La velocidad de la oscuridad (21 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—Vuestra habilidad para el análisis de datos y las matemáticas, lo sabéis.

—No. Ha dicho usted que el señor Crenshaw dice que el nuevo software podría hacer eso también. Es otra cosa.

—Sigo queriendo saber más sobre su hermano —dice Linda.

Aldrin cierra los ojos, rehusando el contacto. A mí me riñeron por hacer eso mismo. Los vuelve a abrir.

—Sois... implacables —dice—. No paráis.

La pauta que se forma en mi mente, la luz y la oscuridad cambiando y girando, empieza a solidificarse. Pero no es suficiente: necesito más datos.

—Explique el dinero —le digo a Aldrin.

—Que explique... ¿qué?

—El dinero. ¿Como obtiene la compañía el dinero para pagarnos?

—Es... muy complicado, Lou. Creo que no podríais comprenderlo.

—Por favor, inténtelo. El señor Crenshaw dice que costamos demasiado, que los beneficios se resienten. ¿De dónde salen en realidad los beneficios?

10

El señor Aldrin se me queda mirando. Finalmente dice:

—No sé cómo expresarlo, Lou, porque no sé exactamente cuál es el proceso, o qué podría hacer si se aplicara a alguien que no sea autista.

—¿No puede ni siquiera...?

—Y... y no creo que deba hablar de esto. Ayudaros es una cosa... —Todavía no nos ha ayudado. Mentirnos no es ayudarnos—. Pero especular sobre algo inexistente, especular acerca de que la compañía está contemplando alguna acción de mayor alcance que pudiera ser... que pudiera ser considerada...

Se detiene y sacude la cabeza sin terminar la frase. Todos lo estamos mirando. Sus ojos son muy brillantes, como si estuviera a punto de llorar.

—No debería haber venido —dice al cabo de un instante—. Ha sido un gran error. Os invito a la comida, pero ahora tengo que irme.

Echa hacia atrás la silla y se levanta; lo veo en la caja registradora, de espaldas a nosotros. Ninguno dice nada hasta que sale por la puerta.

—Está loco —dice Chuy.

—Está asustado —dice Bailey.

—No nos ha ayudado, la verdad es que no —dice Linda—. No sé por qué se ha molestado...

—Su hermano —dice Cameron.

—Algo que hemos dicho lo ha molestado más que el señor Crenshaw o su hermano —digo yo.

—Sabe algo que no quiere decirnos. —Linda se aparta el pelo de la frente con un gesto brusco.

—No quiere saberlo él tampoco —digo yo. No estoy seguro de por qué pienso eso, pero lo pienso. Es algo que hemos dicho. Tengo que saber qué ha sido.

—Se publicó algo, allá por el cambio de siglo —dice Bailey—. En una de las revistas de ciencia; algo sobre convertir a las personas en una especie de autistas para que pudieran trabajar más.

—¿Una revista de ciencia o de ciencia ficción? —pregunto yo.

—Era... espera, la buscaré. Conozco a alguien que lo sabrá.

Bailey toma nota en su manordenador.

—No lo envíes desde la oficina —dice Chuy.

—¿Por qué...? Oh. Sí. —Bailey asiente.

—Mañana pizza —dice Linda—. Venir aquí es normal.

Abro la boca para decir que el martes es mi día para ir de compras y la vuelvo a cerrar. Esto es más importante. Puedo pasarme una semana sin comprar, o puedo ir de compras un poco más tarde.

—Que todo el mundo busque lo que pueda encontrar —dice Cameron.

En casa, me conecto y envío un mensaje electrónico a Lars. Es muy tarde donde vive él, pero está despierto. Descubro que la investigación original se llevó a cabo en Dinamarca, pero el laboratorio entero, con equipo y todo, fue adquirido y la investigación trasladada a Cambridge. El artículo del que supe por primera vez hace unas semanas estaba basado en estudios realizados hace más de un año. El señor Aldrin tenía razón en eso. Lars cree que gran parte del trabajo para que el tratamiento sea aplicable a los humanos se ha hecho ya; especula con experimentos militares secretos. Yo no lo creo: Lars cree que todo es un experimento militar secreto. Es un jugador muy bueno, pero no me creo todo lo que dice.

