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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #fantasía

La Mano Del Caos (33 page)

BOOK: La Mano Del Caos
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El patryn se dejó llevar con docilidad. ¿Qué importaba adonde? Fuera donde fuese, siempre llevaría con él su celda. El perro dejó a Jarre, volvió junto a Haplo y no dejó de gruñir a cualquier elfo que se acercara demasiado a su amo.

Pero el patryn había descubierto algo. Las serpientes no sabían la verdad acerca de la Tumpa-chumpa. Daban por sentado que la habían puesto fuera de funcionamiento los enanos. Y esto debía de ser buena cosa, se dijo, aunque fue incapaz de determinar qué importancia podía tener.

Sí, buena cosa para él. Buena cosa para Bañe, que tal vez podría despertar la máquina y ponerla en marcha. Buena cosa para los enanos y para Limbeck.

Pero no, probablemente, para Jarre.

Aquélla fue la única incidencia digna de mención en todo el viaje, salvo una última conversación con Sang-Drax, poco antes de que la nave dragón arribara a la capital imperial.

Una vez que zarparon de Tolthom (después de una agria disputa con la multitud enfurecida, que había descubierto que la nave llevaba más agua a bordo, con destino al continente), el viaje a Aristagón se completó rápidamente. Los esclavos humanos de la bodega fueron obligados a trabajar hasta el borde del agotamiento, en cuyo momento fueron sometidos al látigo para que se esforzaran aún más. La nave dragón cruzaba el cielo abierto a solas y era un objetivo fácil para los piratas.

Apenas un año antes, las naves dragón cargadas de agua como aquélla, lentas y pesadas, habrían sido escoltadas por una flota de pequeñas naves de guerra. Éstas, construidas a semejanza de las naves dragón de mayor tamaño, eran capaces de maniobrar con rapidez en el aire y transportaban a varios magos pirotécnicos cuya misión era combatir a los corsarios humanos. Sin embargo, últimamente, las escoltas habían desaparecido y las naves como la de Sang-Drax debían hacer la travesía sin escolta alguna.

La posición pública oficial del emperador era que los humanos se habían convertido en una amenaza tan débil que las escoltas se habían hecho innecesarias.

—La verdad del asunto —informó la serpiente elfo a Haplo la última noche del viaje— es que los ejércitos de Tribus están demasiado dispersos. Las naves de guerra se están utilizando para mantener al príncipe Reesh'ahn y a sus rebeldes confinados en las Remotas Kirikai. De momento, lo está consiguiendo. Reesh'ahn no cuenta con ninguna nave dragón. Pero, si se alía con Stephen, el rebelde conseguirá suficientes dragones para lanzar una invasión en toda regla. Así pues, las naves de guerra no sólo están impidiendo que Reesh'ahn salga de su encierro, sino también se ocupan de que Stephen no entre.

—¿Qué les ha impedido aliarse antes? —inquirió Haplo en tono grosero. Detestaba hablar con la serpiente elfo, pero estaba obligado a hacerlo si quería enterarse de qué estaba pasando.

Sang-Drax sonrió. Comprendía el dilema de Haplo y se recreaba con él. Vuelto hacia el patryn, susurró:

—Viejos miedos, viejas desconfianzas, viejos odios, viejos prejuicios. Llamas que son fáciles de avivar y difíciles de apagar.

—Y vosotras, las serpientes, ponéis todo vuestro empeño en aventarlas.

—Por supuesto. Tenemos gente trabajando para ambos bandos... o más bien debería decir contra ambos bandos. Pero no me importa decirte que ha sido difícil y que no estamos muy confiadas todavía. Por eso apreciamos a Bañe. El chiquillo posee una astucia sorprendente. Algo que debemos atribuir a su padre... y no me refiero a Stephen.

—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver Bañe con todo esto? Debes saber que todo ese galimatías que te contó en el túnel era un montón de mentiras. Haplo se inquietó. ¿Le habría contado el chiquillo algo acerca de la Tumpa chumpa?

—Estamos al corriente, por supuesto. Pero otros no lo saben. Ni lo sabrán.

—Mi señor se ha encaprichado del muchacho —dijo Haplo en tono de advertencia, sin alzar la voz—. No le gustaría que le sucediera algo malo.

—¿Insinúas que tal vez querríamos hacerle daño? Te aseguro, patryn, que protegeremos a ese niño humano con el mismo cuidado que si fuera uno de nuestros propios retoños. Todo ha sido idea suya, ¿sabes? Y hemos comprobado que vosotros, los mortales, trabajáis con mucha más eficacia cuando os impulsa la codicia y la ambición personal.

—¿Cuál es el plan?

—Vamos, vamos. La vida debe tener algunas sorpresas, patryn. De lo contrario, uno se aburriría mortalmente.

A la mañana siguiente, la nave dragón atracó en Paxaria, cuyo nombre significa «Tierra de Almas Pacíficas».

