La vida instrucciones de uso (13 page)

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Authors: Georges Perec

Tags: #Otros

BOOK: La vida instrucciones de uso
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NECESER DE CARPINTERÍA que comprende: 1 serrucho, 1 serrucho de costilla, 1 martillo de carpintero, 1 pinza cortante, 1 tenaza 1/2 fina; 3 formones 8, 10 y 15, 1 escoplo, 1 destornillador 4×100. Garantía total 1 año.

NECESER DE FONTANERÍA. Caja metálica de 440×210×100 mm que comprende: 1 soplete soldadura de mechero fino con encendido automático (servido sin carga), 5 barras aleación para soldadura todo metal, 1 pinza mordaza cromo vanadio de 250 mm, 1 cortatubos abertura 0/30 mm, 1 aprietatubos 0,25 mm, 1 aparato para doblar bordes para tubos de 6, 8, 10, 12, 14 mm. Garantía total 1 año.

NECESER DEL AUTOMOVILISTA que comprende: llave de cruz plegable, escobilla limpia parabrisas, juego de 9 llaves de pipa 4/4, juego de 6 llaves planas 6×7 a 16×17, calibrador de espesores 8 hojas, linterna con pila, aceitera, pinza universal aislante, pinza múltiple, llave inglesa cromada, cepillos bujías, juego de cuatro destornilladores, martillo cromado, llave para bujías con cardán, lima contacto, juego llaves magneto, botador cincado, gamuza, engrasador de bomba, bomba de pedal, triángulo de señalización, extintor, controlador de presión 0/3 bares, pesa ácido, pesa anticongelante, faro remolque lente blanca fija, lente roja amovible. Garantía total 1 año.

BOTIQUÍN PRIMERA CURA que comprende: 1 frasco para agua oxigenada 10 volúmenes, 1 frasco para alcohol rebajado 70º, 2 vendajes adhesivos modelo grande, 4 vendajes adhesivos modelo pequeño, pinzas para astillas, tijeras, 1 frasco para tintura de yodo, 6 compresas hidrófilas, 2 rollos de gasa hidrófila 3×0,07 m, 2 rollos de crespón 1×0,05 m, 1 torniquete, 1 metro de cinta (1,50 m), 1 linterna metálica cromada con pila y bombilla, 1 tiza indeleble, 5 bolsitas torundas con alcohol, 1 bolsita pañuelos refrescantes, 1 tubo agujas imperdibles, 1 tubo vacío para comprimidos, 5 torundas algodón hidrófilo, 3 pares guantes plástico desechables, 1 TUBO REANIMACIÓN BOCA A BOCA DE GOMA con instrucciones para su uso. Garantía total 1 año.

CONTENEDOR CAMPING PARA CAMPISTAS. 6 personas «lujo», 1 cubo polietileno con tapa barreño, 1 ensaladera con tapadera hermética, 6 platos planos, 6 platos soperos, 1 caja víveres hermética, 1 jarra, 1 salero, 1 pimentero, 1 caja para huevos, 6 vasos, 6 tazas, 6 cubiertos (cuchillos, tenedores y cucharas). Dimensiones 42×31×24. Peso total 4,2 kg. Garantía total 1 año.

PÓRTICO GIMNASIA. 3,5 m. 8 ganchos con aparatos gimnásticos. Tubo acero, pintura lacada al horno, color verde. Viga Ø 80 mm, 4 montantes interiores Ø 40 mm, 2 montantes exteriores Ø 35 mm. Larg. 3,90 m, anch. 2,90 m, Superficie máxima 6 m, ganchos empernados con bloqueo patentado. Material: 2 columpios, 1 trapecio con cuerda polipropileno Ø 12 mm, 1 cuerda lisa de cáñamo Ø 22 mm, 1 escalera cuerda polipropileno Ø 10 mm. Accesorios especiales por encargo: cuerda de nudos, juego de anillas, mecedora simple, mecedora doble. Servido con instrucciones y montaje y cierres de seguridad. Garantía total 1 año.

ACCESORIOS DE ESCRITORIO de material sintético que imita perfectamente el cuero, grano fino, colorido marrón, decoración en oro fino 23 quilates, acabado esmeradísimo; comprende: 1 secante carpeta 48×33, 1 portabloc efeméride, bote para lápices, 1 archivador. Garantía total 1 año.

