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Authors: Juan Miguel Aguilera

Tags: #Ciencia Ficción, #Histórico

La locura de Dios (37 page)

BOOK: La locura de Dios
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Desde su puesto de mando en el
Teógides
, el general ordenó a Joanot que acudiera en auxilio del ala derecha de los
dragones
. Aunque él mismo se encontraba en dificultades, y acababa de rechazar una carga de los gog, obedeció. Los almogávares llegaron a tiempo para sorprender a los jinetes tártaros por detrás, y cogidos entre dos fuegos, fueron rápidamente exterminados.

Cuatro horas después del inicio del combate, las cosas parecían estar como al principio. Almogávares y
dragones
habían conseguido estabilizar sus alas y desalojar a los tártaros atacantes que dejaron tras de sí las arenas del desierto ennegrecidas de cadáveres calcinados. Calculé que los gog habrían tenido ya unas cinco mil bajas, pero eso no parecía importarles mientras reagrupaban sus fuerzas y se preparaban para un nuevo asalto. Era apenas una gota de agua en el mar. Comprendí entonces lo desesperado de aquella lucha; almogávares y
dragones
no podían vencer contra una fuerza tan infinitamente superior; al final caerían agotados, cada hombre rodeado de montículos de cadáveres gog, sin fuerzas en los brazos para seguir disparando.

Entonces, un mínimo de cien mil jinetes gog se lanzaron a la vez contra el frente formado por los
dragones
y los almogávares. Contemplé con horror cómo aquella inmensa formación atravesaba a toda velocidad las
afueras
. Una cortina de polvo se elevó hacia el cielo del desierto, a la vez que el estruendo de la carga nos llegaba a los ocupantes del
Teógides
como si se tratara de un súbito terremoto. Decenas de miles de pezuñas pateando contra la arena; cien mil gargantas aullando salvajes gritos de guerra.

Me pregunté cómo verían Joanot y los demás aquella marabunta que se les venía encima. El efecto debía de ser aterrador contemplado desde el suelo. O quizá no. Pocos soldados pueden ver una batalla como yo la estaba viendo ahora, o comprender lo que realmente está sucediendo mientras se desarrolla la lucha; cada almogávar estaría aislado en el reducido y frenético entorno de su propia experiencia inmediata; morir o matar, y repetir esto una y otra vez.

Joanot y sus almocadenes apenas tuvieron tiempo de disponer a los almogávares en sus puestos antes de que los gog se les vinieran encima. Aguardaron hasta que los jinetes de vanguardia estuvieron a cincuenta pasos, y abrieron fuego.

Los jinetes gog cabalgaron en línea recta hacia las bocas de los
pyreions
almogávares, antes de caer o volver grupas. Los que daban vueltas en torno a los cuadros buscando abrir brechas por los flancos, pronto se vieron rociados por los chorros cruzados de líquido ardiente enviados por los
dragones; y
al girar para atacar de nuevo, sus monturas aterradas y abrasadas por las llamas iban de aquí para allá, de un ala a otra, para acabar cayendo en confusos montones humeantes.

Pero, tal y como yo había supuesto, eran demasiados para ser contenidos.

Los almogávares ejecutaron a la perfección los muy ensayados movimientos de fuego por descargas, pero fue como disparar proyectiles contra una inmensa ola marina que se les viniera encima.

Los gog los rebasaron, dejando tras de sí la arena empapada por la sangre de los almogávares. Los
dragones
no podían acudir a ayudar a los catalanes, pues ellos mismos estaban soportando un ataque masivo de los gog. Los almogávares atacaron entonces a los jinetes con los cuchillos sujetos al extremo de sus
pyreions
, pasando a un sangriento y desesperado cuerpo a cuerpo, pero el combate ya estaba decidido.

Esténtor gritó a través del telecomunicador, a sus capitanes y a los almogávares que retrocedieran hacia la ciudad; pero abajo la confusión era tan enorme que nadie hizo ningún movimiento organizado hacia ningún lado.

El general de los
dragones
ordenó entonces a los otros dos aeróstatos que iniciaran su ataque con bombas contra la retaguardia de los tártaros. Las dos naves picaron hacia el campamento enemigo, y dejaron caer una lluvia de pellas sobre las picudas tiendas de los tártaros.

Las pellas estaban compuestas por dos semiesferas de cristal unidas entre sí de diez pulgadas de ancho cada una. Cada una de las semiesferas estaba herméticamente cerrada y contenía uno de los dos componentes que formaban el
fuego griego
; al estrellarse contra el suelo las esferas se rompían, y los componentes se mezclaban. Cada una de las dos naves dejó caer un millar de aquellas bolas de fuego sobre las
yurtas
de los gog, y el resultado fue la más gigantesca y satisfactoria llamarada que jamás hubiera contemplado. La combustión fue tan súbita y violenta que el aire desplazado por el calor hizo tambalearse al
Teógides, y
una enorme seta de fuego se elevó desde el centro del campamento gog.

