La llamada de la venganza (10 page)

BOOK: La llamada de la venganza
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—Confiaba en vosotras —dijo Obi-Wan.

Eritha se encogió de hombros.

—Todo el mundo confía en nosotras. Esa es nuestra ventaja. Somos las hijas del gran héroe Ewane. El gran héroe que apenas pasó un día entero con sus hijas y que se las entregó a unos extraños para que las criaran. El gran héroe que sólo pensaba en su planeta, y no en su carne y su sangre —los labios de Eritha se fruncieron—. ¿Por qué no utilizar esa confianza? Tahl hizo todo lo que le pedimos y algo más. Cuando la vimos escapar con Oleg, creímos que tenía la lista. Pero no nos la entregó, así que debíamos quitársela. Todo era muy lógico. Si Tahl nos hubiera dicho la verdad, que no tenía la lista, ahora no estaría muerta.

—Balog la habría matado de todos modos —dijo Obi-Wan.

—Eso no lo sabes —repuso Eritha hábilmente—. Igual la hubiera dejado libre.

—Estás mintiendo —dijo Qui-Gon sin expresión.

—Es posible —Obi-Wan estaba pasmado ante la crueldad que veía en los ojos de Eritha; eran como los de una criatura que jugueteaba con otra más pequeña antes de devorarla—. Eso no lo sabrás nunca. Puede que la culpa de que Tahl muriese fuera tuya, Qui-Gon.

Obi-Wan vio cómo el color abandonaba el rostro de su Maestro. Vio que su mano se movía hacia su sable láser. Obi-Wan no pudo esperar por más tiempo. Se lanzó contra Eritha, que miraba fijamente a Qui-Gon, provocándolo.

La hizo soltar la pistola láser de una patada. La joven lanzó un grito, pero él ya estaba tras ella, retorciéndole la otra muñeca para quitarle el otro láser. Se metió las dos armas en el cinturón.

—¡Me has hecho daño! —gritó ella, frotándose la mueca.

—Deprisa, Qui-Gon —exclamó Obi-Wan. Su Maestro no se había movido, pero sus palabras lo empujaron hacia la entrada del túnel.

—¡Tú la mataste, Qui-Gon! —gritaba Eritha mientras cruzaban la puerta del túnel—. ¡Vive con eso, si es que vives!

Capítulo 17

Qui-Gon no tenía ninguna duda de que Eritha enviaría tras ellos a los androides de seguridad. Sabía que los Absolutos que esperaban delante estarían bien armados. Dedicó a los obstáculos el mismo tiempo que dedicaría a un insecto molesto. No trazó ningún plan. Se limitaría a cargar hacia delante, y ganaría. Era todo lo que sabía.

Qui-Gon notó que Obi-Wan le miraba de reojo. Se dijo que no debía desplegar el genio que había mostrado en casa de Mota. Su padawan estaba preocupado por lo rápidamente que se dejaba llevar por la rabia. Él mismo estaba sorprendido ante la forma en que su ira había ido en aumento. Sabía que estaba alimentándola en vez de deshacerse de ella. Eso le dio velocidad y enfoque.

Sabía que su actitud lo acercaba peligrosamente al Lado Oscuro. Sabía que podría dominarlo de tener una oportunidad de meditar en calma y silencio. Pero no disponía de ese lujo. Cuando llegara el momento, tendría que confiar en su propia habilidad para controlar la ira.

El túnel pasaba bajo la residencia del gobernador. Hacía años que no se usaba y estaba oscuro y nada ventilado. Qui-Gon corría iluminado por su sable. Sabía que Obi-Wan iba detrás de él. Su padawan le proporcionaría apoyo, pero sabía que no lo necesitaba. Esto era entre Balog y él.

Las palabras de Eritha le habían afectado, pero las había archivado para las largas noches en vela que le esperaban. Su objetivo era Balog.

