Read La isla de las tres sirenas Online

Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (55 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
6.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Todo? —dijo él, un poco burlón, como si Claire también hubiese puesto en duda la profundidad de su propio relato.

—Ni más ni menos que lo que sé de usted.

—Sí, desde luego. Apuesto a que nunca pudo soñar que celebraría su aniversario de boda en una isla tropical. Resultará extraño, ¿verdad?

—Sí, pero la idea me gusta. Cuando me casé con Marc, estaba convencida de que visitaríamos muchos países exóticos, teniendo en cuenta que él es etnólogo. Pero en realidad, no le gusta viajar fuera de Estados Unidos.

Los viajes le ponen nervioso. Yo casi había dejado de pensar en ello, cuando de pronto surgió esto. Me parece maravilloso. ¡Hay en este pueblo tantas cosas que deseo ver y saber! No sé por qué me parece que todo se relaciona de un modo u otro conmigo, con mi propia vida. Paso a máquina las cartas de Maud, que constituyen un estímulo para mí. No hago más que decirme: ¡Si pudiera visitar un sitio así!, y entonces me doy cuenta de que estoy aquí.

—¿Qué sitios le gustaría más visitar?

—Todo. Es decir, todo lo que figura con dos estrellas en el Baedeker… el Louvre, el Kremlin, las Cataratas del Niagara… entre otras cosas.

Courtney sonrió, complacido.

—En Las Tres Sirenas no tenemos ningún Louvre, pero sí tenemos algo que merecería también dos estrellas. Tiene usted que visitar la Choza Sagrada. En ella da comienzo todo lo de esta sociedad. Allí los jóvenes ingresan en la pubertad; allí se inician las costumbres de la tribu. ¿Cuándo desea verla?

—Cuando usted tenga un momento para acompañarme.

—Ahora lo tengo —dijo Courtney, descruzando las piernas y levantándose—. No es necesario que espere a Maud Hayden, realmente. Prefiero enseñarle esto. Y usted, ¿qué dice?

—Que no quiero perdérmelo por nada del mundo.

Claire quitó las hojas en blanco de la máquina de escribir y las colocó cuidadosamente a un lado.

A los pocos minutos, salió con Courtney al poblado. El rectángulo formado por los abrasadores rayos solares ocupaba aún el centro del poblado. Pero a medida que avanzaba la tarde, el sol se iba poniendo y el fuego que caía de lo alto había cesado. Sintiendo menos calor que antes, Claire acompañó a Courtney por la aldea.

—Hay una cosa que me sigue intrigando —dijo Claire—. El capitán y los marineros del bergantín que desembarcó a Daniel Wright y a los suyos en Las Sirenas, debían de tener cartas y mapas de su ruta. ¿Cómo fue que jamás revelaron la situación de Las Sirenas al mundo exterior?

—Lo hubieran hecho, desde luego, de haber vivido —repuso Courtney—. Mr. Wright incluso llegó a pedir al capitán del buque que regresara a los dos años para recogerlos, si aquel país de Utopía hubiese resultado un fracaso. Pero el bergantín no había de regresar jamás. Un día el mar arrojó a la playa de Las Sirenas algunas tablas y barricas, entre las cuales figuraba una con el nombre del barco. Según parece, poco después de desembarcar a Wright y los suyos, el bergantín sufrió los embates de un huracán tropical.

El buque naufragó y todos sus tripulantes perecieron. Por eso, el único hilo conductor que hubiera permitido dar con el paradero de Daniel Wright se perdió. Aquel huracán preservó el aislamiento de esta sociedad desde 1796 hasta nuestros días. —Courtney alzó la mano para señalar con el índice—. La Choza Sagrada está al otro lado de esos árboles.

Penetraron por un sendero que serpenteaba a través de una densa y fresca arboleda y de pronto, sin ninguna advertencia previa, se dieron casi de manos a boca con una choza circular coronada por un extraño pináculo, que parecía haber tenido por modelo el cucurucho de una bruja.