Capítulo XXI
El cuarto de la calefacción, 1

Un hombre está tendido boca abajo encima de la caldera que calienta toda la casa. Es un hombre de unos cuarenta años; no parece un obrero sino más bien un ingeniero o un inspector del gas; no lleva ropa de trabajo, sino que va con traje, corbata de lunares y camisa de tergal azul celeste. Se protege la cabeza cubriéndosela con un pañuelo rojo anudado en sus cuatro puntas que recuerda vagamente un capelo cardenalicio. Con una gamuza seca una pequeña pieza cilíndrica uno de cuyos extremos acaba en un vástago aterrajado y el otro en una válvula de muelle. A su lado, en una hoja arrancada de un periódico, en la que se pueden leer algunos titulares, anuncios o fragmentos,

están puestas varias piezas más: pernos, tornillos, arandelas y uñas de contacto, roblones, husillos y algunas herramientas. En la parte frontal de la caldera hay una placa redonda con la inscripción RICHARDT & SECHER encima de un diamante estilizado.

Hace relativamente poco tiempo que se instaló la calefacción central. Mientras los Gratiolet fueron mayoría en la comunidad de propietarios, se opusieron violentamente a un desembolso que juzgaban superfluo; como casi todos los parisienses de la época, se calentaban con chimeneas y estufas de carbón o leña. Hasta la década de los sesenta, cuando Olivier Gratiolet le vendió a Rorschash casi la totalidad de las partes que le quedaban, no se votaron y realizaron las obras, así como la reparación total del tejado y un costoso programa de revoque impuesto por la reciente ley a la que debía dar su nombre André Malraux; todo ello, más las transformaciones interiores completas debidas a la construcción del dúplex de los Rorschash y del piso de la señora Moreau, convirtió la casa, durante cerca de un año, en un gran tinglado sucio y ruidoso.

La historia de los Gratiolet viene a empezar como la del marqués de Carabás
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pero acaba mucho peor: ni los que lo tuvieron casi todo ni los que no tuvieron casi nada triunfaron en la vida. En 1917, al morir Juste Gratiolet, que se había enriquecido con el comercio y la industria de la madera —fue, en particular, el inventor de una ranuradora que se sigue usando en muchísimas fábricas de parquets—, los cuatro hijos que quedaron se repartieron su fortuna con arreglo al testamento que había hecho. Dicha fortuna comprendía una finca urbana —objeto del presente libro—, una explotación agrícola en el Berry, un tercio de la cual se dedicaba al cultivo de cereales, otro a la producción de carne y el último a la silvicultura, un importante paquete de acciones de la Compagnie Minière du Haut-Boubandjida (Camerún) y cuatro grandes telas del paisajista y animalista bretón Le Meriadech muy cotizado por aquel entonces. De modo que al hijo mayor, Emile, le tocó la casa, a Gérard la finca, a Ferdinand las acciones y a Hélène, la única hija, los cuadros.

Hélène, que se había casado pocos años antes con un profesor de danza —un tal Antoine Brodin—, intentó inmediatamente impugnar la herencia, pero las conclusiones de los peritos le fueron francamente desfavorables. Le hicieron ver, por una parte, que su padre, al legarle aquellas obras de arte, había pensado ante todo en evitarle las preocupaciones y responsabilidades que le habrían causado la administración de una casa de pisos en París, la explotación de una finca agrícola o la gestión de una cartera de valores africanos, y, por otra parte, que le sería difícil, si no imposible, demostrar que el reparto había sido injusto: cuatro telas de un pintor en plena fama valían por lo menos tanto como un paquete de acciones de unas minas que aún no estaban explotadas siquiera y que tal vez no lo estarían nunca.

Hélène vendió los cuadros por 60.000 francos, cantidad exorbitante en la época, habida cuenta del descrédito en que cayó Le Meriadech unos años después, del que no ha salido aún en nuestros días. Con este capitalito se expatriaron ella y su marido a Estados Unidos. Allí se hicieron jugadores profesionales, organizando, en trenes de noche y en garitos de pueblo, unas timbas clandestinas de dados que se prolongaban a veces más de una semana. Al amanecer del 11 de septiembre de 1935 fue asesinado Antoine Brodin; tres golfos a los que había negado la admisión en su sala de juego dos días antes lo llevaron a una cantera abandonada de Jemima Greek, a cuarenta kilómetros de Pensacola (Florida), y lo mataron a garrotazos. Hélène regresó a Francia a las pocas semanas. Consiguió que su sobrino François, que a la muerte de Emile, un año antes, había heredado la casa, le concediera el usufructo de una vivienda pequeña de dos cuartos, en el sexto piso, al lado del doctor Dinteville. Allí vivió, escarmentada, temerosa y retraída, hasta su muerte, en mil novecientos cuarenta y siete.