El viento sacude mis ventanas. Me levanto y apoyo una mano en el cristal. Mucho más frío. Un golpe de lluvia y entonces oigo el trueno. Es tarde, de todas formas. Desconecto el sistema y me voy a la cama.

El martes no hablamos entre nosotros en el trabajo, aparte de decir «buenos días» y «buenas tardes». Me paso quince minutos en el gimnasio cuando he terminado otra sección de mi proyecto, pero luego vuelvo al trabajo. El señor Aldrin y el señor Crenshaw se pasan a verme, no precisamente tomados de la mano, pero como si fueran amigos. No se quedan mucho, y no me hablan.

Después del trabajo, volvemos a la pizzería.

—¡Dos noches seguidas! —dice Hola-soy-Sylvia. No sé si eso la alegra o la entristece. Ocupamos nuestra mesa de costumbre pero acercamos otra para que haya sitio para todos.

—¿Bien? —dice Cameron, cuando ya hemos pedido—. ¿Qué hemos descubierto?

Cuento al grupo lo que me dijo Lars. Bailey ha descubierto el texto del artículo antiguo, que es claramente de ficción y no de no-ficción. No sabía que las revistas científicas publicaran ciencia ficción a propósito, y al parecer sólo sucedió durante un año.

—Se suponía que la gente se concentraba en un proyecto asignado y no perdía el tiempo en otras cosas —dice Bailey.

—¿Como piensa el señor Crenshaw que perdemos el tiempo? —pregunto yo.

Bailey asiente.

—No perdemos tanto tiempo como pierde él andando por ahí con cara de enfadado —dice Chuy.

Todos nos reímos, pero en voz baja. Eric está dibujando círculos con sus bolis de colores: parecen sonidos de risas.

—¿Dice cómo iba a funcionar? —pregunta Linda.

—Más o menos —responde Bailey—. Pero no estoy seguro de que la ciencia sea buena. Y eso fue hace décadas. Lo que creían que funcionaría tal vez no era lo que realmente funciona.

—No quieren a personas autistas como nosotros —dice Eric—. Querían... o eso decía la historia que querían, idiotas sabios y concentración sin los otros efectos secundarios. Comparados con un idiota sabio nosotros perdemos mucho tiempo, aunque no tanto como piensa el señor Crenshaw.

—Las personas normales pierden mucho tiempo en cosas improductivas —dice Cameron—. Al menos tanto como nosotros, tal vez más.

—¿Qué haría falta para convertir a una persona normal en idiota sabio sin los otros problemas? —pregunta Linda.

—No lo sé —dice Cameron—. Tendrían que ser listos de partida. Buenos en algo. Entonces tendrían que querer hacer lo que hacen en vez de otra cosa.

—No serviría de nada si quisieran hacer algo en lo que fueran malos —dice Chuy. Imagino a una persona decidida a ser músico que no tuviera sentido del ritmo ni supiera entonar; ridículo. Todos vemos el lado divertido de esto y nos reímos.

—¿Quiere la gente alguna vez hacer algo en lo que no es buena? —pregunta Linda—. La gente normal, quiero decir.

Por una vez, no hace que la palabra
normal
parezca una palabra mala.

Nos quedamos sentados, pensando. Entonces Chuy dice:

—Yo tenía un tío que quería ser escritor. Mi hermana, que lee mucho, dijo que era malísimo. Malo de verdad. Era bueno haciendo cosas con las manos, pero quería escribir.

—Aquí tenéis —dice Hola-soy-Sylvia, sirviéndonos las pizzas. La miro. Está sonriendo, pero parece cansada y todavía no son ni siquiera las siete.

