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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

La última batalla (11 page)

BOOK: La última batalla
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Un aullido de dolor salió de la vieja caravana de aluminio, ajada por las inclemencias del tiempo. Evan, que estaba sentado fuera del remolque en una tumbona plegable, esperando el informe sobre la situación de su paciente, hizo una mueca. Junto a él, Tormenta Silenciosa caminaba adelante y atrás, nerviosa. Levantó la vista hacia los gritos que dio la gente al saludar a alguien que había aparecido en el camino y vio que Cuchillo de Sílex llegaba por fin al destartalado pueblo. Iba resoplando. Se tiró de rodillas y dejó caer el venado, levantando un puño en alto en señal de triunfo. Evan sonrió.

Varios Wendigo y parentela se reunieron a su alrededor y le dieron palmaditas en la espalda y puñetazos amistosos en los brazos, felicitándolo. Un pequeño grupo se llevó el venado para destriparlo y prepararlo para la cena. El Wendigo se giró hacia Evan y le hizo un gesto con la cabeza, con una estoica pero sincera expresión de elogio por su captura. Evan no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara.

La puerta de la caravana se abrió con un chirrido y Aurak Danzante de la Luna hizo un gesto hacia Evan para que entrase. Se levantó y Tormenta Silenciosa lo siguió rápidamente, a pesar de que no la habían invitado de forma expresa.

En el interior de la habitación, oscura y brumosa a causa del humo del incienso, una anciana estaba inclinada sobre una cama, donde un lobo estaba tumbado de costado, con los ojos abiertos y la cabeza dando vueltas por el delirio. La mujer agitaba una pluma de águila por encima de él, creando remolinos de incienso, al tiempo que murmuraba en una lengua nativa.

—Es del Norte —dijo Aurak. La anciana se sentó en una silla de madera, mirando al lobo. El pelo blanco de Aurak le llegaba casi hasta la cintura y se desparramaba sobre su camisa de piel de gamo. Solo sus zapatillas eran modernas, de alguna marca que imitaba a Nike—. Un Uktena. Sus heridas están infectadas por el Wyrm. La peor de ellas, en la pierna, se curó por dones espirituales, pero su alma se pudre por un veneno invisible. La criatura que hizo esto me resulta desconocida.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Evan, de pie al lado de Aurak. Tormenta Silenciosa pasó a su lado para mirar al lobo más de cerca.

—No puedo decirlo —dijo la anciana—. Está cansado. No sé si tiene fuerzas para vivir. Hago lo que puedo.

El lobo ladró de repente y cambió a la forma humana. Era un nativo, de mediana edad, de pelo negro con mechas blancas. No llevaba nada más que un taparrabos. Extendió su mano inesperadamente y agarró la muñeca de Tormenta Silenciosa. La miró con intensidad, escupiendo saliva al hablar.

—¡Guardianes de las Pesadillas! —dijo en inglés—. Grita-al-Anochecer, guardián de las pesadillas. —Se señaló a sí mismo—. Soy el último.

Aurak se levantó.

—¿Qué es lo que te ha herido? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Se escapó. Nosotros la custodiábamos. Era nuestro deber, desde tiempos inmemoriales. En secreto, vigilar la jaula. —Grita-al-Anochecer cerró los ojos con fuerza, como si intentase apagar la luz de un recuerdo—. Los mató a todos. La Estrella Roja, baja en el firmamento. La pesadilla rompió sus ataduras. ¡Está libre!

—¿El qué? —dijo Aurak—. ¿Qué es lo que está libre?

Grita-al-Anochecer gimió de angustia, como si la magnitud de los sucesos fuese demasiado para él.

—¡La Garra! ¡La Quinta Garra! —Sus ojos giraron de forma frenética, como si buscasen algo que no estaba allí—. Soy el último. Los mató a todos. Nadie puede volver a atarla.

Aurak frunció el ceño, profundamente alterado. Volvió a sentarse y dejó escapar un suspiro de cansancio.

