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Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

La última tribu (25 page)

BOOK: La última tribu
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—Maestro —dije—, acabo de regresar del Tíbet y la India. He averiguado que su monje Nakagashi encontró al hombre de los hielos y el manuscrito entre los chiang min, aldeanos de la frontera entre el Tíbet y China, que tienen costumbres similares a las de los hebreos…

—Bien —dijo el maestro. Y tras una breve reflexión, añadió—: Pero entonces, ¿cómo fueron encontrados aquí, en Kioto?

—Al parecer, el maestro Fujima los hizo traer, para examinarlos. El monje Nakagashi formaba parte de la congregación de Beth Shalom, en la que se había infiltrado por instigación de Ono Kashiguri. Creo que el maestro Fujima y la congregación de Beth Shalom deseaban recuperar al hombre de los hielos porque, según el manuscrito que encontré en el lugar en que fue descubierto el cuerpo, ese hombre no era sintoísta, sino ¡judío! Es más, creo que el hombre de los hielos provenía del mismo lugar que yo… de Qumrán. Y he venido a prevenirle de que está usted en peligro…

—¿Qué peligro? —preguntó sin perder la calma.

Respondí con otra pregunta:

—Maestro, dígame, ¿cuál es el significado de la fiesta de Gion?

—En esa fiesta recordamos la mitología japonesa, según la cual la familia imperial y la nación de Yamato descienden de Ninigi, que bajó de los Cielos. Ninigi es el antepasado de la tribu de Yamato, o nación japonesa. Pero, según la mitología japonesa, no fue Ninigi quien bajó de los Cielos, sino otro. Mientras el otro se preparaba, nació Ninigi y ocupó su lugar.

—Según nuestra tradición, Esaú, el hermano de Jacob, estaba destinado a ser el Dios de la nación; sin embargo, la bendición de Dios fue otorgada a Jacob, que se convirtió en el antepasado de los israelitas.

—Después de que Ninigi descendiera de los Cielos —continuó Shôjû Rôjin—, se enamoró de una mujer llamada Konohana-sakuya-hime y quiso casarse con ella. Pero su padre le pidió que se casara con su hermana mayor. Sin embargo, ésta era fea, y por esa razón Ninigi la devolvió a su padre.

—También ese episodio me recuerda la Biblia: la historia de Jacob, que se enamoró de Raquel, pero el padre de ella, Labán, dijo a Jacob que no podía darle a la hermana más joven antes que a la mayor. Fue así como Jacob se casó con Lea, que no era agraciada y a la que no amaba.

—Ninigi y Konohana-sakuya-hime —prosiguió el maestro— tuvieron un hijo al que llamaron Yamasachi-hiko. Pero Yamasachi-hiko fue expulsado por su hermano y hubo de marcharse del país. Lejos de él, Yamasachi-hiko llegó a detentar un gran poder. Pero cuando su hermano fue a verle debido a la hambruna que azotaba el país, le ayudó y le perdonó su pecado.

—Cuando José, hijo de Jacob y Raquel, fue expulsado por sus hermanos, hubo de huir a Egipto. Allí, llegó a ser tan importante para el faraón que fue nombrado primer ministro, y cuando sus hermanos llegaron a Egipto debido a la hambruna, José les ayudó y les perdonó su pecado.

—Yamasachi-hiko se casó con una hija del dios del mar y tuvo un hijo llamado Ugaya-fukiaezu. Éste tuvo cuatro hijos. Pero sus hijos segundo y tercero se fueron de casa. Uno de los hijos restantes fue el emperador Jinmu, que conquistó la tierra de Yamato y fundó la casa imperial de Japón.

