195
—¡Nestórida! ¿Cómo llevarías a efecto, conforme prometiste, lo que te voy a decir? Nos gloriamos de ser para siempre y recíprocamente huéspedes el uno del otro, por la amistad de nuestros padres; tenemos la misma edad, y este viaje habrá acrecentado aún más la concordia entre nosotros. Pues no me lleves, oh alumno de Zeus, más adelante de donde está mi bajel; déjame aquí, en este sitio: no sea que el anciano me detenga en su casa, contra mi voluntad, por el deseo de tratarme amistosamente; y a mi me conviene llegar allá lo antes posible.
202
Así dijo. El Nestórida pensó en su alma cómo llevaría a cabo, de una manera conveniente, lo que había prometido.
204
Y considerándolo bien, le pareció que lo mejor sería lo siguiente: dio la vuelta a los caballos hacia donde estaba la veloz nave en la orilla del mar; tomó del carro los hermosos presentes —los vestidos y el oro— que les había entregado Menelao, y los dejó en la popa del barco; y, exhortando a Telémaco, le dijo estas aladas palabras:
209
—Corre a embarcarte y manda que lo hagan asimismo todos tus compañeros, antes que llegue a mi casa y se lo refiera al anciano. Bien sabe mi entendimiento y presiente mi corazón que, con su vehemencia de ánimo, no dejará que te vayas, antes vendrá él en persona a llamarte; y yo te aseguro que no se volverá de vacío, pues entonces fuera grande su cólera.
215
Diciendo de esta manera volvió los caballos de hermosas crines hacia la ciudad de los pilios, y muy pronto llegó a su casa. Mientras tanto, Telémaco daba órdenes a sus compañeros y les exhortaba diciendo:
218
—Poned en su sitio los aparejos de la negra nave, compañeros, y embarquémonos para emprender el viaje.
220
Así les dijo; y ellos le escucharon y obedecieron; pues entrando inmediatamente en la nave, tomaron asiento en los bancos.
222
Ocupábase Telémaco en tales cosas, hacía votos y sacrificaba en honor de Atenea junto a la popa de la nave, cuando se le presentó un extranjero que venía huyendo de Argos, donde había dado muerte a un hombre, y era adivino, del linaje de Melampo. Este último vivió anteriormente en Pilos, criadora de ovejas, y allí fue opulento entre sus habitantes y habitó una magnífica morada; pero trasladóse después a otro país, huyendo de su patria y del magnánimo Neleo, el más esclarecido de los vivientes, quien le retuvo por fuerza muchas y ricas cosas un año entero. En todo él permaneció Melampo atado con duras cadenas en el palacio de Fílaco, pasando muchos tormentos, por la grave falta que para alcanzar la hija de Neleo, la había inducido a cometer una diosa: la horrenda Erinies. Al fin se libró de la Parca, llevóse las mugidoras vacas de Fílace a Pilos, castigó por aquella mala acción al deiforme Neleo, y, después de conducir a su casa la mujer para el hermano, fuese a otro pueblo a Argos, tierra criadora de corceles, donde el hado había dispuesto que habitara reinando sobre muchos argivos. Allí tomó mujer, labró una excelsa mansión y le nacieron dos hijos esforzados: Antífates y Mantio.
243
Antífates engendró el magnánimo Oicleo y éste a Anfiarao, el que enardecía a los guerreros; al cual así Zeus, que lleva la égida, como Apolo quisieron entrañablemente con toda suerte de amistad; pero no llegó a los umbrales de la vejez por haber muerto en Tebas a causa de los regalos que su mujer recibió.
248
Fueron sus hijos Alcmeón y Anfíloco. Por su parte, Mantio engendró a Polifides y a Clito: a éste la Aurora, de áureo trono, lo arrebató por su hermosura, a fin de tenerle con los inmortales; y al magnánimo Polifides hízole Apolo el más excelente de los adivinos entre los hombres después que murió Anfiarao. Mas, como Polifides se irritara contra su padre, emigró a Hiperesia y, viviendo allí, daba oráculos a todos los mortales.
256
Era un hijo de éste, llamado Teoclímeno el que entonces se presentó a Telémaco. Hallóle que oraba y ofrecía libaciones junto al negro bajel; y hablándole, profirió estas aladas palabras:
260
—¡Oh, amigo! Puesto que te encuentro sacrificando en este lugar, ruégote por estos sacrificios, por el dios y también por tu cabeza y la de los compañeros que te siguen, que me digas la verdad de cuanto te pregunte, sin ocultarme nada: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres?
265
Respondióle el prudente Telémaco:
266
—De todo, oh forastero, voy a informarte con sinceridad. Por mi familia soy de Ítaca y tuve por padre a Odiseo, si todo no ha sido sueño; pero ya aquél debe de haber acabado de deplorable manera. Por esto vine con los compañeros y el negro bajel, por si lograba adquirir noticias de mi padre cuya ausencia se va haciendo tan larga.