—Ella va a luchar contra el enemigo. Nos está dando tiempo, tiempo para reunimos. El Hermano Pequeño no debe luchar solo…

—¿Ella? —preguntó Evan—. ¿Quién es ella?

Grita-al-Anochecer miró fijamente a Evan, perplejo.

—¿Quién…?

—Es Evan Curandero-del-Pasado, un Wendigo —dijo Aurak.

Grita-al-Anochecer abrió los ojos de par en par.

—¡Astilla-de-Corazón! ¡Viene a por ti! Está… —empezó a toser y se revolvió de dolor en la cama. La anciana cantó en voz alta, agitando las manos en el aire. La tos desapareció, pero Grita-al-Anochecer estaba demasiado cansado para seguir hablando y cayó rápidamente en un sueño profundo.

Aurak se levantó y salió de la pequeña caravana, indicando a Evan y Tormenta Silenciosa que lo siguieran. Cogió su bastón del sitio en el que lo había dejado, apoyado contra un lateral de la caravana y comenzó a trazar círculos en el polvo, pensando para sí. Evan y Tormenta Silenciosa se quedaron callados, esperando a que hablase. Finalmente, levantó la cabeza y les miró.

—Es una noticia terrible. Los guardianes de las pesadillas guardan secretos antiguos y saben dónde están cautivas las bestias del Wyrm más antiguas y poderosas, demasiado fuertes para matarlas. Hay una leyenda sobre las Cinco Garras del Wyrm, las zarpas que nuestros ancestros separaron en la batalla. Se convirtieron en monstruos y vagaron por la tierra, sembrando el caos y la destrucción. Una a una, fueron atrapadas y atadas y las escondieron en la Tierra, vigiladas por los Uktena. Sus magias secretas sabían cómo hacer que los monstruos durmieran y cómo mantener bien atados los nudos.

—¿Entonces es verdad? —dijo Tormenta Silenciosa—. ¿Una de las garras anda suelta?

Aurak no respondió. Bajó la vista hacia los garabatos que había trazado en la tierra.

—Debemos convocar una asamblea y prepararnos para luchar contra este monstruo.

Se alejó de la caravana y se dirigió al centro del pueblo. Tormenta Silenciosa, con cara afligida, corrió en dirección contraria para decírselo a sus compañeros de manada.

Evan se sintió solo por primera vez desde que había llegado al clan. Le habían hecho sentirse bienvenido y aunque le tomaban el pelo a causa de su herencia, parecían respetarlo de verdad. Pero ahora, al enfrentarse a esta crisis, era un extraño. No tenía ningún compañero de manada a quien acudir.

Se sentó en el barro y esperó.

Le llevaron a Evan trozos de la carne de venado asada en la hoguera y lo llamaron para que fuera con ellos al lado del fuego donde se habían congregado muchos de los miembros de la tribu. Guerreros, chamanes, guardianes del saber y exploradores Wendigo estaban de pie o sentados, en silencio, todos ellos mirando a Aurak Danzante de la Luna con expresión cautelosa. El viejo líder del clan estaba arrojando polvo y cenizas a la hoguera, creando extrañas nubes de bruma que parecían brillar. Evan creyó ver imágenes en las nubes, pero no podía estar seguro.

Congregados detrás del círculo, asomando las cabezas desde las caravanas y las tiendas de campaña, los humanos de la parentela miraban y escuchaban.

Evan se sentó al lado de Tormenta Silenciosa y su manada y ella le sonrió brevemente, como con expresión culpable, antes de volverse para mirar a Aurak.

Finalmente, el viejo Garou se apartó del fuego, suspirando. Se sentó en un tronco, haciendo muecas de dolor provocadas por la artritis. Bajó la vista al suelo y habló, con una voz profunda y sonora.

—Han llegado malos tiempos. Un monstruo anda suelto, ha escapado del Norte. Es viejo, muy viejo. El Hermano Mayor lo ha vigilado durante muchos años y lo ha mantenido cautivo. Ahora está libre. Es una de las Garras del Wyrm.

Un gruñido recorrió todo el grupo. Un guerrero dio un paso adelante. Evan le reconoció: Zarpa Pintada.

