Las benévolas (42 page)

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Authors: Jonathan Littell

Tags: #Histórico

BOOK: Las benévolas
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Von Gilsa estaba de un humor taciturno y rumiaba su pesimismo de la víspera. Acababa de fracasar otro ataque. «Me parece que el frente no se moverá ya». Stalingrado parecía preocuparle mucho: «Tenemos unos flancos muy vulnerables. Las tropas aliadas son realmente de segunda categoría y el corsé no es de gran ayuda. Si los soviéticos se la juegan en serio, romperán las líneas. Y, en tal caso, la posición del 6° Ejército podría debilitarse muy deprisa».. —«¿Pero no creerá que los rusos tienen aún las reservas necesarias para una ofensiva? Sus pérdidas en Stalingrado son gigantescas y meten ahí cuanto tienen sólo para que no caiga la ciudad».. —«Nadie sabe exactamente en qué estado están las reservas soviéticas -contestó-. Llevamos desde el principio de la guerra subestimándolas. ¿Por qué no íbamos a haberlas subestimado también en este caso?»

La reunión se celebraba en una sala de conferencias del OKHG. Kóstring había venido con su ayudante de campo, Hans von Bittenfeld, y dos oficiales del estado mayor del Berück Von Roques. También estaban Bráutigam y un oficial del Abwehr destinado al OKGH. Bierkamp había traído consigo a Leetsch y a un ayudante de Korsemann. Kóstring abrió la sesión recordando los puntos principales del régimen de administración militar en el Cáucaso y de los gobiernos autónomos. «Los pueblos que nos han recibido como a liberadores y aceptan nuestra benevolente tutela saben perfectamente quiénes son sus enemigos -dijo para terminar, despacio y con tono astuto-. Por lo tanto tenemos que saber escucharlos».. —«Desde el punto de vista del Abwehr -explicó Von Gilsa-, es una cuestión puramente objetiva de seguridad de la retaguardia. Si esos
Bergjuden
causan disturbios, si dan cobijo a saboteadores o si ayudan a los partisanos, entonces hay que tratarlos como a cualquier grupo enemigo. Pero si están quietos, no hay razón alguna para provocar a las tribus con medidas represivas de conjunto».. —«En lo que a mí se refiere -dijo Bráutigam con su voz un tanto gangosa-, creo que hay que considerar las relaciones internas de los pueblos del Cáucaso de forma global. ¿Las tribus montañesas consideran que esos
Bergjuden
son de los suyos o los rechazan por
Fremdkórper?
El hecho de que Herr Shadov haya intervenido de forma tan vehemente aboga por sí mismo en favor de ellos».. —«Herr Shadov tiene quizá razones políticas, digamos, que no entendemos -alegó Bierkamp-, Estoy de acuerdo con las premisas del doctor Bráutigam, incluso aunque no pueda aceptar las conclusiones a las que llega». Leyó algunos extractos de mi informe, insistiendo en la opinión del Instituto de Wannsee. «Y esto -añadió-, parecen confirmarlo todos los partes de nuestros Kommandos en la zona de operaciones del grupo de ejércitos A. Estos partes nos indican que es general el odio por los judíos. Todas las acciones en contra de ellos que hemos emprendido, desde hacerles llevar la estrella hasta medidas más severas, se han encontrado con la comprensión plena de la población, que hasta las ha aplaudido. Por lo demás, hay algunas voces de peso a quienes les parece que nuestras acciones contra los judíos son incluso insuficientes y piden medidas más enérgicas».. —«Tiene toda la razón en lo referido a los judíos rusos de implantación reciente -replicó Bráutigam-. Pero no tenemos la impresión de que en ese comportamiento se incluyan estos sedicentes
Bergjuden
cuya presencia data ya de varios siglos por lo menos». Se volvió hacia Kóstring: «Tengo aquí una copia de un comunicado del profesor Eiler al
Auswartiges Amt.
Según él, los
Bergjuden
son de ascendencia caucásica, irania y afgana y no son judíos por más que hayan adoptado la religión mosaica».. —«Discúlpeme -intervino Noeth, el oficial Abwehr del OKHG-, pero ¿de dónde les vino entonces la religión judía?». —«No está claro -respondió Bráutigam dando golpecitos en la mesa con el extremo del lápiz-. Quizá de esos famosos jázaros que se convirtieron al judaismo en el siglo VIII».. —«¿Y no serían más bien los
Bergjuden
quienes convirtieron a los jázaros?», aventuró Eckhardt, el hombre de Korsemann. Bráutigam alzó las manos: «Eso es lo que tenemos que investigar». La voz perezosa, inteligente y grave de Kóstring volvía a alzarse: «Disculpen, pero ¿no tuvimos que vérnoslas ya con un caso semejante en Crimea?».. —«Efectivamente, Herr General -respondió Bierkamp con tono seco-. Fue en tiempos de mi predecesor. Creo que el Hauptsturmführer Aue puede explicarle los detalles».. —«Desde luego, Herr Oberführer. Además del caso de los caraítas, a quienes el ministro del Interior reconoció como no-judíos desde el punto de vista de la raza en 1937, hubo una controversia en Crimea referida a los krimchaks, que se definían como un pueblo turco convertido tardíamente al judaismo. Nuestros especialistas investigaron y llegaron a la conclusión de que se trataba, de hecho, de judíos italianos que habían llegado a Crimea allá por el siglo XV, o el XVI, y, luego, se habían aturquinado».. —«¿Y qué hicieron con ellos?», preguntó Kóstring.. —«Se los consideró judíos y se los trató como a tales, Herr General».. —«Ya veo», dijo con voz suave.. —«Si me lo permiten -intervino Bierkamp-, también tuvimos el caso de los
Bergjuden
en Crimea. Se trataba de un koljós judío, en el distrito de Freidorf, cerca de Eupatoria. Vivían en él unos
Bergjuden
de Daguestán que habían trasladado allí en los años treinta, con la asistencia del Joint, la bien conocida organización judía internacional. Tras investigar el caso, los fusilamos en marzo de este año».. —«Quizá fue una acción un tanto prematura -insinuó Bráutigam-. Igual que el koljós de
Bergjuden
que liquidaron ustedes cerca de Mozdok».. —«Ah, sí, por cierto -dijo Kóstring poniendo cara de quien recuerda un detalle-, ¿ha podido conseguir información al respecto, Oberführer?» Bierkamp contestó a Kóstring sin prestar atención al comentario de Bráutigam: «Sí, Herr General. Por desgracia, nuestros registros aclaran poca cosa, pues en el acaloramiento de la acción, durante la ofensiva, cuando el Sonderkommando acababa de llegar a Mozdok, parte de las acciones no se contabilizaron con la precisión deseable. Según el Sturmbannführer Persterer, el Kommando "Bergmann" del profesor Oberlánder también tenía mucha actividad por aquella región. A lo mejor fueron ellos».. —«Ese batallón lo controlamos nosotros -replicó Noeth, el AO-. Estaríamos al tanto».. —«¿Cómo se llamaba el pueblo?», preguntó Kóstring.. —«Bogdanovka -respondió Bráutigam, que estaba consultando sus notas-. Según Herr Shadov, mataron y tiraron a unos pozos a cuatrocientos veinte aldeanos. Todos tenían que ver con el clan de los
Bergjuden
de Nalchik y se apellidaban Mishiev, Abramov, Shamiliev; su muerte causó mucho revuelo en Nalchik, no sólo entre los
Bergjuden,
sino también entre los kabardinos y los balkarios, que se afligieron mucho».. —«Por desgracia -dijo Kóstring con aire distante-, Oberlánder se ha ido. Así que no podremos preguntarle nada».. —«Por supuesto -añadió Bierkamp-, también es posible que fuera mi Kommando. A fin de cuentas, dispone de órdenes muy claras. Pero no tengo completa seguridad».. —«Bueno -dijo Kóstring-, en cualquier caso no tiene mayor importancia. Lo que importa ahora es tomar una decisión en lo referido a los
Bergjuden
de Nalchik, que son..». Se volvió hacia Bráutigam. «Entre seis y siete mil», completó éste.. —«Eso mismo -siguió diciendo Kóstring-. Una decisión, decíamos, equitativa, con base científica y que tenga en cuenta, por fin, tanto la seguridad de esta zona de retaguardia -inclinó la cabeza en dirección a Bierkampcomo nuestra voluntad de atenernos a una política de colaboración máxima con las poblaciones locales. En consecuencia, la opinión de nuestra comisión científica será de gran importancia». Von Bittenfeld hojeaba un mazo de papeles: «Tenemos ya in situ al Leutnant Voss, quien, pese a ser muy joven, es una autoridad reputada en los ambientes científicos de Alemania. Además hemos pedido un antropólogo o un etnólogo».— «Por mi parte -intervino Bráutigam-, ya he entrado en contacto con mi ministerio. Van a enviar desde Francfort a un especialista, del Instituto para las Cuestiones Judías. Van a intentar también conseguir a alguien del instituto del doctor Walter Frank, de Munich».. —«He solicitado ya la opinión del departamento científico de la RSHA -dijo Bierkamp-. También yo pienso pedir un experto. Entre tanto, he encomendado las investigaciones al Hauptsturmführer doctor Aue, aquí presente, que es nuestro especialista en lo referido a las poblaciones caucásicas». Hice una cortés inclinación de cabeza. «Muy bien, muy bien -aprobaba Kóstring-. En tal caso, ¿volveremos a vernos cuando las diversas investigaciones hayan dado resultado, no? Eso nos permitirá, espero, llegar a una conclusión en este asunto. Meine Herrén, gracias por haber venido». La reunión se deshizo en un revuelo de sillas. Bráutigam se había llevado aparte a Kóstring, tomándolo del brazo, y conversaba con él. Los oficiales iban saliendo de uno en uno, pero Bierkamp seguía allí en compañía de Leetsch y Eckhardt, con la gorra en la mano: «Están sacando la artillería pesada. Tenemos que encontrar un buen especialista también nosotros, porque, si no, nos dejarán fuera de juego enseguida».. —«Le preguntaré al Brigadeführer -dijo Eckhardt-. A lo mejor entre quienes rodean al Reichsführer en Vinnitsa podemos dar con alguien. Si no, habrá que traerlo de Alemania».

Según Von Gilsa, Voss estaba aún en Nalchik; tenía que verlo y fui en cuanto tuve oportunidad. Ya desde Malka, cubría el campo una fina capa de nieve; antes de llegar a Baksan, unas fuertes ráfagas oscurecieron el cielo y lanzaron nutridas volutas de copos dentro del haz de luz de los faros. Las montañas, los campos, los árboles, todo se había perdido de vista; los vehículos que venían en sentido contrario aparecían como si fueran monstruos rugientes que surgieran de entre unos bastidores que velase la tormenta. Yo no tenía sino un abrigo de lana del año anterior, que aún me bastaba, pero no me seguiría bastando durante mucho tiempo. Tendré que pensar en conseguir ropa de abrigo, me dije. En Nalchik, me encontré a Voss entre sus libros, en la Ortskommandantur, en donde se había instalado un despacho; me llevó a beber un sucedáneo de café al comedor de oficiales, en una mesita con tablero de fórmica a rayas y un jarrón con flores de plástico. El café era repugnante, e intenté ahogarlo en leche; Voss parecía que no se fijaba. «¿No le ha decepcionado demasiado el fracaso de la ofensiva? -le pregunté-. Por sus investigaciones, quiero decir».. —«Sí, claro, un poco. Pero aquí tengo en qué ocuparme». Lo notaba distante, un poco perdido. «¿Así que el General Kóstring le ha pedido que participe en la comisión investigadora de los
Bergjuden?»
. —«Sí. Y he oído decir que usted va a representar a las SS». Solté una risa seca: «Más o menos. El Oberführer Bierkamp me ha ascendido de oficio a especialista en asuntos caucásicos. Me parece que la culpa la tiene usted». Se rió y bebió un poco de café. Soldados y oficiales, a veces cubiertos aún de nieve, iban y venían o charlaban en voz baja en las otras mesas. «¿Y qué opina del problema?», añadí.. —«¿Que qué opino? Tal y como está planteado es absurdo. Lo único que puede decirse de esa gente es que habla una lengua irania, practica la religión mosaica y vive según las costumbres de los montañeses caucásicos. Y nada más».. —«Sí, pero tendrán que tener un origen». Se encogió de hombros: «Todo el mundo tiene un origen; las más de las veces, soñado. Ya hemos hablado de eso. En el caso de los tats, se pierde en la noche de los tiempos y en las leyendas. Incluso aunque fueran auténticos judíos venidos de Babilonia -o digamos incluso que aunque fueran una de las tribus perdidas se habrán mezclado luego tanto con los pueblos de aquí que eso ya no querría decir nada. Parece ser que en Azerbaiyán hay tats musulmanes. ¿Son judíos que optaron por el islam? ¿O será que esos hipotéticos judíos, oriundos de otros lugares, intercambiaron mujeres con una tribu irania, pagana, cuyos descendientes se convirtieron más adelante a ésta o aquélla de las religiones del Libro? Es imposible decirlo».. —«Sin embargo -insistí-, tiene que haber indicios científicos que permitan zanjar la cuestión».. —«Hay muchos y se puede hacer que digan de todo. Tomemos su lengua. He hablado ya de esto con ellos y puedo situarla bastante bien. Tanto más cuanto que he encontrado un libro de Vsevolod Miller sobre el tema. Es esencialmente un dialecto del iranio occidental, con aportaciones de hebreo y de turco. La aportación hebrea consiste sobre todo en el vocabulario religioso y ni siquiera de forma sistemática; llaman a la sinagoga
nimaz;
a la Pascua judía,
Nisanu;
y al Purim,
Homonu;
todos ellos nombres persas. Antes del poder soviético, escribían su lengua persa con caracteres hebreos, pero, según dicen, esos libros no sobrevivieron a las reformas. En la actualidad, el tat se escribe con caracteres latinos; en Daguestán, publican periódicos y educan a sus hijos en esa lengua. Ahora bien, si fueran realmente caldeos o judíos venidos de Babilonia tras la destrucción del Primer Templo, como pretenden algunos, deberían lógicamente hablar un dialecto derivado del iranio medio, próximo a la lengua pahlevi de la época sasánida. Pero esa lengua tat es un dialecto en iranio nuevo y, por lo tanto, posterior al siglo X y próximo al dari, al balushi o al kurdo. Sin forzar los hechos, podría llegarse a la conclusión de una inmigración relativamente reciente tras la que hubiera surgido una conversión. Pero, si alguien quiere probar lo contrario, también lo conseguirá. Lo que no consigo entender yo es qué relación pude tener todo esto con la seguridad de nuestras tropas. ¿Es que no deberíamos ser capaces de un juicio objetivo basándonos en los hechos y en la actitud que tienen con nosotros?». —«Es sencillamente un problema racial -contesté-. Sabemos que existen grupos racialmente inferiores, entre los que se cuentan los judíos, que presentan características muy marcadas que, a su vez, los predisponen a la corrupción bolchevique, al robo, al asesinato y a toda clase de comportamientos nefastos. Por supuesto que no les sucede a todos los miembros del grupo. Pero, en tiempos de guerra, en una situación de ocupación y con los recursos limitados de que disponemos, nos es imposible llevar a cabo investigaciones individuales. No nos queda, pues, más remedio que tomar en cuenta de forma conjunta a los grupos portadores de riesgo y reaccionar de forma global. Lo cual genera grandes injusticias, pero eso es debido a la situación excepcional». Voss miraba su café con expresión amarga y triste. «Doktor Aue, siempre lo he tenido por hombre inteligente y sensato. Incluso suponiendo que cuanto me diga usted sea cierto, explíqueme, por favor, qué entiende usted por raza. Porque para mí es un concepto que no puede definirse científicamente y que, por lo tanto, carece de valor teórico».— «Y, sin embargo, la raza existe; es una verdad; nuestros mejores investigadores la estudian y escriben acerca de ella. Lo sabe muy bien. Nuestros antropólogos raciales son los mejores del mundo». Voss estalló de repente: «Son unos cuentistas. No tienen quien les haga la competencia en los países serios porque su disciplina no existe en ellos ni se enseña. ¡Ninguno de ellos tendría un empleo ni publicaría si no fuera por motivos políticos!». —«Doktor Voss, respeto mucho sus opiniones, pero ¿no se está usted pasando de la raya?», dije con calma. Voss dio una palmada encima de la mesa que hizo saltar las tazas y el jarrón con flores de mentira; aquel ruido y las voces que daba hicieron que se girasen algunas cabezas: «Esa
filosofía de veterinarios,
como decía Herder, le ha robado todos sus conceptos a la lingüística, la única ciencia del hombre que, hasta el día de hoy, cuenta con una base teórica científicamente comprobada. ¿Comprende -había bajado el tono y hablaba deprisa y con rabia-, comprende siquiera qué es una teoría científica? Una teoría no es un hecho: es una herramienta que permite realizar predicciones y crear hipótesis nuevas. Se considera buena una teoría en primer lugar si es relativamente sencilla y, en segundo, si permite realizar predicciones comprobables. La física newtoniana permite calcular órbitas: si observamos la posición de la Tierra o de Marte con varios meses de intervalo, están siempre en el lugar exacto en que predice la teoría que deben encontrarse. Está comprobado, en cambio, que la órbita de Mercurio tiene leves irregularidades que se desvían de la órbita que predice la teoría newtoniana. La teoría de la relatividad de Einstein prevé esas desviaciones de forma exacta: es, pues, mejor que la teoría de Newton. Ahora bien, en Alemania, que fue antaño el mayor país científico del mundo, se denuncia que la teoría de Einstein es
ciencia judía
y se rechaza sin más explicación. Eso es sencillamente absurdo, es lo mismo que se les reprocha a los bolcheviques con sus propias pseudociencias al servicio del Partido. Otro tanto sucede con la lingüística y la supuesta antropología racial. En lingüística, por ejemplo, la gramática indogermánica comparada permitió sacar a la luz una teoría de las mutaciones fonológicas que tiene un excelente valor predictivo. En 1820, ya derivaba Bopp el griego y el latín del sánscrito. Si partimos del irano medio y vamos aplicando las mismas normas fijas, llegamos a palabras gaélicas. Funciona, y con resultados demostrables. Por lo tanto es una teoría buena, aunque esté siempre en proceso de rehabilitación, de corrección y de perfeccionamiento. En cambio, la antropología racial no cuenta con teoría alguna. Propone razas, pero no puede definirlas, y luego da jerarquías por ciertas, sin un mínimo criterio. Cuantos intentos se hicieron para definir las razas con criterios biológicos fracasaron. La antropología del cráneo fue un completo desastre: tras pasarse décadas tomando medidas y compilándolas en tablas, basándose en los índices o los ángulos más fantasiosos, sigue siendo imposible distinguir un cráneo judío de un cráneo alemán con el mínimo grado de seguridad. En cuanto a la genética mendeliana, da buenos resultados en los organismos simples, pero, si dejamos aparte la barbilla de los Habsburgo, todavía falta mucho para que sepamos aplicarla al hombre. ¡Y es tan cierto todo esto que digo que, para redactar nuestras famosas leyes raciales, ha sido necesario basarse en la religión de los abuelos! Se dio por hecho que los judíos del siglo pasado eran racialmente puros, lo cual es completamente arbitrario. Incluso usted tiene que verlo. Y en cuanto a qué constituye un alemán racialmente puro, nadie lo sabe, diga lo que diga ese Reichsführer-SS suyo. Y por eso la antropología racial, incapaz de determinar nada de nada, se ha limitado a remitirse a las categorías, que sí pueden demostrarse, de los lingüistas. Schlegel, a quien fascinaban los trabajos de Humboldt y de Bopp, dedujo de la existencia de una lengua indoirania supuestamente primigenia la idea de un pueblo no menos primigenio al que bautizó con el nombre de ario, cogiéndole esa palabra a Heródoto. Otro tanto se hizo con los judíos: una vez que los lingüistas hubieron demostrado la existencia de un grupo de lenguas llamadas semíticas, a los racialistas les faltó tiempo para quedarse con la idea, que aplican de forma totalmente falta de lógica puesto que Alemania aspira a mantener buenas relaciones con los árabes y el propio Führer recibe oficialmente al gran Muftí de Jerusalén. La lengua como vehículo de cultura puede marcar con su influencia el pensamiento y la conducta. Humboldt lo entendió hace mucho. Pero la lengua puede transmitirse, y la cultura también, aunque más despacio. En el Turquestán chino, los turcófonos musulmanes de Urumchi o de Kashgar tienen un aspecto físico digamos que iranio; se los podría tomar por sicilianos. Por supuesto que son los descendientes de pueblos que tuvieron que emigrar hacia el oeste y hablaban antaño una lengua indoirania. Luego, los invadió y los asimiló un pueblo turco, los uigures, de quienes tomaron la lengua y parte de los hábitos. Ahora forman un grupo cultural distinto, por ejemplo, de otros pueblos turcos como los kazajos y los kirguizes, y también de los chinos islamizados, a quienes se les da el nombre de hui, o de los musulmanes indoiranios, como los tayicos. Pero intentar definirlos por criterios que no sean su lengua, su religión, sus usos, su habitat, sus costumbres económicas o la sensación que tengan de su propia identidad, no tendría sentido alguno. Y todo lo dicho son cosas adquiridas, no innatas. Por la sangre se transmite una propensión a las enfermedades del corazón; si se transmite también una propensión a la traición, eso nadie ha podido nunca probarlo. En Alemania, hay imbéciles que estudian a los gatos con la cola cortada para intentar demostrar que sus gatitos nacerán sin cola; ¡y como llevan un botón de oro les dan cátedras en la universidad! En la URSS, en cambio, pese a todas las presiones políticas, los trabajos lingüísticos de Marr y de sus colegas siguen siendo excelentes y objetivos, al menos en el nivel teórico, porque -y dio con las falanges unos cuantos golpes secos en la mesa es algo que existe de verdad, como esta mesa. Yo a la gente como Hans Günther, o como el Montandeau ese de Francia, de quien también se habla mucho, le digo que se vaya a la mierda. Y si son criterios así los que usan ustedes para decidir si las personas viven o mueren, harían mejor saliendo a disparar al azar contra la muchedumbre, porque el resultado sería el mismo». Yo no había dicho nada durante el largo parlamento de Voss. Al fin, le respondí bastante despacio: «Doktor Voss, no sabía que se tomaba usted las cosas tan a pecho. Sus tesis son provocadoras, pero no sería capaz de seguirle a usted en todos los puntos. Creo que infravalora algunas de las nociones idealistas que constituyen nuestra
Weltanschauung,
que distan mucho de ser una
filosofía de veterinarios,
como dice. No obstante, el asunto requiere reflexión y no querría contestarle a la ligera. Espero, pues, que esté de acuerdo en que reanudemos esta conversación dentro de unos días, cuando haya tenido tiempo para pensar en ello».. —«Estaré encantado -dijo Voss, que se había calmado de repente-. Siento haber perdido los estribos. Lo que pasa es que cuando uno oye alrededor tantas inepcias y tantas necedades, hay momentos en que cuesta mucho callarse. No me estoy refiriendo a usted, por supuesto, sino a algunos de mis colegas. Cuanto deseo y cuanto espero sería que la ciencia alemana, cuando desaparezcan las pasiones, recupere el lugar con el que tanto le costó hacerse merced a los trabajos de hombres agudos, sutiles, y atentos y humildes frente a las cosas de este mundo».

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