271
Díjole entonces Teoclímeno semejante a un dios:
272
—También yo desamparé la patria por haber muerto a un varón de mi tribu, cuyos hermanos y compañeros son muchos en Argos, tierra criadora de corceles, y gozan de gran poder entre los aqueos; y ahora huyo de ellos, evitando la muerte y la negra Parca, porque mi hado es andar errante entre los hombres. Pero acógeme en tu bajel, ya que huyendo he venido a suplicarte: no sea que me maten, pues sospecho que me persiguen.
279
Respondióle el prudente Telémaco:
280
—No te rechazaré del bien proporcionado bajel, ya que deseas embarcarte. Sígueme, y allá te trataremos amistosamente, según los medios de que dispongamos.
282
Dicho esto, tomóle la broncínea lanza que dejó tendida en el tallado del corvo bajel; subió a la nave, surcadora del ponto, sentóse en la popa y colocó cerca de sí a Teoclímeno. Al punto soltaron las amarras.
287
Telémaco, exhortando a sus compañeros, les mandó que aparejasen la jarcia, y obedeciéronle todos diligentemente. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y acto continuo extendieron la blanca vela con correas bien torcidas. Atenea la de ojos de lechuza, envióles próspero viento, que soplaba impetuoso por el aire, a fin de que el navío corriera y atravesara lo más pronto posible la salobre agua del mar. Así pasaron por delante de Crunos y del Calcis, de hermoso raudal.
296
Púsose el sol, y las tinieblas ocuparon todos los caminos. La nave, impulsada por el favorable viento de Zeus, se acercó a Feas y pasó a lo largo de la divina Elide, donde ejercen su dominio los epeos. Y desde allá Telémaco puso la proa hacia las islas Agudas, con gran cuidado de si se libraría de la muerte o caería preso.
301
Mientras tanto Odiseo y el divinal porquerizo cenaban en la cabaña y junto con ellos los demás hombres. Y apenas satisfacieron el apetito de comer y de beber, Odiseo —probando si el porquerizo aún le trataría con amistosa solicitud, mandándole que se quedara allí en el establo, o le incitaría a que ya se fuese a la ciudad— les habló de esta manera:
307
—¡Oídme, Eumeo y demás compañeros! Así que amanezca quiero ir a la ciudad para mendigar y no seros gravoso ni a ti ni a tus amigos. Aconséjame bien y señálame un guía experto que me conduzca; y vagaré por la población, obligado por la necesidad, para ver si alguien me da una copa de vino y un cantero de pan. Yendo al palacio del divinal Odiseo, podré comunicar nuevas a la prudente Penelopea y mezclarme con los soberbios pretendientes por si me dieren de comer, ya que disponen de innumerables viandas.
317
Yo les serviría muy bien en cuanto me ordenaren. Voy a decirte una cosa y tu atiende y óyeme: merced a Hermes, el mensajero, el cual da gracia y fama a los trabajos de los hombres, ningún otro mortal competiría conmigo en el servir, lo mismo si tratase de amontonar debidamente la leña para encender el fuego, o de cortarla cuando está seca, de trinchar o asar carne, o de escanciar el vino, que son los servicios que los inferiores prestan a los mayores.
325
Y tú, muy afligido, le hablaste de esta manera, porquerizo Eumeo:
326
—¡Ay, huésped! ¿Cómo se te aposentó en el alma tal pensamiento? Quieres, sin duda, perecer allí cuando te decides a penetrar por entre la muchedumbre de los pretendientes cuya insolencia y orgullo llegan al férreo cielo. Sus criados no son como tú, pues siempre les sirven jóvenes ricamente vestidos de mantos y túnicas, de luciente cabellera y lindo rostro, y las mesas están cargadas de pan, de carnes y de vino. Quédate con nosotros, que nadie se enoja de que estés presente: ni yo, ni ninguno de mis compañeros. Y cuando venga el amado hijo de Odiseo, te dará manto y túnica para vestirte y te conducirá adonde tu corazón y tu ánimo prefieran.
340
Respondióle el paciente divinal Odiseo:
341
—¡Ojalá seas, Eumeo, tan caro al padre Zeus como a mí, ya que pones término a mi fatigosa y miserable vagancia! Nada hay tan malo para los hombres como la vida errante: por el funesto vientre pasan los mortales muchas fatigas, cuando los abruman la vagancia, el infortunio y los pesares. Mas ahora, ya que me detienes, mandándome que aguarde la vuelta de aquél, ea, dime si la madre del divinal Odiseo y su padre, a quien al partir dejé en los umbrales de la vejez, viven aún y gozan de los rayos del sol o han muerto y se hallan en la mansión de Hades.
351
Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pastores:
352
—De todo, oh huésped, voy a informarte con exactitud. Laertes vive aún y en su morada, ruega continuamente a Zeus que el alma se le separe de los miembros; porque padece grandísimo dolor por la ausencia de su hijo y por el fallecimiento de su legítima y prudente esposa, que le llenó de tristeza y le ha anticipado la senectud. Ella tuvo deplorable muerte por el pesar que sentía por su glorioso hijo; ojalá no perezca de tal modo persona alguna, que, habitando en esta comarca, sea amiga mía y como a tal me trate.