—Esta es la Choza Sagrada original, construida según las indicaciones de Daniel Wright y Tefaunni en 1799 —dijo Courtney—. En realidad, creo que sólo se conserva el armazón de madera. El techo de bálago y las cañas han sido reemplazados muchas veces, cuando las inclemencias del tiempo las han deteriorado. Entremos.

La elevada puerta de entrada tenía un pestillo de madera. Courtney lo abrió, tiró de la puerta hacia sí y luego indicó a Claire que lo siguiera.

Ella quedó sorprendida ante la pequeñez y la oscuridad que había en la redonda estancia. Comprendió entonces que no había ventanas, sólo largas rendijas para la ventilación, situadas a gran altura, en el lugar donde las paredes curvadas se inclinaban hacia dentro al alcanzar el techo cónico.

—Es la construcción más alta del poblado —comentó Courtney—. Es para llevarlo más cerca del Sumo Espíritu.

—¿El Sumo Espíritu? ¿Es así como se llama su dios?

—Sí, salvo que rinden culto a más de una deidad. El Sumo Espíritu no tiene altares ni se representa por medio de imágenes… reina sobre las demás divinidades, que tienen misiones concretas. —Señaló tres ídolos grises, de varios palmos de altura, que se distinguían confusamente en la oscuridad contigua a una de las curvadas paredes—. Ahí tiene los dioses del placer sexual, de la fecundidad y del matrimonio.

Aquellas tres esculturas de piedra recordaron vagamente a Claire sendas representaciones de Quetzalcoatl, Siva e Isis.

—La religión local —continuó Courtney— no constituye un código riguroso de creencias. Concede un papel preponderante al sexo y aboga por su práctica. Este es un detalle importante, porque en Occidente, por regla general, la religión se opone a la vida sexual, exceptuando la procreación. A su llegada, Daniel Wright tuvo la discreción de no oponerse a esta religión tan laxa ni a intentar imponer creencias propias. Su oposición sólo hubiera reforzado los cultos indígenas, dividiendo a los polinesios de los colonos ingleses. En cambio, Wright proclamó a los cuatro vientos que debían permitirse todas las formas de culto y que cada grupo creyese en lo que fuese de su agrado, sin que se permitiese el proselitismo. Y la situación aún se mantiene. Esta Choza Sagrada es lo más parecido a un templo que tiene la isla, pero exceptuando los ritos de la pubertad que en ella se celebran, no es más que un símbolo de los poderes superiores. En ocasiones señaladas, los indígenas celebran ceremonias religiosas de carácter muy sencillo para el nacimiento, la muerte y el matrimonio, pero siempre en la intimidad de su hogar, ante sus ídolos domésticos.

La mirada de Claire pasó de las estatuas a una gran vitrina parecida a las que se ven en las joyerías. Aquel objeto moderno resultaba tan incongruente sobre aquel fondo primitivo, que apenas pudo contener una exclamación:

—¿Qué es eso? —dijo Claire, indicando la vitrina—. ¿Cómo ha llegado aquí?

—Ollie Rasmussen y yo la compramos en Tahití y la trajimos en el avión —dijo Courtney—. Permítame que le muestre…

Se dispuso a cruzar la estancia en su seguimiento, pero de pronto su pie se hundió en las esterillas que cubrían el suelo, perdió el equilibrio y dio un traspiés. Courtney la sujetó por el brazo, impidiendo que cayese.

Claire miró al suelo.

—Nunca había visto una alfombra tan gruesa. Parece que andamos sobre un colchón.

—Exactamente —dijo Courtney—. Su finalidad es proporcionar un ambiente cómodo y lujoso. No olvide que aquí es donde los adolescentes efectúan su iniciación y practican por primera vez el acto amoroso.

Claire tragó saliva.

—Oh —exclamó. Trató de no mirar al suelo mientras Courtney la tomaba por el codo para acompañarla ante la vitrina. Bajo la tapa de vidrio, sobre bandejas forradas de terciopelo azul, vio las reliquias de Daniel Wright. Entre aquellos tesoros había un descolorido libro de piel marrón… el Edén resurrecto, escrito por D. Wright, Esq., un libro mayor con capas de cuero verde claro, sobre el que estaba escrito con tinta "Diario 1795 ࢤ 96" y un viejo manuscrito de páginas deterioradas.

