La llamada de la venganza

BOOK: La llamada de la venganza
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Qui-Gon Jinn es un hombre en el límite. Su corazón está hecho pedazos. Sus creencias han sido destruidas. Y ahora está peligrosamente cerca de cruzar una línea que ningún Jedi se atreve a cruzar. Porque quiere vengarse. Su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, y Mace Windu, miembro del Consejo jedi, intentarán detenerle. Pero cuando Qui-Gon decide actuar solo, cualquier cosa puede ocurrir. La venganza no es propia de los Jedi, pero es propia de los seres humanos. ¿Podrá separar Qui-Gon sus sentimientos personales de su entrenamiento Jedi?

Jude Watson

La llamada de la venganza

Aprendiz de Jedi 16

ePUB v1.0

LittleAngel
01.11.11

Título Original:
Jedi Apprentice: The Call to Vengeance

Año de publicación: 2004

Editorial: Alberto Santos Editor

Traducción: Lorenzo F. Díaz

ISBN: 84-95070-16-2

Capítulo 1

Los tubos luminosos de la gran residencia estaban a media potencia y mostraban un débil brillo azulado. Los pasillos estaban silenciosos y en penumbra. Al otro lado de una puerta doble de cristal opaco se alzaba una única columna de cristal, alta como una figura humana. Emitía un brillo suave y constante.

En el planeta de Nuevo Ápsolon, el azul era el color del duelo. Las columnas de cristal conmemoraban a quienes habían perdido la vida luchando contra la injusticia. Esa esbelta esquirla de luz pura era por la Dama Jedi Tahl.

Manex, hermano de Roan, difunto gobernante de Nuevo Ápsolon, había ofrecido a los Jedi su propia casa para que velasen a Tahl. Había intentado salvarla llamando al mejor equipo médico del planeta para ocuparse de ella. Cuando murió, se había encargado de hacer los preparativos adecuados. Él mismo había buscado la columna de luz que conmemoraba su espíritu.

Obi-Wan Kenobi se esforzaba por mostrarse agradecido. No confiaba en Manex. No confiaba ni en su gran riqueza ni en su carácter. El único bienestar que interesaba a Manex era el propio. Entonces, ¿Por qué era tan amable con los Jedi?

El padawan deseaba poder hablar de ello con su Maestro. Pero Qui-Gon Jinn era inaccesible. Había entrado en la habitación para estar con Tahl y aún no había salido de ella.

Obi-Wan se sentó en el suelo. Al principio esperaba de pie, pero el cansancio había acabado obligándole a sentarse. Quería tumbarse, pero permanecería erguido mientas pudiera. Era lo único que se le ocurría que podía hacer por su Maestro.

A Obi-Wan ya se le estaba pasando el impacto, pero seguía sin poder asimilar que Tahl no estuviera ya con ellos. Eso implicaba mirar a un futuro desprovisto de su espíritu, de su sentido del humor y de su aguda inteligencia. Habían sido tantas las veces en que una palabra amable o una sonrisa de ella le habían devuelto la paz. Tahl conocía mejor que nadie a su Maestro, Qui-Gon Jinn, y le había ayudado a comprenderlo. Incluso sospechaba que, cuando abandonó la Orden Jedi, intervino para reconciliarlos. Había sido una ruptura profunda, difícil de curar, y Obi-Wan se consoló sabiendo que Tahl quería que Qui-Gon volviese a aceptarlo. Ella había comprendido mejor que nadie por qué hizo lo que hizo. Sabía que había aprendido algo importante sobre su propia persona, y había ayudado a que Qui-Gon le concediera una segunda oportunidad.

Como estudiante Jedi, había aprendido muchas cosas, como convertir el miedo en un objetivo, ahondar en la disciplina para moldearlo a voluntad. Pero ¿cómo podría convertir su dolor en aceptación? No había manera de que llegase a aceptar lo sucedido. Aun así, debía arreglárselas para seguir adelante hasta aceptarlo.

