La rebelión de los pupilos (93 page)

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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La rebelión de los pupilos
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Una chima que vestía una saya sin adornos se acercaba camino arriba. Inclinó lánguida y brevemente la cabeza ante Uthacalthing y Robert.

—¿Quién quiere saber las últimas noticias? —preguntó Micaela Noddings.

—¡Yo no! —rezongó Fiben—. Dile al universo que por mí se vaya a la m…

—Fiben —Gailet le regañó con dulzura. Miró a Micaela—. Yo sí.

La chima se sentó y empezó a trabajar en la otra pierna de Fiben. Éste, apaciguado, volvió a cerrar los ojos.

—Kault ha contactado con los suyos. Los
thenanios
ya están en camino.

—¡Qué rapidez! —Robert soltó un silbido—. No pierden el tiempo ¿verdad?

—La gente de Kault se ha puesto ya en comunicación con el Concejo de Terragens para negociar la adquisición de la base genética de los gorilas en barbecho y contratar expertos de la Tierra como asesores.

—Espero que el Concejo consiga un buen precio.

—A caballo regalado no le mires el diente —sugirió Gailet—. Según algunos de los galácticos que se han ido, la Tierra está pasando un desesperado momento de estrechez, al igual que los
tymbrimi
. Si este asunto significa perder a los
thenanios
como enemigos y tal vez ganarlos como aliados, puede ser de vital importancia.

A cambio de perder a los gorilas, nuestros primos, como pupilos del clan de la Tierra
, reflexionó Robert.

La noche de la ceremonia él sólo había visto la divertida ironía de todo aquello, compartiendo el punto de vista
tymbrimi
con Uthacalthing. En estos momentos, empero, resultaba difícil no tener en cuenta el coste en términos más serios.

En primer lugar, nunca fueron realmente nuestros
, se recordó a sí mismo.
Al menos podremos expresar nuestra opinión sobre la forma en que serán elevados. Y Uthacalthing dice que los thenanios no son tan malos como la mayoría.

—¿Y los
gubru
? —preguntó—. Han accedido a firmar la paz con la Tierra a cambio de que aceptemos la ceremonia.

—Bueno, no fue exactamente la clase de ceremonia que ellos tenían en mente —respondió Gailet—. ¿No le parece, embajador Uthacalthing?

Los zarcillos del
tymbrimi
ondularon con indolencia. Durante todo el día anterior y la mañana de aquel día se había dedicado a formar pequeños glifos intrincados de pseudo-acertijos, que estaban más allá de la limitada habilidad de captar de Robert, como si se recreara en la recuperación de algo que hubiese perdido.

—Actuarán según su propio interés —dijo Uthacalthing—. La cuestión es si serán capaces de saber qué es lo bueno para ellos.

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que, al parecer, los
gubru
iniciaron esta expedición con unos objetivos muy confusos. Su Triunvirato es el reflejo del enfrentamiento de las distintas facciones de su planeta natal. La idea inicial de la expedición era la de utilizar a la población de Garth como rehenes para arrancar ciertos secretos al Concejo de Terragens. Pero se dieron cuenta de que la Tierra es tan ignorante como todos los demás en cuanto al descubrimiento que hizo esa ignominiosa nave vuestra tripulada por delfines.

—¿Se ha sabido algo nuevo del
Streaker
? —interrumpió Robert.

—Los delfines —prosiguió Uthacalthing, tras suspirar y desarrollar un glifo
palanq
en espiral— parecen haber escapado milagrosamente de una trampa que les tendió una docena de los más fanáticos clanes tutores.

»Toda una asombrosa proeza, y ahora el
Streaker
parece haberse esfumado en los caminos estelares. Los humillados fanáticos perdieron mucho prestigio y las tensiones han alcanzado incluso más alto nivel que antes. Es una razón más que tienen los Maestros de la Percha
gubru
para incrementar su miedo.

—Así que cuando los invasores descubrieron que no podían utilizar los rehenes para obtener los secretos de la Tierra por la fuerza, los Suzeranos buscaron otra manera de sacar provecho de su costosa expedición —dedujo Gailet.

—Exacto. Pero cuando el primer Suzerano de Costes y Prevención murió, el proceso de liderazgo se desestabilizó. En lugar de negociar hacia un consenso en la política, los tres Suzeranos se lanzaron a una desenfrenada competición para alcanzar la posición suprema en la Muda. No estoy seguro de comprender todavía todos los planes que allí se barajaron. Pero el último les va a costar muy caro. El interferir flagrantemente en el justo resultado de una Ceremonia de Elevación es una cuestión muy grave.

Robert vio que Gailet hacía un gesto de repugnancia al recordar cómo había sido utilizada. Sin abrir los ojos, Fiben alargó una mano y tomó la de la chima.

—Y todo esto, ¿en qué posición nos deja a nosotros? —preguntó Robert a Uthacalthing.