—A mi llegada, encontré estos curiosos objetos amontonados en un tronco ahuecado, en el piso de esta choza —explicó Courtney—. El tiempo y los elementos ya habían ejercido su acción. Indiqué a Paoti que hiciese algo para conservar estas rarezas, a fin de que pudieran admirarlas las futuras generaciones. El accedió. A mi siguiente visita a Papeete, adquirí a un joyero la vitrina de segunda mano. También encargué que me preparasen una solución de gelatina para conservar mejor esos objetos. De todos modos, los papeles de Wright se conservan en muy buen estado, teniendo en cuenta su fragilidad y antigüedad. Están en un lugar seco, a salvo del calor y la humedad. Además, él utilizaba un fuerte papel de barba fabricado a mano… no el pésimo papel de pulpa de celulosa que hoy gastamos… y la verdad es que se ha conservado. Esto ha permitido que se conservasen también todas las extraordinarias ideas de Wright, no sólo por tradición oral, sino también en estas páginas. Durante el primer año, pasé mucho tiempo sacando copias de todos los manuscritos que aquí se guardan. Tengo esta copia en una cámara acorazada de un banco de Tahití. Hace tiempo que renuncié a escribir la biografía de Rufus Choate, pero algo me dice que un día escribiré la obra definitiva… en realidad la única… sobre Daniel Wright, de Skinner Street. No creo que esto sea meterme en el terreno del estudio científico que piensa escribir su madre política. Ella se referirá a la sociedad resultante de las ideas de Wright. Yo me propongo estudiar al propio Wright, al idealista londinense que se estableció con su familia a vivir entre los primitivos.

—¿Tenía una familia muy numerosa?

Courtney dio la vuelta a la vitrina y sacó la bandeja de terciopelo. Con gran delicadeza, tomó el ajado libro mayor y lo abrió. Indicó a Claire la primera página:

—Lea usted, Claire: "A 3 de marzo de 1795… Yo, Daniel Wright, Esquire, filósofo de Londres, escribo lo que sigue, hallándome a bordo de un bajel en el puerto de Kinsale, de donde nos haremos a la mar antes de una hora, para Nueva Holanda, colonia de los Mares del Sur. Desaprobando el Gobierno mis principios, voy en busca de un clima de completa libertad.

Me acompañan mis seres queridos: mi esposa Priscilla, mi hijo John, mis hijas Katherine y Joanna. Se hallan también conmigo tres discípulos, a saber: Samuel Sparling, carpintero, Sheila, su esposa y George Covert, mercader".

Courtney cerró el libro y volvió a colocarlo en la bandeja.

—Los colonos fueron muy prolíficos. Los tres hijos de Wright se unieron con jóvenes de Las Sirenas y se dice que el patriarca llegó a tener veinte nietos, aunque esta cifra no consta por escrito. Los Sparling tuvieron cuatro hijas que, en el curso de varias décadas, les dieron veintitrés nietos. En cuanto a George Covert, que era célibe a su llegada, se casó sucesivamente con tres mujeres polinesias, adoptando cada vez el nombre de familia de su esposa y teniendo con ellas catorce hijos. Esto es lo que yo llamo integración racial.

—¿Quién es su dios de la fecundidad? —preguntó Claire—. Envíelo a casa a pasar una temporada.

Vio que Courtney la miraba con el rabillo del ojo pero, haciendo ver que no se apercibía de la mirada, se inclinó sobre la vitrina para examinar el manuscrito.

—Y esto, ¿qué es?

—¿El manuscrito? Las notas de Wright en las que éste apuntaba ideas y prácticas para su sociedad ideal. Aproximadamente una tercera parte de las mismas se implantaron en Las Tres Sirenas. Descartó las restantes a favor de las costumbres propias de la tribu, o bien Tefaunni las rechazó.