Antiguamente, los paxarias (Almas en Paz) eran el clan dominante en los territorios elfos.

El fundador del clan, según la leyenda elfa, fue Paxar Kethin, de quien se afirmaba que «cayó del cielo» siendo un recién nacido y que fue a aterrizar en un hermoso valle, del cual tomó el nombre. Para él, los minutos fueron como años: se hizo un adulto en un abrir y cerrar de ojos y decidió que fundaría una gran ciudad en ese lugar, pues había tenido una visión de los tres ríos y del Pozo Eterno cuando todavía estaba en el útero de su madre.

Cada uno de los clanes de Aristagón posee una historia similar, que difiere en casi todos los detalles, excepto uno: todos los elfos creen que «llegaron de arriba», lo cual es verdad, en cierto modo. Los sartán, al llegar a aquel mundo del aire, instalaron a los mensch en el Reino Superior mientras trabajaban en la construcción de la Tumpa-chumpa y esperaban la señal de los otros mundos. Pero, como esta señal se retrasó indefinidamente, los sartán se vieron obligados a recolocar a los mensch —cuya población aumentaba rápidamente—, repartiéndolos entre los Reinos Medio e Inferior. Y, para llevar agua a los mensch hasta que la Tumpa-chumpa funcionase por fin como era debido, construyeron el Pozo Eterno.

Para ello, edificaron tres enormes torres en Fendi, Gonster y Templar. Imbuidas de la magia sartán, estas torres cubiertas de runas recogían el agua de lluvia, la almacenaban y la repartían de manera controlada. Una vez al mes, las tres torres abrían sus esclusas y enviaban tres ríos de agua turbulenta a través de sendos canales horadados en la coralita, unos canales sellados mágicamente para evitar que el agua se filtrara por el material poroso.

Los tres ríos convergían en un punto central formando una especie de Y, para desplomarse allí en una espléndida cascada hasta el fondo del Pozo Eterno, una cavidad subterránea cuyas paredes eran de roca traída de la antigua Tierra. Del centro de la cavidad brotaba una fuente llamada WaTid, que proporcionaba agua a todo el que la necesitaba.

Este sistema estaba pensado para ser provisional y para proveer de agua a una población reducida, pero el número de mensch crecía con rapidez, al tiempo que la población sartán menguaba. El suministro de agua —un día tan abundante que nadie había pensado en conservarla— empezaba a contarse casi gota a gota.

Después de la Guerra del Firmamento,
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los elfos paxarias, reforzados por los kenkari, emergieron como los clanes más poderosos. Reclamaron la propiedad del Pozo Eterno, colocaron centinelas en la fuente Wal´id y levantaron el palacio real del clan junto a tal emplazamiento.

Los paxarias continuaron compartiendo el agua con los demás clanes elfos e incluso con los humanos, que en un tiempo habían vivido en Aristagón, pero luego se habían trasladado a las Volkaran y a Ulyndia. Los paxarias no cortaron nunca el acceso al agua ni cobraron por ella. El dominio paxaria fue benévolo y bien intencionado, aunque paternalista.

Pero la amenaza de perturbación del vital sistema de suministro de agua se mantuvo omnipresente.

El agresivo clan de Tribus consideraba deshonroso y humillante ser obligado a suplicar —así lo consideraban ellos— el agua. Tampoco les gustaba tener que compartir ésta con los humanos. Esta disputa condujo finalmente a la Sangre Hermana, una guerra entre los elfos de Tribus y los paxarias que duró tres años y que concluyó con la caída de Paxaria en poder de Tribus.

El golpe definitivo para los paxarias llegó cuando los kenkari, autoproclamados neutrales en el conflicto, incitaron a las almas elfas conservadas en la Catedral del Albedo a apoyar el bando de Tribus. (Los kenkari siempre han negado tal extremo. Insisten en que mantuvieron la neutralidad pero nadie, y menos aún los paxarias, da crédito a sus alegaciones.)

Los vencedores saquearon el palacio real de los paxarias y edificaron otro mayor en las inmediaciones del Pozo Eterno. Conocido como el Imperanon, es casi una pequeña ciudad por sí solo. Cuenta con el palacio, los parques del Refugio (para uso exclusivo de la familia real), la Catedral del Albedo y, bajo el suelo, los salones de la Invisible.

Una vez al mes, las torres construidas por los sartán mandan el agua dadora de vida. Pero, ahora, el líquido estaba bajo el control de Tribus. Los demás clanes elfos fueron obligados a pagar una tasa, supuestamente para atender los costes de mantenimiento y conservación. A los humanos se les negó el agua tajantemente. Las arcas de Tribus engordaron. Los otros clanes, irritados con la tasa, buscaron suministros alternativos de agua y los encontraron abajo, en Drevlin.

