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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, policíaco

La estancia azul (23 page)

BOOK: La estancia azul
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—Eso no evitará que el demonio Trapdoor se autodestruya. Estoy seguro de que Phate lo ha programado para que se suicide si hacemos algo fuera de lo normal.

—Bueno, ¿qué vas a hacer entonces?

—Darle un poco al teclado como si fuera otro usuario. Quiero experimentar un poco para ver dónde vive el demonio Trapdoor.

—Como un ladrón de cajas fuertes que siente las ruedas antes de probar una combinación —dijo Nolan brindándole una débil sonrisa.

Gillette asintió. Inició la máquina y examinó el menú principal. Cargó unas cuantas funciones: un procesador de textos, una hoja de cálculo, un programa de fax, antivirus, varios programas de almacenamiento en disco, algunos juegos, un par de
browsers
de Internet…

Mientras tecleaba espiaba la pantalla para ver cómo aparecían en ella las letras luminosas correspondientes a los caracteres que había escrito. Escuchó el rotar del disco duro para comprobar si hacía ruidos que no estuvieran sincronizados con la tarea que debía estar realizando en ese preciso momento.

Patricia Nolan se sentó a su lado y también miraba la pantalla.

—Puedo sentir el demonio —susurró Gillette—, pero hay algo raro: parece como si se estuviera moviendo de un lado a otro. Salta de programa en programa. Cada vez que abro uno se cuela dentro: quizá para saber si lo busco. Y cuando decide que no lo busco se va…Vive dentro, en algún lado. Tiene que tener una casa.

—¿Dónde? —preguntó Bishop.

—Veamos si puedo encontrarla —Gillette abrió y cerró una docena de programas, y luego otra, mientras tecleaba con furia—. Vale, vale…Este es el directorio más torpe —miró una lista de ficheros y luego dijo con risa floja—: ¿Sabéis dónde se esconde?

—¿Dónde?

—En el programa del Solitario.

—¿Qué?

—En el juego de cartas.

—Pero ese juego viene con cada ordenador que se vende en América —dijo Sánchez.

—Es probable que ésa sea la razón por la cual Phate escribió su código de esa manera —dijo Nolan.

Bishop sacudió la cabeza.

—¿Así que cualquiera que posea un juego del Solitario en su ordenador puede tener el Trapdoor?

—¿Qué pasa si uno cancela el Solitario o lo borra?

Lo discutieron un poco. Gillette sentía mucha curiosidad por la forma en que trabajaba Trapdoor y le hubiera encantado extraer el programa y examinarlo. Si borraban el juego el demonio se suicidaría, pero el mismo conocimiento de ese hecho les podría brindar un arma: cualquiera que sospechase que su ordenador contenía un demonio podría borrar el juego y ya estaba todo arreglado.

Decidieron copiar el disco duro del ordenador que había usado Jamie Turner y, una vez hecho eso, Gillette borraría el Solitario y saldrían de dudas.

Cuando Sánchez acabó de copiar el disco duro, Gillette borró el programa. Pero advirtió un retraso apenas perceptible en la operación. Y cuando volvió a probar varios programas se dio cuenta de que el que ahora andaba renqueante era el antivirus.

—Aún está ahí —dijo Gillette, riendo con amargura—. Ha saltado a un nuevo programa y anda vivito y coleando. ¿Cómo lo hace? —el demonio Trapdoor había presentido que iban a echar abajo su casa y había demorado la actuación del programa de eliminación para que le diera tiempo a escapar desde el software del Solitario hasta un nuevo programa.

Se levantó y sacudió la cabeza.

—No hay nada que pueda hacer aquí. Llevemos la máquina a la UCC y…

Percibió una imagen velada en movimiento y acto seguido la puerta de la sala de ordenadores se abría en un estallido y volaban cristales por todas partes. Se oyó un grito de rabia que inundó la sala y Gillette tuvo que echarse a un lado para evitar una figura que cargaba contra el ordenador. Nolan cayó de rodillas, exhalando un breve grito de desmayo.