El túnel acababa en una puerta de duracero. Qui-Gon la cortó y la travesó. Estaba en el sótano del museo.

—Hay androides detrás de nosotros, Qui-Gon —le dijo Obi Wan al oído—. Proceden de la residencia.

Una molestia. Tendrían que acabar con ellos antes de poder continuar.

Qui-Gon se volvió cuando los primeros androides cruzaron la abertura, disparando los láseres. Tuvieron suerte. Estaban programados para avanzar, no para formular estrategias. Se limitaban a tomar la ruta más directa hacia su presa, y ésa era cruzar la abertura de la puerta, donde les esperaban los dos Jedi.

Obi-Wan desvió los disparos mientras cortaba a los androides. Qui-Gon empuñaba el sable láser como si fuera un palo. No tenía tiempo para ser elegante. Necesitaba acabar con todos los androides posibles en la menor cantidad de tiempo.

Obi-Wan era un borrón de movimiento a su lado. Qui-Gon estaba agradecido por la velocidad de su padawan. Pronto el suelo estuvo cubierto de androides humeantes.

Sólo quedaban dos.

—Acaba con ellos —dijo a Obi-Wan, y se alejó corriendo.

Fue una suerte que hubiera hecho la visita turística del museo a su llegada a Nuevo Ápsolon. Podía recordar cada piso y cada cuarto del lugar. Este piso se usaba para almacenaje, así que no lo habían recorrido. Las paredes y el suelo estaban desnudos y húmedos. En el piso superior se hallaban las celdas y salas de tortura, además de las oficinas. No había ninguna duda de que los Absolutos estaban allí. Incluido Balog.

Qui-Gon tomó el turboascensor hasta el siguiente piso. Salió al pasillo para ver una figura ante él. Era un hombre vestido con una túnica azul. Un Absoluto. Se quedó congelado al ver a Qui-Gon. Entonces dio media vuelta y corrió por donde había llegado.

Qui-Gon fue tras él. Sin duda había ido a dar la alarma. Los Absolutos no se esperarían visitas, pero ofrecerían resistencia.

Entró en la sala justo cuando el Absoluto activaba una hilera de androides de combate expuestos. Para sorpresa de Qui-Gon, los androides se alinearon de inmediato. Estaban operativos. Los Absolutos habían armado a los que se exhibían en el museo.

Tenían un armamento más sofisticado que los androides de Eritha. Los disparos láser eran erráticos y procedían del pecho, la frente y las manos de los androides. Podían rodar, maniobrar y doblarse para asumir posiciones flexibles.

Qui-Gon se veía superado por el número, pero se negaba a considerarse vencido. Los disparos láser volaron hacia él en feroz andanada. Todas las partes de su cuerpo eran vulnerables. Su sable láser debía adecuarse al ritmo del fuego a discreción mientras iniciaba acciones evasivas. Se sintió aturdido al darse cuenta de que igual tendría que retirarse.

Derribó a dos androides, pero los otros siguieron atacando. Algunos se precipitaron contra él, disparando sin cesar. Otros le flanquearon, disparándole mientras intentaban situarse tras él. Sintió que el sudor corría por su frente, escociéndole en los ojos. Empleó la Fuerza para aplastar a uno contra la pared. Pero el androide se reconformó y volvió a atacarlo. Lo cortó en dos con el sable láser.

En la vida se había sentido más feliz de ver a Obi-Wan. Su padawan entró de un salto en la refriega, agitando el sable láser. Con su ayuda, Qui-Gon consiguió rehacerse y acabar con los dos androides de su izquierda. Los dos Jedi se separaron y atacaron la línea de androides por sus extremos. Derribaron dos cada uno, saltando luego al centro de la línea para destruir dos más en el momento en que cambiaban de posición.

El humo brotó de ellos, ahogándolos. Obi-Wan acabó con el último androide, y ambos salieron de la sala tambaleándose.

Obi-Wan se apoyó y tomó una bocanada de aire puro.

