—Entonces, ¿puede cualquiera que venza a estos enemigos ser un hombre de conocimiento?
—Todo el que los venza se convierte en un hombre de conocimiento.
—¿Pero hay requisitos especiales que un hombre debe cumplir antes de luchar con estos enemigos?
—No hay requisitos. Cualquiera puede tratar de llegar a ser hombre de conocimiento; muy pocos llegan a serlo, pero eso es natural. Los enemigos que un hombre encuentra en el camino para llegar a ser un hombre de conocimiento son de veras formidables, de verdad poderosos; y la mayoría, pues, se pierde.
—¿Qué clase de enemigos son, don Juan.
Se negó a hablar de los enemigos. Dijo que pasaría largo tiempo antes de que el tema tuviera algún sentido para mí. Traté de mantener vivo ese tema, y le pregunté si pensaba que
yo
podía volverme hombre de conocimiento. Dijo que nadie podía decir eso de seguro. Pero yo insistí en preguntar si había algunas pistas que él pudiera usar para determinar si yo tenía o no oportunidad de convertirme en un hombre de conocimiento. Dijo que dependería de mi batalla contra los cuatro enemigos —de si podía yo vencerlos o salía vencido— pero que era imposible predecir el resultado de esa lucha.
Le pregunté si podía usar brujería o adivinación para ver el desenlace de la batalla. Dijo terminantemente que los resultados de la contienda no podían anticiparse por ningún medio, porque volverse hombre de conocimiento era cosa temporal. Cuando le pedí explicar este punto, replicó:
—Ser hombre de conocimiento no tiene permanencia. Uno no es nunca en realidad un hombre de conocimiento. Más bien, uno se hace hombre de conocimiento por un instante muy corto, después de vencer a las cuatro enemigos naturales.
—Debe usted decirme, don Juan, qué clase de enemigos son.
No respondió. Insistí de nuevo, pero él abandonó el tema y se puso a hablar de otra cosa.
Domingo, 15 de abril, 1962
Cuando me disponía a partir, decidí preguntarle una vez más por los enemigos de un hombre de conocimiento. Aduje que no podría regresar en algún tiempo y serla buena idea escribir lo que él dijese y meditar en ello mientras estaba fuera.
Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.
—Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.
"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.
"Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda."
—¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
—Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un maleante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
—¿Y qué puede hacer para superar el miedo?
—La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora.
"Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo natural."
—¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?
—Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se conquista rápido y de repente.
—¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?
—No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto,
"Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.
"Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro peto incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión. de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.
—¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en consecuencia?
—No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un guerrero impetuoso, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.
—Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?
—Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ése será el verdadero poder.
"Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!
"El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. Él manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.
"Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él. Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla. Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso."
—¿Perderá su poder?
—No, nunca perderá su claridad ni su poder.
—¿Entonces qué lo distinguirá de un hombre de conocimiento?
—Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente cómo manejarlo. El poder es sólo un carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de si mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usar su poder.
—La derrota a manos de cualquiera de estos enemigos ¿es definitiva?
—Claro que es definitiva. Cuando uno de estos enemigos vence a un hombre, no hay nada que hacer.
—¿Es posible, por ejemplo, que el hombre vencido por el poder vea su error y se corrija?
—No. Una vez que un hombre se rinde, está acabado.
—¿Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza?
—Eso quiere decir que la batalla sigue. Quiere decir que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un hombre está vencido sólo cuando ya no hace la lucha y se abandona.
—Pero entonces, don Juan, es posible que un hombre se abandone al miedo durante años, pero finalmente lo conquiste,
—No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo nunca lo conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará conquistándolo porque nunca se habrá abandonado a él en realidad.
—¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, don Juan?
—Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento, y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.
"El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.
"Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en el que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.
"Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea tan sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento son suficientes."
Don Juan casi nunca hablaba abiertamente de Mescalito. Cada vez que yo lo interrogaba sobre el tema se negaba a contestar, pero siempre decía lo suficiente para crear una impresión de Mescalito: impresión que siempre era antropomórfica. Mescalito era masculino, no sólo por el género gramatical de su nombre, sino también por sus constantes cualidades de ser protector y maestro. Don Juan reafirmaba estas características en formas diversas cada vez que hablábamos.
