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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La torre de la golondrina (15 page)

BOOK: La torre de la golondrina
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La hija morena del colmenero se echó a la espalda la trenza que le estorbaba, volvió a hacer girar la rueda con rabiosa energía. Los esfuerzos de Jaskier seguían resultando hueros, las palabras del poeta parecía que no llegaban a la destinataria. Jaskier guiñó un ojo al resto de la compaña, fingió que suspiraba y alzaba los ojos al techo. Pero no renunció.

—Dame —repitió, enseñando los dientes—. Dame, yo me lo daré vueltas, y tú baja al sótano a por cerveza. Seguro que hay aquí algún escondrijo oculto y en el escondrijo un barrilete. ¿Me equivoco, guapa?

—Ya podíais licenciar a la moza en paz, buen hombre —dijo con furia la colmenera, una mujer alta y delgada de sorprendente belleza que andaba por la cocina—. Pos si ya sus dijo que no fabemos ni gota cerveza.

—Y las veces que sus se ha dicho, hombre —apoyó el colmenero a su mujer al tiempo que interrumpía la conversación con el brujo y el vampiro—. Sus vamos a facer unas tortas con mieles, y os las trasegareis. ¡Mas dejar que la moza amuele tranquila la farina pos sin fariña ni una meiga pudiera facer las tortas! Licenciaila y que reine la paz en la sala.

—¿Has oído, Jaskier? —gritó el brujo—. Suelta a la muchacha y ocúpate de algo útil. ¡0 escribe tus memorias!

—Quiero beber. Me gustaría beber algo antes de comer. Tengo unas yerbas. Me voy a hacer una infusión. Abuela, ¿hay en la choza agua hirviendo? Agua hirviendo, pregunto, ¿la hay?

Una viejecilla sentada junto al hogar, la madre del colmenero, levantó la vista de un calcetín que andaba remendando.

—La hay, pajarillo, la hay —murmuró—. Sólo que fría.

Jaskier gimió, se sentó resignado a la mesa, donde la compaña platicaba con el colmenero, con el que se habían encontrado temprano aquella mañana en el bosque. El colmenero era bajo, rechoncho, moreno y terriblemente peludo, así que no asombraba el hecho de que, al surgir inesperadamente de la espesura, les metiera a todos miedo en el cuerpo, puesto que le tomaron por un licántropo. Y para que fuera todavía más gracioso, el que primero gritó «¡Lobisome, lobisome!» fue el vampiro Regis. Hubo un pequeño alboroto, pero el asunto se aclaró pronto y el colmenero, aunque de apariencia palurda, resultó ser hospitalario y amable. La cuadrilla aceptó su invitación sin ceremonias para ir a su posesión. Su posesión, que en el argot de su profesión se llamaba «posada de colmenas», estaba situada en un claro descepado, el colmenero vivía allí con su madre, su mujer y su hija. Las dos últimas eran mujeres de una belleza poco común e incluso algo extraña, lo que era señal evidente de que entre sus antepasadas había una dríada o una hamadríada.

Durante la conversación en la que se enzarzaron, el colmenero dio de inmediato la impresión de que no se podía hablar con él más que de guanotas, amas, frezadas, posadas, ahumadas, ceras, mieles y melazas, pero esto era sólo en apariencia.

—¿La pulítica? ¿Y qué va a pasar en la pulítica? Lo de costumbre. Ca vez hay que dar diezmos más gordos. Tres urnas de mieles, y toa una monda de cera. Apenas respiro tengo pa dar abasto, de sol a sol en la posada, aventó las arnas... ¿a quién pago la lezda? ¿Y no habrá alma caritativa que sepa darme razones de quién nos gobierne? Últimamente usease aquestos fablaban la lengua nilfgaardiana. A lo visto sernos agora provencia impirial o yo qué sé. Por la miel, caso que algo mercadee, con dineros impiríales me se paga, dineros que tién la cara del impirador. Por la jeta éste se ve que es garboso anque más bien serio, se ve al punto. Usease...

Ambos perros, el cano y el negro, se sentaron enfrente del vampiro, alzaron las cabezas y comenzaron a aullar. La hamadríada colmenera se alejó del hogar y les atizó con la escoba.