Al principio sintió un dolor tan grande que le impedía hasta pensar. Tahl había sido secuestrada por Balog, el Controlador en Jefe de Seguridad del planeta, que la había drogado y encerrado en un contenedor de privación sensorial que se empleaba para torturar presos políticos. Cuando la liberaron estaba muy débil, pero Obi-Wan había estado seguro de que la gran fortaleza de Tahl, combinada con sus poderes Jedi, bastaría para salvarla. Ni por un segundo consideró la posibilidad de que muriese.

Y estaba seguro de que su Maestro tampoco. Cuando entró en el cuarto de Tahl, en el centro médico, había visto a Qui-Gon inclinado sobre el cuerpo inmóvil de ella. Vio las frías líneas horizontales de las pantallas de los sensores, mostrando la ausencia de signos vitales. Pero Qui-Gon siguió sin moverse. Sostenía la mano de Tahl y presionaba su frente contra la de ella. Obi-Wan no sólo había visto su pena, sino que la había sentido en el cuarto como una sombra viviente. En ese momento se dio cuenta de que los sentimientos de Qui-Gon por Tahl eran más profundos que los de la simple amistad. Eran tan profundos y complejos como el mismo hombre. Qui-Gon la amaba.

No podía hacer nada para ayudar a su Maestro. Éste no había respondido ni a sus palabras ni a su presencia. Obi-Wan deseó desesperadamente tener más de dieciséis años. Quizás al ser más maduro sabría consolar a alguien cuyo mundo se había desintegrado.

Le dolía ver sufrir a Qui-Gon. Su Maestro sólo había salido del cuarto de Tahl una vez, para hacer un misterioso recado. Al volver dijo secamente a Obi-Wan que había conseguido encontrar otras dos sondas robot. Las había programado para buscar a Balog. Ahora volvería al lado de Tahl.

—¿Hay algo que yo pueda hacer, Maestro? —había preguntado Obi-Wan.

—Nada —le había respondido Qui-Gon, y cerró la puerta tras él.

Obi-Wan estaba acostumbrado a que reinase el silencio entre ellos. Muy a menudo, ésa era su forma de comunicarse, dado que su Maestro era hombre de pocas palabras. Pero este silencio era distinto. No podía leer nada en él. Repasó una y otra vez las palabras que Qui-Gon dijo en el lecho de muerte de Tahl: "Nada puede ayudarme ya. Sólo la venganza."

Venganza. Obi-Wan nunca había oído a Qui-Gon usar esa palabra. No era un concepto que respaldase un Jedi.
Nada de venganza, sólo justicia
. Era un credo grabado en el corazón de todos los Jedi. La venganza conducía al Lado Oscuro. Alteraba la mente y tullía el sentido del deber hasta convertirlo en algo lleno de ego y tinieblas.

¿Estaba Qui-Gon combatiendo el Lado Oscuro de su interior? Balog le había quitado lo que le era más querido. Lo había hecho de la forma más cruel imaginable, desangrando minuto a minuto las fuerzas de Tahl.

¿Había enviado Qui-Gon las sondas robot para que encontrasen a Balog y así poder matarlo él?

Obi-Wan apartó esa idea. Tenía que confiar en su Maestro. Acabaría encontrando el centro de paz que necesitaba para poder seguir adelante. Debían encontrar a Balog, pero por justicia, no por venganza.

Cuando un Jedi moría en una misión, debía llamarse de inmediato al Consejo Jedi. Durante el primer periodo de profundo trauma posterior a la muerte de Tahl, Obi-Wan había preguntado a su Maestro al respecto. Al no obtener respuesta. Obi-Wan se dio cuenta de que en ese momento no le importaban los procedimientos. Por tanto, había sido el aprendiz quien contactó con el Consejo Jedi para informar de lo sucedido.

La noticia había impresionado y afectado mucho a Yoda, pues también sentía una gran afecto por Tahl. Se enviaría de inmediato un equipo Jedi. En el transcurso del día, Obi-Wan se había preguntado quiénes lo compondrían. Si habían partido de inmediato en una nave rápida, no tardarían mucho en llegar a Nuevo Ápsolon. No estaba seguro de lo que debía pensar al respecto. Un equipo Jedi era algo que le resultaría reconfortante, pero... ¿notarían que Qui-Gon no se comportaba de forma normal?

Manex apareció en el pasillo, y Obi-Wan se puso en pie con un esfuerzo.

