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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La torre de la golondrina (24 page)

BOOK: La torre de la golondrina
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—Sugeriría sin embargo sinceridad y franqueza. Aunque no fuera más que por demostrar que no escondéis culpa ninguna y no teméis a la ley, ni a las autoridades que la protegen. Intentaré repetir la pregunta: ¿qué objetivo tiene vuestra empresa, brujo?

Geralt reflexionó un instante.

—Intento llegar hasta los druidas que antes vivían en Angren y que ahora al parecer se han instalado en estos alrededores. No fue difícil enterarse de ello por los colmeneros que estuve escoltando.

—¿Quién os ha contratado para ir contra los druidas? ¿Acaso los amigos de la naturaleza han quemado en su Moza de Esparto a una persona de más?

—Cuentos, rumores y supersticiones, extraños en una persona cultivada. De los druidas yo preciso información, no su sangre. Pero de verdad, señor prefecto, me parece que ya he sido hasta demasiado sincero para demostrar que no escondo culpa alguna.

—No se trata de vuestra culpa. Al menos no sólo de ella. Quisiera sin embargo que en nuestra conversación comenzaran a dominar tonos de deferencia mutua. En contra de las apariencias, el objetivo de esta conversación es, entre otros, el salvaros la vida a vos y a vuestros compañeros.

—Habéis despertado, señor prefecto —dijo Geralt tras un instante—, mi más profunda curiosidad. Entre otras cosas. Escucharé vuestra explicación con gran atención.

—No lo dudo. Llegaremos a esas explicaciones, pero gradualmente. Por etapas. ¿Habéis oído hablar alguna vez, señor brujo, de la institución del testigo de la corona? ¿Sabéis qué es eso?

—Lo sé. Alguien que se quiere librar de responsabilidades delatando a sus camaradas.

—Una simplificación excesiva —dijo sin sonrisa Fulko Artevelde—, típica al fin y al cabo para un norteño. Vosotros enmascaráis a menudo los agujeros en vuestra educación a base de sarcasmo o simplificaciones caricaturescas, que consideráis bromas. Aquí, en Los Taludes, señor brujo, actúa la ley del Imperium. En rigor, actuará la ley del Imperium cuando se siegue hasta la raíz la anarquía que reina aquí. El mejor medio para reprimir la anarquía y el bandolerismo es el cadalso que con toda seguridad habéis visto en la plaza. Pero a veces también sirve la institución del testigo de la corona.

Hizo una pausa efectista. Geralt no le interrumpió.

—No hace mucho —siguió el prefecto—, conseguimos enredar en una emboscada a una banda de jóvenes criminales. Los bandidos ofrecieron resistencia y murieron...

—Pero no todos, ¿verdad? —se imaginó con brusquedad Geralt, al que toda aquella retórica le estaba ya cansando un poco—. A uno de ellos se le cogió con vida. Se le prometió piedad si se convertía en testigo de la corona. Es decir, si se chotaba. Y se chotó de mí.

—¿De dónde extraéis esa conclusión? ¿Habéis tenido contacto con el mundo de la delincuencia local? ¿Ahora o en el pasado?

—No. No lo he tenido. Ni ahora, ni en el pasado. Por eso, perdonadme, señor prefecto, pero todo este asunto no es más que un malentendido o un humbugueo. O una provocación dirigida contra mí. En este último caso propongo que no perdamos el tiempo y vayamos al grano.

—La idea de una provocación dirigida contra vos no os abandona —advirtió el prefecto, frunciendo una ceja deformada por una cicatriz—. ¿Acaso, pese a las afirmaciones que habéis realizado, tenéis en verdad motivos para temer a la ley?

—No. Sin embargo, comienzo a temer que la lucha contra la delincuencia se realice aquí demasiado aprisa, a granel y con poco detalle, sin prolijas esperas, se sea culpable o no. Pero, en fin, puede que esto sólo sea una simplificación caricaturesca, típica para un lerdo norteño. Norteño el cual todavía no comprende de qué forma le está salvando la vida el prefecto de Riedbrune.

Fulko Artevelde le miró durante un instante en silencio. Luego dio una palmada.