—Mala señal es ésa —dijo el colmenero— cuando los perros otilan al pleno día. Usease... ¿De qué tenía yo que platicar?

—De los druidas de Caed Dhu.

—¡Eh! ¿A modo que to no eran chacotas, caballeros? ¿En verdad querís ir ande los druidas? ¿Sus habís cansao de la vida? Los muerdagueros agarran a to el que saventura por sus campos, lo amarran con una soga de esparto y lo tuestan a fuego vivo.

Geralt miró a Regis, Regis le murmuró algo. Ambos conocían muy bien los rumores que corrían sobre los druidas, todos, sin embargo, imaginarios. No obstante, Milva y Jaskier comenzaron a escuchar con mayor interés que hasta entonces. Y con mayor preocupación.

—Los unos dicen —siguió el colmenero— que los muerdagueros ándanse vengando de que los nilfgaardianos primo les dieran leña, metiéndose andel santo roble de por el Dol Angra y se liaron a darles a los druidas sin mentar el porqué. Otros hay que dicen que los druidas fueron los que ampezaron pos pillaron a unos impiriales y les dieron tormento fasta la muerte y que Nilfgaard así les paga con la mesma moneda. Cuála la verdá de la güena sea, nadie sabe. Mas algo es seguro, los druidas agarran, meten en la Moza de Esparto y queman. Ir onde ellos: la muerte cierta.

—Nosotros no tenemos miedo —dijo Geralt sereno.

—Cierto. —El colmenero midió con la mirada al brujo, a Milva y a Cahir, que justamente entonces entraban a la choza después de haberse ocupado de los caballos—. Se ve que no sois gente cagona y más bien duchos en armas. Je, con tales como vos no da canguelo viajar... usease... Mas no hay ya más muerdagueros en los Bosques Negros, vanos son pues vuestro camino y vuestros trabajos. Los fechó dalla Nilfgaard, los proscribió de Caed Dhu. Ya no están allí.

—¿Y eso?

—Pos eso. Fuyeron los muerdagueros.

—¿Y adonde?

El colmenero miró a su hamadríada, guardó un instante silencio.

—¿Adonde? —repitió el brujo.

El gato rayado del colmenero se sentó junto al vampiro y maulló penetrantemente. La hamadríada lo echó a escobazos.

—Mala señá, cuando el gato malla en medio del día —masculló el colmenero, extrañamente turbado—. Y los druidas... Usease... Fuyeron hacia Los Taludes. Sí. Bien digo. A Los Taludes.

—Unas buenas sesenta millas al sur —calculó Jaskier con voz suelta y hasta alegre. Pero se calló de inmediato ante la mirada del brujo.

En el silencio que siguió sólo se pudieron escuchar los maullidos de mal agüero del gato, al que se había expulsado a la calle.

—Al fin y al cabo —habló el vampiro—, ¿qué diferencia hay?

La mañana siguiente trajo nuevas sorpresas. Y un enigma que sin embargo halló pronta respuesta.

—Que me se lleven los diablos —dijo Milva, quien fue la primera en arrastrarse del lecho, despierta por el barullo—. Que me cuelguen. Mira eso, Geralt.

El claro estaba lleno de gente. Al primer vistazo daba la sensación que se habían juntado gente de cinco o seis posadas de colmenas. El ojo experto del brujo distinguió entre la multitud a algunos tramperos y por lo menos un peguero. El grupo en conjunto había de calcularse en unos doce varones, diez hembras, una decena de mozuelos de ambos sexos y otros tantos niños pequeños. Como impedimenta el grupo llevaba seis carros, doce bueyes, diez vacas y cuatro cabras, bastantes ovejas y también no pocos perros y gatos, cuyos ladridos y maullidos había que considerar en tales ocasiones como un mal augurio.

—Me pregunto —Cahir se restregó los ojos— qué puede significar esto.

—Problemas —dijo Jaskier, al tiempo que se quitaba la paja de los cabellos. Regis guardaba silencio, pero tenía una mueca extraña.