Bishop también tuvo que echarse a un lado.

Linda Sánchez hizo el gesto de sacar la pistola.

Gillette se agachó para evitar la silla que le pasó por encima y que se estrelló contra la pantalla del ordenador en el que había estado sentado.

—¡Jamie! —gritó el administrador con rudeza—. ¡No!

Pero el chico volvió a tomar impulso mientras aferraba la silla y la empotró de nuevo contra el monitor, que implosionó con un gran estallido y esparció pedazos de cristal por todos lados. Comenzó a salir humo de la carcasa.

El administrador le quitó la silla a Jamie de las manos, antes de echarla a un lado y arrojarlo al suelo.

—¿Qué se cree que está haciendo, jovencito?

El chaval pataleó, llorando, e intentó atacar el ordenador otra vez. Pero tanto Bishop como el administrador lo sujetaron.

—¡Lo voy a destrozar! ¡Lo mató! ¡Mató al señor Boethe!

—¡Quiero que se tranquilice de inmediato, señor! —dijo el administrador—. No permitiré semejante comportamiento en ninguno de mis estudiantes.

—¡Quítame las putas manos de encima! —replicó el chaval.

—¡Muy bien, joven voy a dar parte de esto! Voy a…

—¡Lo mató y yo voy a matarlo a él! —el chico se estremecía por la congoja.

—¡Señor Turner, compórtese ahora mismo! No se lo volveré a repetir.

Mark, el hermano de Jamie Turner, entró en la sala de ordenadores. Le echó un brazo por los hombros a su hermano, quien se dejó caer encima de él, llorando.

—Los estudiantes tienen que comportarse correctamente —dijo el administrador, ante las caras largas de los del equipo de la UCC—. Así es como hacemos las cosas aquí.

Bishop miró a Sánchez, quien estaba evaluando los daños.

—La CPU está bien —dijo ella—. El monitor ha quedado para el arrastre.

Wyatt Gillette llevó un par de sillas hasta un rincón y le indicó a Jamie que lo acompañara. El chico miró a su hermano, quien le hizo un gesto de asentimiento, y se unió al hacker.

—Creo que si haces eso te quedas sin la puta garantía —dijo Gillette, que se reía mientras ojeaba el monitor.

El profesor se puso recto, probablemente irritado ante el lenguaje de Gillette, pero éste no le hizo caso.

El chico hizo una leve mueca intentando sonreír que se evaporó al instante.

—Booty murió por mi culpa —dijo el chaval, un rato después. Lo miró—: Yo conseguí la clave para la puerta, yo descargué el plano de las alarmas de la puerta. ¡Ojalá estuviera muerto! —se secó la cara en su propia manga.

Gillette advirtió que de nuevo el chaval tenía algo más en mente.

—Vamos, dime de qué se trata —lo invitó a sincerarse, con suavidad.

El chico humilló la cabeza y por fin explicó:

—Ese hombre, el que ha matado a Booty, dijo que si yo no hubiera estado hackeando, Booty aún estaría con vida. Que yo había sido el que lo había matado. Y que no debo volver a tocar un ordenador porque puedo matar a más gente y tendré que cargar con eso durante el resto de mis días.

—No, no, no, Jamie —sacudió la cabeza Gillette—. El tipo que ha hecho esto es un puto psicópata. Se le metió en la cabeza que se iba a cargar a tu rector y que nada se interpondría en su camino. Si no se hubiera servido de ti, se habría servido de otra persona. Y me parece que dijo eso porque te tiene miedo.

Jamie guardó silencio.

—No puedes romper todas las máquinas del mundo —afirmó Gillette, mirando hacia el monitor humeante.

—¡Pero puedo joder ésa! —respondió el chaval con rabia.