—Traedla —ordenó al soldado que había acudido.

Geralt se tranquilizó con unas cuantas inspiraciones. De pronto un cierto pensamiento le había provocado una aceleración del corazón y una reforzada producción de adrenalina. Al cabo de un segundo tuvo que inspirar de nuevo, tuvo incluso que hacer —algo sin precedentes— una Señal con la mano que mantenía oculta bajo la mesa. Y no hubo —algo sin precedentes— resultado alguno. Le entró calor. Y frío.

Porque los guardias empujaron a la habitación a Ciri.

—Oh, mirar —dijo Ciri en cuanto que la sentaron en la silla y le ataron las manos a la espalda, detrás del respaldo—. ¡Mirar lo que nos trajo el gato!

Artevelde realizó un rápido gesto. Uno de los guardianes, un gran mozo con el rostro de un niño no muy despierto, desplegó la mano en un lento golpe y le dio una bofetada en la cara que hasta hizo balancearse la silla.

—Perdonarla, mi señor —dijo el guardia con una voz de disculpa sorprendentemente suave—. Joven es, y tonta. Y descarada.

—Angouléme —dijo Artevelde lenta y claramente—. Te prometí que te escucharía. Pero esto significa que voy a escuchar tus respuestas a mis preguntas. No tengo intenciones de escuchar tus payasadas. Serás castigada por ellas. ¿Has entendido?

—Sí, abuelete.

Un gesto. Una bofetada. La silla se balanceó.

—Joven es —musitó el guardia mientras se restregaba la mano en el muslo—. Descarada...

De la nariz rota de la muchacha —Geralt ya sabía que no era Ciri y no podía dejar de asombrarse de su error— fluyó un delgado hilo de sangre. La muchacha se sorbió los mocos con fuerza y adoptó una sonrisa feroz.

—Angouléme —repitió el prefecto—. ¿Me has entendido?

—Sí, señor Fulko.

—¿Quién es éste, Angouléme?

La muchacha volvió a inspirar por la nariz, inclinó la cabeza, abrió unos grandes ojos en dirección a Geralt. Luego agitó un flequillo de cabellos desordenados y rubios como la paja, que le caían en molestos mechones sobre las cejas.

—No le he visto en la vida. —Se lamió la sangre que le había bajado hasta los labios—. Pero sé quién sea. Ya os lo dije, señor Fulko, ahora sabéis que no mentía. Se llama Geralt. Es un brujo. Hace unos diez días cruzó el Yaruga y se dirige a Toussaint. ¿Acierto, abuelete de pelos blancos?

—Joven es... Descarada... —dijo el guardia con rapidez, mirando con un cierto desasosiego al prefecto. Pero Fulko Artevelde tan sólo frunció el ceño y agitó la cabeza.

—Tú todavía vas a engalanar el cadalso, Angouléme. Bueno, sigamos. ¿Con quién, según tú, viaja este brujo Geralt?

—¡También os lo dije! Con un guaperas de nombre Jaskier, que es trovador y lleva un laúd consigo. Con una mujer joven, con los pelos de color rubio oscuro, cortados a la altura de la nuca. No sé cómo se llama. Y con un hombre del que nada se dijo, su nombre tampoco. Juntos todos son cuatro.

Geralt apoyó la barbilla en los pulgares, mirando con atención a la muchacha. Angouléme no bajó la vista.

—Cuidado que tienes ojos —dijo ella—. ¡Ojosmalojos!

—Sigue, sigue, Angouléme —la espoleó, frunciendo el ceño, don Fulko—. ¿Quién más pertenece a esa compaña brujeril?

—Nadie. Lo dije, son cuatro. ¿No tienes orejas, abuelete?

Un gesto, una bofetada, un balanceo. El guardia se frotó la mano en el muslo, conteniéndose de soltar más sentencias acerca de la descarada mocedad.

—Mientes, Angouléme —dijo el prefecto—. ¿Cuántos son, pregunto por segunda vez?

—Como vos queráis, señor Fulko. Como vos queráis. Vuestro gusto. Son doscientos. ¡Trescientos! ¡Seiscientos!