—Tanto el sentido común como el honor exigirán de los
gubru
que cumplan su pacto con la Tierra. Es la única salida de este terrible aprieto.

—Pero usted no cree que ellos lo vean de este modo.

—¿Me quedaría confinado aquí, en terreno neutral, si lo creyese? Tú y yo, Robert, estaríamos con Athaclena ahora mismo, cenando
khoogra
y otras exquisiteces que tengo escondidas, y hablaríamos horas y horas, oh, de tantas cosas… pero esto no ocurrirá hasta que los
gubru
se decidan entre la lógica y la autoinmolación.

—¿Tan mal pueden ponerse las cosas? —Robert sintió un escalofrío. Los chimps también escuchaban con atención.

—Éste es un planeta maravilloso —Uthacalthing miró a su alrededor. Inhaló la dulzura del helado aire como si se tratase de un vino añejo—. Y sin embargo ha sufrido muchos horrores. A veces, lo que conocemos como civilización se dedica a destruir las mismas cosas que ha jurado proteger.

Capítulo
94
GALÁCTICOS

—¡Tras ellos! —gritó el Suzerano de Rayo y Garra—, ¡perseguidles! ¡Dadles caza!

Los soldados de Garra y sus robots de batalla se abalanzaron sobre una pequeña columna de neochimps y los cogieron por sorpresa. Los peludos terrestres se dispusieron a luchar, disparando rudimentarias armas contra los
gubru
. Consiguieron hacer explotar dos pequeñas bolas de fuego que provocaron una lluvia de plumas chamuscadas, pero la resistencia resultó prácticamente inútil. De inmediato, el Suzerano se puso a caminar delicadamente entre los restos de los árboles y mamíferos abatidos. Cuando sus oficiales le informaron que sólo encontraban cadáveres de chimps, lanzó un juramento.

Había oído historias de que por allí había otros seres, humanos y
tymbrimi
, sí, y también los tres veces malditos
thenanios
. ¿Cómo es que ninguno de ellos había surgido repentinamente de la jungla? ¡Tenían que estar todos aliados! ¡Tenía que tratarse de un complot!

Se recibían constantes mensajes, súplicas, demandas para que el almirante regresara a Puerto Helenia y se reuniese en cónclave, en un encuentro, en un nuevo debate para el consenso con los otros dos dirigentes.

¡Consenso! El Suzerano de Rayo y Garra escupió sobre el tronco de un árbol destrozado. Ya sentía el reflujo de las hormonas, la lixiviación de un color que casi le había pertenecido.

¿Consenso? ¡El almirante iba a enseñarles qué era el consenso! Estaba decidido a recuperar su posición de líder. Y el único modo de hacerlo, después de esa catastrófica Ceremonia de Elevación, era demostrándoles la eficacia de la opción militar. Cuando llegasen los
thenanios
a reclamar sus premios garthianos, se encontrarían con sus armas. ¡Que se ocuparan de la Elevación de sus nuevos pupilos desde el espacio profundo!

Naturalmente, para tenerlos a raya y poder devolver el planeta a los Maestros de la Percha, necesitaba la completa seguridad de que no se producirían ataques por la retaguardia, desde la superficie. ¡La oposición de tierra tenía que ser eliminada!

El Suzerano de Rayo y Garra se negaba incluso a considerar la posibilidad de que la ira y la venganza hubieran también coloreado sus decisiones. Admitir tal cosa significaría empezar a caer bajo el predominio de la Idoneidad. Algunos de los oficiales habían desertado ya y sólo habían regresado a sus puestos porque el mojigato sumo sacerdote así lo había ordenado. Aquello resultaba especialmente irritante.

El almirante estaba dispuesto a recuperar la lealtad de estos oficiales por sus propios medios: ¡con la victoria!

—Los nuevos detectores funcionan, son efectivos, son eficientes —danzó de satisfacción—. Nos permiten cazar a los terrestres sin que sea necesario rastrear materiales especiales. ¡Podemos localizarlos por su misma sangre!

Los ayudantes del Suzerano compartían su satisfacción. A aquel paso, pronto todos los irregulares serían eliminados.

Una mortaja pareció caer sobre la celebración cuando se supo que uno de los transportes de tropas que los había llevado hasta allí estaba averiado. Otra consecuencia de la plaga de corrosión que azotaba el material
gubru
en toda la zona de las montañas y en el Valle del Sind. El Suzerano había ordenado una investigación urgente.

—¡No importa! Montaremos todos en los otros vehículos. ¡Nada, nadie, ningún acontecimiento impedirá nuestra cacería!

Los soldados cantaron.


¡Zooon!

Capítulo
95
ATHACLENA

Athaclena contemplaba cómo el velludo humano leía el mensaje por cuarta vez, y no pudo evitar preguntarse si había hecho lo correcto.

Con el pelo y la barba crecidos y el cuerpo desnudo, el mayor Prathachulthorn parecía la esencia misma de un salvaje y carnívoro lobezno, una criatura demasiado peligrosa como para fiarse de ella.