Durante los diecisiete años en que Emile fue dueño de la casa, la administró con cuidado y competencia, emprendiendo incluso varias obras de modernización, en particular la instalación, en 1925, de un ascensor. Pero la conciencia de haber sido el único beneficiario de la herencia y haber perjudicado a sus hermanos, al imponer la voluntad de su padre, lo llevó a sentirse responsable de ellos hasta el extremo de querer hacerse cargo de sus negocios. Estos escrúpulos de primogénito fueron el principio de su ruina.

Gérard, el hijo segundo, se dedicaba con más o menos éxito a su explotación agrícola. Pero Ferdinand, el tercero, pasaba graves apuros. La Compagnie du Haut-Boubandjida (Camerún), de la que había pasado a ser accionista relativamente importante, se había fundado hacía algunos años con el objeto de explorar y explotar ulteriormente unos ricos yacimientos de mineral de estaño descubiertos por tres geólogos holandeses que formaban parte de la misión Zwindeyn. Desde entonces se habían sucedido varias expediciones preliminares, pero las conclusiones que habían presentado no eran, en la mayoría de los casos, muy esperanzadoras: algunas de ellas confirmaban la presencia de importantes filones de casiterita, pero se interrogaban con inquietud sobre las condiciones de explotación y sobre todo de transporte; otras afirmaban que las muestras extraídas no contenían ni rastro de estaño, pero encerraban, en cambio, abundante bauxita, hierro, manganeso, cobre, oro, diamantes y fosfatos.

Aquellos informes contradictorios, aunque generalmente pesimistas, no eran obstáculo para que la compañía fuera tratada activamente en bolsa y, año tras año, procediese a ampliaciones de capital. En mil novecientos veinte, la Compagnie Minière du Haut-Boubandjida (Camerún) había reunido cerca de veinte millones de francos suscritos por cerca de siete mil quinientos accionistas y su consejo de administración contaba tres antiguos ministros, ocho banqueros y once grandes industriales. Aquel año, en el transcurso de una asamblea general, cuyos inicios fueron borrascosos pero que concluyó entusiásticamente, se decidió unánimemente acabar con aquellos preparativos inútiles y proceder a la explotación inmediata de los yacimientos, fueran como fueran.

Ferdinand era ingeniero de caminos y consiguió que lo nombraran interventor de las obras. El 8 de mayo de 1923 llegó a Garoua y se dispuso a remontar el curso del Boubandjida hasta las altas mesetas del Adamaoua con quinientos obreros reclutados en el país, once toneladas y media de material y una plantilla de encuadramiento de veintisiete hombres de origen europeo.

Las obras de fundación y excavación de galerías resultaron difíciles y lentas debido a las lluvias diarias que provocaban crecidas irregulares e imprevisibles en el río, cuya violencia media era suficiente para arrastrar cuanto se había desmontado o terraplenado hasta entonces.

Ferdinand Gratiolet hubo de ser repatriado al cabo de dos años enfermo de fiebres. Estaba íntimamente convencido de que el estaño del Haut-Boubandjida no llegaría nunca a explotarse de modo rentable. En cambio, en las regiones que había atravesado había visto abundancia de animales de todas las especies y todas las variedades. Ello le sugirió la idea de lanzarse al comercio de pieles. Apenas finalizada su convalecencia, liquidó el paquete de acciones y fundó una sociedad de cueros, pieles, cuernos y conchas exóticos, que se especializó muy pronto en el mobiliario. En efecto, entonces estaban de moda las alfombras de pieles y los muebles de caña forrados con piel de zorrino, antílope, jirafa, leopardo o zebú; una cómoda pequeña de pitchpín se vendía fácilmente por 1.200 francos y un espejo psique de Tortosi, engastado en una concha de tryonix había hallado comprador, en Drouot, por 38.295 francos.

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