—Por su parte, José se casó con la hija del sumo sacerdote de Egipto y tuvo dos hijos: Manases y Efraím. Éste tuvo cuatro hijos, pero dos de ellos murieron. El descendiente del cuarto fue Josué, que conquistó la tierra de Ca-aán. En la estirpe de Efraím está la casa real de las diez tribus de Israel… Jacob vio en sueños a los ángeles de Dios subir y bajar por una larga escala entre el Cielo y la Tierra. Ese sueño simbolizaba la promesa de que sus descendientes heredarían la tierra de Canaán… Maestro, ¿es cierto que algunas mujeres se mantienen apartadas de la ceremonia de Gion?

—En Japón, desde tiempos muy antiguos, las mujeres no pueden acudir a las celebraciones sagradas en los templos durante la menstruación. No deben tener relaciones sexuales con su marido y han de permanecer en un refugio,
gekkei-goya
en japonés, mientras dura la menstruación y hasta siete días después. Luego, la mujer ha de lavarse con agua natural en el río o el mar. Si no hay agua natural, puede lavarse en la bañera.

—¡Lo mismo hacemos nosotros! Antiguamente, las mujeres no podían acudir al Templo durante sus menstruaciones, tenían que estar separadas de sus maridos y encerrarse en un refugio. Luego la mujer acudía a la Mikvah, que era un baño ritual. El agua de la Mikvah tenía que ser de lluvia, o agua natural.

—Entre nosotros —prosiguió el maestro—, a una madre que espera un hijo se la considera impura durante cierto período. Según el antiguo libro sintoísta
Engishiki
, después de tener un hijo la mujer no podía participar en las actividades del templo durante siete días.

—Eso recuerda una costumbre del pueblo judío —dije—: la Biblia dice que cuando una mujer ha concebido y llevado un hijo varón, será impura durante siete días. En el caso de que haya tenido una niña, será impura durante dos semanas.

—En Japón, en la era Meiji, la mujer que tenía un hijo debía encerrarse en un refugio durante treinta días después del parto.

—Después del período de purificación, la madre no podía volver al Templo con su hijo en el primer mes.

—Después del período de purificación, la madre no podía acudir al santuario llevando a su hijo —dijo—. Era el padre de la madre quien debía llevarlo… ¿Recuerdas que te pedí que me explicaras la
Bar Mitzvah
?

—Sí, le dije que la
Bar Mitzvah
celebra el acceso al mundo adulto.

—Pues bien —dijo el maestro—, en Japón, cuando un niño cumple trece años, acude al santuario con sus padres, hermanos y hermanas, y asiste a la celebración llamada
Genpuku-shiki
, en la cual el chico lleva por primera vez ropas de adulto, y en ocasiones se le cambia el nombre.

—Pero ¿qué sentido tiene todo eso? ¿Por qué los sintoístas se parecen tanto a los hebreos? ¿Es una simple coincidencia?

—También yo me he hecho esa pregunta. Por eso quise averiguar más cosas sobre vosotros. Así llegué a saber que hay una diferencia importante entre vosotros y nosotros.

—¿Cuál? —pregunté.

—No hay altar en los santuarios sintoístas.

—Es posible que la respuesta se encuentre en el Libro de los Números, capítulo doce. Moisés ordenó al pueblo que no ofreciera sacrificios de animales en lugares distintos de su tierra.

—Ah, ¿sí? —El maestro me miraba con atención, y parecía reflexionar intensamente—. También hay un montón de otros detalles, Ary Cohen…

—Pero ¿por qué tantas semejanzas? ¿Qué significa eso? ¿Tiene alguna relación con el atentado?

—¿Qué atentado?

—Creo que Ono Kashiguri prepara una acción resonante en Kioto, tal vez aprovechando la fiesta de Gion…

—En ese caso, tenemos que ir allí y avisar a la policía.

—¿Está seguro, maestro?

—No es posible hacer otra cosa. Vamos, antes de que sea demasiado tarde.