—¿Ha salido ya? —preguntó con el rostro surcado por arrugas de preocupación.

—No desde hace horas.

—Por favor, hágame saber si puedo serles de ayuda. Yo debo ir a la Legislatura Unida. Han pedido por mí. Las cosas están muy revueltas en el Gobierno. Volveré en cuanto pueda. Daré instrucciones a los de seguridad para que hagan pasar a su equipo Jedi en cuanto llegue.

—Gracias.

Qui-Gon salió al pasillo segundos después de que Manex se fuera.

—He oído voces —dijo con voz ronca.

—Manex ha ido a la Legislatura Unida. ¿Puedo conseguir alguna cosa, Maestro?

—No. ¿Han vuelto ya las sondas robot?

Obi-Wan negó con la cabeza.

—En cuanto lleguen te lo notificaré. Pero creo que mientras tanto podemos hacer otras cosas para encontrar a Balog. No tenemos por qué esperar a las sondas robot.

Habló apresuradamente, antes de que Qui-Gon pudiera dar media vuelta y entrar en el cuarto. Había pensado durante la larga espera cuál podría ser su siguiente paso. Era lo único que había apartado el dolor de su lado. Eritha sigue viviendo con Alani en la residencia del Gobernador Supremo —continuó diciendo—. Está ocultando el hecho de que sabe que su hermana se ha aliado a los Absolutos, esperando obtener más información así. Prometió hacer de espía para nosotros. Alani puede saber dónde está Balog.

—Entonces, también esperaremos a eso —dijo Qui-Gon.

—Pero podemos investigar el lazo que las une. ¿Cómo nació su Alianza? ¿Qué espera obtener Alani de Balog? ¿Qué quiere él a cambio? ¿Dónde se refugian los Absolutos, ahora que su base ha quedado destruida? ¿Y qué hay de esa lista de informadores secretos de los Absolutos? Balog no la tiene, porque la buscaba. Sabemos que podía estar en poder del obrero Oleg antes de desaparecer éste.

Obi-Wan tragó saliva. La mirada de Qui-Gon se nubló. Si sabían eso era porque Tahl lo había contado antes de morir. Continuó hablando.

—Si conseguimos la lista antes que él, podremos tender una trampa a Balog. ¿Y qué pasa con Manex? ¿Qué motivos tiene para ser tan amable con nosotros? Hay muchas pistas por investigar. Estoy seguro de que la Legislatura Unida estará abarrotada de rumores. Deberíamos investigar alguno de ellos...

—Tenemos que encontrar al asesino de Tahl, no mezclarnos en política —dijo Qui-Gon con sequedad—. Nuestro principal objetivo es encontrar a Balog. En cuanto consigamos información sobre él, podré irme.

—Querrás decir que podremos irnos —le corrigió Obi-Wan, mirando fijamente a su Maestro.

Ninguno de ellos había oído los pasos que se acercaban.

—Hemos venido lo antes posible —dijo una voz grave y familiar.

Obi-Wan se dio media vuelta. Había llegado el equipo Jedi. Para su alivio, vio que uno era su buena amiga Bant. Pero su alivio se tornó inquietud al ver el Maestro Jedi que la acompañaba. Era Mace Windu.

Capítulo 2

Mace Windu sólo se ocupaba de las misiones más cruciales. Sus deberes en el Consejo Jedi eran numerosos. Obi-Wan se dio cuenta así de lo importante que era la pérdida de Tahl para los Jedi. Sólo había pensado en Qui-Gon y en él mismo, en la amiga que habían perdido. Pero la influencia de Tahl era mucho más profunda y grande.

Mace clavó una mirada larga y pensativa en Qui-Gon y Obi-Wan. Con ella pareció captar su pena y cansancio, además de la tensión reinante entre ellos. Obi-Wan se preguntó cuánto habría oído de su conversación. Se sentía incómodo bajo su escrutadora mirada.

Se volvió con alivio hacia su amiga Bant. Habían entrenado juntos en el Templo, y era la persona en la que solía buscar apoyo y comprensión. Pero había frialdad en como le devolvió Bant la mirada. Era evidente que estaba afectada; había sido aprendiz de Tahl.

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