—¿Dónde crees que está Balog?

La pregunta tuvo eco en el cerebro de Qui-Gon. Éste se dio cuenta de que no había pensado mucho en el paradero de Balog. Se había limitado a cargar hacia delante. Eso no era propio de él.

No pienso con claridad
, se dijo.
Estoy reaccionando, no actuando
.

Se dio cuenta de que eso significaba que estaba al borde de perder el control. Pero al darse cuenta de esto, también se dio cuenta de algo igual de escalofriante:
No le importaba
.

Y de pronto supo dónde podía estar Balog. Rememorando el recorrido turístico, recordó que en esa planta había un centro de control. Dado que muy poco tiempo antes Balog le había robado la lista a Irini, seguramente estaría ante una pantalla, estudiándola. Con toda seguridad no querría perder tiempo en borrar su nombre y buscar a quién denunciar primero.

Antes de que pudiera responder a Obi-Wan, más androides aparecieron tras ellos. Sintieron un aviso de la Fuerza antes de que empezaran los disparos. Una vez más, tuvieron que emplear toda su concentración para derrotar a los ágiles androides. Los disparos parecían llegar de todas partes.

Los androides se interponían entre ellos y el centro de datos. El retraso acrecentó la ira de Qui-Gon. Cada segundo que pasaba era una oportunidad más para que Balog escapara.

Cargó contra los androides, agitando el sable láser en un arco constante, notando apenas el zumbido de los disparos al pasar junto a sus oídos, o cuando estaban a punto de acertarle en un brazo o una mano. Atacó salvajemente a los androides, destruyendo uno tras otro. Obi-Wan intentó protegerlo lo mejor que supo, pero ni siquiera él pudo igualar la ferocidad del ataque de Qui-Gon.

El Maestro Jedi atravesó la línea de androides, apartando a uno de una patada y partiéndolo en dos. Siempre había creído que ceder ante la ira lo volvería torpe. En vez de eso, se sentía preciso. Poderoso. La ira lo llenaba de finalidad.

Los androides estaban derrotados, en pedazos, humeando a su alrededor. Siguió corriendo.

—¡Qui-Gon, espera!

Pero ignoró a su padawan. No podía esperar.

Con su nueva agudeza mental, recordó la localización exacta de la sala de datos. No dudó al abrir de golpe la puerta. Podía oír a Obi-Wan a apenas unos pasos detrás de él, y sintió una punzada de decepción. Deseaba que Obi-Wan se hubiera quedado atrás.

Quería enfrentarse solo a Balog.

El hombre robusto y fuerte se sentaba ante la consola de un técnico. Giró en su silla, con una mirada de sorpresa pintada en el rostro. Así que Eritha no había podido contactar con él.

Qui-Gon miró con fijeza los ojillos negros, la pequeña boca, la cabeza redonda. Concentró su odio en ese hombre. Ahí estaba el hombre que había visto cómo la salud de Tahl se deterioraba lentamente, en una lenta agonía día tras día, sin sentir nada. Ahí estaba el hombre que no se había dado cuenta de que aplastaba lentamente un espíritu extraordinario.

Ese pequeño y malvado hombrecito.

Semejante injusticia hizo que Qui-Gon se tambaleara. Ese hombre estaba vivo. Tahl estaba muerta. Su visión era borrosa ante la emoción que rugía en su interior.

Balog se levantó, apartando su silla de una patada. Buscó el láser de su cinto.

Qui-Gon sonrió.

Obi-Wan estaba a su lado, con el sable láser en posición defensiva, esperando a que Balog hiciera el primer movimiento.

Balog alargó una mano para activar el comunicador de la consola del técnico.

—Necesito ayuda en el centro de datos. Enviad androides de ataque...

Qui-Gon enterró el sable láser en la consola con un gesto casual. Las chispas volaron y el humo se enroscó al elevarse de los circuitos.

Balog disparó. Obi-Wan saltó para desviarlo.