—Gracias —digo. Ella saluda con una mano y se marcha.

—Algo para que la gente no preste atención a la distracción —dice Bailey—. Algo que haga que le gusten las cosas adecuadas.

—«La capacidad de distracción se determina por la sensibilidad sensorial en todos los niveles de procesado y por la fuerza de la integración sensorial» —recita Eric—. Lo he leído. En parte es innato. Se sabe desde hace cuarenta o cincuenta años; a finales del siglo XX ese conocimiento ya se había divulgado ampliamente en los libros para padres. El esquema de control de atención se desarrolla pronto en la vida fetal; puede quedar afectado por heridas posteriores...

Me siento mareado un momento, como si alguien me estuviera atacando el cerebro, pero aparto esa sensación. Lo que pudiera haber causado mi autismo está en el pasado, donde no puedo deshacerlo. Ahora es importante no pensar en mí, sino en el problema.

Toda mi vida me han dicho lo afortunado que he sido al nacer cuando lo hice: afortunado por beneficiarme de las mejoras de la intervención a tiempo, afortunado por nacer en el país adecuado, con padres que tenían la educación y los recursos para asegurarse de que yo recibiera esa buena intervención a tiempo. Incluso afortunado por haber nacido demasiado pronto para el tratamiento definitivo, porque (según decían mis padres), tener que esforzarme me dio la oportunidad de demostrar fuerza de carácter.

¿Qué habrían dicho si este tratamiento hubiera estado disponible cuando yo era niño? ¿Hubiesen querido que fuera más fuerte, o normal? ¿Aceptar el tratamiento significará que no tengo fuerza de carácter? ¿O descubriría otro tipo de fuerza?

Sigo pensando en esto la tarde siguiente, mientras me cambio de ropa y voy a casa de Tom y Lucía para practicar. ¿Qué conductas tenemos de las que podría beneficiarse alguien, aparte de los ocasionales idiotas sabios? La mayoría de las conductas autistas se nos han presentado como déficits, no como fuerzas. Antisociales, carentes de habilidades sociales, problemas de atención... sigo volviendo a eso. Es difícil pensar desde su perspectiva, pero tengo la sensación de que este asunto del control de la atención está en el centro de la pauta, como un agujero negro en el centro de un remolino espaciotemporal. Eso es algo más en lo que se supone que somos deficientes, la famosa Teoría de la Mente.

Llego un poco temprano. No hay nadie aparcado fuera todavía. Coloco el coche con cuidado, para que haya el mayor espacio posible detrás de mí. A veces los otros no son tan cuidadosos, y entonces puede aparcar menos gente sin molestias. Yo podría llegar temprano todas las semanas, pero eso no sería justo para los demás.

Dentro, Tom y Lucía se están riendo por algo. Cuando entro, me sonríen, muy relajados. Me pregunto cómo sería tener a alguien en casa todo el tiempo, alguien con quien reír. Ellos no ríen siempre, pero parecen felices muy a menudo.

—¿Cómo estás, Lou? —pregunta Tom. Siempre pregunta eso. Es una de las cosas que hacen las personas normales, aunque sepan que estás bien.

—Bien —respondo. Quiero preguntarle a Lucía cosas técnicas, pero no sé cómo empezar ni si es educado. Empiezo con otra cosa—. La semana pasada me rajaron las ruedas del coche.

—¡Oh, no! —dice Lucía—. ¡Qué desastre!

Su cara cambia de forma; creo que quiere expresar compasión.

—Estaba en el aparcamiento de mi edificio —digo—. En el mismo sitio que de costumbre. Las cuatro ruedas.

Tom silba.

—Eso es caro —dice—. ¿Ha habido muchos actos vandálicos en la zona? ¿Lo denunciaste a la policía?

No puedo responder a una de esas preguntas.

—Lo denuncié —digo—. Hay un policía que vive en nuestro edificio. Me dijo cómo denunciarlo.