—Almorcen vuesas mercedes —dijo su amigo el colmenero, acercándose al vivaque en compañía de un hombre de bastantes espaldas—. El almorzó está ya dispuesto. Gachas de leche. Y miel... Y dejarme que sus presente: Jan Cronin, estarosta de los colmeneros...

—Encantado —mintió el brujo, sin responder a la reverencia, también porque le dolía rabiosamente la rodilla—. Y esta banda, ¿de dónde ha salido?

—Usease... —El colmenero se rascó la sien—. Veréis, corre el invierno... Las decurias ya están amjambradas, los bujeros fechos... Hora es ya de volver a Los Taludes, a Riedbrune... Preparar las mieles, invernar... Mas el monte es peligroso... Solos...

El estarosta de los colmeneros carraspeó. El colmenero vio la mueca de Geralt y como que se encogió un tanto.

—Vos sois gente armada y a caballo —jadeó—. Aguerridos y valientes, se ve al punto. Con tales como vos no hay miedo de viajar... Y también a vos sus vendrá de perilla... Nosotros conocemos ca vereda, ca sendero, ca carril y ca trocha... Y os alementaremos...

—Y los druidas —dijo Cahir con voz fría— se fueron de Caed Dhu. Precisamente a Los Taludes. Vaya una extraordinaria coincidencia.

Geralt se acercó despacio al colmenero. Lo agarró con las dos manos del jubón, a la altura del pecho. Pero al cabo de un instante se lo pensó mejor, lo soltó, le alisó la ropa. No dijo nada. No preguntó nada. Pero el colmenero de todos modos se apresuró a explicarse.

—¡La verdad dijera! ¡Lo juro! ¡Que me trague la tierra si mintiera! ¡Los muerdagueros se fueron de Caed Dhu! ¡Ya no andan allí!

—Y están en Los Taludes, ¿no? —gritó Geralt—. ¿Adonde tiene que ir toda vuestra chusma? ¿Adonde os queréis organizar una escolta armada? Habla, hombre. ¡Pero ten cuidado porque la tierra está de verdad a punto de hundirse!

El colmenero bajó la vista y miró con desasosiego el suelo bajo sus pies. Geralt guardaba un significativo silencio. Milva, entendiendo por fin lo que estaba pasando, lanzó una horrible blasfemia. Cahir bufó despectivamente.

—¿Y? —le apremió el brujo—. ¿Adonde se han ido los druidas?

—¿Y quién, señor, lo ha de saber? —barboteó por fin el colmenero—. Mas pudiera ser que a Los Taludes. Tan buen lugar como cualquiera otro. Adempero grande número de robles se crían en Los Taludes y los druidas gozan del gobierno sobre los robles...

Detrás del colmenero estaban de pie ahora, aparte de Cronin, el estarosta, ambas hamadríadas, madre e hija. Menos mal que la hija ha salido a la madre y no al padre, pensó maquinalmente el brujo, el colmenero pega con la mujer como el culo con las témporas. Detrás de las hamadríadas, observó, había todavía unas cuantas mujeres, bastante menos hermosas pero con parecido ruego en la mirada.

Miró a Regis sin saber si reírse o maldecir. El vampiro se encogió de hombros.

—Para empezar —dijo—, el colmenero tiene razón, Geralt. Al fin y al cabo es muy probable que los druidas hayan ido a Los Taludes. En verdad es un terreno muy adecuado para ellos.

—¿La tal probabilidad es, en tu opinión —la mirada del brujo era muy, muy fría—, lo suficientemente grande como para cambiar de dirección y seguir a ciegas con éstos de aquí?

Regis volvió a encogerse de hombros.

—¿Y qué más da? Reflexiona. Los druidas no están en Caed Dhu, por lo que esa dirección ha de ser excluida. Volver al Yaruga, por lo que me imagino, no puede ser objeto de debate. Así que todas las restantes direcciones son igualmente buenas.

—¿De verdad? —La temperatura de la voz del brujo era similar a la temperatura de su mirada—. ¿Y de todas las restantes, cuál, en tu opinión, sería la más indicada? ¿Ésta junto a los colmeneros? ¿O la dirección completamente contraria? ¿Puedes definirlo en tu sabiduría sin límites?