Los disparos láser no eran nada para Qui-Gon. Sólo una barrera momentánea entre Balog y él. Balog era su presa. Un montón de piel, músculos y huesos con el que debía acabar.

El sable láser se movió como si fuera una ilusión óptica, tan rápido que cada golpe era un recuerdo. Era tan fácil desviar los patéticos disparos de Balog. El pánico asomó a los ojos de Balog y le volvió torpe. Soltó la pistola. Intentó correr, pero sus piernas tropezaron con la silla que había apartado antes. Cayó al suelo con gran estrépito.

Por fin tenía a su enemigo a sus pies, tal y como había imaginado. Se paró sobre Balog, alzando el sable láser, dispuesto a dar el golpe que le produciría tanta satisfacción.

—No, Qui-Gon.

La voz parecía provenir de muy muy lejos, pero al mismo tiempo estaba muy cerca de su oído. Eso le confundió.

Se volvió para encontrarse con la mirada de Obi-Wan. Sintió que le miraba desde una gran distancia. La confusión se apoderó de él.

Entonces fue como si se despejaran las nubes, dando paso a la claridad. Vio mucho en un momento. En la mirada firme de su padawan vio tanto miedo como compasión.

Ya no estaba tan lejos. La distancia se comprimió y se vio en la misma sala que él. Volvió a su ser y vio hasta dónde había llegado. El Lado Oscuro se había asomado a su sangre. Lo había sabido y le había alentado. Temblando, desactivó su sable láser y lo devolvió al cinturón.

Había estado muy cerca de tomar una vida por venganza. Sólo él sabía cuan cerca. No lo olvidaría nunca. Nunca se permitiría olvidarlo.

Balog cerró los ojos, aliviado. Obi-Wan se paró sobre él y buscó su comunicador en el momento en que Mace y Bant entraban en la sala.

Capítulo 18

Los cuatro Jedi estaban en la plataforma de aterrizaje sobre la ciudad de Nuevo Ápsolon. Qui-Gon miró los esculturales edificios grises de abajo, las calles curvadas y los anchos bulevares. Desde allí arriba era fácil ver dónde empezaba el gran sector Civilizado y dónde acababan los pequeños y apelotonados barrios de los Obreros.

Manex les había prestado la mejor nave consular de Nuevo Ápsolon, además de su propio piloto personal. El cuerpo de Tahl estaba a bordo, en un pequeño camarote perfumado con flores nativas. Los Jedi la acompañarían en su último viaje de vuelta al Templo.

Dejaban atrás un Gobierno aún roto por la división. Alani, Eritha y Balog habían sido arrestados. Se había levantado un gran clamor popular ante el arresto de las gemelas. Había muchos Obreros y Civilizados que no podían creer su traición. No las hijas de Ewane.

Irini se recuperaba en un centro médico, pero se habían presentado cargos contra ella. El movimiento Obrero había perdido a Irini y a Lenz de un solo golpe. Estaban luchando por encontrar nuevos líderes.

Las puertas del turboascensor se abrieron y Manex salió de él. Vestía una lujosa túnica de su tono verde favorito. Dio unos pasos y se inclinó ante los Jedi.

—El pueblo de Nuevo Ápsolon tiene una gran deuda con vosotros —dijo.

—Aún hay disturbios en Nuevo Ápsolon —dijo Mace—. Pero el Gobierno actuará con honestidad.

Manex asintió.

—Las elecciones se han aplazado a la semana que viene. Se han presentado otros legisladores. El movimiento Absoluto ha quedado muy dañado, pero no ha desaparecido por completo. Aún tenemos enemigos que combatir. Seguramente tendremos problemas cuando el Comité para la Reinstauración de la Justicia se ocupe de la lista de informadores Absolutos. Pero me he comprometido con mi mundo. Si soy elegido, continuaré la obra de Roan.

—Si vuelves a necesitarnos, volveremos —dijo Mace.

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