—Señor prefecto. —Geralt se anticipó rápido y brusco a la orden de golpear—. Dejémoslo, si se puede. Lo que ha dicho es tan preciso que no se puede hablar de mentira, sino más bien de información incompleta. Pero, ¿de dónde ha salido esa información? Ella misma ha reconocido que me ve por vez primera en su vida. Yo también la veo por vez primera. Os lo prometo.

—Gracias por la ayuda en la investigación. —Artevelde le miró de reojo—. Muy valiosa. Cuando comience a interrogaros a vos, cuento con que seáis también tan hablador. Angouléme, ¿has oído lo que ha dicho el señor brujo? Habla. Y no me obligues a tener que apurarte.

—Se dijo —la muchacha se lamió la sangre que le caía de la nariz— que si a las autoridades se les denunciaba algún crimen planeado, si se dijera quién planea alguna truhanería, entonces se mostraría benevolencia. ¿Pues no lo he dicho yo? Sé de un crimen en ciernes, quiero evitar un acto malvado. Escuchar lo que digo. Ruiseñor y su cuadrilla están esperando en Belhaven al brujo aquí presente y han de cargárselo. Les dio este encargo un medioelfo, forastero, el diablo sabe de dónde salió, nadie lo conoce. Todo dijo el tal medioelfo: quién es, qué aspecto tiene, de dónde vendrá, cuándo vendrá, en qué compañía. Les reconvino de que era un brujo, no un paleto cualquiera, sino perro viejo, que no se las dieran de listos, sino que le apuñalaran por la espalda, le tiraran de ballesta, y lo mejor, que le envenenaran cuando bebiera o comiera algo en Belhaven. El medioelfo le dio al Ruiseñor dinero. Mucho dinero. Y le prometió más después del trabajo.

—Después del trabajo —advirtió Fulko Artevelde—. ¿De modo que el medioelfo todavía está en Belhaven? ¿Con la banda del Ruiseñor?

—Pudiera ser. No lo sé. Hace ya más de dos semanas que huí de la cuadrilla del Ruiseñor.

—¿Así que ése es el motivo por el que los delatas? —sonrió el brujo—. ¿Ajustes de cuentas personales?

Los ojos de la muchacha se estrecharon, sus tumefactos labios se torcieron en un gesto horrible.

—¡Una mierda te importan a ti mis ajustes de cuentas, abuelo! Y con eso de que delato, te salvo la vida, ¿no? ¡No vendría mal un agradecimiento!

—Gracias. —Geralt de nuevo se adelantó a la orden de golpear—. Sólo quería comentar que si se trata de un ajuste de cuentas tu credibilidad se rebaja, testigo de la corona. La gente delata cuando quiere salvar el pellejo y la vida, pero miente cuando quiere vengarse.

—Nuestra Angouléme no tiene ni la más mínima posibilidad de salvar la vida —le interrumpió Fulko Artevelde—. Pero el pellejo, por supuesto, quiere salvarlo. A mi juicio se trata de una motivación absolutamente creíble. ¿Eh, Angouléme? ¿Quieres salvar el pellejo, verdad?

La muchacha apretó los labios. Y palideció manifiestamente.

—Valentía de bandoleros —dijo el prefecto con desprecio—. Y de mocosos también. Atacar en ventaja, robar a los débiles, matar a indefensos, eso sí se puede. Pero mirar cara a cara a la muerte es más difícil. Eso ya no podéis.

—Todavía lo veremos —ladró ella.

—Veremos —repitió serio Fulko—. Y lo escucharemos. Gritarás en el patíbulo hasta que se te salgan los pulmones, Angouléme.

—Prometisteis benevolencia.

—Y mantendré mi promesa. Si lo que has confesado resulta ser verdad.

Angouléme se retorció en la silla, señalando a Geralt con un movimiento que se diría de todo su delgado cuerpo.