Esos otros clanes, y en especial el de los trataros, inventor de las famosas naves dragón, empezaron a prosperar. Tribus habría podido terminar colgado de su propia soga pero, por fortuna para el clan, grupos de humanos desesperados empezaron a atacar las naves dragón para robar el agua. Enfrentados a tal amenaza, los diversos clanes elfos olvidaron viejas diferencias, se coaligaron y formaron el imperio de Tribus, cuyo corazón es el Imperanon.

La guerra contra los humanos iba bien para los elfos, que ya estaban cerca de la victoria. Pero entonces su estratega militar más carismático y experto, el príncipe Reesh'ahn, cayó bajo el influjo (algunos dicen que mágico) de una canción entonada por un humano de piel negra conocido como Cornejalondra. Esta canción hace recordar a los elfos los ideales de Paxar Kethin y de Krenka-Anris. Los elfos que escuchan la canción ven la verdad, ven el corazón siniestro y corrupto del imperio dictatorial de Tribus y comprenden que significa la destrucción de su mundo.

Ahora, las torres de los sartán siguen enviando agua, pero a lo largo de su ruta se encuentran apostados guarniciones elfas. Corre el rumor de que grandes partidas de esclavos humanos y de elfos rebeldes capturados están construyendo acueductos secretos que conducen directamente desde los ríos al Imperanon. Cada mes, el caudal de agua que fluye de las torres es menor que el del precedente. Los magos elfos, que han estudiado a fondo las torres, dicen que la magia que las sostiene empieza a fallar, por alguna causa desconocida.

Y ninguno de ellos sabe qué hacer para evitarlo.

CAPÍTULO 20

EL IMPERANON,

ARISTAGÓN

REINO MEDIO

—No pueden hacer eso —afirmó Agah'ran, encogiéndose de hombros. Le estaba dando de comer un gajo de naranja a un pájaro hargast
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y no volvió la vista mientras hablaba—. Sencillamente, no pueden.

—¡Ah, mi venerado señor, sí que pueden! —replicó el conde Tretar, cabeza de su clan
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y, en aquellos momentos, el consejero más valorado y escuchado por Su Majestad Imperial—. Más aun: lo han hecho.

—¿Cerrar la Catedral del Albedo? ¿No aceptar más almas? Me niego a permitirlo. Mándales aviso, Tretar, de que han provocado nuestro disgusto más profundo y que la catedral debe ser reabierta al instante.

—Eso es precisamente lo que Su Majestad Imperial no debe hacer.

—¿Que no debemos? Explícate, Tretar.

Agah'ran alzó sus maquillados párpados con lentitud, lánguidamente, como si el esfuerzo casi fuera superior a sus fuerzas. Al propio tiempo, movió las manos en un gesto de impotencia. Tenía los dedos manchados de zumo y la sensación pegajosa le desagradaba.

Tretar hizo una seña al ayuda de cámara, quien llamó a un esclavo. Éste corrió con presteza a ofrecer una toalla húmeda y tibia al emperador. Agah'ran posó los dedos en el paño con gesto lánguido, y el esclavo los limpió reverentemente.

—Los kenkari no han proclamado nunca su fidelidad al imperio. A lo largo de la historia, mi señor, siempre han sido independientes y han servido a todos los clanes sin deudas de lealtad con ninguna.

—Pero aprobaron la formación del imperio... —Era casi la hora de la siesta y Agah'ran empezaba a sentirse malhumorado.

—Porque les complacía ver la unión de los seis clanes. Y por eso han servido a Su Majestad Imperial y han apoyado la guerra de Su Majestad contra su hijo rebelde, Reesh'ahn. Incluso lo han proscrito, como Su Majestad Imperial ordenó, y han obligado a su weesham a abandonarlo, y condenar así irremisiblemente a su alma a vivir fuera del Reino Sagrado.

—Sí, sí, todo eso ya lo sabemos, Tretar. Ve al grano. Nos sentimos cansados, y Solarus calienta mucho. Si no tenemos cuidado, empezaremos a sudar.

—Si la Luz del Imperio me permite un momento más...

Agah'ran movió la mano en un gesto que, en cualquier otro, habría sido el acto de apretar el puño.

—Necesitamos esas almas, Tretar. Tú estabas presente y escuchaste el informe. Nuestro desagradecido hijo, Reesh'ahn (que los antepasados lo devoren), ha mantenido conversaciones secretas con ese enemigo bárbaro, Stephen de Volkaran. Si se alían... ¡Ah!, fíjate la perturbación que esto nos ha causado. Estamos temblando. Nos sentimos débiles; debemos retirarnos.

Tretar chasqueó los dedos. El ayuda de cámara dio unas palmadas, y unos esclavos acercaron una silla de mano que habían custodiado hasta entonces. Otros esclavos alzaron delicadamente en sus brazos a Su Majestad Imperial, lo trasladaron a peso desde los cojines donde estaba recostado hasta la silla y lo instalaron en ella con gran revuelo y alharacas, acomodado entre almohadones. Los esclavos cargaron la silla a hombros.

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