El vampiro se dio la vuelta en dirección al colmenero, el estarosta de los colmeneros, las hamadríadas y las otras mujeres.

—¿Y qué es lo que tanto teméis, buenas gentes —preguntó serio—, que andáis buscando escolta? ¿Qué es lo que os produce tanto miedo? Hablad con sinceridad.

—Oy, señor mío —gimió Jan Cronin, y en sus ojos apareció el miedo más auténtico—. ¡Y aún preguntáis...! ¡La senda nuestra ha de descurrir por los Dólmenes Calados! ¡Y allá, señor, es jorrible! Allá, señor, hay brucolacos, portahojas, endriagos, inogis y muchas más porquerías de ésas! No más face dos semanas que al mío yerno lo agarró una silvia en tal modo que el yerno na más que a gañir alcanzó y adiós muy buenas. ¿Os asombra por tanto que andemos cagaos con tanta moza y tanto crío? ¿Eh?

El vampiro miró al brujo, tenía el rostro muy serio.

—Mi sabiduría sin límites —dijo— me recomienda señalar la dirección que es más indicada para un brujo.

Asi que nos pusimos en marcha hacia el sur, hacia Los Taludes, país situado en las laderas de los Montes de Amell. Avanzábamos en una bandada enorme en la que de todo había: jóvenes mozas, colmeneros, tramperos, mujeres, niños, jóvenes mozas, avíos de casa y casera parafernalia, jóvenes mozas. Y un montón, de puñetera miel Todo estaba pegajoso de la miel de los cojones, hasta las mozas.

La columna avanzaba a la velocidad de los pies y los carros, aunque el tempo de la marcha no decayó porque no nos equivocamos sino que progresábamos como por una cuerda: los colmeneros conocían el camino, las trochas y veredas entre los lagos. Y bien que vino aquella conocencia, ya lo creo que vino bien, porque comenzó a molliznar y de pronto todo aquel maldito país de los Tras Ríos se hundió en una niebla gruesa como la nata. Sin los colmeneros nos hubiéramos perdido sin remedio o nos hubiéramos hundido allá en los pantanos. No tuvimos tampoco que perder tiempo ni energía en buscar ni preparar las provisiones: se nos alimentaba tres veces al día, hasta hartarnos, aunque no fueran muy rebuscadas las viandas. Y se nos permitía tras la comida tumbarnos un ratillo con la tripa mirando al cielo.

En pocas palabras, era maravilloso. Hasta el brujo, aquel viejo tristón y aburrido, comenzó a sonreír más a menudo y a alegrarse de la vida porque calculó que íbamos haciendo unas quince millas diarias y, desde que salimos de Brokilón, ni una vez habíamos podido realizar tal proeza. El brujo no tenía trabajo, porque aunque los Dólmenes Calados estaban tan calados que era difícil imaginarse algo más calado, monstruo alguno no nos topamos. Oh, los fantasmas aullaban un poco por las noches, resonaban los llantos de las silvias y bailaban los fuegos fatuos en las ciénagas. Nada sensacional.

Un poquillo, es cierto, nos desasosegaba el que otra vez íbamos en una dirección elegida más bien al azar y otra vez sin un objetivo bien preciso. Pero, como expresó el vampiro Regis, mejor ir hacia delante sin objetivo que sin objetivo quedarse en el mismo sitio, y con toda seguridad infinitamente mejor que retroceder sin objetivo.

—¡Jaskier! ¡Amarra bien ese tubo tuyo! ¡Sería una pena que el medio siglo de poesía se desatara y se perdiera entre los juncos!

—¡No hay que temer! No se perderá, podéis estar seguros. ¡Y no dejaré que me lo arrebaten! Todo aquél que quiera arrebatarme el tubo tendrá que pasar primero por encima de mi frío cadáver. ¿Se puede saber, Geralt, qué es lo que provoca tu sonrisa perlada? Permite que lo adivine... ¿Tu cretinismo de nacimiento?

BOOK: La torre de la golondrina
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