es que no fuera extraño, sino que resultaba esclarecedor.

Mientras Stone esperaba que Chapman llegara a su siguiente ubicación, notó una presencia detrás de él. Se volvió. Era Laura Ashburn, la agente del FBI que le había interrogado acerca del asesinato de Tom Gross. Iba toda vestida de negro salvo por la chaqueta azul del FBI con las letras doradas en la espalda. Llevaba una gorra de béisbol del FBI y observaba a Stone.

—Agente Ashburn —‌dijo‌—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—Quiero hablar contigo —‌dijo ella.

—De acuerdo.

—Hemos presentado nuestro informe.

—Vale.

—No ha sido muy halagador contigo.

—Después de la reunión que mantuvimos no me esperaba que lo fuera. ¿Es todo lo que querías decirme?

—No estoy segura —‌respondió ella con vacilación. Stone sonrió‌—. ¿Te parece gracioso?

—Voy a decirte lo que me parece gracioso. Después de todos los efectivos que se han asignado a este caso, nadie sabe qué coño pasó realmente ni por qué. Vais todos señalando con el dedo por ahí, ocultando información, espiando a los vuestros.

—Pero qué coño estás …

Stone no le dejó hablar.

—Espiando a los vuestros y haciendo todo lo posible para llevarles la delantera a los demás. Mientras tanto el problema no se resuelve y se pierden algunas vidas.

—Bueno, eso no ayudará a Tom Gross.

—Tienes razón, no le ayudará. Lo que quizás hubiera salvado a Tom Gross es un poco de confianza y cooperación por parte de su propia agencia.

—¿Qué te dijo exactamente? —‌preguntó Ashburn con expresión confundida.

—Básicamente que, si no podía confiar en los suyos, ¿cómo demonios iba a resolver el caso?

Ashburn bajó la vista y luego lanzó miradas furtivas alrededor del parque, donde continuaba la investigación, aunque a un ritmo más pausado.

—Por fin he sabido más de tu historial —‌dijo sin mirarle a la cara.

—Estoy convencido de que figurará en el informe retocado.

—¿De verdad rechazaste la Medalla de Honor?

Stone la miró.

—¿Por qué lo quieres saber?

—Mi hijo está en Afganistán, con los marines.

—Seguro que servirá bien a su país, igual que su madre.

—Mira, entiendo que estés enfadado conmigo, pero deja a mi hijo …

—A mí no me van esos jueguecitos. Lo he dicho muy en serio. Haces tu trabajo. No te critico. Si estuviera en tu lugar, también estaría disgustado. Querría contraatacar. Y si quieres utilizarme de blanco, adelante. Tengo muchas cosas de las que culparme. No lo negaré.

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