361
Mientras vivió, aunque apenada, holgaba yo de preguntarle y consultarle muchas cosas, porque me había criado juntamente con Ctímene, la de largo peplo, su hija ilustre, a quien parió la postrimera: juntos nos criamos, y era yo honrado poco menos que su hija. En llegando ambos a la deseable pubertad, a Ctímene casáronla en Sama, recibiendo por su causa infinitos dones; y a mí púsome aquella un manto y una túnica, vestidos muy hermosos, dióme con qué calzar mis pies, me envió al campo y aun me quiso más en su corazón. Ahora me falta su amparo, pero las bienaventuradas deidades prosperan la obra en que me ocupo, de la cual como y bebo, y hasta doy limosna a venerandos suplicantes. Pero no me es posible oír al presente dulces palabras de mi dueña ni lograr de ella ninguna merced, pues el infortunio entró en el palacio con la llegada de esos hombres tan soberbios; y, con todo, tienen los criados gran precisión de hablar con su dueña y hacerle preguntas sobre cada asunto, y comer y beber y llevarse al campo alguno de aquellos presentes que alegran el ánimo de los servidores.
380
Respondióle, el ingenio Odiseo:
381
—¡Oh dioses! ¡Cómo, niño aún, oh porquerizo Eumeo, tuviste que vagar tanto y tan lejos de tu patria y de tus padres! Mas, ea, dime, hablando sinceramente, si fue destruida la ciudad de anchas calles en que habitaban tu padre y tu venerada madre; o sí, habiéndote quedado solo junto a las ovejas o junto a los bueyes, hombres enemigos te echaron mano y te trajeron en sus naves para venderte en la casa de este varón que les entregó un buen precio.
389
Díjole entonces el porquerizo, mayoral de los pastores:
390
—¡Huésped! Ya que sobre esto me preguntas e interrogas, óyeme en silencio, y recréate, sentado y bebiendo vino. Estas noches son inmensas, hay en ellas tiempo para dormir y tiempo para deleitarse oyendo relatos, y a ti no te cumple irte a la cama antes de la hora, puesto que daña el dormir demasiado. De los demás, aquél a quien el corazón y el ánimo se lo aconseje, salga y acuéstese; y, no bien raye el día, tome el desayuno y váyase con los puercos de su señor. Nosotros, bebiendo y comiendo en la cabaña, deleitémonos con renovar la memoria de nuestros tristes infortunios, pues halla placer en el recuerdo de los trabajos sufridos quien padeció muchísimo y anduvo errante largo tiempo. Voy, pues, a hablarte de lo que me preguntas e interrogas.
403
Hay una isla que se llama Siria —quizá la oíste nombrar— sobre Ortigia, donde el sol hace su vuelta: no está muy poblada, pero es fértil y abundosa en bueyes, en ovejas, en vino y en trigales.
407
Jamás se padece hambre en aquel pueblo y ninguna dolencia aborrecible les sobreviene a los míseros mortales: cuando en la ciudad envejecen los hombres de una generación, preséntanse Apolo, que lleva arco de plata, y Artemis, y los van matando con suaves flechas. Hay en la isla dos ciudades, que se han repartido todo el territorio, y en ambas reinaba mi padre, Ctesio Orménida, semejante a los inmortales.
415
Allí vinieron unos fenicios, hombres ilustres en la navegación, pero falaces, que traían innúmeros joyeles en su negra nave. Había entonces en casa de mi padre una mujer fenicia, hermosa, alta y diestra en espléndidas labores; y los astutos fenicios la sedujeron. Uno, que la encontró lavando, unióse con ella junto a la cóncava nave, con amor y concúbito, lo cual les turba la razón a las débiles mujeres, aunque sean laboriosas. Preguntóle luego quien era y de dónde había venido; y la mujer, señalándole al punto la alta casa de mi padre, le respondió de esta guisa:
425
—Me jacto de haber nacido en Sidón, que abunda en bronce, y soy hija del opulento Aribante. Robáronme unos piratas tafios un día que volvía del campo y, habiéndome traído aquí, me vendieron al amo de esta morada, quien les entregó un buen precio.
430
Díjole a su vez el hombre que con ella se había unido secretamente:
431
—¿Querrías volver a tu patria con nosotros, para ver la alta casa de tu padre y de tu madre y a ellos mismos? Pues aún viven y gozan fama de ricos.
434
La mujer le respondió con estas palabras:
435
—Así lo hiciera si vosotros, oh navegantes, os obligaseis de buen grado y con juramento a conducirme sana y salva a mi patria.
437
Así les habló; y todos juraron, como se lo mandaba. Tan pronto como hubieron acabado de prestar el juramento, la mujer les dirigió nuevamente el habla y les dijo: