La voz de los muertos (15 page)

Read La voz de los muertos Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La voz de los muertos
13.97Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Como no necesito muchas comodidades ni mucho espacio, estoy seguro de que irá bien. Y estoy ansioso por conocer a Dom Cristão. Allí donde están los seguidores de San Ángelo, la verdad tiene amigos.

Bosquinha se encogió de hombros y puso de nuevo el coche en marcha. Como Ender pretendía, sus ideas preconcebidas sobre un Portavoz de los Muertos se había quebrantado. Pensar que, en verdad, había conocido a San Ángelo y que admiraba a los Filhos. Eso no era lo que el obispo Peregrino les había dado a entender.

La habitación estaba amueblada escasamente, y si Ender hubiera tenido muchas pertenencias habría tenido problemas en encontrar dónde colocarlas todas. Sin embargo, como siempre sucedía, pudo desempacar en sólo unos pocos minutos.

Sólo la crisálida de la reina colmena permaneció en su bolsa; ya hacía tiempo que había superado la extraña sensación sobre la incongruencia de almacenar el futuro de una raza magnífica en una mochila bajo su cama.

—Tal vez éste será el lugar —murmuró.

La crisálida parecía fría, casi helada, a pesar de las toallas en que estaba envuelta.

«Es el lugar.»

Era enervante que estuviera tan segura. No había ningún signo de súplica o impaciencia por ser liberada. Sólo absoluta certeza.

—Ojalá pudiéramos decidirlo así de fácil —dijo él —. Puede que sea el lugar, pero todo depende de que los cerdis sean capaces de convivir con vosotras aquí.

«La cuestión es: si podrán convivir con los humanos sin nosotras.»

—Requerirá tiempo. Dame unos pocos meses de estancia aquí.

«Toma todo el tiempo que necesites. Ahora no tenemos prisa.»

—¿A quién has encontrado? Creía que no podías comunicarte con nadie más que conmigo.

«La parte de nuestra mente que mantiene nuestro pensamiento, lo que llamas el impulso filótico, el poder de los ansibles, es muy frío y difícil de encontrar en los seres humanos. Pero esta vez, lo que hemos encontrado aquí, uno de los muchos que encontraremos aquí, tiene un impulso filótico mucho más fuerte, mucho más claro, más fácil de encontrar, nos oye más fácilmente, ve nuestros recuerdos, y nosotros vemos los suyos, lo encontramos fácilmente, y por eso perdónanos, querido amigo, perdónanos si dejamos el duro trabajo de hablar con tu mente y nos volvemos a él y le hablamos porque no nos hace buscar con tanta intensidad para hacer palabras e imágenes que sean lo suficientemente claras para tu mente analítica porque le sentimos como a la luz del sol, como el calor de la luz del sol en su cara en nuestra cara y el frío del agua fresca en nuestro abdomen y el movimiento suave como un viento suave que no hemos sentido durante tres mil años, perdónanos, estaremos con él hasta que nos liberes para que habitemos aquí porque descubrirás a tu modo en tu momento que éste es el lugar… éste es… aquí… éste es nuestro hogar…»

Y entonces Ender perdió la cadena de su pensamiento, sintió que la perdía como un sueño que se olvida al despertar, aunque intentes recordarlo y mantenerlo vivo. Ender no estaba seguro de lo que había encontrado la reina colmena, pero fuera lo que fuese, él tendría que lidiar con la realidad del Código Estelar, la Iglesia Católica, los jóvenes xenólogos que tal vez no le dejarían ver a los cerdis, una xenobióloga que había cambiado de opinión sobre su venida a este lugar, y con algo más, quizá lo más difícil de todo: que si la reina colmena se quedaba aquí, él tendría que quedarse también. «He estado tantos años desconectado de la humanidad, —pensó —, viniendo para mezclarme, rezar, lastimar y curar para luego marcharme, intacto. ¿Cómo voy a convertirme en parte de este lugar, si es aquí donde he de quedarme? A lo único a lo que he pertenecido ha sido un ejército de niños pequeños en la Escuela de Batalla y a Valentine, y ambas cosas forman ahora parte del pasado…»

—Qué, ¿rumiando en soledad? —preguntó Jane —. Puedo oír los latidos de tu corazón haciéndose más lentos y tu respiración volviéndose más pesada. En un momento estarás dormido, muerto o lacrimoso.

—Soy mucho más completo que eso —dijo Ender alegremente —. Autocompasión anticipada, eso es lo que siento. Dolores que ni siquiera han llegado.

—Muy bien, Ender. Empieza pronto. Así podrás rumiar mucho más tiempo.

El terminal se encendió, mostrando a Jane como un cerdi en una fila de chicas de coro que levantaban sus exuberantes muslos al compás.

—Haz un poco de ejercicio y te sentirás mucho mejor. Después de todo, ya has deshecho tu equipaje. ¿A qué esperas?

—Ni siquiera sé dónde estoy, Jane.

—La verdad es que no tienen un mapa de la ciudad —explicó Jane —. Todo el mundo sabe dónde está todo. Pero tienen un mapa del sistema de alcantarillado, dividido en barrios. Puedo extrapolar dónde están los edificios.

—Muéstramelo, entonces.

Un modelo tridimensional de la ciudad apareció sobre el terminal. Ender tal vez no fuera particularmente bienvenido aquí, y su habitación puede que fuera pequeña, pero habían mostrado cortesía en el terminal que le habían proporcionado. No era una instalación estándar, sino un simulador elaborado.

Podía proyectar hologramas al espacio con un tamaño dieciséis veces mayor que la mayoría de los terminales, con una resolución cuádruple. La ilusión fue tan real que Ender sintió durante un vertiginoso momento que era Gulliver inclinándose sobre un Lilliput que aún no había aprendido a temerlo, que aún no reconocía su poder de destruir.

Los nombres de los diferentes barrios colgaban en el aire sobre cada distrito del alcantarillado.

—Estás aquí —dijo Jane —. Vila Velha, el pueblo viejo. La praça está al otro lado del bloque. Es ahí donde se celebran las reuniones públicas.

—¿Tienes algún mapa de las tierras de los cerdis?

El mapa del pueblo se deslizó rápidamente hacia Ender. Los rasgos más cercanos desaparecían a medida que los nuevos aparecían en el otro extremo.

Era como si volara sobre él. «Como una bruja», pensó. Los límites de la ciudad estaban marcados por una verja.

—Esa barrera es lo único que se interpone entre nosotros y los cerdis —musitó Ender.

—Genera un campo eléctrico que estimula todos los puntos sensibles del que intenta atravesarla —dijo Jane —. Sólo tocarla hace que te orines encima. Te hace sentir como si alguien te estuviera amputando los dedos de la mano con un abrecartas.

—Agradable pensamiento. ¿Estamos en un campo de concentración? ¿O en un zoo?

—Todo depende de cómo lo veas —dijo Jane —. Es el lado humano de la verja lo que está conectado con el resto del universo, y el lado cerdi el que está atrapado a su mundo natural.

—La diferencia es que no saben lo que se pierden.

—Lo sé. Es lo más encantador que tienen los humanos. Estáis completamente seguros de que los animales inferiores babean de envidia porque no tienen la buena fortuna de haber nacido «homo-sapiens».

Más allá de la verja había una colina donde empezaba un denso bosque.

—Los xenólogos nunca se han internado en las tierras cerdi. La comunidad cerdi con la que tratan está a menos de un kilómetro de distancia en el interior de aquel bosque. Los cerdis viven en una casa de troncos, todos los machos juntos. No conocemos ningún otro asentamiento. Pero los satélites han podido confirmar que todos los bosques como éste tienen sólo la población que una cultura cazadora-recolectora puede sostener.

—¿Cazan?

—Principalmente recolectan.

—¿Dónde murieron Pipo y Libo?

—Jane iluminó una parte del terreno en la falda de la colina. Un gran árbol crecía solo en los alrededores, con otros dos árboles más pequeños no muy lejos.

—Esos árboles —dijo Ender —. No recuerdo que ninguno estuviera tan cerca en los hologramas que vi en Trondheim.

—Han pasado veintidós años. El grande es el árbol que los cerdis plantaron en el cadáver del rebelde llamado Raíz, que fue ejecutado antes de que asesinaran a Pipo. Los otros dos son ejecuciones cerdis más recientes.

—Me gustaría saber por qué plantan árboles por los cerdis y no por los humanos.

—Los árboles son sagrados —dijo Jane —. Pipo registró que muchos de los árboles del bosque tienen nombre. Libo especuló que podrían deberse a los muertos.

—Y los humanos, simplemente, no adoran a los árboles. Bien, es bastante probable. Excepto que he descubierto que los rituales y los mitos no surgen de la nada. A menudo hay una razón que está relacionada con la supervivencia de la comunidad.

—¿Andrew Wiggin, antropólogo?

—El estudio propio de la humanidad es el hombre.

—Ve a estudiar algunos hombres entonces, Ender. La familia de Novinha, por ejemplo. Por cierto, se ha prohibido oficialmente a la red de ordenadores que te muestre dónde vive nadie.

El mapa desapareció y la cara de Jane se formó sobre el terminal. Se había olvidado de ajustarse al mayor tamaño de este terminal, y por eso su cabeza era gigantesca. Impresionaba bastante. Y su simulación era tan completa que hasta mostraba los poros de su cara.

—En realidad, Andrew, es a mí a quien no pueden ocultar nada.

Ender suspiró.

—Tienes intereses creados en esto, Jane.

—Lo sé —guiñó un ojo —. Pero tú no.

—¿Me estás diciendo que no confías en mí?

—Carezco de imparcialidad y de sentido de la justicia. Pero soy lo suficiente humana para querer un tratamiento preferente, Andrew.

—¿Me prometes al menos una cosa?

—Lo que quieras, mi corpuscular amigo.

—Cuando decidas ocultarme algo, ¿me dirás al menos que no vas a decírmelo?

—Eso es demasiado complicado para mí —era una caricatura de una mujer superfemenina.

—Nada es demasiado complicado para ti, Jane. Haznos un favor a ambos. No pretendas engañarme.

—¿Hay algo que quieres que haga mientras vas a ver a la familia Ribeira?

—Sí. Encuentra todas las formas en que los Ribeira son diferentes de un modo significativo del resto de los habitantes de Lusitania. Y cualquier punto de conflicto entre ellos y las autoridades.

—Tú ordenas y yo obedezco.

Empezó a hacer su número de la desaparición del genio.

—Te las arreglaste para hacerme venir aquí, Jane. ¿Por qué estás tratando de enervarme?

—No lo estoy haciendo. Y no hice lo otro tampoco.

—Tengo pocos amigos en esta ciudad.

—Puedes confiarme tu vida.

—No es mi vida lo que me preocupa.

La praça estaba llena de chiquillos que jugaban al fútbol. La mayoría estaba entrenando, mostrando cuánto tiempo podían mantener el balón en el aire usando sólo sus pies y sus cabezas. Dos de ellos, sin embargo, tenían entablado un perverso juego. El niño lanzaba de una patada el balón contra la niña, quien no estaba a más de tres metros de distancia.

Ella se quedaba inmóvil y recibía el impacto de la pelota y no se movía a pesar de lo fuerte que la golpeaba. Luego ella hacía lo mismo y él intentaba no moverse. Una niña pequeña recogía la pelota cada vez que rebotaba de una víctima.

Ender intentaba preguntar a algunos niños si conocían dónde estaba la casa de la familia Ribeira.

Su respuesta, invariablemente, era la misma: todos se encogían de hombros. Cuando insistía, algunos empezaban a retirarse; pronto la mayoría se marchó de la praça. Ender se preguntó qué le habría contado a esta gente el obispo Peregrino sobre los Portavoces.

El duelo, sin embargo, continuaba. Y ahora que no había tanta gente en la praça, Ender vió que había otro niño que también había entrado en el juego de la pelota, un chiquillo que no tendría más de doce años. Desde detrás no era extraordinario, pero cuando Ender se acercó, al centro de la plaza, pudo ver que había algo extraño en sus ojos. Le llevó un instante comprender. El niño tenía ojos artificiales.

Su aspecto era brillante y metálico, pero Ender sabía cómo funcionaban. Sólo uno de los ojos se usaba para ver, pero necesitaba cuatro sondas visuales separadas que luego dividían las señales para transmitir al cerebro visión binocular. El otro ojo contenía el suministro de energía, el control del ordenador y el interface externo. Cuando quería, podía grabar cortas secuencias de visión en una memoria fotográfica limitada, probablemente menos de tres billones de bits. Los contrincantes lo utilizaban como juez: si se disputaban un punto, el niño repetiría la escena a cámara lenta y les diría qué había sucedido.

El balón fue directamente a la ingle del niño. Él sonrió elaboradamente, pero la niña no se impresionó.

—¡Se ha apartado! ¡Le he visto mover las caderas!

—¡Mentira! ¡Me has lastimado, no me moví!

—¡Reveja! ¡Reveja! —Habían estado empleando el stark, pero la niña cambió ahora al portugués.

El niño de los ojos metálicos no mostró ninguna expresión, pero levantó una mano para hacerles callar.

—Mudou —dijo tajantemente.

Ender tradujo: Se movió.

—¡Sabia!

—¡Eres un mentiroso, Olhado!

El niño de los ojos metálicos le miró con desdén.

—Yo no miento nunca. Te enviaré una copia de la escena si quieres. En realidad, creo que lo enviare a la red para que todo el mundo te vea moverte y luego mentir.

—¡Mentiroso! ¡Filho de puta! ¡Fode-bode!

Ender estaba bastante seguro de lo que significaban aquellos calificativos, pero el niño de los ojos metálicos se lo tomó con calma.

—Da —dijo la niña —. Da-me.

El niño se quitó furiosamente el anillo y lo arrojó al suelo ante sus pies.

—¡Viada! —dijo en un ronco susurro. Entonces se marchó corriendo.

—Poltrao —le gritó la niña —. ¡Cobarde!

—¡Cão! —gritó el niño, sin molestarse en volver la cabeza.

No era a la niña a quien se dirigía. Ella se dio la vuelta y miró al niño de los ojos metálicos, quien se enderezó ante el nombre. Casi inmediatamente la niña miró al suelo. La niñita que había estado recogiendo la pelota se acercó al niño de los ojos metálicos y le susurró algo. Éste alzó la cabeza, advirtiendo a Ender por primera vez.

La niña mayor se estaba disculpando.

—Desculpa, Olhado, não quêria que…

—Não há problema, Michi. —No la miró.

La niña fue a decir algo más, pero entonces se dio también cuenta de la presencia de Ender y se calló.

—Porque está olhando-nos? —preguntó el niño —. ¿Por qué nos está mirando?

Ender respondió con una pregunta.

—Você é árbitro? —la palabra significaba también «magistrado».

—De vez em quando.

Other books

Love Under Two Cowboys by Covington, Cara
Catch of a Lifetime by Judi Fennell
Who Killed Daniel Pearl by Bernard-Henri Lévy
Love: Classified by Jones, Sally-Ann
Blind Fury by Lynda La Plante
Under Cover of Darkness by Julie E. Czerneda