La fiesta de Gion se celebraba en varios lugares de Kioto. El más importante era el Yasaka-jinja, un santuario sintoísta. Me fijé en que la fiesta se celebraba del 17 al 25 de julio. Ahora bien, en la Biblia se dice que el 17 del séptimo mes el arca de Noé encalló en el monte Ararat: «En el mes séptimo, el día diecisiete, varó el arca sobre los montes de Ararat.» Es probable que los hebreos instituyeran una fiesta de acción de gracias ese día. ¿Era una coincidencia? ¿Una influencia? Pero ¿por qué azar habían conocido los japoneses las fiestas judías? Seguía sin comprenderlo.

Además, el maestro Shôjû Rôjin me había dicho que la fiesta de Gion en Kioto empezaba con un voto para que el pueblo no sufriera la peste, un ruego extrañamente similar al texto de la Biblia relativo al rey Salomón.

—¿No encuentra que «Gion» recuerda a «Sión»? —le pregunté mientras nos dirigíamos al santuario Yasaka-jinja.

—Sí. Es más, Kioto se llamaba Heian-kyo, que significa «ciudad de la paz». Jerusalén en hebreo también quiere decir «ciudad de la paz», ¿no es así?

—Heian-kyo sería entonces Jerusalén en japonés. Eso explicaría por qué es la ciudad de los templos.

Las calles parecían diferentes: estaban decoradas con farolillos de papel y en el barrio residencial de la ciudad, delante de las casas tradicionales japonesas, se exhibían los tesoros familiares: cajas y objetos antiguos, estatuillas y joyas.

Decenas de miles de personas, la mayoría vestidas con quimonos veraniegos, paseaban y admiraban los distintos objetos, las cerámicas y los grabados. Era la ocasión elegida para actuar por la secta de Ono, según Jane, pero no sabíamos cuándo ni cómo.

Entramos en los diversos templos en que se desarrollaban los festejos, para inspeccionarlos. Vimos el Toji, un templo al este de Kioto, en realidad una pagoda de cinco pisos. Se entraba por una puerta del siglo XII, detrás de la cual se abría un espacio lleno de construcciones magníficas, a la vez impresionantes y sencillas con sus muros blancos, sus pilares rojos y sus techos de tejas.

Y los hebreos cantaban y bailaban en torno al Arca de la Alianza. El Arca de la Alianza tenía dos estatuas de querubines, de oro. Los querubines eran ángeles que tenían alas como los pájaros.

Cantaban y bailaban como el rey David y el pueblo de Israel, a los sones de los instrumentos, delante del Arca, y tocaban música, una música particular.

Una música de una sonoridad extraña, como salida de otro tiempo, con instrumentos antiguos, una música obstinada que no se detenía: venía del interior del santuario. Entonces los hombres llevaron sobre sus hombros las arcas de la Alianza, los
omikoshi
, hacia el río.

En la montaña, los peregrinos, vestidos de blanco, dejaban correr el agua sobre su cuerpo en señal de devoción ritual.

Y los sacerdotes y los levitas llegaban al Jordán y lo
cruzaban para conmemorar el Éxodo de Egipto. Luego se repartía a cada uno, hombre o mujer, un pan redondo, un trozo de carne y un pastel de uvas
.

Y el gran sacerdote, vestido de lino blanco, llevaba el efod de David.

Los sacerdotes israelitas enarbolaban una rama con la que santificaban a las personas. Y el sacerdote decía: «Rocíame con el hisopo, y seré puro.»

Siguiendo a la multitud, nuestros pasos nos condujeron a una larga procesión de personas vestidas para representar distintos períodos de la historia de Kioto.