—Es sólo una herramienta —explicó Gillette, con suavidad—. Hay gente que usa destornilladores para entrar en casas ajenas. Y no vas a destruir todos los destornilladores.

Jamie se apoyó sobre un montón de libros, gimoteando. Gillette le pasó un brazo por los hombros.

—No volveré a tocar un puto ordenador. ¡Los odio!

—Bueno, eso sí que va a ser un problema.

El chaval se secó las lágrimas.

—¿Un problema?

—Mira, necesitamos que nos eches una mano —dijo Gillette.

—¿…que os ayude?

El hacker sostenía en la mano una página de papel con los apuntes del chico.

—¿Has escrito tú este programa? ¿Crack–er?

El chico asintió.

—¿Y también te introdujiste en el sistema de la compañía de alarmas?

El chaval sollozó.

—Fue muy fácil. Sus cortafuegos eran de primera generación. Y no habían instalado software de doble identificación.

—Eres bueno, Jamie. Eres muy bueno. Hay administradores de sistemas que no podrían llevar a cabo los actos de pirateo que tú haces. Y nosotros necesitamos que alguien bueno nos ayude. Vamos a llevarnos la máquina para analizarla en la Central. Pero voy a dejar aquí las otras y estaba pensando que quizá puedas echar una ojeada y mirar si puedes encontrar algo que nos ayude a pillar a ese cabrón.

—¿Qué es lo que quieres que haga?

—¿Sabes lo que es un hacker white hat?

—Sí —dijo el muchacho, dejando de llorar—. Un hacker bueno que ayuda a encontrar a los hackers malos.

—¿Quieres ser nuestro white hat? No contamos con suficiente personal en comisaría. Quizá tú encuentres algo que nosotros hemos pasado por alto.

Ahora el rostro del chico mostraba que estaba avergonzado de haber llorado. Se secó la cara con enfado.

—No sé. No sé si quiero.

—Nos vendría muy bien un poco de ayuda.

—Vale, ya va siendo hora de que Jamie vuelva a su habitación —dijo el administrador.

—No, esta noche no se va a quedar aquí —replicó su hermano—. Vamos a ir al concierto y luego se vendrá a dormir conmigo.

—No —dijo el profesor con firmeza—. Necesita un permiso firmado por tus padres, y no hemos podido ponernos en contacto con ellos. Aquí tenemos ciertas reglas y, después de esto —hizo el gesto de lavarse las manos—, no nos las vamos a saltar a la torera.

—Dios mío, tranquilícese, ¿quiere? —susurró Mark Turner, inclinándose hacia delante—. El chaval ha pasado el peor día de su vida y usted…

—No tiene ningún derecho a juzgar cómo tutelamos a nuestros estudiantes.

—Pero yo sí —dijo Bishop—. Y Jamie no va a hacer ninguna de las dos cosas: ni quedarse aquí, ni asistir a ningún concierto. Se viene a comisaría a firmar una declaración escrita. Y luego lo llevarán a casa de sus padres.

—No quiero ir allí —dijo el chico, angustiado—. No quiero ir con mis padres.

—Me temo que no tengo elección, Jamie —respondió el detective.

El chico emitió un gemido y pareció que iba a volver a echarse a llorar.

Bishop miró al administrador y dijo:

—A partir de ahora, me hago cargo de todo. Y usted ya va a tener demasiado trabajo con los otros chicos.

El hombre miró al detective (y la puerta rota) con cara de pocos amigos y se largó de la sala de ordenadores.

Una vez que se hubo ido, Frank Bishop sonrió y dijo al muchacho:

—Bueno, jovencito, tú y tu hermano salid de aquí ahora. Quizá no lleguéis a los teloneros pero si os dais prisa podréis ver el concierto.

—Pero ¿y mis padres? Usted dijo que…

—Olvida lo que he dicho. Llamaré a tus padres y les diré que vas a dormir donde tu hermano —miró a Mark—. Asegúrate de que mañana llega a tiempo para sus clases.