—Con el mayor cuidado, Courtney levantó las primeras hojas del manuscrito y las extendió sobre la tapa de vidrio. Pasó algunas páginas y murmuró—: Qué arcaísmos tan maravillosos… locuciones con sabor del siglo XVIII. Escuche: ¿Para los que se hallan sujetos a destemplanza del ánimo… podéis tomarlo por un petimetre… sufrió tales mortificaciones… el aciago escorbuto… les hizo una perorata… recado de escribir… sus gajes y otras adehalas". —Levantó la mirada—. Es estupendo poder leer esto en el texto original y aquí.

—Sí, lo es —asintió Claire—. ¿A qué clase de prácticas se refiere en estas páginas?

—A casi todos los aspectos de la sociedad humana. Por ejemplo: yo siento interés por el Derecho. Pues tiene usted que saber que el viejo Wright era partidario de que se estableciesen tribunales y jueces, pero no podía ver a los abogados ni en pintura. Esta actitud le viene de sir Thomas More, quien la expone en su Utopía. Es aquí, vamos a ver…—Courtney empezó a pasar páginas y de pronto su dedo se detuvo sobre una línea—. Sí, aquí es.

Wright dice que abunda en el parecer expuesto por Thomas More en 1516.

Cita las siguientes palabras de More sobre los habitantes de Utopía: "No tienen abogados entre ellos, porque los consideran como personas cuya profesión consiste en falsear los asuntos y torcer las leyes; y por consiguiente consideran mucho mejor que cada cual defienda su propia causa y la someta al juez…

—Pero seguramente usted, como abogado, no suscribe esas palabras, verdad?

—Pues esto es lo que se hace actualmente en Las Sirenas —repuso Courtney—. Los habitantes del poblado defienden sus propias causas, no ante un juez, sino ante el jefe. Por supuesto, este sistema no daría resultado en las sociedades demasiado evolucionadas, cuyas leyes se han hecho tan complejas que sólo pueden entenderlas e interpretarlas los técnicos, quienes forman parte del cuerpo jurídico. Si yo tuviese que hacer de Daniel Wright entre nosotros, no suprimiría los abogados sino los jurados, tal como los tenemos organizados. Eso no quiere decir que no crea en el sistema de jurados, pero no tal como hoy está constituido. ¿Qué personas forman los jurados corrientes? Simples aficionados en cuestiones de Derecho, que cumplen con su deber, que roban tiempo a su trabajo para ganarse cuatro cuartos, o bien haraganes que no trabajan. Son hombres y mujeres ordinarios sometidos a las mismas dosis de neurosis y prejuicios que todos tenemos. En una palabra: son grupos en los que hay cierta inteligencia y buenas intenciones, pero que se hallan dominados por la inexperiencia y la falta de criterio sólido.

—Pero al menos es un procedimiento democrático —observó Claire.

—Con eso no basta. Voy a decirle lo que habría que hacer. Del mismo modo que se estudia para obtener el título de abogado, habría que estudiar para obtener el título de jurado. Sí, tendría que crearse la profesión de jurado en Estados Unidos… convirtiéndola en una carrera como el derecho, la medicina, la contabilidad, el periodismo o las matemáticas. Así, un joven podría decir que quiere ser jurado y sus padres lo enviarían a la universidad para que estudiase y se preparase, aprendiendo leyes, psiquiatría, filosofía, un método objetivo e imparcial y por último, cuando consiguiese el título, pasaría al escalafón federal o del Estado, de donde saldrían los futuros jurados, con unos emolumentos anuales escalonados, según el tribunal o los casos a los que le tocase asistir. Esto redundaría en beneficio del sistema judicial. Desde luego, sería un sistema tan bueno como el que tenemos en Las Sirenas. —Courtney hizo una pausa y sonrió—. Lo que sí puede decirse en favor del viejo Wright, es que le obliga a uno a pensar.

BOOK: La isla de las tres sirenas
6.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Crave by Bonnie Bliss
Fight or Flight by Natalie J. Damschroder
Rebounding by Shanna Clayton
The Contract by Sandy Holden
Kamikaze by Michael Slade
Killer Commute by Marlys Millhiser
Lucky Catch by Deborah Coonts
Dark Deceit by Lauren Dawes