Mientras él miraba el mensaje, Athaclena pudo leer las oleadas de tensión que ascendían por su espalda y luego bajaban por los brazos hasta aquellas poderosas y fuertemente crispadas manos.

—Parece ser que tengo órdenes de perdonarte y seguir tus planes, señorita —la última palabra terminó en un silbido—. ¿Significa esto que me liberarán si prometo ser bueno? ¿Cómo puedo estar seguro de que esta orden es auténtica?

Athaclena sabía que tenía muy pocas alternativas. De ahora en adelante, no iba a poder utilizar la fuerza chimp para seguir custodiando a Prathachulthorn. Aquellos en los que podía confiar que ignorasen la voz de mando del humano eran muy pocos, y éste casi había logrado escapar en cuatro ocasiones. La otra alternativa era terminar con él en aquel mismo momento y lugar, pero no deseaba hacerlo.

—No me cabe duda de que me mataría en el instante en que descubriese que el mensaje no es verdadero —replicó Athaclena.

—En eso tienes mi palabra —sus dientes parecieron centellear.

—¿Y en qué más?

—Según estas órdenes del gobierno en el exilio —cerró los ojos y los abrió de nuevo—, no tengo otra salida salvo actuar como si nunca me hubiesen secuestrado, imaginar que no se ha producido ningún motín y adaptar mi estrategia a tus consejos. Muy bien, estoy de acuerdo con esto, siempre que tengas presente que voy a apelar a mis jefes en la Tierra a la primera oportunidad que se me presente. Y ellos llevarán el asunto ante el TAASF. Y una vez que la Coordinadora Oneagle sea destituida, ya nos veremos las caras tú y yo, jovencita
tymbrimi
. Iré a buscarte.

El odio franco y abierto de su mente la hizo temblar y sentir confianza a la vez. El hombre no ocultaba nada. La verdad quemaba detrás de sus palabras. Hizo una seña a Benjamín.

—Suéltalo.

Con aspecto infeliz y evitando encontrarse con los ojos del humano de pelo negro, los chimps bajaron la jaula y serraron la puerta. Prathachulthorn salió frotándose los brazos y, de pronto se volvió y dio un salto, yendo a caer muy cerca de ella. Soltó una carcajada al ver que Athaclena y los chimps retrocedían.

—¿Dónde están mis oficiales? —preguntó de forma cortante.

—Exactamente no lo sé —respondió Athaclena al tiempo que intentaba detener una reacción
gheer
—. Nos hemos dispersado en grupos pequeños y hemos tenido incluso que abandonar las cuevas cuando se hizo evidente que eran un lugar comprometido.

—¿Y ese sitio? —Prathachulthorn señaló las vertientes humeantes del monte Fossey.

—Esperamos que el enemigo lance un ataque contra ese lugar en cualquier momento —respondió ella con sinceridad.

—Bien —dijo—, no creo ni la mitad de lo que me contaste ayer sobre esa «Ceremonia de Elevación» y sus consecuencias, pero te diré una cosa: tu papá y tú parece que habéis fastidiado bien a los
gubru
—husmeó el aire como si estuviera ya siguiendo un rastro—. Supongo que tienes un mapa táctico de situación y un depósito de datos para mí, ¿verdad?

Benjamín le acercó uno de los ordenadores portátiles, pero Prathachulthorn alzó una mano.

—Ahora no. Primero, vámonos de aquí. Quiero verme lejos de este lugar.

Athaclena asintió. Podía comprender perfectamente cómo se sentía el hombre.

Prathachulthorn lanzó una risotada cuando ella declino su burlón ofrecimiento caballeresco para que se adelantara e insistió en que fuera él primero.

—Como quieras —rió entre dientes.

Pronto se encontraron entre los árboles y bajo la densa bóveda de la jungla. Poco después, oyeron algo que parecía un trueno donde había estado su refugio, aunque no había en el cielo ni una sola nube.

Capítulo
96
SYLVIE

La noche estaba iluminada por ardientes focos que estallaban hacia delante actínicamente y proyectaban unas rígidas sombras al derivar lentamente hacia el suelo. Su impacto sobre los sentidos era tan repentino y aturdidor que ahogaba incluso el ruido de la batalla y los gritos de los agonizantes.

Eran los defensores quienes lanzaban las ardientes antorchas al aire, ya que sus asaltantes no necesitaban de ninguna luz que los guiase. Seguían los rastros con radar e infrarrojos y atacaban con una mortal precisión, salvo cuando se veían súbitamente cegados por el brillo de las llamaradas.

Los chimps huían en todas direcciones del oscuro campamento nocturno, desnudos, llevando sólo comida y unas pocas armas a la espalda. La mayoría eran refugiados de los villorrios de la montaña que habían ardido con el reciente recrudecimiento de la guerra. Unos cuantos irregulares entrenados se quedaron en la retaguardia en una desesperada acción para cubrir la retirada de los civiles.

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