Domingo, 24 de diciembre, 1961
—La yerba del diablo nunca ha protegido a nadie. Sólo sirve para dar poder. Mescalito, en cambio, es manso, como un niñito.
—Pero dijo usted que Mescalito es a veces aterrador.
—Claro que es aterrador, pero una vez que lo conoces es manso y bondadoso.
—¿Cómo muestra su bondad?
—Es un protector y un maestro.
—¿Cómo protege?
—Puedes guardarlo contigo a toda hora y él verá que nada malo te ocurra.
—¿Cómo puede uno guardarlo consigo a toda hora?
—En una bolsita, amarrada con un cordón debajo del brazo o alrededor del cuello.
—¿Lo tiene usted consigo?
—No, porque yo tengo un aliado. Pero otra gente si.
—¿Qué enseña?
—Enseña a vivir como se debe.
—¿Cómo enseña?
—Enseña las cosas y te dice lo que son.
—¿Cómo?
—Tendrás que ver por ti mismo.
Martes, 30 de enero, 1962
—¿Qué ve usted cuando Mescalito lo lleva consigo, don Juan?
—De esas cosas no se platica. No puedo decirte eso.
—¿Le pasaría algo malo si me dijera?
—Mescalito es un protector, un protector manso y bueno, pero eso no quiere decir que pueda uno burlarse de él. Por ser un protector bueno también puede ser el horror mismo para los que no le gustan.
—No quiero burlarme de él. Sólo quiero saber qué hace hacer o ver a otras personas. Yo le describí a usted todo cuanto Mescalito me hizo ver, don Juan.
—Contigo es diferente, a lo mejor porque no conoces sus modos. Hay que enseñarte sus modos como se enseña a caminar a un niño.
—¿Cuánto tiempo más hay que enseñarme?
—Hasta que él mismo empiece a tener sentido para ti.
—¿Y entonces?
—Entonces comprenderás solo. Ya no tendrás que decirme nada.
—¿Puede usted decirme solamente a dónde lo lleva Mescalito?
—No puedo hablar de eso.
—Nada más quiero saber si hay otro mundo al cual lleva a la gente.
—Hay.
—¿Es el cielo?
—Te lleva a través del cielo.
—Quiero decir, ¿es el cielo donde está Dios?
—Ya te estás haciendo el pendejo. No sé dónde está Dios.
—¿Es, Mescalito, Dios el único Dios? ¿O es uno de los dioses?
—Es sólo un protector y un maestro. Es un poder.
—¿Es un poder dentro de nosotros mismos?
—No. Mescalito no tiene nada que ver con nosotros mismos. Está fuera de nosotros.
—Entonces todo el que ve a Mescalito debe verlo en la misma forma.
—No, de ninguna manera. No es el mismo para todos.
Jueves, 12 de abril, 1962
—¿Por qué no me dice más sobre Mescalito, don Juan?
—No hay nada que decir.
—Ha de haber miles de cosas que yo debería saber antes de encontrarme de nuevo con él.
—No. A lo mejor para ti no hay nada que debas saber. Como ya te dije, no es el mismo para todos.
—Lo sé, pero de cualquier modo me gustaría saber qué opinan otros acerca de él.
—La opinión de aquellos que se preocupan por hablar de él no vale mucho. Ya verás. Lo más probable es que hables de él hasta cierto punto, y de allí en adelante no vuelvas a mencionarlo.
—¿Puede usted contarme de sus primeras experiencias?
—¿Para qué?
—Así sabré cómo portarme con Mescalito.
—Tú ya sabes más que yo, Jugaste de verdad con él. Algún día verás cuán bueno fue contigo el protector. Estoy seguro de que esa primera vez te dijo muchas, muchas cosas, pero estabas sordo y ciego.
Sábado, 14 de abril, 1962
—¿Toma Mescalito
cualquier
forma cuando se muestra?
—Sí, cualquier forma.
—Entonces, ¿cuáles son las formas más comunes que usted conoce?
—No hay formas comunes.
—¿Quiere usted decir, don Juan, que se aparece en cualquier forma hasta a los hombres que lo conocen bien?
—No. Se aparece en cualquier forma a los que apenas lo conocen un poco, pero para quienes lo conocen bien es siempre constante.