El chico era incapaz de sonreír, sobre todo después de haber pasado por algo así, pero les ofreció una mueca. Dijo «Gracias», y fue hacia la puerta.

Mark Turner estrechó la mano del detective.

—Jamie —llamó Gillette.

El chico se volvió.

—Recuerda lo que te he dicho sobre ayudarnos.

Jamie miró un segundo el monitor humeante. Se dio la vuelta y se fue sin formular respuesta.

—¿Crees que puede encontrar algo? —preguntó Bishop a Gillette.

—No tengo ni idea. Pero no se lo he pedido por eso. Me he imaginado que después de una cosa así el chaval necesita retomar las riendas —Gillette señaló las notas de Jamie—. Es muy, muy bueno. Sería un crimen que se asustase y dejara la informática.

—Wyatt, eso ha sido muy noble por tu parte —el detective parecía emocionado por esa confesión—. Cuanto más te trato, menos te veo como el típico hacker.

—Quién sabe, quizá no lo sea.

Luego Gillette ayudó a Linda Sánchez a proceder en el ritual de desconectar el ordenador que había actuado como conspirador en el asesinato del pobre Willem Boethe. Ella lo envolvió en una manta y lo ató al carrito con ruedas con mucho cuidado, como si tuviera miedo de que un empujón o un golpe dislocaran o destruyeran pruebas relativas al paradero de su adversario.

No encontraron nuevas pruebas en la Unidad de Crímenes Computarizados.

La alarma informática que avisaría de la presencia de Shawn o Phate en la red no había saltado, y Triple–X tampoco se había vuelto a conectar.

Tony Mott, que aún parecía desilusionado porque le hubieran negado una oportunidad de jugar a «policías de verdad», estudiaba a regañadientes hojas y más hojas en las que Miller y él habían tomado numerosas notas mientras el resto de la unidad se desplazaba a la Academia St. Francis.

—Ni en el VICAP ni en las bases de datos estatales hay nada que lleve el nombre de Holloway —les dijo—. Muchos de los expedientes han sido destruidos y los que permanecen no poseen nada de interés.

—TMS —recitó Linda Sánchez, pronunciando en inglés la serie de letras—. IDK.

Gillette y Nolan rieron.

Mott tradujo a Bishop y a Shelton estas siglas de la Estancia Azul:

—Significa
Tell me something I don't know,
cuéntame algo que no sepa. Pero, sorpresa, todos los informes que borraron eran de los departamentos de cuentas y de los de personal.

—Entiendo que pueda adentrarse en los archivos y borrar ficheros de ordenador —dijo Linda Sánchez—, pero ¿cómo consigue deshacerse del material de árbol muerto?

—¿De qué?

—De los ficheros en soporte de papel —explicó Gillette—. Es muy fácil: se mete en el ordenador del Departamento de Registros y escribe un memorándum para que alguien se dedique a destruir los informes.

Mott añadió que muchos de los jefes de seguridad de los antiguos empleadores de Phate creían que se había ganado (y seguía ganándose la vida) haciendo de corredor de piezas robadas de superordenadores, de las que había una inmensa demanda, en especial en Europa y en países del Tercer Mundo.

Se les subió el ánimo durante un instante cuando oyeron que llamaba Ramírez para informar de su charla con el dueño de la tienda de artículos teatrales Ollie. El hombre había observado la foto de la detención del joven Jon Holloway y había confirmado que había ido por la tienda en repetidas ocasiones durante el pasado mes. El dueño no podía recordar con exactitud lo que había comprado, pero se acordaba de que las adquisiciones habían sido cuantiosas y de que siempre pagaba en metálico. El dueño no sabía dónde vivía Holloway, pero recordaba una breve conversación que había mantenido con él. Le había preguntado a Holloway si era un actor y si, de ser ésa su circunstancia, le costaba encontrar trabajo.

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