—Eso está bien —dice Tom. No estoy seguro de si quiere decir que está bien que un policía viva en nuestro edificio o que lo denunciara, pero no creo que sea importante saberlo.

—El señor Crenshaw se enfadó porque llegué tarde al trabajo.

—¿No me dijiste que es nuevo? —pregunta Tom.

—Sí. No le gusta nuestra sección. No le gustan las personas autistas.

—Oh, probablemente es... —empieza a decir Lucía, pero Tom la mira y se calla.

—No sé por qué piensas que no le gustan las personas autistas —dice Tom.

Me relajo. Es mucho más fácil hablar con Tom cuando dice cosas de esa manera. Es menos amenazador. Ojalá supiera por qué.

—Dice que no deberíamos necesitar el entorno de apoyo. Dice que es demasiado caro y que no deberíamos tener el gimnasio y... y las otras cosas.

Nunca había hablado de las cosas especiales que hacen que nuestro lugar de trabajo sea mucho mejor. Tal vez Tom y Lucía pensarán lo mismo que el señor Crenshaw cuando se enteren.

—Eso es... —Lucía hace una pausa y luego continúa—. Eso es ridículo. No importa lo que él piense: la ley dice que tienen que proporcionar un entorno de apoyo en el trabajo.

—Mientras seamos tan productivos como los otros empleados —digo yo. Es difícil hablar sobre esto; da demasiado miedo. Puedo sentir que mi garganta se tensa y oigo mi propia voz, forzada y mecánica—. Mientras encajemos con las categorías diagnosticadas por la ley...

—Como es claramente el caso del autismo. Y estoy segura de que sois productivos o no os habrían conservado tanto tiempo.

—Lou, ¿amenaza el señor Crenshaw con despediros? —pregunta Tom.

—No... no exactamente. Ya os hablé de ese tratamiento experimental. No dijeron nada más al respecto durante un tiempo, pero ahora ellos (el señor Crenshaw, la compañía) quieren que sigamos ese tratamiento experimental. Enviaron una carta. Decía que la gente que formase parte de un protocolo de investigación estaba protegida de los recortes de personal. El señor Aldrin habló con nuestro grupo; tuvimos una reunión especial el sábado. Yo creía que no podían obligarnos, pero el señor Aldrin dice que el señor Crenshaw dice que pueden cerrar nuestra sección y negarse a volver a contratarnos para otra cosa porque no estamos entrenados para otra cosa. Dice que si no seguimos el tratamiento harán eso y no será despedirnos porque las compañías pueden cambiar con los tiempos.

Tom y Lucía parecen enfadados, sus rostros retorcidos con músculos tensos y ese aspecto brillante en la piel. No tendría que haber dicho nada; era un momento inadecuado, si es que hay algún momento adecuado.

—Esos hijos de puta —dice Lucía. Me mira y su cara cambia a partir de los tensos nudos de furia, suavizándose alrededor de los ojos—. Lou... Lou, escucha: no estoy enfadada contigo. Estoy enfadada con la gente que te hace daño o no te trata bien... no contigo.

—No debería haberos dicho esto —digo, todavía inseguro.

—Sí, sí que deberías —responde Lucía—. Somos tus amigos; tenemos que saber si algo va mal en tu vida para que podamos ayudarte.

—Lucía tiene razón —dice Tom—. Los amigos se ayudan unos a otros... igual que tú nos ayudaste a nosotros cuando construiste el estante para las caretas.

—Eso es algo que ambos usamos —digo yo—. Mi trabajo es cosa mía.

—Sí y no —dice Tom—. Sí en tanto no trabajamos contigo y no podemos ayudarte directamente. No cuando es un problema grande que tiene aplicación general, como éste. No se trata sólo de ti. Podría afectar a toda persona discapacitada que trabaje en cualquier parte. ¿Y si decidieran que una persona en silla de ruedas no necesita rampas? Está claro que os hace falta un abogado. ¿No dijiste que el Centro podía conseguiros uno?

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