La secuencia cronológica de la procesión estaba invertida: empezaba por la época más reciente y se remontaba en el tiempo. El primer grupo representaba a los patriotas del siglo XIX que, en lucha contra la regla militarista del sogunado, habían restaurado el poder del emperador. Cada grupo llevaba los vestidos, las armas y la música apropiados. Al final de la larga procesión venía el grupo que representaba el siglo VIII, cuando fue fundada Kioto. Fue entonces, me explicó el maestro Shôjû Rôjin, durante le época Nara, cuando los monjes más influyentes empezaron a decir que las divinidades del sintoísmo eran manifestaciones del Buda. La religión budista llegó a Japón en 538, cuando el rey de Corea ofreció al emperador Kimmei textos sagrados budistas y estatuas. Fue así como apareció el budismo en Japón, después de pasar por el Tíbet, China y Corea, en detrimento del sintoísmo japonés.

Cuando terminó la procesión, seguimos a la muchedumbre que se apretujaba en torno a un santuario sintoísta; allí oímos las primeras entonaciones, repetidas sin cesar, del cántico:
«saireiya, sairyo!»
, «la fiesta mejor».

Unos jóvenes que portaban antorchas cantaban con voz impostada. Detrás de ellos desfilaban oleadas de niños, cada uno con una antorcha proporcionada a su estatura. Finalmente venían los hombres, cargados con tocones de pino. Su expresión indicaba que habían ingerido sake en abundancia. Gritaban
«saireiya sairyo»
, y el son de la música llegaba desde los escalones de piedra al interior del santuario. Un grupo de unos treinta hombres, casi desnudos, apareció en lo alto de la escalera, transportando el carro del dios del santuario de Yuki; corrían espoleados por los gritos del público y los sones del
gagaku
, una música de corte tradicional tocada por los pífanos y las flautas.

La procesión avanzaba delante de nosotros. La policía, dispuesta con discreción a uno y otro lado, la seguía. De tanto en tanto oíamos gritos. Con frecuencia era el mismo grito repetido:
«en-yara-yahf»
Cuando le pregunté a Shôjû Rôjin el significado de esas palabras, me contestó que en japonés no significaba nada.

Nos aproximábamos al lugar donde se celebraría la ceremonia, el santuario sintoísta cuyas puertas abiertas permitían ver su interior. Entonces vimos al sumo sacerdote, vestido de lino blanco, avanzar lentamente hacia el altar.

De pronto, de un coche surgió una especie de nube. El coche arrancó y se alejó a gran velocidad. Se oyeron gritos de todas partes, y la muchedumbre empezó a forcejear para alejarse de aquel lugar. Eran gases tóxicos.

Algunas personas se desvanecían, otras eran pisoteadas por la multitud presa de pánico. Los sacerdotes sintoístas que llevaban las arcas de la Alianza, como David había llevado el Arca de la Alianza en Jerusalén, corrían en todas direcciones, estorbados por sus largos vestidos de lino, sin abandonar su preciosa carga. Los que bailaban y cantaban al son de los instrumentos se detuvieron y se dispersaron entre la multitud, aterrorizados.

Aprovechando la confusión general, me deslicé en el interior del templo. Llevaba la cabeza rapada, de modo que fácilmente podían tomarme por un monje.

En el santuario se encontraban los sacerdotes sintoístas. Algunos de ellos vestían hábitos rayados, con una especie de cuerdas que caían a los lados de la túnica. Otros llevaban sobre la túnica un peto rectangular que les cubría desde los hombros hasta los muslos. Todos llevaban un solideo en la cabeza, y la túnica ceñida por un cinturón.

En el centro se encontraba el sumo sacerdote, aislado de todos. Un hábito blanco lo cubría hasta los pies, descalzos. Santificó el lugar agitando una rama. En la mano tenía un puñado de sal.

Resonaron los cantos entre el humo del incienso, puntuados por sonoros gongs.

Entonces lo vi: junto a una columna, en la sombra, con un sable en la mano, justo delante del sumo sacerdote.

En el momento que levantó su arma me abalancé sobre el sumo sacerdote y lo aparté a un lado, al tiempo que el sable rozaba nuestras cabezas. Me puse en pie de un brinco y, con un gesto rápido como el relámpago, le retorcí la muñeca y me apoderé del arma.

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