Los gog atacantes quedaron sobrecogidos y paralizados por aquella deflagración a sus espaldas, y los supervivientes almogávares y
dragones
aprovecharon su momento de confusión para retroceder hacia las antemurallas de Apeiron.

—Bien —dijo el general—; creo que van a aprender la lección y no volverán a acampar con sus tiendas tan cerca unas de otras.

Me sentía tan feliz por ver que algunos de mis compañeros habían logrado salvarse, que ni siquiera me cuestioné el hecho de que los que ocupaban aquellas tiendas en aquel momento eran las mujeres y los hijos de los guerreros gog.

Las puertas de la antemuralla se habían abierto, y los supervivientes entraban rápidamente en su interior. Los tres aeróstatos se situaron entre las puertas y los gog que, pasada su sorpresa, parecían estar reorganizándose para lanzar un nuevo ataque.

A una orden del general, las tres naves soltaron todas las pellas que les quedaban, creando un muro de fuego frente a los gog. Éstos respondieron lanzando flechas contra los aeróstatos. Algunas atravesaron el suelo de madera del puente del
Teógides
, y Esténtor ordenó que la naves se elevaran. Aprovechando esto los gog se lanzaron como bestias rabiosas hacia los defensores que huían, atravesando sin inmutarse la cortina flamígera que les separaba.

Las puertas de Apeiron estaban abiertas de par en par y si los gog rebasaban la línea de ladrillo rojo de la antemuralla, penetrarían en la ciudad de cristal como una avalancha de muerte. Pero, mientras los
dragones
y almogávares cruzaban el terreno abierto entre la muralla y la falsabraga, cinco gigantescas figuras abandonaron la ciudad y les hicieron frente a los enloquecidos gog.

Eran cinco
caballeros caminantes
, que avanzaron firmemente hacia la vanguardia de atónitos gog. Los sifones
de fuego griego
aún no habían podido ser instalados, y cada uno de los
titiriteros
que manejaban a los gigantes era protegido por dos
dragones
.

Los gog cargaron contra aquellos cinco gigantes acorazados que lanzaban chorros de vapor por las viseras. Pero los
caballeros caminantes
partieron en dos a cuantos jinetes se les fueron aproximando. Los gog no tenían nada que hacer contra la inhumana fuerza de aquellos gigantes, y lanzaban flechas que rebotaban inútilmente contra sus petos. A cada mandoble, los
caballeros caminantes
partían en dos a un gog o a su montura, y en ocasiones a ambos de un solo tajo. Los
dragones
protegían los flancos de los
titiriteros
y rociaban con
fuego griego
a los gog que intentaban atacarles. De esta forma, los
caballeros caminantes
penetraron en las filas de los gog, dejando cinco surcos de demonios peludos muertos y horriblemente mutilados.

Pero la buena suerte no iba a durar para siempre, y los gog tenían a su favor el enorme poder de su número. Ver a los
caballeros caminantes
avanzar entre los gog, era como ver a cinco escarabajos atravesar un hormiguero. Las
hormigas
saltaban inútilmente sobre ellos, intentaban perforar sus gruesas armaduras sin conseguirlo; pero al final las
hormigas
siempre vencen, y los aparentemente invulnerables
escarabajos
acaban aplastados por una masa de diminutos y frágiles insectos.

Algo similar sucedió allí. Uno de los
caballeros
quedó repentinamente inmóvil, sin que supiéramos por qué, con su espada alzada sin acabar de descargar su golpe. Los
dragones
que escoltaban al
titiritero
se vieron pronto abrumados por la masa de demonios gog que se les echaron encima. Fueron abatidos, y tras ellos, inmediatamente, el
titiritero
fue arrancado de su armadura y destrozado.

Los otros cuatro avanzaron unos pasos más; en el centro de cinco círculos que eran como burbujas en un negro mar de gogs. Los demonios se mantenían prudentemente fuera del alcance del acero de los
caballeros
, y lanzaban una andanada tras otra de flechas contra los
dragones
, que fueron abatidos uno tras otro. Después, los gog se lanzaron contra los
titiriteros
y acabaron rápidamente con ellos, dejando a los
caballeros caminantes
convertidos en inútiles estatuas de aspecto desafiante.

Pero, para entonces, almogávares y
dragones
ya estaban a salvo en el interior de Apeiron, y las puertas de la ciudad habían sido cerradas y aseguradas.

Las baterías defensivas situadas sobre el muro se habían agrupado para proteger también la puerta del ataque de los gog.

Pero los jinetes no atacaron. Retrocedieron hacia su campamento en llamas, dejando en la arena de las
afueras
a más de treinta mil de los suyos.