—¿Narlthus? ¡Pero si fue derrotada!

Aurak meneó la cabeza.

—No. Es otra. Hay cinco garras. Narlthus solo era una de ellas.

Evan creyó recordar aquel nombre. Era una criatura del Wyrm que había amenazado Nueva York hacía unos diez años. No conocía la historia entera, pero recordaba una mención anterior de las Garras en referencia a Narlthus.

Zarpa Pintada no dijo nada más y regresó a su sitio. Evan no podía estar seguro, porque muchos de sus compañeros de tribu eran expertos en estoicismo, pero le pareció que el guerrero estaba preocupado.

—Sé muy poco de esta criatura —dijo Aurak—. Las Garras fueron capturadas hace muchísimo tiempo, poco después de que los Tres Hermanos llegaran a esta tierra. Uno de los Uktena encargado de vigilar a la Garra yace moribundo. Intentaré enterarme de algo más a través de él, pero hasta entonces debemos prepararnos para cazar a esta criatura, para destruirla antes de que mate a demasiada gente. Estará débil después de su largo cautiverio, pero todavía supera el poder de cada Garou que está aquí. Quizá no seamos suficientes.

—¡Entonces deja que nos marchemos ahora! —dijo Cuchillo de Sílex—. ¡Debemos encontrar sus huellas y cazarla!

Se oyeron gruñidos de asentimiento por todas partes. Evan se levantó.

—Esperad —dijo, dando un paso adelante—. El guardián de las pesadillas dijo algo importante. —Miró a Aurak, cuyo rostro no revelaba ninguna pista de lo que estaba pensando—. Él dijo: «El Hermano Pequeño no debe luchar solo». Necesitamos aliados.

—Sí —dijo Zarpa Pintada, avanzando de nuevo—. Deberíamos llamar a los Uktena. Tal vez ellos sepan cómo volver a atarla.

—También dijo que nadie podría volver a atarla —añadió Evan—. Los Uktena no van a ser suficientes. Necesitamos a las demás tribus. Seguramente entre todas ellas podamos encontrar el poder necesario para parar a esta cosa.

Zarpa Pintada gruñó de furia.

—¿Las otras tribus? ¡Los Contendientes del Wyrm nos han traído lo peor de todo esto aquí! No podemos confiar en ellos para pararlo. —Lanzó una mirada feroz a Evan—. Conocemos tu historia, Curandero-del-Pasado y sabemos que quieres que las tribus trabajen juntas. Es imposible. La sangre derramada no se puede devolver a las venas.

Evan estuvo a punto de hablar, pero se detuvo. Allí era un invitado y no deseaba crear rencor entre él y uno de los guerreros más fuertes del clan. Muchos de los miembros de la tribu no respetaban la misión de Evan de arreglar las desavenencias entre las tribus Garou y Zarpa Pintada era claramente uno de ellos. Miró a Tormenta Silenciosa para ver si ella tomaba la palabra por él. Tormenta Silenciosa miró a Zarpa Pintada y se mordió el labio inferior, pero no dijo nada.

Aurak fue el siguiente en hablar.

—Esta cosa estaba aquí antes de que nosotros llegásemos. Es así de vieja. La atrapamos con ayuda del Hermano Mediano, pero ahora él ya no está. Curandero-del-Pasado tiene razón en lo que dice.

—¡Pero las otras tribus están lejos, en Nueva York! —dijo Zarpa Pintada—. ¡Y aunque pudiéramos esperar ese tiempo, se negarían a recorrer tanta distancia! Esperar por ellos es estúpido.

—Y aún así —dijo Aurak— debemos esperar. Evan se marchará al Sur, reunirá ayuda y volverá en tres días con un ejército. Eso nos enseñará la verdadera bondad de las otras tribus. Seremos una fuerza como no se veía en el Norte desde hacía mucho tiempo.

Zarpa Pintada inclinó la cabeza, aceptando la decisión de Aurak, aunque era evidente que no estaba contento con ella.