—¿Y esto —gritó— qué es? ¿No es verdad? ¡Que niegue que no es brujo y que no es Geralt! ¡Me van a decir aquí que no soy creíble! ¡Pues que se vaya a Belhaven, y tendrá mejor prueba de que no miento! Su cadáver lo hallarán a la mañana en las canales. ¡Sólo que entonces diréis que no previne el delito y que de benevolencia nada! ¿No? ¡Fulleros, su puta madre, es lo que sois! ¡Fulleros y eso es todo!

—No la golpeéis —dijo Geralt—. Por favor.

En su voz había algo que detuvo a mitad de camino las manos alzadas del prefecto y del guardia. Angouléme se sorbió las narices, mirándolo penetrantemente.

—Gracias, abuelete —dijo—. Pero pegar no es nada, si quieren que peguen. A mí me pegaban desde pequeña, estoy acostumbrada. Si quieres hacerme bien, confirma entonces que digo la verdad. Que mantengan su palabra. Que me cuelguen, su puta madre.

—Lleváosla —ordenó Fulko, intentando acallar con un gesto las protestas de Geralt—. No nos es ya necesaria —aclaró, cuando se quedaron solos—. Ya sé todo y os lo aclararé. Y luego os pediré reciprocidad.

—Primero —la voz del brujo era fría— aclaradme de qué iba este ruidoso final, terminado con una extraña petición de ahorcamiento. Al fin y al cabo la muchacha, como testigo de la corona, ya ha hecho lo suyo.

—Todavía no.

—¿Cómo que no?

—Homer Straggen, llamado Ruiseñor, es un truhán extraordinariamente peligroso. Cruel y desvergonzado, astuto e inteligente, y para colmo con suerte. Su impunidad estimula a otros. Tengo que acabar con esto. Por eso he hecho un trato con Angouléme. Le prometí que si como resultado de su declaración, Ruiseñor es atrapado y su cuadrilla deshecha, Angouléme será ahorcada.

—¿Cómo? —El asombro del brujo no era fingido—. ¿Ésta es la institución del testigo de la corona? ¿A cambio de colaborar con las autoridades, la soga? Y por negarse a colaborar, ¿qué?

—El palo. Precedido de sacarle los ojos y arrancarle los pechos con tenazas al rojo.

El brujo no dijo ni una palabra.

—Esto se llama ejemplo por el miedo —siguió al cabo, Fulko Artevelde—. Una cosa muy necesaria en la lucha contra el bandolerismo. ¿Por qué apretáis tanto los puños que hasta casi se oyen crujir vuestros pulgares? ¿Acaso sois partidario de matar humanitariamente? Pero vos os podéis permitir ese lujo, al fin y al cabo combatís principalmente a seres que, por muy ridículo que pueda sonar, también matan humanitariamente. Yo no puedo permitirme el lujo. Yo he visto caravanas de mercaderes y casas asaltadas por el Ruiseñor y otros parecidos. He visto lo que le hicieron a la gente para que señalaran escondrijos o dijeran las consignas mágicas de cajas y cofres. He visto mujeres después de que el Ruiseñor hubiera comprobado con un cuchillo si no escondían bienes preciados. He visto a personas a las que se les hicieron cosas todavía peores para simple diversión bandoleril. Angouléme, cuyo destino tanto os preocupa, tomó parte en tales diversiones, eso es seguro. Estuvo el tiempo suficiente en la banda. Y si no fuera por el mero azar, por el hecho de que huyera de la banda, la hubierais conocido de otra forma. Puede que fuera ella quien os hubiera disparado en la espalda con la ballesta.

—No me gustan los «y si». ¿Sabéis el motivo por el que escapó de la cuadrilla?

—Sus declaraciones fueron escasas en este sentido, y mis gentes no quisieron divulgarlo. Pero todos saben que Ruiseñor es del tipo de hombre que gusta de poner a las mujeres en su papel diríamos natural. Si no resulta de otro modo, les impone ese papel por la fuerza. A esto se añadió seguramente un conflicto generacional. Ruiseñor es un hombre maduro y la última compaña de Angouléme eran unos crios igual que ella. Pero esto son especulaciones, en realidad todo ello no me incumbe. Y a vos, me permito preguntar, ¿por qué os importa tanto? ¿Por qué desde el primer momento que la visteis os produce Angouléme tan vivas emociones?

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