Mil
dragones
, y más de un centenar de almogávares habían quedado también tirados en medio del terreno que separaba las puertas de Apeiron del campamento gog.

No había forma de comparar las pérdidas de los dos bandos; aquello había sido un desastre para los
dragones
que habían perdido una tercera parte del total de sus fuerzas, y para Joanot, que había visto morir a la mitad de sus camaradas.

Una tragedia si, tal y como habían anunciado los exploradores, otros quinientos mil tártaros se dirigían hacia aquel lugar, provistos de máquinas de asedio y elefantes.

Ricard había resultado herido con una flecha gog en el abdomen y Sausi había tenido que arrastrarle hasta el interior de la ciudad. Pero los médicos de Apeiron me aseguraron que el almogávar se recuperaría. Un flechazo en el vientre solía ser una herida mortal en cualquier parte del mundo menos en Apeiron.

Era una pena, pensé, que entre sus muchas habilidades no estuviera también la de resucitar a los muertos, porque sólo así tendrían los defensores una oportunidad.

9

El resto del ejército del
Adversario
se reunió con su vanguardia en el transcurso de esa noche. Los ciudadanos de Apeiron abrieron las conducciones que llevaban agua desde la
Represa
a la ciudad y el terreno situado entre la muralla y la falsabraga se convirtió en un enorme barrizal.

Al amanecer del día siguiente el enorme ejército sitiador avanzó en bloque hacia las murallas de Apeiron.

El aire de la mañana era frío, y me estremecí dentro de mi viejo jubón de viaje. Pero aquel temblor no era sólo causado por la baja temperatura. La masa viviente que se nos venía encima era impresionante; como si la arena del desierto se fuera, poco a poco, transformándose en enemigos frente a nosotros. A mi lado, Joanot dijo:

—Creo que no vamos a sobrevivir a esto, anciano.

Una montaña de arena parecía estar formándose al frente de la horda invasora. Era como una gigantesca duna que crecía más y más a cada instante que pasaba. El viento del amanecer arrastraba la arena de la cúspide de aquella duna creando una impresionante columna de polvo.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—No lo sé —dijo Joanot—; jamás vi nada igual.

Recordé el relato de Ibn-Abdalá sobre la toma de Bagdad por los gog, la niebla que avanzó hasta cubrir la ciudad, y la masacre que se produjo a continuación, y me pregunté si eso mismo es lo que iba a suceder allí, sin que todo el poder de la ciudad pudiera impedirlo. Al imaginar a los civilizados y amables ciudadanos de Apeiron en manos de aquellas bestias, sentí cómo mis entrañas se estremecían.

Cuatro de los seis aeróstatos de la ciudad; el
Teógides
, el I
eragogol
, el
Demetrio
, y el
Paraliena
, iban a participar en el combate desde el aire; habían sido cargados de bombas y sifones de
fuego griego
. Se soltaron de sus mástiles de sujeción y, sobrevolando la ciudad, se dirigieron hacia el ejército invasor.

La enorme duna que avanzaba en la vanguardia gog, crecía a cada momento. La arena debía de ser empujada por una fuerza enorme para apilarse de esa forma; era como una gran ola que lentamente se acercaba a la primera línea defensiva.

Tras la arena, empujándola y apilándola, estaba la más gigantesca máquina de guerra que jamás se hubiera visto: Una enorme pala formada por innumerables tablones de madera entrecruzados con vigas de hierro forjado, ligeramente curvados hacia afuera, arrastraba la arena del desierto apilándola frente a ella, creando la inmensa duna que avanzaba hacia la ciudad. Tras la pala, había una compleja estructura de hierro y madera que era en realidad un gigantesco arnés para, al menos, un centenar de elefantes, que servían de fuerza motriz para aquel ingenio.

Tras aquel primer maganel, avanzaban diez más que habían permanecido ocultos por la columna de polvo que levantaba el paso de los elefantes.

La primera duna se estrelló contra la falsabraga de ladrillo rojo y la destrozó sin apenas detener su avance hacia las puertas de Apeiron.

La
Ieragogol
bombardeó con pellas el primer maganel, pero los tártaros ya habían previsto esta posibilidad y la coyunda de elefantes estaba protegida por un mantelete de pieles. Al menos un centenar de gog corrían sobre esta cubierta y arrojaban cubos de agua, que les iban pasando los de abajo, para mantener las pieles empapadas.

El
Ieragogol
dejó caer un racimo de esferas de fuego sobre el maganel, y los gog del mantelete saltaron por los aires envueltos en llamas.

Pero el fuego no prendió en las pieles húmedas.

Otros gog treparon al mantelete y apagaron los restos del fuego con cubos llenos de arena. Después arrojaron más agua sobre las pieles.

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