—Reuniré un grupo de guerra. Nos vamos en tres días… con o sin la ayuda del Sur. —Miró, a Evan con recelo y escepticismo y luego abandonó el círculo.

Evan bajó la mirada hacia Tormenta Silenciosa, que intentó sonreír, pero no pareció tener fuerzas para hacerlo. Aurak se levantó y le hizo un gesto a Evan para que se acercase, mientras el resto de los Garou se daba media vuelta para marcharse. La asamblea había terminado. Ahora era el momento de prepararse para la cacería.

Evan se unió al anciano mientras salían del círculo y se dirigieron a un bosquecillo cercano, donde Pata Lisiada, el Guardián del Portal, vivía en una vieja tienda de campaña. Esperaron a que Pata Lisiada regresase porque, como los demás, había estado en el círculo y se había detenido a hablar con sus compañeros de manada. Aurak miró a Evan a los ojos, algo inusual entre los de su tribu. Dio unos golpecitos en la espalda del muchacho.

—Debes demostrar a Zarpa Pintada y su banda que están equivocados. Las otras tribus deben venir. Grita-al-Anochecer no habló a la ligera. Temo que fuese una profecía, no un consejo. Trae a los demás en nuestra ayuda, Curandero-del-Pasado.

—Lo haré —dijo Evan—. No te preocupes. Además no serán tan tozudos como para negarse. Si esta criatura no se para aquí, irá después a por las otras tribus.

Aurak asintió. Pata Lisiada llegó, encogiendo los hombros. Comenzó el ritual para abrir un puente de luna. Conocía el destino, el mismo del que había llegado Evan: Central Park, en la ciudad de Nueva York. El clan Verde.

Cuando el brillo plateado se desplegó en el pequeño claro, Evan atravesó el portal sin decir palabra. A lo largo de los años había aprendido que sus compañeros de tribu, como muchos nativos americanos, eran mucho menos expresivos verbalmente que el común de los americanos. El valor del silencio era bien conocido y las palabras, cuando se decían, era sopesadas cuidadosamente. Incluso las que decían en caliente los guerreros como Zarpa Pintada salían del corazón.

Pero en ese momento no merecía la pena decir nada. Era la hora de la acción.

Capítulo seis:
Problemas por todas partes

La fábrica apestaba a muerte y a productos químicos. Mari Cabrah arrugó la nariz e intentó no respirar aquel hedor. Movió los Ojos de un lado a otro tratando de vislumbrar a cualquier enemigo que todavía pudiera estar al acecho en aquel depósito industrial aparentemente abandonado de la costa de Nueva Jersey. Aguzó las Orejas hacia lo que sonaba a gente hablando en la habitación de al lado. Se puso en cuclillas; su cuerpo musculoso y de piel aceitunada se movía suavemente, sin hacer ruido, con su mono verde y sus zapatillas de artes marciales. Se arrastró lenta y cautelosamente hasta el borde del gran almacén de atraque y asomó la cabeza por la esquina para echar un vistazo.

Tres hombres, claramente trabajadores de la fábrica, a juzgar por sus monos con el logotipo de Productos Químicos Tao, estaban de pie alrededor de un bidón abierto, hundiendo la mano en él y sacando puñados de un lodo verdoso. Devoraban el líquido asqueroso con avidez, gimiendo de placer mientras lo sorbían, como si fueran expertos en un concurso de catado de caviar. Mari se fijó mejor y vio las escabrosas verrugas de sus manos, brazos y cuellos. Cuando abrieron la boca para tragar aquella porquería viscosa, pudo ver las púas en sus lenguas descomunales.

Había acertado: eran fomori. La fábrica había estado una vez llena de ellos. Pero ahora, el día en el que ella había llegado junto con la manada Río de Plata para limpiarla, estaba prácticamente abandonada; solo quedaban estos tres trabajadores. Su creciente ira casi le hizo saltar hacia adelante y eliminarlos, pero sabía que tenían una información que ella necesitaba. Tendría que asegurarse de que no pudieran escapar antes de enfrentarse a ellos.

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